“Si permanecéis en mí,
y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis, y
se realizará.”
2 DE MAYO
QUINTO DOMINGO DE
PASCUA
1ª Lectura: Hechos
9,26-32
Les contó cómo había
visto al Señor en el camino.
Salmo 21
El Señor es mi alabanza
en la gran asamblea.
2ª Lectura: 1 Juan
3,18-24
Este es su mandamiento:
que creamos y que amemos.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 15,1-8
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “yo soy
la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto
lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros
ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante;
así seréis discípulos míos”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.
El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que
da fruto, lo poda para que dé más todavía.
Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les
anuncié.
Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así
como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco
ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que
permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada
pueden hacer.
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento
que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde.
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen
en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán.
La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den
fruto abundante, y así sean mis discípulos.»”
REFLEXION
El discípulo de Jesús no sigue de lejos a su maestro, no se
limita a escucharle y aprender sus lecciones, ha de vivir unidos a él por la fe
y por el amor. Tan unido como el sarmiento está unido a la cepa. No son cosas
distintas, forman una unidad, la vid. El cristiano es algo más que creyente o
practicante, es parte de Cristo.
Para que el sarmiento tenga vida, ha de estar unido a la Vid.
A mayor unión, más vida, más savia recibirá. Y la savia es la palabra, la savia
es el amor, la savia es el Espíritu santo.
Savia-palabra: “Mis palabras permanecen en vosotros” (Jn
19,7). “Quien guarda su palabra ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a
su plenitud” (1 Jn 2,5).
Savia-amor: “El amor que Tú me has dado esté en ellos” (Jn
17,26). “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos
a los hermanos. Quien tiene al Hijo tiene la vida”. (1 Jn 3,14; 5,12).
Savia-Espíritu: “Recibirá de lo mío y os lo comunicará a
vosotros” (Jn 16,14). “En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el santo. La
Unción que de él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que
nadie os enseñe” (1 Jn 2,20-27). “Amor de Dios derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo” (Rom 5,5).
La unión entre los sarmientos y la vid ha de ser íntima,
permanente, creciente, fecunda.
Intima. No es un colaborar, un darse la mano, un compartir.
Es un comulgar. Unión de trasvase vital, común unión de pensamiento y
sentimiento, un solo corazón y una sola alma. La vid y los sarmientos se alimentan
de la savia, el que comulga se alimenta de Cristo. La savia de Cristo pasa a la
nuestra, una transfusión de sangre y Espíritu.
Permanente. No bastan encuentros esporádicos. El sarmiento no
se puede separar de la vid. Nuestro motor tiene que estar siempre enchufado a
la central espiritual del corazón de Cristo. Sin su corriente nos apagamos. Hay
momentos para cargar nuestras baterías, pero esa energía acumulada nos
vitaliza. Cristo, energía divina, siempre en tu mente y en tu corazón.
Creciente. Se da todo un proceso de vaciamiento propio y de
posesión de Cristo, de purificación y espiritualización, de comunicación y
empatía, hasta llegar a la unidad consumada que Jesús pedía al Padre.
Los frutos que el Padre espera de nosotros son los del
Espíritu, frutos de amor, de paz, de justicia, de solidaridad, de servicio.
Cada día has de ofrecer algún fruto al Señor. Cada día una oración continuada y
un amor entregado. La vida no está para guardarla, sino para darla.
Estar unido a Cristo es vivir en comunión con él; que su
Espíritu nos aliente y vivifique.
Se reitera la necesidad de permanencia. No bastan encuentros
esporádicos, ratos de oración, por largos que sean. Se necesita una vivencia
cristiana continuada, cuando se reza y cuando se trabaja, cuando se ríe y
cuando se llora, cuando se sirve o cuando se es servido, cuando hay luz o
cuando hay tinieblas, cuando se agradece o cuando se espera. No puede haber
dicotomía en la vida espiritual.
Mira, para dejar que toda la savia del Espíritu penetre en
ti, necesitas vaciarte del todo. Esto no es posible sin poda, sin despojo y sin
muerte.
El trabajo de poda es ingrato y doloroso, pero necesario.
Tendemos a la dispersión, a las desviaciones, a la exuberancia vanidosa, a la
pasividad y el conformismo. Por ahí se nos va la vida o se estanca el dinamismo
vital de la savia. Hay que cortar o estimular, quitando apegos, quemando
ataduras, ahuyentando miedos y temores, alentando pasividades. Así la savia,
bien concentrada y orientada estallará en frutos gozosos.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO DESVIARNOS DE JESÚS
La imagen es sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la
«vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la
savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente
la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que se vaya
haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano y feliz para todos.
La imagen pone de relieve dónde está el problema. Hay
sarmientos secos por los que no circula la savia de Jesús. Discípulos que no
dan frutos porque no corre por sus venas el Espíritu del Resucitado.
Comunidades cristianas que languidecen desconectadas de su persona.
Por eso se hace una afirmación cargada de intensidad: «el
sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid»: la vida de los
discípulos es estéril «si no permanecen» en Jesús. Sus palabras son
categóricas: «Sin mí no podéis hacer nada». ¿No se nos está desvelando aquí la
verdadera raíz de la crisis de nuestro cristianismo, el factor interno que resquebraja
sus cimientos como ningún otro?
La forma en que viven su religión muchos cristianos, sin una
unión vital con Jesucristo, no subsistirá por mucho tiempo: quedará reducida a
«folklore» anacrónico que no aportará a nadie la Buena Noticia del Evangelio.
La Iglesia no podrá llevar a cabo su misión en el mundo contemporáneo, si los
que nos decimos «cristianos» no nos convertimos en discípulos de Jesús,
animados por su espíritu y su pasión por un mundo más humano.
Ser cristiano exige hoy una experiencia vital de Jesucristo,
un conocimiento interior de su persona y una pasión por su proyecto, que no se
requerían para ser practicante dentro de una sociedad de cristiandad. Si no
aprendemos a vivir de un contacto más inmediato y apasionado con Jesús, la
decadencia de nuestro cristianismo se puede convertir en una enfermedad mortal.
Los cristianos vivimos hoy preocupados y distraídos por
muchas cuestiones. No puede ser de otra manera. Pero no hemos de olvidar lo
esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo
decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención
al Evangelio; alimentar en nuestros grupos, redes, comunidades y parroquias el
contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El mandamiento de Dios, y Juan nos lo repite, es que creamos
en Jesús y que nos amemos unos a otros.
Creer en Jesús de manera que tengamos plena confianza en
Dios. El que cree no tiene miedo. Se sabe pequeño e inútil, pero confía; no en
sus capacidades, sino en la fuerza del Espíritu.
El que cree confía incluso a pesar de su pecado, porque
conoce la misericordia de Dios, sabe que su Corazón es más grande que nuestra
conciencia. El pecado no es un obstáculo para la unión con Cristo si confías y
si te dejas podar, si te dejas quemar.
Creer también es amar. La fe y la caridad son hermanas que
van siempre unidas y mutuamente se ayudan y enriquecen. San Juan lo expresa de
muchas maneras, pero la razón última es que Dios es amor, quien cree en el amor
no puede por menos que abrirse al amor. Y quien vive en el amor se llena de
conocimiento y de luz, le resulta muy fácil creer.
ORACIÓN
Señor, tú me dices: “Mi mandamiento es que os améis”. Para
que tu Iglesia no tenga más preocupación que la de amar cada vez con más
pasión: ¡Señor, dame tu Espíritu!
“Os doy un mandamiento nuevo”, nos dijiste: para que todo
rastro de envejecimiento dé paso al amor que no tiene fin. ¡Señor, dame tu
Espíritu!
“Amaos como yo os he amado”: para que la audacia de un amor sin
reservas sea la señal de que tú estás conmigo. ¡Señor, dame tu Espíritu!
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imágenes de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear.
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