"La paz esté con
ustedes".
18 DE ABRIL
TERCER DOMINGO DE
PASCUA
Primera Lectura: Hechos
de los Apóstoles 3,13-15.17-19
Ustedes dieron muerte
al autor de la vida,
pero Dios lo resucitó
de entre los muertos.
Salmo 4
En ti, Señor, confío.
Aleluya.
Segunda Lectura: 1 Juan
2,1-5
Cristo es la Victima de
propiciación por nuestros pecados
y por los del mundo
entero.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 24,35-48
“En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les
había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
–Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y
les dice: “Paz a vosotros”. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un
fantasma. Él les dijo: “¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro
interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta
de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Dicho
esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la
alegría, y seguían atónitos, les dijo: “¿Tenéis ahí algo de comer?”. Ellos le
ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les
dijo: “esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo
escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que
cumplirse”. Y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de
entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el
perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros
sois testigos de esto”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Los discípulos, por su parte, contaron lo que les
había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se
apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,
pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados
y se les presentan esas dudas?
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y
vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos,
que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para
comer?".
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;
él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: "Cuando todavía estaba con
ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de
mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran
comprender las Escrituras,
y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía
sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía
predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto."
REFLEXIÓN
Cuando se habla de la humanidad de Cristo Resucitado, se
habla de la humildad, de la amistad, de la cercanía, de la responsabilidad.
Jesús resucitado aparece en gloria, pero humanizada. Aparece como más humano,
más amigo, más bueno. No va a vengarse o a reírse de los enemigos que lo
condenaron. No reúne a la gente para decirles que se equivocaron. Se manifiesta
tan sólo a los que realmente le aman y desean.
Jesús se hizo presente en medio de sus discípulos. Y en
adelante siempre se hará presente en medio de sus discípulos. Cuando se reúnen
para orar y reflexionar, para compartir y servir, él estará en medio de ellos.
Los discípulos no acababan de reconocer a Jesús. En el fondo
es que no acababan de creer. Les parecía demasiado bonito. Como a nosotros. No
acabamos de creer que Jesús se ha quedado con nosotros. Pero Jesús es
comprensivo y paciente, enseña, estimula y espera.
Primero les saluda con la paz. ¡Qué falta les hacía y qué
falta nos hace! Los discípulos vivían en el miedo y en la duda, estaban
agitados y nerviosos. Nosotros estamos marcados por las prisas y la
superficialidad. Todos necesitamos la paz de Jesús. Es una paz que se ha
fraguado en la lucha, que ha pasado por el sufrimiento y la angustia, que ha
vencido al miedo y a la muerte. Es un fruto de la Pascua. Si vivimos la Pascua
recibiremos la paz, y con la paz, la alegría y la confianza.
Después les enseña las manos y los pies. Conservaba las
heridas de los clavos, pero se habían convertido en memorial de su amor. Manos
benditas y pies gastados. Manos que se significaban por el partir y el
bendecir. Pies cansados de recorrer caminos de evangelización y salvación. Así
tienen que ser las manos y los pies de los discípulos de Jesús. Que todos vean
en ellos las heridas de la caridad y la misericordia, de la paciencia y el
perdón, de la generosidad y el servicio.
Y cuando veamos manos y pies gastados o cansados o heridos o
encallecidos, no dejemos de ver en ellos las manos y los pies de Jesús
prolongados. Cristo se hace presente no sólo en la santidad de los templos y
los sacramentos, sino en lo cotidiano de la vida, en esa alegría o en ese
dolor; en el trabajo conseguido o en el cáncer que dio la cara, en el hijo que
nace o en la muerte de un ser querido.
“¿Tenéis algo que
comer?” Una palabra más de su verdad y de su humanidad. Les pide algo para
comer. Los fantasmas no comen. Él es como nosotros y se adapta a nuestros usos
y costumbres. No hay un menú especial. Casi todas las apariciones de Jesús van
acompañadas de comida. Es prueba de humanidad y amistad, pero es también
referencia eucarística. Las comidas pascuales son sacramentales.
El encuentro termina con una meditación de los hechos vividos
a la luz de la Escritura. Es una catequesis como la que dio a los discípulos de
Emaús. Falta les hacía a estos hombres mentalizados en la espera de un Mesías
triunfante y glorioso. ¿Cómo podían asimilar los tormentos y la derrota humillante
de Jesús? ¿Qué difícil hacerles entender que el Mesías tenía que padecer?
Los hombres pascuales, no se presentarán como salvadores,
sino como testigos del único Salvador. ¿Por qué nos miráis como si hubiésemos
hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? ¡Sólo hay un nombre que
puede salvar a los hombres, el de Jesús! Así se expresaba Pedro después de la
curación del paralítico.
ENTRA EN TU INTERIOR
CREER POR EXPERIENCIA PROPIA
No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es
algo que solo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús
despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la
alegría que Jesús infunde es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su
resurrección.
Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el
encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de
todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en
Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía
ninguna experiencia. No saben qué pensar.
Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice:
“Paz a vosotros”». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es
poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular
en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad
que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles
para la fe.
El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no
transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que
están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo.
Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».
Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de
manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de
forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece
rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?
Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se
dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha
sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su
experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».
Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un
proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud
interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de
nosotros y en nuestras comunidades cristianas.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Los apóstoles, llenos del Aliento de Jesús, empezaron a dar
testimonio de la Resurrección con mucha pasión y fuerza. Daban testimonio con
signos y palabra.
El primer signo era, sin duda, su misma vida transformada.
Ellos también habían resucitado, se sentían hombres nuevos, alegres, fraternos,
valientes, esperanzados. Imposible el brillo de estas vidas sin la
Resurrección. ¿De dónde iban a sacar estos hombres incultos, temerosos, fugitivos,
encerrados por miedo, el poder de la palabra y la fuerza del amor? Sólo se
explica por la experiencia de una fuerza creadora superior, por el contacto con
la vida resucitada del Señor.
Signo fue también la virtud curativa que emanaba de los
apóstoles. Como en la persona de Jesús, bastaba a veces tocar sus vestidos para
recibir una gracia salvadora. Pedro y Juan curaron a un paralítico. No tenían
plata ni oro, pero tenían la fuerza sanadora de Jesús resucitado. “En nombre de
Jesús nazareno ponte a andar. Y tomándole de la mano derecha lo levantó” (Hch
3,6-7). Todo un gesto liberador.
Al gesto se une la palabra: ¿Por qué nos miráis como si
hubiéramos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud? La causa de
esta curación y la fuente de toda salvación es Jesús.
Jesús se sigue apareciendo hoy:
Se aparece al que lo desea y lo busca apasionadamente, como
María Magdalena.
Se aparece al que se siente pobre y está vacío de sí mismo,
como las mujeres que iban al sepulcro con sus aromas.
Se aparece al que cree en él, o quisiera creer, como Juan,
Pedro y Tomás...
Se aparece al que lo espera o, por lo menos, lo añora, como
los discípulos de Emaús.
Jesús se aparece al que no vive para sí, sino para el
hermano, y va tejiendo día a día el manto comunitario, como los discípulos
cuando se reunían.
Se aparece a los que, guardando su memoria, celebran la
palabra y parten el pan, como las primeras comunidades cristianas.
Jesús se aparece a todo el que lo ama más que a sí mismo,
como el mártir.
Se aparece a todo el que ama al hermano más que a sí mismo, y
ve en él a Cristo, y son capaces de hacer suyos sus sufrimientos, sus dolores,
sus alegrías, sus esperanzas.
El modelo completo de toda esta preparación lo encontramos en
María, la hija y la madre, la esclava y la señora, la orante y la donante,
siempre abierta a Jesús, siempre unida a Jesús, siempre llena de Jesús.
ORACIÓN FINAL
Jesús de Nazaret. Tú eres el que centra toda la predicación
apostólica, y al que tengo que mirar para salvarme. Eres el santo, el justo, el
que pasó haciendo el bien, el Mesías esperado.
Te rechazaron y te mataron. ¡Qué ceguera y qué crueldad! No
cabe un error más perverso: “Rechazasteis al santo, al justo… matasteis al
autor de la vida… y pedisteis el indulto de un asesino”
Sí, Señor, muchas veces preferimos la maldad a la santidad,
la injusticia a la justicia, la crueldad a la misericordia, la muerte a la
vida, todo con mayúscula, cuando no te vemos en el hermano que sufre, en el
triste, en el solo, en el abandonado, en la mujer maltratada, en el emigrante
no aceptado, en el padre de familia sin trabajo. Dame un corazón grande para
amar, para acoger, para compartir, aunque tenga que meter mi dedo en el agujero
de los clavos y mi mano en la herida del costado, hay muchas manos agujereadas y
muchos costados abiertos por la injusticia y el desamor. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO.
Imagen para colorear.
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