“Este es mi Hijo, el
amado, mi predilecto. Escuchadle”.
8 DE MARZO
SEGUNDO DOMINGO DE
CUARESMA
COLOR LITÚRGICO: MORADO
1ª Lectura: Génesis
12,1-4
Salmo 32
Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti.
2ª Lectura: 2 Timoteo
1,8-10
PALABRA DEL DÍA
Mateo 17,1-9
“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano
Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos
y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la
luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces,
tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres,
haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía
estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz
desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Al
oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y
tocándoles les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los ojos no vieron a
nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No
contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro
resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando
con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos
aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los
cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en
tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
"Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a
Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No
hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre
los muertos".
REFLEXIÓN
La Cuaresma es el camino hacia la Pascua, y en este segundo
domingo, contemplamos a Jesús Transfigurado. Como cristianos, como bautizados,
hemos sido, también nosotros, transfigurados con Cristo. Por esto nos ponemos
en actitud de escucha, en actitud de contemplar la Palabra de Dios y rezarla
para que nos conforte y nos estimule en este camino cuaresmal. La fe de
Abrahán, como la de los primeros cristianos, nos es modelo y garantía de que el
seguimiento de Cristo nos llevará también a nuestra transfiguración. Aunque
también pasaremos, como identificados con Cristo, por nuestro calvario. Pero la
escucha de la voz del Padre que ratifica la filiación de Jesús nos abre un
camino de confianza.
La primera lectura nos ha presentado la vocación de Abrahán.
Culmina con la sencilla frase: “Abrán marchó, como le había dicho el Señor”.
Estas palabras sencillas definen la fe de Abrahán. Dios le promete bendición,
pero también le exige abandonar cualquier seguridad. Le promete una tierra,
aunque le hace abandonar la seguridad de la tierra de sus padres. Abrahán
confía. Es el padre de nuestra fe. Su confianza le convierte en modelo y padre
de los creyentes porque Abrahán escucha, está dispuesto a escuchar y obedecer
la voz del Señor.
El Salmo 32 que hemos proclamado es una alabanza poética de
la Palabra del Señor. La define como palabra sincera, fiel, actuante. El
salmista nos ayuda a cantar el amor de este Dios que vela por sus fieles, que
les libra de la muerte. La actitud del salmista es la de escuchar, actitud de
profundo júbilo al contemplar la Palabra del Señor que lleva a cabo y realiza
el amor de Dios hacia los que lo esperan todo en él.
La segunda lectura nos ha presentado los consejos de Pablo a
timoneo, responsable de una de las primeras comunidades cristianas. Pablo no le
esconde las dificultades del seguimiento de Cristo y del Evangelio. Pero Cristo ha desposeído a la muerte y, con su
Buena Nueva, con su palabra de Evangelio, ha hecho resplandecer la luz de la
vida para todos los que lo quieren escuchar y seguir.
El evangelio de Mateo nos sitúa hoy en una montaña alta.
Jesús la sube con sus discípulos. Ante ellos se transfigura: se manifiesta
resplandeciente como el sol y vestido como de luz. Moisés y Elías conversan con
él. Pedro manifiesta una alegría irresistible y quiere fijar este momento. La
Palabra culminará esta manifestación. Al igual que en el bautismo de Jesús en
el Jordán, la voz ratifica la filiación divina de Jesús. Ante esto sólo se
puede adorar. Jesús retorna a los discípulos a la realidad con su
característico “no temáis” y con el mandato del silencio hasta que la
resurrección no aclare el sentido de esta manifestación.
Nosotros, en esta Cuaresma, con la Iglesia, queremos poner de
nuevo en el centro de nuestra vida la voluntad de Dios. Por el bautismo hemos
sido identificados con Cristo. Con él penetrábamos en el desierto y con él
afrontamos las muchas maneras con que el tentador intenta dividir nuestro
corazón; afanes, ansias, envidias.
En esta Cuaresma, mediante la escucha de la Palabra, queremos
aprender a contemplar las cosas, el mundo, nuestra realidad, como realidad ya
transformada, profecía de la Pascua de Cristo que salva y trasforma lo más
profundo de cada ser humano y de la historia.
ENTRA EN TU INTERIOR
MIEDO A JESÚS
La escena conocida como "la transfiguración de
Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz venida de lo alto
sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que tiene el rostro
transfigurado. «Escuchadle a él». No a Moisés, el legislador. No a Elías, el
profeta. Escuchad a Jesús. Sólo a él.
«Al oír esto, los discípulos caen de bruces, llenos de
espanto». Les aterra la presencia cercana del misterio de Dios, pero también el
miedo a vivir en adelante escuchando sólo a Jesús. La escena es insólita: los
discípulos preferidos de Jesús caídos por tierra, llenos de miedo, sin
atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.
La actuación de Jesús es conmovedora: «Se acerca» para que
sientan su presencia amistosa. «Los toca» para infundirles fuerza y confianza.
Y les dice unas palabras inolvidables: «Levantaos. No temáis». Poneos de pie y
seguidme. No tengáis miedo a vivir escuchándome a mí.
Es difícil ya ocultarlo. En la Iglesia tenemos miedo a
escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está paralizando hasta impedirnos
vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los pasos de Jesús, nuestro único
Señor.
Tenemos miedo a la innovación, pero no al inmovilismo que nos
está alejando cada vez más de los hombres y mujeres de hoy. Se diría que lo
único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos cambios es conservar y
repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo? ¿Fidelidad a Jesús o miedo a
poner en "odres nuevos" el "vino nuevo" del Evangelio?
Tenemos miedo a unas celebraciones más vivas, creativas y
expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos preocupa menos el
aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no pueden sintonizar
ni vibrar con lo que allí se está celebrando. ¿Somos más fieles a Jesús
urgiendo minuciosamente las normas litúrgicas, o nos da miedo "hacer
memoria" de él celebrando nuestra fe con más verdad y creatividad?
Tenemos miedo a la libertad de los creyentes. Nos inquieta
que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz alta sus aspiraciones,
o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la voz de su conciencia.
En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas que buscan ser fieles
al carisma profético que han recibido de Dios. ¿Tenemos miedo a escuchar lo que
el Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias? ¿No tememos apagar el
Espíritu en el pueblo de Dios?
En medio de su Iglesia Jesús sigue vivo, pero necesitamos
sentir con más fe su presencia y escuchar con menos miedo sus palabras:
«Levantaos. No tengáis miedo».
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Después de que Jesús ha predicho su pasión toma consigo a
Pedro, Santiago y Juan y se transfigura ante ellos en la cumbre de una alta
montaña; de esta manera, los discípulos más cercanos a Jesús experimentan algo
de la gloria de su resurrección. Sólo desde la vida de Dios, que supera toda
muerte, se puede entender el gesto de Jesús de dar su vida, y su invitación a
todo discípulo, de “perderla para recuperarla”.
La versión de la Transfiguración del evangelio de Mateo se
caracteriza por sus pinceladas apocalípticas (la cara resplandeciente como el
sol, y los vestidos blancos como la luz) y por las evocaciones de la teofanía
del monte Sinaí (una montaña alta, la nube luminosa).
Con la aparición de Moisés y Elías conversando con Jesús el
texto nos quiere decir que es a partir de la Ley y los profetas que se puede
comprender la voluntad de Dios sobre Jesús y sus discípulos; la voz del cielo
pone el acento en que es en Jesús (el amado, el Hijo, el que tiene la
predilección de Dios) donde está la plenitud de la revelación y que es a él a
quien todo ser humano tiene que escuchar. Ésta fue, precisamente, la
experiencia que tuvieron los discípulos después de la muerte de Jesús, a partir
de la conciencia de su Resurrección. De hecho, Jesús les dice a sus discípulos,
asustados por la visión, lo que dirá después a los primeros testigos de la
Resurrección: “No temáis”.
ORACIÓN
Jesús, lo que contemplo en el cuarto misterio luminoso del
rosario de los jueves, me lo ofreces hoy para darme ánimos en esta Cuaresma,
camino de la Pascua. Tu Transfiguración es un anticipo de tu Resurrección y un
anuncio del proyecto que tienes para mí, avalado por el Padre: transfigurarme
en otro Cristo, dando muerte a mi hombre viejo contrario a la Ley, a los
Profetas y al Evangelio.
Expliquemos el
Evangelio a los niños
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