“Éste es mi Hijo, el
amado, en quien he puesto mi favor”.
12 DE ENERO
FIESTA DEL BAUTISMO DEL
SEÑOR
1ª Lectura: Isaías
42,1-4.6-7
Mirad a mi siervo, a
quien sostengo, a mi elegido, en quién me complazco.
Salmo 28
Te alabamos, Señor.
2ª Lectura: Hechos de
los Apóstoles 10,34-38
Dios ungió con el
Espíritu Santo a Jesús de Nazaret.
EVANGELIO
Mateo: 3,13-17
“Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se
presentó a Juan para que lo bautizara.
Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
- Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú
acudes a mí?
Jesús le contestó:
- Déjame ya, que así es como nos toca a nosotros
cumplir toda justicia.
Entonces Juan lo dejó. Jesús, una vez bautizado, salió
en seguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios
bajar como paloma y posarse sobre él, y una voz del cielo dijo:
- Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi
favor.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se
presentó a Juan para ser bautizado por él.
Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que
tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi
encuentro!".
Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer
esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se
lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese
momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una
paloma y dirigirse hacia él.
Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
REFLEXIÓN
Manifestación Bautismal. Una nueva Epifanía
Después de la manifestación de la estrella a los Magos, Dios
volvió al silencio. Durante años y años Dios se oculta. Jesús pasó unos treinta
años en Nazaret, una vida normal de familia y trabajo. No hay palabras. No hay
signos. Hay silencios, hay oración, hay trabajo, hay sencillez, hay familia. Si
Juan presentía algo por aquello de la Visitación y sus saltos en el vientre
materno, se cansaría de esperar. Lo mismo los pastores de Belén. A Simeón y Ana
no les dio tiempo. José y María no tenían prisas, tan contentos de que Jesús
estuviera con ellos.
Juan, efectivamente, se cansó de esperar. Aparece en el
desierto y en el río como un terremoto espiritual. Su conciencia le empuja.
Dios mismo le empuja a que predique la conversión. Hay un presentimiento. Tiene
que hacer algo para adelantar la hora del Mesías. Diríamos que le facilita el
terreno.
Y Jesús sale de su casa, de Nazaret. Él también esperaba su
hora, pero no sabe cuando. Porque él no actúa desde sí ni vive par sí, sino
desde y para el Padre.
Jesús quiere también recibir el bautismo de Juan. Quiere
escucharlo, quiere escuchar al que habla con palabras de fuego. Quiere
renovarse con el rito bautismal. Quiere estar más cerca de Dios y llenarse más
de Él.
En la cola de los pecadores
Jesús se llamaría así mismo Hijo del Hombre. Asumía toda la
condición humana, su dignidad y sus capacidades, pero también sus llagas y sus
miserias. No tiene pecado, es semejante
a nosotros en todo, menos en el pecado, pero quiere cargar con los pecados del
hombre, “con los pecados del mundo”, diría Juan. Es una imagen reveladora.
Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El Dios trinitario
Cuando Jesús entró en el agua es uno de los momentos de más ocultamiento de Jesús. ¿Quién podría pensar que era el Mesías, al verlo en la cola de los pecadores, sometiéndose a un bautismo de conversión para el perdón de los pecados? Hasta ahí llegó Jesús.
Pero cuando sube del agua, se abre el cielo, desciende la gracia, se manifiesta Dios. Una nueva Epifanía, como un anticipo de la Pascua, o del Tabor. Jesús se siente renacer.
Desciende el Espíritu, como paloma de paz, como ungüento de
alegría, como energía de libertad, como fuerza de amor. Jesús sintió que el
Espíritu de Dios lo penetraba, lo empapaba, lo llenaba de felicidad, lo
resucitaba. Fue como el Pentecostés de Jesús. Una experiencia que marcará su vida.
Siempre actuará movido por el Espíritu.
Esta experiencia de libertad, de perdón y resurrección se
extenderá también a los hombres, a ti y a mí. Había asumido nuestros pecados,
ahora nos devolvía la gracia.
La voz del Padre. Es como si el Padre quisiera presentar
públicamente a su Hijo, una presentación en toda regla, una presentación a la
Humanidad: Es mi Hijo amado, es mi predilecto. Es lo que más quiero. Estaba
conmigo y os lo entrego. Pero yo estaré con él, porque no puedo dejar de
amarle. Es mi Vida. Es todo lo que tengo.
La voz del Hijo. La palabra del Hijo no podía ser otra que:
¡Abba, Padre! Eco también de la palabra eterna. Una palabra llena de
reconocimiento, de confianza, de gratitud y de amor. Sí, Padre. Lo que Tú
quieras. Yo para esto he venido para reunir a los hijos dispersos e integrarlos
en nuestra Comunión. He venido para dar vida, para dar mi vida, para vencer la
muerte. He venido para limpiar el mundo de los espíritus del mal, y rehacer tu
obra, para instaurar tu Reino. He venido para que te conozcan a ti, único Dios
verdadero y a tu enviado Jesucristo.
ENTRA EN TU INTERIOR.
NO OLVIDAR LA CONVERSIÓN
"Convertíos porque está cerca el reino de Dios".
Según Mateo, éstas son las primeras palabras que pronuncia Juan en el desierto
de Judea. Y éstas son también las primeras que pronuncia Jesús, al comenzar su
actividad profética, a orillas del lago de Galilea.
Con la predicación del Bautista comienza ya a escucharse la
llamada a la conversión que centrará todo el mensaje de Jesús. No ha hecho
todavía su aparición, y Juan está ya llamando a un cambio radical pues Dios
quiere reorientar la vida hacia su verdadera meta.
Esta conversión no consiste en hacer penitencia. No basta
tampoco pertenecer al pueblo elegido. No es suficiente recibir el bautismo del
Jordán. Es necesario "dar el fruto que pide la conversión": una vida
nueva, orientada a acoger el reino de Dios.
Esta llamada que comienza a escucharse ya en el desierto será
el núcleo del mensaje de Jesús, la pasión que animará su vida entera. Viene a
decir así: "Comienza un tiempo nuevo. Se acerca Dios. No quiere dejaros
solos frente a vuestros problemas y conflictos. Os quiere ver compartiendo la
vida como hermanos. Acoged a Dios como Padre de todos. No olvidéis que estáis
llamados a una Fiesta final en torno a su mesa".
No nos hemos de resignar a vivir en una Iglesia sin
conversión al reino de Dios. No nos está permitido a seguir a Jesús sin acoger
su proyecto. El concilio Vaticano II lo ha declarado de manera clara y firme:
"La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple
ayuda, no tiene más que una aspiración: que venga el reino de Dios y se realice
la salvación del género humano.
Esta conversión no es sólo un cambio individual de cada uno,
sino el clima que hemos de crear en la Iglesia, pues toda ella ha de vivir
acogiendo el reino de Dios. No consiste tampoco en cumplir con más fidelidad
las prácticas religiosas, sino en "buscar el reino de Dios y su
justicia" en la sociedad.
No es suficiente cuidar en las comunidades cristianas la
celebración digna de los "sacramentos" de la Iglesia. Es necesario,
además, promover los "signos" del reino que Jesús practicaba: la
acogida a los más débiles; la compasión hacia los que sufren; la creación de
una sociedad reconciliada; el ofrecimiento gratuito del perdón; la defensa de
toda persona.
Por eso, animado por un deseo profundo de conversión, el
Vaticano II dice así: "La liturgia no agota toda la actividad de la
Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la celebración, es necesario
que antes sean llamados a la fe y la conversión". No lo tendríamos que
olvidar.
José Antonio Pagola
ORA EN
TU INTERIOR.
El profeta nos invita a mirar al Siervo de Yahvé. No lleva
armas ni alforja. No grita ni vocea. No amenaza ni castiga. No se doblega ni
vacila. En sus manos libres levanta la bandera de la justicia. Se alía con la
misericordia para abrir los ojos del ciego, curar heridas y enfermedades.
Prefiere la misericordia al sacrificio. Se carga de libertad para expulsar
demonios y sacar cautivos de la prisión. Es médico de corazones. Trae las
mejores noticias para los pobres, que serán sus preferidos. Proclama amnistía
de todas las deudas. Inaugura tiempos de bendición y jubileo de gracia.
Yo sólo quiero, Señor, sentir los dolores y los sufrimientos
de mis hermanos como míos. Sentir sus alegrías y sus tristezas, como mías. Yo
sólo quiero, Señor, que nadie sea indiferente para mí, que no me haga
impermeable al sufrimiento de mis hermanos.
ORACIÓN FINAL
Manifiesta la luz de tu verdad, de tu amor, a todos los
hombres que te buscan. Manifiesta tu misericordia a todos los hombres que
sufren: que pobres, enfermos y oprimidos por el mal reciban, como el hombre
apaleado al borde del camino, el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Renueva en mí, Padre, la gracia del bautismo; que viva de acuerdo con sus
exigencias.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
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