“Dadles vosotros de
comer”.
23 DE JUNIO
SOLEMNIDAD DEL
SANTÍSIMO CUERPO
Y SANGRE DEL SEÑOR
1ª Lectura: Génesis:
14,18-20
Melquisedec presentó
pan y vino.
Salmo 109:
Tú eres sacerdote
eterno, según el rito de Melquisedec.
2ª Lectura: 1 Corintios:
11,23-26
Cada vez que ustedes
comen de este pan y beben de este cáliz,
proclaman la muerte del
Señor.
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 9,11-17
“Jesús se puso a hablar a la gente del reino de Dios,
y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a
decirle: “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a
buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado”. Él le
contestó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos replicaron: “No tenemos más que
cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comparar de comer para todo
este gentío”. (Porque eran unos cinco mil hombres). Jesús dijo a sus discípulos:
“Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta”. Lo hicieron así, y todos
se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al
cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los
discípulos, para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron,
y recogieron las sobras: doce cestos”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Pero la gente lo supo y partieron tras él. Jesús los
acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los
que necesitaban ser atendidos.
El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron
para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en
las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de
todo.»
Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer.»
Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías,
tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?»
De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo
a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.»
Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron.
Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos
pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se
los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente.
Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron
los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos”.
REFLEXIÓN
Celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Y lo
hacemos con reconocimiento y gratitud inmensa. Celebramos el misterio de
nuestra salvación. La mesa está aquí, en el centro de nuestra reunión. El pan
partido y el cáliz rebosante están significando muchas cosas: hay recuerdos,
hay presencia, hay banquete, hay común-unión, hay anuncio, hay compromiso, y,
sobre todo y en todo, hay un amor misterioso, un amor propio de Dios.
Esta mesa está aquí, en el centro, pero está también en el
centro de la Iglesia, está también en el centro del mundo. Es un centro que
expande energía liberadora en todas direcciones y en todos los niveles. A esa
mesa pueden acudir todos los que tienen hambre y sed, todos los que sienten
frío, todos los que sufren de soledad y tristeza, todos los desesperanzados, los
que no encuentran sentido a su vida, todos los acobardados, todos los que están
excluidos o carecen de libertad, todos los que no se entienden o no se quieren,
todos los que están cargados y agobiados, todos los que, de una u otra manera,
están heridos.
Pero a esta mesa deben acercarse también los que están llenos
de luz y esperanza, los que se sienten bendecidos y queridos, los que tienen
hambre y sed de justicia, los que tienen ansias de crecimiento y de frutos, los
que quieren servir mejor y comprometerse, los que desean más amistad y más
comunión.
Esta mesa es lugar de encuentro no sólo para las personas,
sino para los grupos, para las comunidades, para las iglesias, para los
pueblos. Hay medicina, alimento y energía para todos. Ayuda a ver mejor los problemas
y a superarlos, a quitar prejuicios y crecer en la unidad, a vivir más cercanos
y solidarios, a olvidarse de sí y vivir para el otro o para los otros. Ayuda a
crecer en libertad, en solidaridad, en comunión, en amor.
ENTRA EN TU INTERIOR
HACER MEMORIA DE JESÚS
Al narrar la última Cena de Jesús con sus discípulos, las
primeras generaciones cristianas recordaban el deseo expresado de manera
solemne por su Maestro: “Haced esto en memoria mía”. Así lo recogen el
evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la cena del Señor ha sido celebrada por los
cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su presencia viva en medio
de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje y en su vida entregada
por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos significativos de la
estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde dentro y en comunidad.
LA ESCUCHA DEL EVANGELIO.
Hacemos memoria de Jesús cuando escuchamos en los evangelios
el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios han sido escritos,
precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando así la fe y el
seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos doctrina sino, sobre
todo, la manera de ser y actuar de Jesús, que ha de inspirar y modelar nuestra
vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de discípulos que quieren
aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
LA MEMORIA DE LA CENA
Hacemos memoria de la acción salvadora de Jesús escuchando
con fe sus palabras: “Esto es mi cuerpo. Vedme en estos trozos de pan
entregándome por vosotros hasta la muerte… Éste es el cáliz de mi sangre. La he
derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis siempre. Os he
amado hasta el extremo”.
En este momento confesamos nuestra fe en Jesucristo haciendo
una síntesis del misterio de nuestra salvación: “Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”. Nos sentimos salvador por
Cristo nuestro Señor.
LA ORACIÓN DE JESÚS
Antes de comulgar, pronunciamos la oración que nos enseñó
Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes deseos que llevaba en su
corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su reino de justicia y el
cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus cuatro peticiones al Padre:
pan para todos, perdón y misericordia, superación de la tentación y liberación
de todo mal.
LA COMUNIÓN CON JESÚS
Nos acercamos como pobres, con la mano tendida; tomamos el
Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos en silencio a Jesús
en nuestro corazón y en nuestra vida: “Señor, quiero comulgar contigo, seguir
tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar en tu proyecto de hacer un
mundo más humano”.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
NO SE PUEDE SEPARAR LA EUCARISTÍA DE LA CARIDAD
La Eucaristía es acción de gracias y la caridad
reconocimiento: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos.
La Eucaristía es alabanza de las maravillas de Dios; la
caridad, hace vivo el amor de Cristo: amaos los unos a los otros como yo os he
amado.
La Eucaristía es sacrificio y la caridad amor en la entrega:
aunque me dejara quemar vivo, si no tengo caridad de nada me sirve, dice Pablo
en 1 Cor 13.
La Eucaristía es presencia escondida. La caridad es
coherencia y sinceridad: el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo va a amar
a Dios al que no ve?
La Eucaristía, en fin, es fuente y cima de la vida cristiana.
Y la caridad es la señal de que somos reconocidos como discípulos de Cristo: en
esto se conoce que sois discípulos míos, en el amor que exista entre vosotros.
Esta será la medida con la que nos medirán en el último día.
Esperamos, por la
misericordia de Dios, escuchar en aquel momento, las palabras: “Venid benditos
de mi Padre, heredad el reino que os tenía preparado desde el comienzo del
mundo, porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me distéis de
beber, estuve denudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis en la cárcel y
vinisteis a verme”. Y tendremos que responder bendito tú, Señor, porque yo era
el hambriento y me diste el pan del cielo que es tu cuerpo. Porque yo era el
sediento y me diste a beber la copa de tu sangre. Y los justos irán a la vida
eterna.
ORACIÓN FINAL
¡Oh Dios! Que en este
admirable sacramento nos dejaste el memorial de tu pasión, concédenos como te
pedimos, venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu
sangre, que experimentemos, constantemente en nosotros, los frutos de tu
redención. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
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