lunes, 25 de marzo de 2019

31 DE MARZO. CUARTO DOMINGO DE CUARESMA.



”Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti;

 ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

31 DE MARZO

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(DOMINGO LAETARE)

(Al igual que en el Domingo 3º, cuando hay catecúmenos se pueden 

escoger las lecturas del 4º Domingo de Cuaresma del Ciclo A)

1ª Lectura: Josué 5,9-12

El pueblo de Dios celebró la Pascua

Al entrar en la tierra prometida.

Salmo 33:

Gustad y vez qué bueno es el Señor.

2ª Lectura: 2 Corintios 5,17-21

Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo.

PALABRA DEL DÍA

Lucas:  15,1-3.11-32

“En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo hubo gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio  y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos.
El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos.
El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti;
ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'.
Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza.
Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'.
Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo.
Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.

REFLEXIÓN

La parábola del hijo pródigo es una página bellísima y consoladora. Se retratan las miserias humanas y se define la respuesta de Dios a tantas miserias.

El hijo pródigo es el hombre que busca fuera lo que tenía que encontrar dentro, que mendiga en la ciudad lo que le sobra en casa.

La insatisfacción le fuerza a una carrera alocada. Rompe todos los lazos, que a él le parecían frenos y ataduras, pero que, a la verdad, eran cuerdas de amor y cauces de superación. No sólo rompe con la familia -¡esa maravilla de padre, que era también madre!-, sino que profana las relaciones familiares, mercantilizándolas, convirtiéndolas en derechos y obligaciones –“¡Dame lo que me toca!”.

Después, por la insatisfacción, se entrega al consumismo desenfrenado, pero siempre más insatisfecho, siempre más vacío, siempre más triste. Porque ni las cosas, por muy placenteras que sean, ni las personas convertidas en objetos, en cosa, dan felicidad o libertad. Producen desencanto, hastío o vacío y dependencia. La imagen del hijo convertido en porquero, hambriento de algarrobas, le retrata perfectamente. A la larga desearía convertirse en puerco.
Nos hace falta hablar de la actualidad de esta miseria. Este muchacho insatisfecho se integraría perfectamente en nuestra sociedad de consumo, en nuestras movidas, en nuestras fiestas y diversiones. Podría terminar siendo un transeúnte desintegrado, un delincuente, un drogadicto, un fanático de cualquier causa o cualquier ídolo.

Yo soy también hijo pródigo cuando vivo volcado hacia fuera, cuando no sé encontrarme a mí mismo, cuando me olvido de la razón de mi vida, cuando no busco a Dios, cuando pienso sólo en divertirme, cuando gasto demasiado, cuando dedico demasiado tiempo a lo superfluo, cuando no me comprometo en el trabajo y en el servicio. Acuérdate de la parábola de los pozos, los que se esforzaban por cultivar y llenar el brocal y se olvidaban de su razón de ser, del agua y del manantial.

El Padre es el sol de la misericordia, del perdón y de la acogida. El Padre es ciertamente el centro de la historia, es un sol que ilumina todo el cuadro. Toda una serie de cualidades y actitudes paterno-maternas que conmueven. Quizá sea ésta, entre todas las palabras (nombres, verbos, adjetivos) que podemos aplicarle, la que mejor le define: el que se conmueve y el que nos conmueve. Es el hombre de la pasión, de las entrañas, del corazón: el corazón conmovido ante la miseria.

Podemos destacar unas cuantas actitudes conmovedoras:

Respeta: No ata al hijo que se quiere marchar, ni le amenaza. Conoce y comprende al hijo y sabe que tiene que ser él mismo, que debe madurar por sí mismo, que debe aprender en la escuela de la vida. El amor no esclaviza, no es absorbente.

Sufre: El respeto o la tolerancia no le lleva a la indiferencia. La marcha del hijo le produce un desgarrón sangrante;  herida abierta, más dolorosa cada día que pasa. Se preguntaría el porqué. Se culpabilizaría: tal vez no había sabido tratarle, tal vez lo había olvidado en algún momento, tal vez no había dialogado con él lo bastante.

Espera: El sufrimiento no le lleva a la depresión y el desencanto. Si el hijo ha roto con él, él no quiere romper con el hijo. No dice: se acabó. No. Él sigue confiando en el hijo. Espera que algún día su hijo resucite, se impongan sus buenos principios, el milagro. El amor espera sin límites. Y es una esperanza activa, vigilante. Su corazón envía mensajes constantes al hijo, y abre la ventana y sale al camino. El amor siempre vigila y espera.

Acoge: El hijo pródigo, por fin, cuando se encontraba en una situación lamentable, decide el retorno a la casa paterna, añorando los valores que antes despreciaba o no valoraba lo suficiente. Le mueve el hambre, pero le mueve más el recuerdo y el amor del padre. El hijo desanda el camino libremente, pero es el padre quien tira de él. El padre lo presiente, el amor no se equivoca. Sale a su encuentro. “Cuando estaba todavía lejos, su padre lo vio”, ¡Sólo se ve bien con el corazón! “Y se conmovió”: palabra clave, núcleo de toda la historia.

Perdona: Pero hablar de perdón es poca cosa. No sólo perdona y olvida, sino que se conmueve, se alegra, danza interiormente, hace fiesta. No es un perdón, es una resurrección, “estaba muerto y ha revivido”. No sólo perdona, sino que dignifica, devuelve al hijo miserable toda su grandeza y sus derechos: el vestido, el anillo, las sandalias, el banquete; como el verdadero hijo que ha vuelto a encontrar.

Este padre es una fotografía de Dios, y es una versión poética, dramática, de lo que hacía Jesús con los pecadores.

ENTRA EN TU INTERIOR

TODA UNA LECCIÓN DE SEGUIMIENTO

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del “padre bueno”, mal llamada “parábola del hijo pródigo”. Precisamente este “hijo menor” ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del “hijo mayor”, un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: “se indignó y se negaba a entrar” en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde “trata de persuadirlo” para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?

Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular… Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.

El “hijo mayor” es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La parábola del padre bueno es una bella descripción del ser de Dios. La parábola sale de los labios de Jesús ante la dureza y severidad de los fariseos y los maestros de la ley al advertir que los cobradores de impuestos y otros pecadores se acercaban a él para escucharlo. Reprueban la actitud de Jesús porque los acoge y porque incluso tiene la osadía de comer con ellos. Para Jesús, las personas siguen siendo personas, aunque estén marginadas por la sociedad. Para los fariseos, algunas personas dejan de serlo porque no entran en el grupo de los buenos.

Dios lo único que no puede dejar de hacer es amar. Si no amara, no sería Dios. Nuestra mentalidad queda totalmente desbordada anta la grandeza de este amor. Y tenemos tendencia a poner diques a la inmensidad de Dios. Entonces, tal vez con buena intención, le decimos que sus caminos ciertamente no son nuestros caminos y que se equivoca. Nos creemos, a veces, autorizados a enmendarle la plana. ¡Cuántas veces, hermanos y hermanas, hemos hecho el papel del hijo mayor de la parábola!

Dios, en Jesucristo, nos ha revestido con su propio traje de gala; el amor. Nos ha reconciliado de una vez para siempre. Nos ha calzado con las sandalias de la libertad de los hijos para que nada ni nadie nos esclavice. Nos ha colocado el anillo de su alianza en un amor imperecedero.

Éste es el cristiano que, ligero de equipaje, tan sólo provisto de la certeza de que Dios lo ha reconciliado con él de una vez para siempre, prosigue en su camino cuaresmal afianzado en su fe en un Dios de misericordia y espoleado por una esperanza de amor sin límites. Y todo ello se hace realidad en un compromiso más sincero de armonía interior, de acogida fraterna y de trato filial con Dios.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco FANO.



Imagen para colorear.




viernes, 22 de marzo de 2019

24 DE MARZO: TERCER DOMINGO DE CUARESMA (C)


“Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol,

a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

24 DE MARZO

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Puede elegirse las lecturas del Ciclo A, sobre todo

si hay catecúmenos que van a recibir

el Bautismo la noche de la pascua)

1ª Lectura: Éxodo 3,1-8.11-15

“Yo soy” me envía a ustedes.

Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

2ª Lectura: 1 Corintios 10,1-6.10-12

La vida del pueblo escogido, con Moisés, en el desierto,

es una advertencia para nosotros.

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 13,1-9

“Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no, y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues os  digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Y les dijo esta parábola: ·Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar futo en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.
¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".
Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.
Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".

REFLEXIÓN

Dios es paciente. Moisés, que algo conocía sobre el nombre y la naturaleza de Dios, no se cansa de reconocerlo y de invocarle con este título: “Lento a la cólera y rico en amor y fidelidad”. Dios es paciente y misericordioso. La paciencia es hija del amor misericordioso y de la esperanza.

¡Qué paciencia la de Dios con su pueblo! ¡Qué paciencia la de Dios con nosotros! Una paciencia infinita, porque infinita es su misericordia. La paciencia es una de las joyas más brillantes de la corona divina. Por eso perdona una y mil veces. Perdona siempre. Espera un día y otro. Espera siempre.

Jesús nos enseñó hermosamente este misterio de la paciencia y del perdón de Dios. Nos lo enseñó con parábolas, como la cizaña, el hijo pródigo, y con su ejemplo: con el pueblo, con sus discípulos, con sus enemigos. Es el Siervo de Yahvé que “no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo vacilante”.

Jesús, ante la creencia de que las desgracias de aquellos galileos que Pilatos había ejecutado o las diecinueve personas que habían fallecido en Jerusalén al derrumbarse la torre de Siloé, eran consecuencia de su propio, pecado, les asegura que no. No eran ni mejores ni peores que los demás. La rectitud de las personas es fundamentalmente un trabajo interior. Es lo que comúnmente llamamos conversión. Se basa en la fe y en la esperanza y se manifiesta, como frutos en sazón, en la oración confiada y amorosa, en la entrega  desinteresada y cordial, en la sobriedad y libertad persona.

De una manera particular, este tiempo de Cuaresma es el tiempo oportuno para seguir cavando, a nivel personal y comunitario, nuestra propia tierra, abonarla con sentimientos, palabras y obras de misericordia y de paz, y convertirnos así en mensajeros de resurrección a nuestro alrededor. 
                                
ENTRA EN TU INTERIOR

NO BASTA CRITICAR

Si no os convertís, todos pereceréis.

No basta criticar. No basta indignarse y deplorar los males, atribuyendo siempre y exclusivamente a otros su responsabilidad.

Nadie puede situarse en una «zona neutral» de inocencia. De muchas maneras, todos somos culpables. Y es necesario que todos sepamos reconocer nuestra propia responsabilidad en los conflictos y la injusticia que afecta a nuestra sociedad.

Sin duda, la crítica es necesaria si queremos construir una convivencia más humana. Pero la crítica se convierte en verdadero engaño cuando termina siendo un tranquilizante cómodo que nos impide descubrir nuestra propia implicación en las injusticias y nuestra despreocupación por los problemas de los demás.

Jesús nos invita a no pasarnos la vida denunciando culpabilidades ajenas. Una actitud de conversión exige además la valentía de reconocer con sinceridad el propio pecado y comprometerse en la renovación de la propia vida.

Hemos de convencernos de que necesitamos reconstruir entre todos una civilización que se asiente en cimientos nuevos. Se hace urgente un cambio de dirección.

Hay que abandonar presupuestos que hemos estado considerando válidos e intangibles y dar a nuestra convivencia una nueva orientación.

Tenemos que aprender a vivir una vida diferente, no de acuerdo a las reglas de juego que hemos impuesto en nuestra sociedad egoísta, sino de acuerdo a valores nuevos y escuchando las aspiraciones más profundas del ser humano.

Desde el «impasse» a que ha llegado nuestra sociedad del bienestar, hemos de escuchar el grito de alerta de Jesús: «Si no os convertís, todos pereceréis».

Nos salvaremos, si llegamos a ser no más poderosos sino más solidarios. Creceremos, no siendo cada vez más grandes sino estando cada vez más cerca de los pequeños. Seremos felices, no teniendo cada vez más, sino compartiendo cada vez mejor.

No nos salvaremos si continuamos gritando cada uno nuestras propias reivindicaciones y olvidando las necesidades de los demás. No seremos más cuerdos si no aprendemos a vivir más en desacuerdo con el sistema de vida utilitarista, hedonista e insolidario que nos hemos organizado.

Nos salvaremos si desoímos más el ruido de los «slogans» y nos atrevemos a escuchar con más fidelidad el susurro del evangelio de Jesús.

José Antonio Pagola


ORA EN TU INTERIOR

 Señor, tu solicitud por mi salvación, por mi felicidad, no tiene medida. Tampoco la tiene mi despreocupación. Si otros hubieran recibido de ti tantos beneficios, te serían fieles. ¡Conviérteme, Señor, y me convertiré a ti! No quiero parecer y estar lejos de ti, sin vida, sin fe.

Expliquemos el Evangelio a los niños,

Imágenes de Paxi Velasco FANO.

Imagen para colorear.


domingo, 3 de marzo de 2019

10 DE MARZO: PRIMER DOMINGO DE CUARESMA (C)



“Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios”.

10 DE MARZO

DOMINGO 1º DE CUARESMA

1ª Lectura: Deuteronomio 26,4-10

Profesión de fe del pueblo escogido.

Salmo 90

Estás conmigo, Señor, en la tribulación.

2ª Lectura: Romanos 10,8-13

Profesión de fe del que cree en Jesucristo

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 4,1-13

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: “Está escrito: No solo de pan vive el hombre”. Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrá en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”. Jesús le contestó: “Está mandado: No tentarás al Señor tu Dios”. Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión”.

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
El demonio le dijo entonces: "Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan".
Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan".
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
y le dijo: "Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Pero Jesús le respondió: "Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno”.

REFLEXIÓN

El miércoles pasado comenzamos el tiempo de Cuaresma. Tanto a nivel personal como comunitario los cristianos vamos a centrar nuestro esfuerzo, a lo largo de estas semanas, en un trato más frecuente y confiado con Dios, en una atención más afectuosa y amable con nuestros hermanos y en una sensata sobriedad personal ante cualquier apetencia o inclinación. La finalidad es muy clara: afinar paulatinamente nuestro cuerpo y nuestro espíritu para acoger en fe y en esperanza la resurrección de Jesús el día de Pascua y vivir después, con mayor empuje, la presencia del Resucitado en nuestras vidas. Todos nos hacemos espaldas con nuestra oración, nuestra limosna y nuestro ayuno para ir aumentando esa libertad de hermanos del Resucitado.
En las lecturas de hoy se nos propone un medio insustituible para avanzar en ese camino de “desposesión” interior. Es la fe, una fe que engloba toda la persona. En la primera lectura, Moisés hace una profesión de fe en Dios que ha acompañado al pueblo desde sus inicios humildes, que ha estado a su lado en los momentos de aparente desastre y que acaba introduciéndolo en la tierra prometida. Una fe que se traduce en agradecimiento humilde y en adoración sincera.

Nuestro itinerario cuaresmal ha de estar impregnado de una fe incondicional en la presencia cierta de Dios en todas nuestras circunstancias. Nuestra tierra prometida es Cristo resucitado. Cualquier contratiempo o dificultad durante el trayecto no es sino una oportunidad para depurar un poco más nuestra adhesión a Dios. La fe no solamente aligera nuestro espíritu, sino que también fortalece nuestro compromiso diario.

San Pablo abunda en la misma afirmación de una manera original. Nuestros labios pueden pronunciar la mejor oración dirigida a Dios si las palabras son una auténtica confesión de que Jesús es nuestro único Señor. Nada ni nadie debe ocupar nuestra mente ni nuestro corazón por encima de Él. Ningún otro señor de esta tierra puede satisfacer nuestras ansias de plenitud. Más bien, nos deja más sedientos e insatisfechos.

Pero san Pablo añade que la fe la llevamos en el corazón si creemos que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Y esta fe del corazón nos hace justos. Creer que Dios le ha resucitado a él y que también nos resucitará a nosotros significa ya ahora, en nuestro quehacer diario, que Dios desea sacarnos de nuestras angustias, de nuestras tumbas, de nuestras muertes. Así nos hacemos más justos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

El mejor ejemplo para vivir de esta manera lo encontramos en Jesús tal como hemos escuchado en el evangelio. El desierto de Jesús es para nosotros, hoy día, el entorno familiar, eclesial y social que nos toca vivir. En lo cotidiano de la vida emerge la tentación de insensibilidad a lo invisible, de apego desorbitado a lo material, de dominio y abuso de los demás. Todos pasamos por estas pruebas que pueden marcar positivamente nuestro crecimiento espiritual si tenemos la misma perspectiva de Jesús para no dejarnos engañar por lo más fácil y cómodo a primera vista.

Jesús no se deja seducir ni por el pan, ni por la fama, ni por el poder. Su comunión íntima con el Padre le lleva a mantener su propia integridad y libertad. Su fe y su intimidad con el Padre le hacen descubrir razones poderosas para superar los engaños a que se ve sometido. Ve más allá de lo inmediato, lo trasciende, lo interpreta desde Dios. Ésta es la sabiduría de la fe que penetra más allá de la fragilidad o de la dureza de nuestro entorno inmediato.

A los seguidores de Jesús nos toca recorrer su mismo camino, pero reproduciendo –y esto es lo más importante- sus mismas actitudes en contra de todo aquello que nos aleja de Dios, de los demás y de lo más noble y digno de nosotros mismos.
Avancemos, pues, en este camino hacia la resurrección, de la mano de una fe cada día más confiada y transparente. Nuestras victorias son ya primicia de resurrección.

ENTRA EN TU INTERIOR

NO DESVIARNOS DE JESÚS

El relato de las tentaciones de Jesús no es un episodio cerrado, que acontece en un momento y en un lugar determinado. Lucas nos advierte que, al terminar estas tentaciones, “el demonio se marchó hasta otra ocasión”. Las tentaciones volverán en la vida de Jesús y en la de sus seguidores.

Por eso, los evangelistas colocan el relato antes de narrar la actividad profética de Jesús. Sus seguidores han de conocer bien estas tentaciones desde el comienzo, pues son las mismas que ellos tendrán que superar a lo largo de los siglos, si no quieren desviarse de él.

En la primera tentación se habla de pan. Jesús se resiste a utilizar a Dios para saciar su propia hambre: “no solo de pan vive el hombre”. Lo primero para Jesús es buscar el reino de Dios y su justicia: que haya pan para todos. Por eso acudirá un día a Dios, pero será para alimentar a una muchedumbre hambrienta.


También hoy nuestra tentación es pensar solo en nuestro pan y preocuparnos exclusivamente de nuestra crisis. Nos desviamos de Jesús cuando nos creemos con derecho a tenerlo, y olvidamos el drama, los miedos y sufrimientos de quienes carecen de casi todo.

En la segunda tentación se habla de poder y de gloria. Jesús renuncia a todo eso. No se postrará ante el diablo que le ofrece el imperio sobre todos los reinos del mundo: “Al Señor, tu Dios, adorarás”. Jesús no buscará nunca ser servido sino servir.

También hoy se despierta en algunos cristianos la tentación de mantener, como sea, el poder que ha tenido la Iglesia en tiempos pasados. Nos desviamos de Jesús cuando presionamos las conciencias tratando de imponer a la fuerza nuestras creencias. Al reino de Dios le abrimos caminos cuando trabajamos por un mundo más compasivo y solidario.

En la tercera tentación se le propone a Jesús que descienda de manera grandiosa ante el pueblo, sostenido por los ángeles de Dios. Jesús no se dejará engañar: ”No tentarás al Señor, tu Dios”. Aunque se lo pidan, no hará nunca un signo espectacular del cielo. Solo hará signos de bondad para aliviar el sufrimiento y las dolencias de la gente.
Nos desviamos de Jesús cuando confundimos nuestra propia ostentación con la gloria de Dios. Nuestra exhibición no revela la grandeza de Dios. Solo una vida de servicio humilde a los necesitados manifiesta su Amor a todos sus hijos.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Señor, tu actitud tajante frente al diablo en sus tentaciones es lección para mí, que, como Eva, no lo rechazo tajantemente con la palabra de Dios. Como tú, no quiero buscar milagros ni poder, ni ostentación. Quiero vivir con la grandeza y la sencillez de la fe.

Desde mi debilidad y mis necesidades te pido, Padre:

· Para que los pueblos y sus responsables superen las tentaciones del poder y de la violencia y trabajen por el verdadero desarrollo.

·  Para que el pueblo de Dios escuche mejor la Palabra y sepan transmitirla a los demás.

·  Para que los que se preparan a recibir los sacramentos de la iniciación cristiana maduren en la fe.

·   Para que en este tiempo seamos todos más generosos y solidarios y sepamos acercarnos a los pobres.

· Para que seamos dóciles al Espíritu Santo y confiemos en su fuerza para vencer la tentación.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imagen de Paxi Velasco FANO