“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”
DOMINGO 13
DE ENERO
FIESTA
DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
1ª
Lectura: Isaías 40,1-5.9-11
Se
revelará la gloria del Señor y todos los hombres La Verán
Salmo 103:
Bendice al Señor, alma mía
2ª Lectura:
Carta del Apóstol san Pablo a Tito: 2,11-14;3,4-7
Él nos
salvó mediante el bautismo, que nos regenera y nos renueva,
Por la
acción del Espíritu Santo-
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
3,15-22
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se
preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomo la palabra y dijo a todos: -Yo
os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un
bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó el espíritu santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del
cielo; -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se
preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua,
pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de
desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en
el fuego.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado
Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal,
como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
REFLEXIÓN
El Bautista habla de
manera muy clara: “Yo os bautizo con agua”, pero esto solo no basta. Hay que
acoger en nuestra vida a otro “más fuerte”, lleno del Espíritu de Dios: “Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Son bastantes los
“cristianos” que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido
bautizados con “agua”, pero no conocen el bautismo del “Espíritu”. Tal vez lo
primero que necesitamos todos es dejarnos transformar por el Espíritu que
desciende sobre Jesús. ¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del
bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hemos de vivir
preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un
Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más juta y fraterna.
Quien no vive desde esta perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta
convicción, Jesús deja el desierto y marcha a galilea, a vivir de cerca los
problemas y sufrimientos de la gente. Es ahí, en medio de la vida, donde hemos
de sentir a Dios como un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más
humana. Quien no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también
el lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se
le hubieran ocurrido a Juan. El
mundo ha de saber lo bueno que es este
Dios que busca y acoge a sus
hijos perdidos porque solo quiere salvar, nunca condenar. Quien no habla este
lenguaje de Jesús no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida
austera del desierto y se dedica a hacer “gestos de bondad” que el bautista
nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos,
acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente
tiene que sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios
bueno y no hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
Jesús vivió en el
Jordán una experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó con el
Bautista. Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un
impulso incontenible comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la
buena Noticia de Dios.
Como es natural, los evangelistas
no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido
capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está construida con
rasgos de hondo significado: “Los cielos se rasgan”: ya no hay distancias; Dios
se comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del cielo: “Tú eres
mi Hijo querido. En ti me complazco”.
Lo esencial está dicho.
Esto es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi
Hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente;
me llena de gozo que seas mi Hijo; me siento feliz”. En adelante, Jesús solo lo
invocará con este nombre: Abbá, Padre.
De esta experiencia
brotan dos actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza
increíble en Dios y docilidad incondicional. Jesús confía en Dios de manera
espontánea. Se abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma
forzada o artificial. Confía en Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos
a llamar a Dios “Padre”. Le apena la “fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe
raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez: “No tengáis miedo.
Confiad”. Toda su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.
ENTRA EN
TU INTERIOR
EL
ESPÍRITU DE JESÚS
En tiempos de crisis de
fe no hay que perderse en lo accidental y secundario. Hemos de cuidar lo
esencial: la confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás
viene después.
Jesús apareció en
Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban
mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban “cerrados”. Una
especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su
pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba
impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa
sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de
Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente
muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a
Dios: “Ojalá rasgaras el cielo y bajases”.
Los primeros que
escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su
relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio
rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por
fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno
del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que
desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que
renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús
se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros
cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos
se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo
se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se
debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se
convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una
institución religiosa más.
Sin el Espíritu de
Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte
en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida,
la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en
mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema
es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender
lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo
puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en
toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús:
No nos hemos de
engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos
no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de
interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Son bastantes los
hombres y mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían
definir exactamente cuál es su posición ante la fe. Quizá la primera pregunta
que surge en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida
por creer o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen
de su propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios
de su vida. Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de orientar y
dar sentido a su existencia.
Dios no les dice nada.
Se han acostumbrado a vivir sin él… No experimentan nostalgia o vacío alguno
por su ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor
que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta solo es
posible cuando uno “ha sido bautizado con agua”, pero no ha descubierto qué
significa “ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”.
¿Para qué creer? Para
vivir la vida con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera perspectiva
y dimensión; para vivir incluso los acontecimientos más triviales e
insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para
atrevernos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida
hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a
cualquier ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura
que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en
la vida.
ORACIÓN
Jesús, tú vas en la
fila de los que acuden a bautizarse, como un pecador más que busca su
purificación: estás asumiendo mi lugar, porque soy yo el pecador necesitado de
perdón, y tú eres el único Justo. Gracias, Jesús, por tu Bautismo y por mi
Bautismo, en el que recibí de tu generosidad mi mayor tesoro.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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