“Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus
signos,
Manifestó su gloria y creció la fe de sus
discípulos en Él”.
20 de ENERO
II
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
1ª
Lectura: Is. 62,1-5
Se regocija el marido con su esposa.
Salmo 95:
Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.
2ª
Lectura: 1 Cor 12,4-11
El mismo y único Espíritu reparte a cada uno
en particular como quiere.
PALABRA
DEL DÍA
Juan
2,1-11
“Había una boda en Caná de galilea y la madre de Jesús estaba
allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino
y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. Jesús le contestó: “Mujer,
déjame, todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí
colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de
unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”. Y las
llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora, y llevádselo al
mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino
sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el
agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino
bueno y cuando están bebidos el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno
hasta ahora”. Así, en Caná de galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su
gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaúm con su
madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días”.
Versión
para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de
Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: "No
tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver
nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo lo que
él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de
purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua estas
tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del
banquete". Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba
su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al
esposo
y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino y
cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio,
has guardado el buen vino hasta este momento".
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná
de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”.
REFLEXIÓN
Por Navidad
contemplábamos como “la Palabra se hizo carne”. Dios, que es puro espíritu, se
desposa con la humanidad. En todo el Antiguo Testamento va resonando esta idea
de la fidelidad conyugal entre Dios y su Pueblo, desde el profeta Oseas. La
primera lectura de hoy es una muestra elocuente de ello: “como un joven se casa
con su novia, así se desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el
marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo” (Is 62,5).
El evangelio, nos
presenta el marco de una fiesta de bodas. Cristo, que es uno de los invitados,
termina ofreciendo a los novios un extraordinario regalo. Y, a los discípulos y
a todos nosotros, un signo maravilloso, para que creamos en él y en su mensaje,
y para que intentemos imitar lo que él hizo.
El Evangelista Juan, a
los milagros de Jesús les llama signos. La palabra signo, aunque contiene la
realidad del milagro que sucedió, permite sugerir que, más allá del hecho, hay
una carga simbólica muy importante. Aquello que sucedió en aquel momento
concreto, podrá proyectarse a otras muchas situaciones de futuro. Todo milagro,
al principio, sólo tiene fuerte impacto para los que han sido protagonistas del
mismo. A los demás, les llega por vía de testimonio. Lo que sucedió aquel día
en Caná, al principio sólo causó asombro a los criados que habían puesto el
agua y poco después sacaron el vino. Quizá hubo enseguida otros testigos
oculares entre los presentes que quisieron comprobar lo sucedido. A partir de
ahí, el efecto milagro se fue extendiendo entre los habitantes de aquel pueblo
que no participaban en la boda. Después el hecho ya pasó a la predicación
habitual de los apóstoles. Finalmente fue consignado en el evangelio para que
nosotros, lejanos en el tiempo, pudiéramos acceder a la misma fe de los
primeros discípulos, basados en su testimonio.
Pero si además de creer
en el primer milagro de Jesús, damos un paso más y profundizamos en su valor de
signo, veremos que, de aquel hecho, emerge una idea luminosa: es posible
convertir lo inferior, en algo incomprensiblemente mejor. El signo adquiere el
valor añadido de símbolo.
Aquí es donde entramos
nosotros. Pongámonos a pensar en tantas cosas que hay en este mundo que no nos
gustan y quisiéramos cambiar. Es verdad que Dios no nos da a todos la capacidad
de hacer milagros. Solamente a algunos santos, como aparece en la lista de
carismas citados por Pablo en Corintios. A la mayoría de nosotros, nos da otros
carismas muy variados, para que entre todos lo hagamos todo con nuestro
esfuerzo y la fuerza del Espíritu.
ENTRA EN
TU INTERIOR
“Había
una boda en Galilea”.
Así comienza este
relato en el que se nos dice algo inesperado y sorprendente. La primera
intervención pública de Jesús, el Enviado de Dios, no tiene nada de religioso.
No acontece en un lugar sagrado. Jesús inaugura su actividad profética
“salvando” una fiesta de bodas que podía haber terminado muy mal. En aquellas
aldeas pobres de Galilea, la fiesta de las bodas era la más apreciada por
todos. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios
comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas festivas y cantando canciones de
amor.
El evangelio de Juan
nos dice que fue en medio de una de estas bodas donde Jesús hizo su “primer
signo”, el signo que nos ofrece la clave para entender toda su actuación y el
sentido profundo de su misión salvadora.
El evangelista Juan no
habla de “milagros”. A los gestos sorprendentes que realiza Jesús los llama
siempre “signos”. No quiere que sus lectores se queden en lo que puede haber de
prodigioso en su actuación. Nos invita a que descubramos su significado más
profundo. Para ello nos ofrece algunas pistas de carácter simbólico. Veamos
solo una.
La madre de Jesús,
atenta a los detalles de la fiesta, se da cuente de que “no les queda vino” y
se lo indica a su hijo. Tal vez los novios, de condición humilde, se han visto
desbordados por los invitados. María está preocupada. La fiesta está en
peligro. ¿Cómo puede terminar una boda sin vino? Ella confía en Jesús.
Entre los campesinos de
Galilea el vino era un símbolo muy conocido de la alegría y del amor. Lo sabían
todos. Si en la vida falta la alegría y falta el amor, ¿en qué puede terminar
la convivencia? María no se equivoca. Jesús interviene para salvar la fiesta
proporcionando vino abundante y de excelente calidad.
Este gesto de Jesús nos
ayuda a captar la orientación de su vida entera y el contenido fundamental de
su proyecto del reino de Dios. Mientras los dirigentes religiosos y los
maestros de la ley se preocupan de la religión, Jesús se dedica a hacer más
humana y llevadera la vida de la gente.
Los evangelios
presentan a Jesús concentrado, no en la religión sino en la vida. No es solo
para personas religiosas y piadosas. Es también para quienes se han quedado
decepcionados por la religión, pero sienten necesidad de vivir de manera más
digna y dichosa. ¿Por qué? Porque Jesús contagia fe en un Dios en el que se
puede confiar y con el que se puede vivir con alegría, y porque atrae hacia una
vida más generosa, movida por un amor solidario.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
HACED LO
QUE ÉL OS DIGA...
No hay mejor palabra
que esta y María la vivió en todo momento en fe, en fidelidad, en generosidad y
en alegría. Desde su experiencia en su humilde casa de Nazaret eso es lo que
hizo toda su vida.
Pidámosle hoy a nuestra
Madre, María Santísima, bajo cuyo maternal amparo, el Santo Padre Benedicto
XVI, puso el Año de la Fe:
Madre mía, ayúdame a
decir Sí, ayúdame a ser fiel a la voluntad de Dios en mi vida, ayúdame a ser
cristiano auténtico, capaz de amar, de ayudar, de servir y de perdonar, que se
me termine el vino viejo para que pueda gozar del vino nuevo de la Pascua.
Madre mía, tú me
enseñaste el amor en las bodas de Caná y cómo interceder por los demás, ayúdame
a hacer lo que tu Hijo me dice.
Madre mía, ayúdame a
vivir enteramente desprendido de mí mismo, ayúdame a caminar por los estrechos
caminos que llevan a la vida, que nunca caiga en la tentación del camino ancho
y espacioso.
Enséñanos a todos a hacer lo que él nos diga.
AMEN.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
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