“…Dejad que los niños se acerquen a mí: no se
lo impidáis;
de los que son como ellos es el reino de Dios…,
el que no acepte
el reino de Dios como un niño, no entrará en
él”.
7 DE
OCTUBRE
DOMINGO
XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª
Lectura: Génesis 2,18-24
Y serán
los dos una sola carne.
Salmo
127: “Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida”.
2ª
Lectura: Hebreos 2,8-11
El
santificador y los santificados proceden todos del mismo.
PALABRA
DEL DÍA
Marcos
10,2-16
“En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron
a Jesús, para ponerlo a prueba: -¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su
mujer? Él les replicó: -¿Qué os ha mandado Moisés? Contestaron: -Moisés
permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio. Jesús les dijo: -Por
vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la
creación Dios “los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. De modo que
ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre. En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les
dijo: -Si uno se divorcia de su mujer, y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro,
comete adulterio. Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos
les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: -Dejad que los niños se
acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de
Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará
en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le
plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su
mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha
ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración
de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta
prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y
mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre,
y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no
son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a
preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa
con otra, comete adulterio contra aquella;
y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro,
también comete adulterio".
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero
los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los
niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a
los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un
niño, no entrará en él".
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.”
REFLEXIÓN
Jesús, no vino a juzgar
y a condenar, sino a salvar, y criticó duramente la actitud de aquellos que
juzgaban a los otros con ligereza, incapaces de mirar a su propio interior; a
aquellos que siempre veían la mota en el ojo ajeno y no veían, o no querían
ver, la viga en el suyo.
Somos muy dados a
juzgar y a condenar, incapaces de escuchar las tremendas palabras del Maestro:
“El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Por eso en este domingo
os ofrezco esta reflexión de Javier García, en la portada de la Hoja Dominical
EUCARISTÍA, correspondiente a este Domingo XXVII.
“Nunca olvidaré el
funeral de Alexandra, a quien no pude conocer personalmente. Había llegado
desde Ucrania huyendo de los malos tratos de su pareja y en busca de una vida
un poco más feliz. Aquí, con el paso del tiempo, conoció a un hombre que
también huía y que, un día sí y otro también, encontraba refugio en el alcohol.
Iniciaron una relación. Él dejó de beber. Quienes le conocían decían que era
otra persona; tal era el cambio que se había producido en él. Dice el dicho que
la alegría dura poco en casa del pobre, y esta vez llevaba razón. Un cáncer se
llevó muy pronto a Alexandra. Nunca olvidaré su funeral. El cura que oficiaba
andaba tan preocupado por la salvación de aquella mujer que una y otra vez
repetía “si no se ha arrepentido de sus pecados en el último momento se habrá
condenado”. El pecado era vivir una situación de pareja irregular. Adúltera.
¿Qué pecado?, me
preguntaba entonces y me pregunto ahora. ¿Huir de una relación que se había
vuelto insostenible?, ¿abandonar un trabajo en su país y lanzarse a una
aventura laboral muy incierta en un país extranjero?, ¿querer a un hombre que
no era su marido y ayudarle a salir del infierno del alcohol? ¿Enfermar y morir
prácticamente sola, sin apenas haber podido disfrutar de la vida? Me repugna la
imagen de un Dios que pudiera condenar a Alexandra. Me entristece un
cristianismo que se atreva a condenar en nombre de Dios. Jesús nunca lo hizo.
La sociedad está
cambiando muy deprisa. Alexandra es un ejemplo de lo que está sucediendo:
migraciones, emancipación de la mujer, pluralidad y mezcla cultural; y…, que no
se olvide, casi siempre el olvido, cuando también la condena, de los pobres.
Todo cambio genera novedad, pero también confusión y crisis. Las respuestas que
nos sabíamos para responder a las preguntas del pasado ya no sirven para los
nuevos interrogantes del presente. El orden establecido es cuestionado por la
realidad cambiante; visiones que parecían explicarnos la realidad quedan
superadas; valores que defendíamos como inamovibles son fuertemente
cuestionados. También la fe, también la idea que nos hemos hecho del
cristianismo, también el modo de ser Iglesia.
Son muchos los
cristianos que se sienten incómodos en la Iglesia. No es una afirmación
gratuita. Tristemente es así. Hoy, Alexandra y el Evangelio me empujan a pensar
en todos los divorciados que se han vuelto a casar, en todas aquellas personas
que viven alguna situación “irregular”. Al mismo tiempo que Europa olvida
progresivamente sus raíces cristianas, muchos cristianos y muchas cristianas se
sienten incómodos en la Iglesia y se preguntan si están dentro, si son
cristianos de “segunda” o si ya están fuera.
¿Qué hemos de hacer?
¿Quedarnos en la letra de la ley? ¿Responder con respuestas del pasado? Dios
sigue vivo en el corazón de los hombres y mujeres de hoy, aunque ellos no lo
sepan. Y nos habla y nos mira de ellos. Hemos de aprender a leer en sus vidas”.
ENTRA EN
TU INTERIOR
ACOGER A
LOS PEQUEÑOS
El episodio parece
insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los
seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a
Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que
aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de
su vida. Al parecer, era una creencia popular.
Los discípulos se
molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús.
Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes
no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de
aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.
Se han olvidado ya del
gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño
para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de
atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado
delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.
Jesús se indigna. Aquel
comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes:
«Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha
enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente,
los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el
acceso a Jesús.
La razón es muy
profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es
el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan
no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y
ser los primeros.
El centro de su
comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se
imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y
mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a
los más débiles y necesitados.
El reino de Dios no se
difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a
los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí
está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.
José Antonio
Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús ha visto la
intención de los fariseos de enredarle en la ley y su casuística. No entra en
su juego. Les denuncia. En el caso que le proponen, la ley ha sido escrita y es
utilizada al servicio de los intereses del más fuerte. “Por vuestra terquedad
dejó escrito Moisés este precepto” (Mc 2,5). Jesús les propone otro escenario,
el de la voluntad de Dios: ¿qué es lo que Dios quiere? ¿Qué es lo que Dios
quiso desde el principio?
¡Y qué diferencia tan
grande entre la ley y la voluntad de Dios! Jesús nos abre los ojos para
descubrir la voluntad de Dios más allá de la ley. Sale al paso de la parte más
débil de la pareja, la mujer, a la cual no se le permitía el divorcio. Más aún,
cualquier motivo podía ser utilizado por el varón para repudiarla. El Dios que
crea al hombre y a la mujer nada tiene que ver con esta práctica machista (Mc
2,6). “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer”. Es decir,
iguales, con la misma dignidad.
ORACIÓN
· Quiero tener presente, Señor, a todas
las parejas de esposos que sufren por falta de entendimiento, por ausencia de
mutua comprensión, por falta de respeto, de delicadeza.
· Quiero tener presente, Señor, a los
matrimonios que se han roto definitivamente y a los hijos que han vivido y
viven el problema de la separación de sus padres.
· Quiero tener presente, Señor, a toda
la Iglesia. Ante sí tiene el reto de una nueva evangelización. Le pido al
Espíritu que nos ayude a descubrir y a vivir con mayor autenticidad el
evangelio y de este modo podamos ser luz y sal en medio de nuestro mundo.
· Quiero tener presente, Señor, a
nuestras comunidades cristianas, que sepamos ayudarnos mutuamente a crecer en
la fe y en el seguimiento de Jesús.
· Por último, Señor, quiero tener
presente a toda la humanidad, a todos los pueblos de la tierra, a los
organismos internacionales que trabajan al servicio de la convivencia mundial,
el diálogo, la justicia y la paz.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
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