“El reino de Dios se parece a un hombre que
echa simiente en la tierra.”
17 DE
JUNIO
DOMINGO XI
DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª
Lectura: Ezequiel 17,22-24
Elevaré
los árboles pequeños.
Salmo 91
Es bueno dar gracias al Señor.
2ª
Lectura: 2ª Corintios 5,6-10
En el
destierro o en la patria, nos esforzamos por agradar al Señor.
PALABRA
DEL DÍA
Marcos:
4,26-34
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El reino de Dios se
parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se
levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La
tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la
espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque
ha llegado la siega. Dijo también: -¿Con qué podemos comparar el reino de Dios?
¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es
la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás
hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar
en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a
su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo
explicaba todo en privado”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa
la semilla en la tierra:
sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla
germina y va creciendo, sin que él sepa cómo.
La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una
espiga, y al fin grano abundante en la espiga.
Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz,
porque ha llegado el tiempo de la cosecha".
También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de
Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo?
Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la
más pequeña de todas las semillas de la tierra,
pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de
todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se
cobijan a su sombra".
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra,
en la medida en que ellos podían comprender.
No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios
discípulos, en privado, les explicaba todo.”
REFLEXIÓN
El núcleo fundamental de la
predicación de Jesús es el anuncio del Reino de Dios. Jesús solía hablar del
Reino de Dios con parábolas porque, más que un concepto teórico, el Reino de
Dios es una realidad en su propia persona. Jesús comenzó a hacerlo tangible en
su tierra y entre los suyos. Una de las imágenes habituales que empleaba para
referirse a ello es la del grano que se planta con ilusión en la tierra, que se
espera desde lo profundo de ella a que crezca, porque tiene vida encerrada en
su interior.
El creyente, el que ha vivido la
experiencia del encuentro con la Vida, es quien conoce bien la potencia de la
semilla. Un pequeño grano, seco, contiene la posibilidad de reverdecer y
generar lo imposible. Por eso la semilla se planta, con el cuidado del que sabe
que se encuentra ante un misterio: roturando la tierra, abonando su suelo,
sembrando con cariño el grano inerte y cubriéndolo en silencio. Y a esperar, a
esperar que la vida que hay encerrada en esa semilla se vaya abriendo camino.
Nosotros, en nuestras acciones
diarias reproducimos, como Jesús hacía, estos gestos. Las frases y las acciones
del cristiano no están nunca vacías, pero tampoco se busca conscientemente
darles contenido o creer en ellas; ya tienen de por sí su sentido, desde el momento
en que se plantan.
Nuestra impaciencia es la señal de
nuestro barro seco y duro, y de una tierra cansada de explotadores que
persiguen beneficios. Todos quieren rendimientos fáciles, que las acciones
tengan sus éxitos; también en las intervenciones generosas y altruistas. En la
Iglesia adolecemos de esta misma falta autocomplaciente de paciencia en la
construcción del Reino, que nos desasosiega y empuja a creer en nuestras
propias fuerzas o a dar por imposible la empresa.
Sin embargo, como dice la Palabra
de hoy, el grano germina y crece sin que se sepa cómo. La espera creyente ha de
volverse a lo profundo de nuestra tierra, a la potencia de la simiente, a la
sorpresa que llega, abonada y regada cada día por el único Dueño de la mies.
Hermanas y hermanos, únicamente una
mirada profunda, interior a los acontecimientos en los que participamos nos los
descubren como signos del Reino de Dios actualmente real y en formación
progresiva en el mundo. Tenemos, como nos recomendó el Concilio Vaticano II en
la Constitución Gaudium et Spes, saber leer los signos de los tiempos y saber
dejarnos guiar por las mociones del Espíritu.
A la Iglesia, por el contrario,
corresponde interpretarlos desde la sorpresa y la maravilla de unos creyentes
que observan el grano seco de trigo convertido en dorada espiga de primavera
dispuesta para la siega, o la semilla insignificante de mostaza transformada en
expresión exuberante de la vida. Desde el fondo de la tierra, cuando la semilla
emerge en tallo de vida, emerge lo sorprendente: un mundo bueno y nuevo, donde
el Dios de la Vida reina.
ENTRA EN TU INTERIOR
PEQUEÑAS SEMILLAS
Vivimos ahogados por
las malas noticias. Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes
descargan sobre nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y
violencias, escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo»
no parecen encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con
que se difunden las noticias nos deja aturdidos y desconcertados. ¿Qué puede
hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados del mal que
asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes para
afrontarlo.
La ciencia nos ha
querido convencer de que los problemas se pueden resolver con más poder
tecnológico, y nos ha lanzado a todos a una gigantesca organización y
racionalización de la vida. Pero este poder organizado no está ya en manos de
las personas sino en las estructuras. Se ha convertido en «un poder invisible»
que se sitúa más allá del alcance de cada individuo.
Entonces, la tentación
de inhibirnos es grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No
son los dirigentes políticos y religiosos quienes han de promover los cambios
que se necesitan para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y
dichosa?
No es así. Hay en el
evangelio una llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas
semillas de una nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de
Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan
desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y
fructificar de manera insospechada.
Quizás necesitamos
aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos
sentimos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita
a vivir poniendo un poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo.
Un gesto amistoso al que vive desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está
solo, una señal de cercanía a quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña
alegría en un corazón agobiado… no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del
reino de Dios que todos podemos sembrar en una sociedad complicada y triste,
que ha olvidado el encanto de las cosas sencillas y buenas.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La verdad es, que las acciones de
Dios no coinciden con nuestras ideas acerca de la divinidad. Según la
concepción general de la historia de las religiones, los dioses son seres
caprichosos y poderosos que gustan de manifestar su poder, imponiendo su
voluntad ostentosa y terrible sobre los seres humanos. En las palabras de hoy,
sin embargo, el Dios de Israel y Padre de Jesús se muestra como un amante de su
creación, que desea vivificarla desde su interior, como hace un buen jardinero
o labrador con sus plantas. Su reino no es el del miedo sino el de la vida en
abundancia, que germina desde la insignificancia, la ternura, la paciencia y la
serenidad constante del sincero amor.
ORACIÓN
FINAL: (Salmo 91,23.13-16)
Es bueno darte gracias, Señor.
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu
misericordia
y de noche tu fidelidad.
El justo crecerá como una palmera,
se alzará como un cedro del Líbano;
plantado en los atrios de nuestro
Dios.
En la vejez seguirá dando frutos
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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