“Como el
Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.”
6 DE MAYO
VI
DOMINGO DE PASCUA
Primera
lectura: Hechos de los apóstoles 10,25-26.34-35.44-48
El don
del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los paganos.
Salmo 97
El Señor nos
ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya.
Segunda
Lectura: 1 Juan 4,7-10
Dios es
amor.
EVANGELIO
DEL DÍA
Juan
15,9-17
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre
me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es
mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor
más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si
hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo
que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi
Padre os, lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy
yo quinen os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y
vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo
cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese
gozo sea perfecto.»
Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo
los he amado.
No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.
Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que
hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí
de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los
elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea
duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»”
REFLEXIÓN
Si Dios es amor, el hombre, hecho a su imagen y semejanza, tendrá que
definirse también por su capacidad de amar. A más amor será más hombre y más
parecido a Dios, más humano y más divino. El hombre mejor será el que ame más.
Por eso el Señor nos manda: que nos amemos unos a otros
como él nos ha amado. Nos lo manda para que nos realicemos y seamos felices, el
que ama vive; a más amor, más vida; si nos amamos pasamos de la muerte a la
vida, pero si no nos amamos, estamos muertos, “quién no ama permanece en la
muerte” (1 Jn 3,14). Si nos amamos es que Cristo resucitó y nos hace resucitar.
Si amamos como Cristo, seremos divinos: “Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros”. (1 Jn 4,17).
Como Jesús nos ha amado, así nos tenemos que amar. ¿Cómo
responder a este misterio?
• Primero, agradecer y adorar.
• Segundo, dejarse amar; abrirse sin
miedo a tanto amor.
• Tercero, vivir en y desde este amor.
Vivir en el amor hasta que “seamos amor”. Que vaya muriendo nuestro yo,
que vaya tomando posesión de nuestros pensamientos y sentimientos la fuerza del
amor; que miremos al otro como algo propio; que seamos capaces de comprender,
de compartir, de perdonar y de comulgar con el otro, que no dudemos en servir,
en dar la mano, en gastarnos por los demás; y que todo esto lo hagamos desde el
amor de Cristo, desde el Espíritu de Cristo, y amando en todos y en todo al
mismo Cristo, a Dios, fuente y meta de todo amor.
El amor de Dios es la realidad primera y fundante. Juan lo ha dejado bien
claro en la segunda lectura: “En esto consiste el amor, no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”. Descubrir esa realidad y
vivirla, es la principal tarea del que sigue a Jesús.
Es ridículo seguir enseñando que Dios está condicionado por nuestras
obras; es decir, nos ama si somos buenos y nos rechaza si somos malos.
Pero hay una diferencia que tenemos que aclarar. Dios no es un ser que
ama, es el amor. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad como en
nosotros. Yo puedo amar o dejar de amar, y sigo siendo yo. Si Dios dejara de
amar un solo instante, dejaría de existir.
Dios manifiesta su amor a Jesús, como se lo manifiesta a todas sus
criaturas; como me lo manifiesta a mí. Pero no lo hace como nosotros. No
podemos esperar de Dios “muestras puntuales de amor”, porque no puede dejar de
demostrarlo un instante.
El amor que es Dios,
tenemos que descubrirlo dentro de nosotros, como una realidad que está unida al
ser. Jesús, que es hombre, sí puede manifestar el amor de Dios, amando como Él
ama y obrando como Él obraría si fuera un ser humano.
Otra consecuencia decisiva de la idea de Dios, que Juan intenta
trasmitirnos, es que, hablando con propiedad, Dios no puede ser amado. Él es el
amor con el que yo amo, no el objeto de mi amor. Aquí está la razón por la que
Jesús se olvida del primer mandamiento de la Ley: “amar a Dios sobre todas las
cosas”.
Juan comprendió perfectamente el problema, y deja muy claro que sólo hay
un mandamiento: amar a los demás, no de cualquier manera, sino como Jesús nos
ha amado. Es decir, manifestar ese amor que es Dios, en nuestras relaciones con
los demás.
Naturalmente, no se puede imponer el amor por decreto. Todos los
esfuerzos que hagamos por cumplir un "mandamiento" de amor, están
abocados al fracaso. El esfuerzo tiene que estar encaminado a descubrir a Dios
que es amor dentro de nosotros. Todas las energías que empleamos en ajustarnos
a una programación, tienen que estar dirigidas a tomar conciencia de nuestro
verdadero ser.
En el fondo, se nos está diciendo que lo primero para un cristiano es la
experiencia de Dios. Sólo después de un conocimiento intuitivo de lo que Dios
es en mí, podré descubrir los motivos del verdadero amor.
El amor del que nos habla el evangelio es mucho más que instinto o
sentimiento. A veces tiene que superar sentimientos e ir mucho más allá del
instinto. Esto nos despista y nos lleva a sentirnos incapaces de amar. Los
sentimientos de rechazo a un terrorista o a un violador, pueden hacernos creer
que nunca llegaré a amarle.
El sentimiento es instintivo, involuntario y anterior a la intervención
de nuestra voluntad. El amor va más allá del sentimiento. La verdadera prueba
de fuego del amor es el amor al enemigo. Si no llego hasta ese nivel, todos los
demás amores que pueda desplegar, son engañosos.
El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa. Esto que
acaba de decirnos el evangelio, no es fácil de comprender. Tampoco esa alegría
de la que nos habla Jesús es un simple sentimiento pasajero; se trata más bien,
de un estado permanente de plenitud y bienestar, por haber encontrado tu
verdadero ser y descubrir que ese ser es inmutable y eternamente estable.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO DESVIARNOS
DEL AMOR
El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida
en el que se recogen, con una intensidad especial, algunos rasgos fundamentales
que han de recordar sus discípulos a lo largo de los tiempos para ser fieles a
su persona y a su proyecto. También en nuestros días.
«Permaneced en mi amor». Es lo primero. No se trata solo de vivir en una
religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe
del Padre. Ser cristiano no es en primer lugar un asunto doctrinal, sino una
cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán
incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será
siempre no desviarse del amor.
Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido.
Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el
mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento; que os améis unos a otros
como yo os he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos
mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y
desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Solo del mandato
del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación,
lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.
Jesús no presenta este mandato del amor como una ley que ha de regir
nuestra vida haciéndola más dura y pesada, sino como una fuente de alegría: «Os
hablo de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a
plenitud». Cuando entre nosotros falta verdadero amor, se crea un vacío que
nada ni nadie puede llenar de alegría.
Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto,
cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús,
según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin
quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas,
resentimientos, lamentos y desazón.
A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se
hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el
entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la
convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
El hombre religioso siempre ha tenido hambre y sed de
Dios. Y siempre se ha cuestionado sobre su existencia y sobre su esencia.
¿Quién eres Tú, Dios mío? ¿Por qué no te manifiestas con más claridad?
Nuestra pequeñez puede alcanzar alguna noticia de Dios.
Si miramos sus obras, deducimos su poder y grandeza, su sabiduría y
generosidad. Algo más podemos saber si nos miramos a nosotros mismos, porque
estamos hechos a su imagen y semejanza. Pero tendremos que pensar en lo mejor
de nosotros mismos, para no manchar a Dios. Y lo mejor que hay en nosotros, lo
que más nos identifica, es, sin duda, la capacidad de relación y apertura, el
abrirnos misericordiosamente a los demás, el querer hacer el bien.
Por este camino nos encontramos con el Dios que se
revela, sobre todo, en Jesucristo. Nosotros creemos en el Dios de Jesucristo.
¿Cómo es el Dios de Jesucristo?
Jesús nos hablaba de Dios. Y la palabra clave, que le
salía del alma, era Abba. Se dirige a Dios como Abba, con todos los matices de
ternura y confianza que queramos. Habla constantemente a su Abba, Dios habla de
su Abba, nos enseña a rezar al Padre, Abba.
Cuando Jesús pronuncia esta palabra todo se estremece y
todo en él se estremece. Dice Abba, “papa”, y desborda de alegría. Dice Abba y
se esponja en confianza y ternura. Lo mismo podía decir Misericordia. Lo mismo podía decir Amor. No que tenga misericordia o amor, sino que es Misericordia y Amor.
ORACIÓN
FINAL
Señor, si tú eres amor, nosotros, hechos a tu imagen y
semejanza, tendríamos que definirnos también por nuestra capacidad de amar.
Amar a todos sin distinción, como tú. Así lo dijo claramente Pedro en casa de
Cornelio: “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y
practica la justicia, sea de la nación que sea”.
Que mi amor, Señor, sea como el tuyo, un amor oblativo,
un amor que se dé sin esperar nada a cambio. Un amor que sienta como suyos los
sufrimientos, los dolores, los problemas, las alegrías y las esperanzas de los
hombres y mujeres de nuestro mundo. Porque solo así, Señor, te conoceré:”
Amémonos unos a otros, ya que el amor es
de Dios, y todo el que ama ha salido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no
ha conocido a Dios, porque Dios es amor”.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imagen
para colorear.