“Este es mi Hijo amado: escuchadle”
25 DE FEBRERO
SEGUNDO
DOMINGO DE CUARESMA
Primera
Lectura: Génesis 22,1-2.9-13.15-18
El
sacrificio de nuestro patriarca Abraham
Salmo 115
Siempre
confiaré en el Señor.
Segunda
Lectura: Romanos 8,31-34
Dios nos
entregó a su propio Hijo.
EVANGELIO
DEL DÍA
Marcos 9,2-10
“En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a
Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de
ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede
dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés,
conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
“Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra
para Moisés y otra para Elías”. Estaba asustado, y no sabía lo que decía. Se
formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo
amado: escuchadle”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a
Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No
contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del Hombre resucite de
entre los muertos.” Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir
aquello de “resucitar de entre los muertos.”
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y
los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de
ellos.
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas
como nadie en el mundo podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella
una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a
Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que
habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué
significaría "resucitar de entre los muertos".
REFLEXIÓN
En este tiempo que nos ha tocado vivir, no es sencillo escuchar cómo Dios
nos habla a cada uno, no es fácil prestarle atención. Pero la verdad es que
Dios habla hoy. Lo que pasa que para escucharlo tenemos que estar atentos y
dejar de lado el ruido, los ruidos, no solo el exterior, el del mundo, sino,
sobre todo, el interior, el que llevamos dentro. Se trata en este tiempo de
Cuaresma, de disponernos a escuchar la voz de Dios y seguir su llamada. Hoy,
las lecturas, nos hablan de subir a la montaña, allí donde está la nube, la
presencia de Dios, donde se escucha la voz del Padre. Es un subir espiritual,
dejar lo llano, lo seguro, lo fácil, y esforzarnos por acercarnos allí donde
Dios está, en la paz, en el silencio, en la belleza de las cosas.
Disponer nuestra vida a la escucha de la Palabra de Dios
será un excelente ejercicio cuaresmal, recomendable, sin embargo, para todo el
año. Y es que Dios habla a cada uno, y seguramente nos sorprenderá, aunque, de
entrada, no lo entendamos o no lo aceptemos.
Así lo vemos en Abrahán. Modelo de creyente, padre en la
fe, él confía en Dios a pesar de no entender la petición que le hace: ante la
dificultad de aceptar su voluntad no se echa atrás, se deja llevar. Y en la
montaña descubre cómo es Dios: no quiere sacrificios humanos porque Dios ama a
los hombres, ama a la humanidad. Dios quiere el corazón del hombre. Un corazón
que sea entregarse, un corazón obediente, un corazón que deposite su esperanza
en el Señor. Así la fe de Abrahán lleva a descubrir que Dios bendice a los
creyentes, que Dios quiere lo mejor para los que lo aman y en él confían.
El apóstol Pablo escribe unas palabras de ánimo a los
cristianos de Roma mostrándoles que el verdadero motivo de confianza les viene
del amor de Dios, según lo ha demostrado en la cruz de Cristo: este fragmento
es especialmente conmovedor por el hecho de que compara la suerte de Jesús con
la historia de Abrahán de Génesis 22,12: “No te has reservado a tu hijo, tu
único hijo”. Según Romanos, Dios entregó a su propio Hijo por todos nosotros.
Así, que, “¿cómo no nos dará todo con él?”.
“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?”. Aquel que descubre a Dios está en él, a su lado, que lo acompaña en
el camino de la vida, va adquiriendo paz y serenidad incluso ante los
problemas. Estos ya no son vistos como amenazas, sino como oportunidades para
fiarnos más de Dios, ya que está a nuestro favor.
Pedro, Santiago y Juan, en el monte Tabor estaban
maravillados ante Jesús transfigurado. Se dan cuenta de que Jesús es el Hijo de
Dios, ya que lo escuchan de la voz que sale de la nube: “este es mi Hijo amado,
escuchadlo”.
Quizá nuestro Tabor, el
lugar donde decir: “¡qué bien se está aquí!” y donde reconocemos al Hijo de
Dios es la eucaristía. En ella se nos dice: “Este es el cordero de Dio, que
quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Sí.
Dichosos los que celebramos la Eucaristía, los que comulgamos, los que la
gozamos, los que necesitamos celebrarla cada domingo.
Dichosos los que necesitamos celebrar con la comunidad. Es necesario
subir a menudo a “la montaña”, es necesario celebrar la eucaristía, es
necesario escuchar la Palabra de Dios en el silencio y la paz de la oración.
ENTRA EN
TU INTERIOR
NO
CONFUNDIR A JESÚS CON NADIE
Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los
lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los
tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les
habla de su destino doloroso de crucifixión.
Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los
hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del
Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que
nadie.
La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús
se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías
y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven
junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición
divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.
Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí!
Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»
No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo
nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue
resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del
Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.
Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Éste es mi Hijo amado».
No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de
un camino de cruz, que termina en resurrección.
Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y
jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de
confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única
que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz»
de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado
incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del
reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más
posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos
ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Estamos llamados a renovar la alianza. Una alianza que lleva a la vida
pero que se sella con el sacrificio y pasa por la muerte. Necesitamos para ello
una fe cuyo ejemplo nos ha brindado Abrahán. La fe del verdadero creyente:
La fe del verdadero creyente: que cree y camina. Que no
queda anquilosado en el pasado, ni atrapado por sus seguridades mezquinas, sino
que busca y avanza hacia los nuevos horizontes que Dios va abriendo conforme
evoluciona la historia.
La fe de quien confía y espera. A pesar de tantos
problemas y en medio de tantas dificultades que nos ponen a punto de exclamar:
“¡Esto no tiene remedio!” El creyente se fía de Dios y se mantiene en
esperanza. No con los brazos cruzados, sino poniendo su mejor afán en el
empeño. Ofreciéndose él mismo en el ara del sacrificio, dispuesto a romperse en
bien de los demás.
La fe que pasa por el momento crítico de la tiniebla y la
cruz. Cuando no se entiende nada. Cuando nada tiene sentido. Cuando faltan las
ganas de vivir. Cuando hasta el Dios a quien llamamos guarda silencio y nos
hace dudar de hasta si existe. Cuando aplasta el abandono. Cuando destroza la
muerte que se lleva a alguien querido y sentimos que su zarpazo ha desgarrado y
matado un trozo de nosotros mismos… La fe de la luz sobre la cruz. La fe en la
vida sobre la muerte.
Nosotros, pobres gentes de fe tambaleante, ¿cómo vamos a
alcanzar una fe así? Una vez más tendríamos razón, si no fuera por un pequeño
detalle: que es –también una vez más-
Dios quien nos la da.
ORACIÓN
FINAL
Señor, Dios, que haces
que nazca el sol sobre todos los hombres, bendito seas por tu Hijo Jesús,
venido al mundo como sol de gracia y amor. Como luz que quita las tinieblas de
nuestro corazón para que podamos ver mejor a nuestros hermanos los hombres.
Bendito sea, tu Hijo amado, tu predilecto, al que me invitas a escuchar, como
único camino de hacer su mensaje vida en mi vida. Amén.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco FANO
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