contrario, no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial.”
14 DE
FEBRERO
MIÉRCOLES
DE CENIZA
1ª
Lectura: Joel 2,12-18
Salmo 50:
Misericordia, Señor: hemos pecado.
2ª
Lectura: 2 Corintios 5,20-6,2
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
6,1-6.16-18
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de
vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando
la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles,
con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su
paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que
hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo
secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes
les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para
que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas
a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre que está en
lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis,
no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver
a la gente que ayunan: Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio,
cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note,
no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre que ve en lo
escondido, te recompensará”.
Versión
para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna
recompensa del Padre que está en el cielo.
Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando
delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para
ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que
hace la derecha,
para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos
les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para
ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra
la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los
hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro
que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu
rostro,
para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por
tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te
recompensará”.
REFLEXIÓN
COMENZAMOS
LA CUARESMA
Con el Miércoles de Ceniza
empezamos, un año más, la celebración de la Cuaresma. Toda la Iglesia está
invitada a ponerse en camino hacia la Pascua con un corazón nuevo, con un
corazón renovado. Los textos litúrgicos serán nuestra guía, nuestra compañía,
en este tiempo santo. Tenemos que dejarlos hablar, para poder recoger su
mensaje salvífico. Tenemos que estar abiertos a este “tiempo favorable”. Si de
verdad nos implicamos en esta propuesta de conversión, en esta aventura de
gracia, si de verdad nos reconciliamos con Dios, será un camino de liberación y
de vida renovada.
LOS
GRITOS DE LA CUARESMA
Los textos bíblicos que la liturgia nos ofrece en este primer día de la
Cuaresma, nos invitan a la conversión, a centrarnos en lo esencial, a
preguntarnos por qué, tan a menudo, cosas sin importancia, pasan a ser
importantes en nuestra vida hasta el punto de distraernos de las relaciones con
Dios, con los hermanos, y de descentrarnos a nosotros mismos.
El profeta Joel llama al pueblo a la conversión interior y sincera, a
huir de la ritualidad puramente externa, con frases como éstas: “Convertíos a
mí de todo corazón…” “Rasgad los
corazones, no las vestiduras”.
En el salmo, en
sintonía con las lecturas, cantamos: “…por tu inmensa compasión borra mi culpa.
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado…, crea en mí un corazón puro…,
renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro…”,
“no me quites tu Santo Espíritu”, “devuélveme la alegría de tu salvación…”
Pablo describe la salvación como gracia, como don gratuito que hemos de
acoger, y nos invita: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”.
·
Piedad auténtica: limosna, oración,
ayuno. Esto nos remarca el texto evangélico de hoy, en la sección central del
Sermón de la Montaña de San Mateo. Aquí Jesús exhorta a una espiritualidad
auténtica.
·
Cuaresma, tiempo de gracia y de
reconciliación. El protagonismo de este tiempo no lo tienen nuestras obras, por
muy buenas que sean, sino la gracia de Dios. En el centro de la reconciliación
de Dios con el hombre y del hombre con Dios está la obra de Cristo: “Al que no
había pecado Dios lo hizo expiación por nuestros pecados, para que nosotros,
unidos a él, recibamos la justificación de Dios”. Cada uno de nosotros ha de
sentirse acogido por Dios, tal como lo expresa Pablo en este texto, cuando cita
a Isaías 49,8: “en tiempo favorable te escuché, en día de salvación viene en tu
ayuda”. La conclusión que saca el apóstol conviene que tenga eco a lo largo de
toda nuestra vida: “Ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la
salvación”.
·
Al final, dominando todo el
horizonte, la Pascua. En ningún momento de estos cuarenta días, debemos olvidar
la meta a la que nos conduce: la Pascua. Las oraciones litúrgicas de estos
días, van a incidir en ello: “Que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan
llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu
Hijo…”, “…concédenos, por medio de las prácticas cuaresmales, el perdón de los
pecados; así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva
de tu reino…”.
Esto es lo que hemos dicho a nuestro Padre Dios este Miércoles de Ceniza,
ahora es una nueva oportunidad, tal como nos ha recordado Pablo. Cuando se
trata de avanzar en la conversión del corazón partimos del protagonismo del
Padre que nos ha regalado su gracia. Es la gracia, derramada en nuestro
corazones con el Espíritu que se nos ha dado, la que nos capacita para amar tal
como Jesús amó, para actuar con misericordia, para dar ternura, para orar con
confianza, para ser sencillos, para perdonar a quien nos ha ofendido, para
reconocer la propia pequeñez, para ayudar con más desprendimiento, para ser más
compasivos con nuestros hermanos más necesitados, los más pobres, los enfermos,
los ancianos, los niños… y tantas y tantas maravillas, que la gracia de Dios
nos permite realizar.
Por tanto una llamada al arrepentimiento, a convertirnos al Dios del amor
y el perdón, que ha hecho su obra en
Jesucristo. Es un tiempo favorable para la reconciliación, como nos ha
recordado Pablo en la segunda lectura.
La Iglesia nos propone los tres gestos tradicionales: la oración, el
ayuno y la limosna. Son los signos de la
conversión en los tres ámbitos de nuestra vida.
·
LA ORACIÓN: Momento tranquilo de
nuestra comunión con Dios, para escuchar su Palabra y para depositar nuestra
confianza en Él, en un mundo que ignora la oración y se olvida de Dios.
·
EL AYUNO: Esfuerzo de austeridad
personal en la comida, en los gastos, en la ostentación exterior, en un clima
social tan inclinado a valorar la riqueza y el poder.
·
LA LIMOSNA: Signo de la generosidad
hacia los demás, especialmente a los más necesitados.
Sin olvidar el acento
evangélico: lo que importa es el corazón abierto y sincero: “Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos…”,
hemos escuchado en el evangelio.
Toda la Cuaresma será la contemplación del
camino de Jesús y el impulso para todos nosotros por hacerlo con él, como
aprendizaje de la vida verdadera.
La ceniza de este miércoles es ya
ceniza de resurrección. Dios es capaz de sacar vida de la muerte y resurrección
de las cenizas, como brota la espiga del grano que muere en la tierra.
Este tiempo de Cuaresma es una nueva oportunidad para aprovechar al
máximo la gracia de Dios, y trabajar para que por fin, la Pascua de la
justicia, del amor y de la paz, llegue
a todos. Para que por fin todas las armas se conviertan en rosas, todas las
alambradas de espinas, en setos verdes y floridos, todas las cruces en luces de
la aurora, todos los muros que dividen, en arcoíris, que hombres, mujeres
y niños puedan vivir sin sobresaltos.
Comencemos, hermanas y hermanos y vivámosla intensamente, vivámosla como
rejuvenecimiento interior, que podamos renacer en espigas de primavera en la
mañana santa de la Pascua.
ENTRA EN
TU INTERIOR
La gracia de Dios nos permite
enternecer nuestros corazones y escuchar la Palabra de Dios. Precisamos, sin
embargo, de una actitud humilde a fin de acoger los dones de Dios, tener
aquella confianza en los hijos que esperan las caricias de sus padres. Nosotros
también esperamos que nos llegue la ternura de Dios, sus caricias manifestadas
en los sacramentos, en su Palabra, en las personas, en los hechos cotidianos,
en los que sufren.
Sé, Señor, que ahora es el momento
de colaborar contigo para hacer posible mi cambio. La Cuaresma quiere
recordarme que tengo que hacer algo, aunque sea poco.
ORA EN TU
INTERIOR
Dar limosna, o lo que es lo mismo,
cambiar mi ideal de tener por el de compartir. Y esto será posible, Señor, si
como me dice San Pablo, comienzo a considerar a los demás, sobre todo a los más
pobres y necesitados, como superiores a mí.
Quiero, Señor, poner amor en todas
las exigencias cuaresmales, aunque sean difíciles, pero sé que si pongo amor,
seguramente se transformarán en momentos de gozo.
ORACIÓN
FINAL (Salmo 50)
Misericordia, Dios mío, por tu
bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. En la
sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente. Mira, en la culpa
nací, pecador me concibió mi madre. Te gusta un corazón sincero, y en mi
interior me inculcas sabiduría. Rocíame con agua: quedaré limpio; lávame:
quedaré más blanco que la nieve. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre
presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que
aborreces. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu. Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos
quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco FANO
«Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)
Queridos hermanos y
hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro
la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos
ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,[1] que
anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con
toda la vida.
Como todos los años, con este
mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este
tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el
Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría»
(24,12).
Esta frase se encuentra en el
discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén,
en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del
Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran
tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad
de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas
engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones,
que es el centro de todo el Evangelio.
Los
falsos profetas
Escuchemos este pasaje y
preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de
serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a
las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan
fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la
felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del
dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos.
Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos
«charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los
sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles:
cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga,
de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas.
Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las
relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan
dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino
que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de
amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer
en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde
siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44),
presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón
del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a
examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos
profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato,
superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior
una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para
nuestro bien.
Un
corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción
del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;[2] su morada
es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en
nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre
el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante
todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le
sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él,
prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados
por su Palabra y sus Sacramentos.[3] Todo esto se transforma en violencia que
se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»:
el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así
como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo
silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a
causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también
contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos
de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su
gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en
nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de
describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia
egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas
guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo
aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.[4]
¿Qué
podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a
nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y
maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este
tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la
oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales
nos engañamos a nosotros mismos,[5] para buscar finalmente el consuelo en Dios.
Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos
libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo
que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos
en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que
siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de
compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión
que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san
Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la
comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en
Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de
iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también
en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda,
pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna
es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si
él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana
a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita
nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para
crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que
carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa
la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de
Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo,
inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra
hambre.
Querría que mi voz traspasara las
fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y
mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten
afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les
preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se
debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar
juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda
para nuestros hermanos.
El fuego
de la Pascua
Invito especialmente a los miembros
de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la
limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión
de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre
nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la
iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a
celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración
eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo,
inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En
cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas
seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos
el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego
nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica.
«Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro
corazón y de nuestro espíritu»,[7] para que todos podamos vivir la misma
experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del
Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder
de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo
por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de
noviembre de 2017
Solemnidad de Todos los
Santos
FRANCISCO
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