"El niño crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba sobre él."
DOMINGO 31
DE DICIEMBRE
LA
SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Primera
Lectura: Génesis 1-6; 21.1-3
Tu
heredero saldrá der tus entrañas.
Salmo 104
El Señor
nunca olvida sus promesas.
Segunda
Lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19
La fe de
Abraham, de Sara y de Isaac.
EVANGELIO
DEL DÍA
Lucas
2,22-40
Cuando llegó el tiempo
de que se purificasen conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad
de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor:
“Todo primogénito varón será consagrado al Señor”) y
ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: “Un par de
tórtolas o dos pichones”).
Había por cierto en
Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que aguardaba el consuelo
de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él. El Espíritu Santo le había
avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el
Espíritu fue al templo y, en el momento en que entraban los padres con el niño
Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, él lo cogió en brazos
y bendijo a Dios diciendo:
- Ahora, mi Dueño, según tu promesa, puedes dejar
a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación que has puesto
a disposición de todos los pueblos: una luz que es revelación para las naciones
y gloria para tu pueblo, Israel.
Su padre y su madre
estaban sorprendidos por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a
María su madre:
- Mira, éste está
puesto para que en Israel unos caigan y otros se levanten, y como bandera
discutida -y a ti, tus anhelos te los truncará una espada-; así quedarán al descubierto
las ideas de muchos.
Había también, una
profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ésta era de edad muy
avanzada: de casada había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro
años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche
y día.
Presentándose en aquel
momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la
liberación de Jerusalén.
Cuando dieron término a
todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo de
Nazaret.
El niño, por su parte,
crecía y se robustecía, llenándose de saber, y el favor de Dios descansaba
sobre él.
REFLEXIÓN
Podemos hablar muchísimo de la familia, pero no queremos
hacer un tratado ni un profundo estudio. Defendemos el valor de la familia,
pero nos interesa otro tipo de razones. Nos interesa contemplar a la familia en
sí misma, en su naturaleza, en sus raíces, que llegan hasta Dios, en su misión,
en su misterio. No es cuestión de hacer un tratado sobre el tema, pero sí de
que nos asombremos y recemos y agradezcamos esta importante y hermosa realidad.
Importante y hermosa por naturaleza y por gracia. Un admirable misterio de
vida, amor y comunión.
Hoy nos interesa
contemplar a la familia en sí misma, en su naturaleza, en sus raíces, que llegan hasta Dios, en su misión, en su
misterio.
Comunidad de vida y amor: Tres sustantivos esenciales, creadores,
definitivos. Estas tres grandes dimensiones de la familia son las que realmente
definen lo humano y las que más nos acercan a Dios. Con estas tres columnas se
puede construir, un mundo nuevo.
Comunidad, el único lugar en el que el hombre se salva y
se realiza. No puede llegar el hombre a ser libre y auténtico, a ser persona,
si no es a través de la apertura y la integración con el otro. La comunidad es
la que nos salva de la soledad, de la marginación, del individualismo, de la
autosuficiencia y la autocomplacencia, actitudes todas que conducen a la
tristeza y la esterilidad del corazón.
La comunidad a la vez nos poda y enriquece. Nos poda el
instinto egoísta y narcisista, que se repliega en sí mismo. Nos enriquece,
haciéndonos crecer en acogida, en comunión, en responsabilidad y compromiso, en
fecundidad y creatividad.
Vida, el don más grande, el milagro permanente, el río
que no cesa de fluir. En la familia la vida se recibe, se crea y se cultiva. La
vida puede tener nombre de hijo, y es lo que más llena y gratifica. No hay nada
comparable en la vida como la experiencia de dar nueva vida. Ya no morirás del
todo. La vida puede tener también nombre de colaboración, de servicio, de
superación, de comunión. La vida puede estar en la ayuda mutua, en el
compromiso mutuo, en poner en común las penas y las alegrías cotidianas, los
fracasos y los logros permanentes, las preocupaciones y esperanzas de cada día.
Amor, la energía más grande, la canción más hermosa, el
hijo que une todo el tejido familiar. Lo más delicado y lo más fuerte, lo más
sencillo y lo más importante, lo más exigente y lo más gratificante. El amor es
el perfume invisible del hogar, su fuerza secreta.
El amor es lo que realmente une y da vida, el secreto de
la libertad y de la dicha. El amor en la familia lleva a poner al otro por
encima de sí, a dar con generosidad y darse en gratuidad, a vivir en
colaboración y en comunión. En la familia es donde se ama sin buscar ser amado.
Es el lugar donde el amor se aprende por contagio, donde
lo extraordinario resulta normal.
ENTRA EN
TU INTERIOR
Señor, sé, que la gracia le viene a la familia de su
relación contigo y de su apertura a la redención de Cristo, tu Hijo. Esta
fiesta de la familia, que se celebra dentro del misterio que es la encarnación
de tu Hijo Jesucristo. Si hace unos días miraba a Belén como capital de la paz
y fuente de salvación, hoy tengo que mirar a Nazaret como la patria de la
familia. Nazaret es punto de referencia obligado para cuantos, como yo, quieren
vivir en comunidad de vida y amor.
Hoy, Señor, recuerdo a la Sagrada Familia, pero tengo que
decir que toda familia es sagrada. Hay en todas las familias algo de ti, algo
de tu misterio. Toda familia humana hunde sus raíces en ti. De ti recibe la
gracia. Tú, Señor, bendices constantemente a la familia, la fortaleces en las
dificultades, la ayudas a estar más unida, le das crecimiento y fecundidad.
ORA EN TU
INTERIOR
• Quiero orar por la Iglesia, esposa de
Cristo, santa e inmaculada, para que sea la gran familia de los hijos de Dios.
• Quiero orar por todos los pueblos de
la tierra para que, superando diferencias y rivalidades, se unan más con lazos
de solidaridad y fraternidad.
• Quiero orar por todas las familias,
para que, creciendo en el amor, estén abiertas a la vida.
• Quiero orar, Señor, especialmente, por
las familias que sufren a causa de la pobreza, el paro, la enfermedad de
algunos de sus miembros, para que encuentren la ayuda solidaria que necesitan.
• Quiero orar por las familias que viven
en crisis por falta de entendimiento, de diálogo y de amor, para que,
guardándose fidelidad, prevalezca en ellos lo que les une.
• Finalmente, Señor, quiero orar por
todos los hombres y mujeres del mundo y por todas nuestras familias para que
seamos testigos de tu amor en el mundo.
Expliquemos
el Evangelio a los niños
Imagen de
Paxi Velasco (FANO)
Hermanas y hermanos... ¡Feliz año nuevo a todos, que el Señor los bendiga abundantemente!
LUNES 1
DE ENERO
SOLEMNIDAD
DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
JORNADA
DE ORACIÓN POR LA PAZ
1ª
Lectura: Números 6,22-27
Invocarán
mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Salmo 66:
“El Señor tenga piedad y nos bendiga”
2ª
Lectura: Gálatas 4,4-7
Envió
Dios a su Hijo, nacido de una mujer.
PALABRA
DEL DÍA
Lucas
2,16-21
“En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y
encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo,
contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los
pastores. Y María conservaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por
lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le
pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de su
concepción”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a
José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que
decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba
en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por
todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y
se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes
de su concepción.”
REFLEXIÓN
Jesús fue el nombre escogido por el
cielo para designar al Mesías. Sabemos toda la fuerza que tiene este nombre
bendito. Decir Jesús puede ser para nosotros la mejor bendición. Con el nombre
de Jesús nos protegemos. Con el nombre de Jesús confesamos nuestra fe, porque
estamos confesando que en Jesús, Yahvé
nos salva. Con el nombre de Jesús rezamos, pero siempre que se haga desde el
espíritu: “Porque nadie puede decir: ¡Jesús es Señor! Sino por influjo del
Espíritu Santo” (1 Cor 12,3). Con el nombre de Jesús evangelizamos, porque “no
hay otro nombre por el cual el hombre pueda ser salvado” (Hch 4,12).
Sólo una mirada agradecida y suplicante a María. Toda la gracia y la
bendición de Dios pasó por ella. Ella colaboró activamente con su docilidad y
su entrega, con su acogida y disponibilidad, con la fuerza de su fe y de su
amor. Fue siempre: “La mujer dócil a la voz del Espíritu… la que supo acoger
como Abrahán la voluntad de Dios” “Esperando contra toda esperanza”. La bendecida por el Señor.
“El Señor te bendiga y
te proteja,
Ilumine su rostro sobre
ti
Y te conceda su favor;
El Señor se fije en ti
Y te conceda la paz”
(Núm 6,22ss)
Cada año, cada día, cada instante
necesitamos la bendición de Dios: que ilumine su rostro sobre nosotros, que nos
proteja y nos conceda su favor, que no aparte sus ojos de nosotros, esos ojos
grandes que envuelven en amor y que penetran hondo, pacificando.
Dios bendice desde el principio: “Y
los bendijo Dios”. Bendice Dios para que vivamos y para que seamos felices en
nuestra tarea. Bendición es el deseo de Dios expresado en palabras buenas. Pero
la palabra que dios dice, se cumple. Cada palabra suya es como un beso de amor
creativo. Dice, por ejemplo: ¡vive!, y el hombre empezó a ser. Dice: ¡no
temas!, y se acabaron los miedos. Dice: ¡paz!, y la alegría nadie nos la puede
quitar. Dice: ¡Espíritu!, y empezamos a renacer. ¡Bendícenos hoy, Señor!
ENTRA EN
TU INTERIOR
Y ahora, una vez que tú estás
bendecido, dedícate a bendecir. Si Dios ha puesto su luz en ti, irradia. Si
Dios te ha pacificado, siembra la paz. Así como Dios nos ama para que nos
amemos, Dios nos bendice para que bendigamos, para que lleguemos a ser una
bendición. Que cuando te acerques a otro, sienta que sale de ti una irradiación
benéfica y pacificadora. Y cuando alguien se acerque a ti, que tú le acojas
entrañablemente y le digas bien, le digas cosas buenas, bonitas, y pueda volver
gozoso. Y si tú no te atreves a bendecir, dile eso: que Dios te bendiga, pero
de verdad.
ORA EN TU
INTERIOR CON EL PADRE NUESTRO DE LA PAZ
PADRE que miras por igual a todos tus hijos a quienes ves enfrentados.
NUESTRO: de todos, sea cual sea nuestra edad, color o lugar de nacimiento.
QUE ESTÁS
EN LOS CIELOS, y en la tierra, en cada hombre, en
los humildes y en los que sufren.
SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE pero no con el estruendo de las
armas, sino con el susurro del corazón.
VENGA A
NOSOTROS TU REINO, el de la paz, el del amor. Y aleja de
nosotros los reinos de la tiranía y de la explotación.
HÁGASE TU
VOLUNTAD siempre y en todas partes. En el
cielo y en la tierra. Que tus deseos no sean obstaculizados por los hijos del
poder.
DANOS EL
PAN DE CADA DÍA que está amasado con paz, con
justicia, con amor. Aleja de nosotros el pan de cizaña que siembra envidia y
división.
DÁNOSLE
HOY porque mañana puede ser tarde, la guerra amenaza y
algún loco puede incendiarla.
PERDÓNANOS no como nosotros perdonamos, sino como Tú perdonas.
NO NOS
DEJES CAER EN LA TENTACIÓN de almacenar lo que no nos diste, de
acumular lo que otros necesitan, de mirar con recelo al otro.
La revolución de amor,
comienza con una sonrisa.
Sonríe a quién no quisieras sonreír.
Debes hacerlo por la
paz.
MENSAJE
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
PARA LA
CELEBRACIÓN DE LA
51
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE
ENERO DE 2018
Migrantes y refugiados:
hombres y mujeres que buscan la paz
1. Un deseo de paz
Paz a todas las
personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles
anunciaron a los pastores en la noche de Navidad[1], es una aspiración profunda
de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más
sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi
oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de
migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos
últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y
mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz»[2].
Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a
través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están
dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas
y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.
Con espíritu de
misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que
se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la
persecución, la pobreza y la degradación ambiental.
Somos conscientes de
que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás.
Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan
empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un
compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención
vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones
que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como
a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la
prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover,
proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto
orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo
tiempo los bienes del espíritu»[3]. Tienen una responsabilidad concreta con
respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les
corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el
constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre
que había comenzado a construir[4].
2. ¿Por qué hay tantos
refugiados y migrantes?
Ante el Gran Jubileo
por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II
incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una
interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas
étnicas”»[5], que habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha
producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras
formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la
población dentro y fuera de las fronteras nacionales.
Pero las personas
también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a
lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la
“desesperación” de un futuro imposible de construir»[6]. Se ponen en camino
para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo
o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en
paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el
aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación
ambiental»[7].
La mayoría emigra
siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar
otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les
ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada
o demasiado lenta.
En muchos países de
destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para
la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando
así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son
hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en
ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia,
discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para
todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano[8].
Todos los datos de que
dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales
seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os
invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como
una oportunidad para construir un futuro de paz.
3. Una mirada
contemplativa
La sabiduría de la fe
alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como
poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos
tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es
universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran
fundamento la solidaridad y el compartir»[9]. Estas palabras nos remiten a la
imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el
Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre
abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y
la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el
principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.
Necesitamos ver también
la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de
fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas
[promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de
justicia»[10]; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.
Observando a los
migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las
manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus
energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura,
enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe
también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de
incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del
mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso
cuando los recursos no son abundantes.
Por último, esta mirada
contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien
público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que
«permita el verdadero bien de su comunidad»[11], es decir, teniendo en cuenta
las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de
cada uno de ellos.
Quienes se dejan guiar
por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya
brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz
nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están
relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.
4. Cuatro piedras
angulares para la acción
Para ofrecer a los
solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de
la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se
requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger,
promover e integrar[12].
«Acoger» recuerda la
exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los
desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la
violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la
protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda:
«No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a
ángeles»[13].
«Proteger» nos recuerda
el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen
de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En
particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de
riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace
discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la
viuda»[14].
«Promover» tiene que
ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados.
Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la
importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a
todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar
el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados
para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura
y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan
y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes
fuisteis en Egipto»[15].
Por último, «integrar»
significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen
plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de
enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo
humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues,
ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y
familiares de Dios»[16].
5. Una propuesta para
dos Pactos internacionales
Deseo de todo corazón
que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la
definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos
mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre
refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos
constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y
poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén
inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de
aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz:
sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá
derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.
El diálogo y la
coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la
comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que
países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles
mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los
fondos necesarios.
La Sección para los
Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano
Integral sugiere 20 puntos de acción[17] como pistas concretas para la
aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la
actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones
pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a
la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés
confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa
hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.
6. Por nuestra casa
común
Las palabras de san
Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un
mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados,
la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra
tierra verdaderamente en “casa común”»[18]. A lo largo de la historia, muchos
han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no
se trata de una utopía irrealizable.
Entre ellos, hay que
mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para
el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades
eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida
al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste,
nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros
hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos
experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes
trabajan por la paz»[19].
Vaticano, 13 de
noviembre de 2017.
Memoria de Santa
Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes.
Francisco