“Si te
hace caso, has salvado a tu hermano”.
10 DE
SEPTIEMBRE
XXIII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
1ª
Lectura: Ezequiel 33,7-9
Si no
hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Salmo 94
Ojalá
escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis vuestro corazón”.
2ª Lectura:
Romanos 13,8-10
Amar es
cumplir la ley entera.
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
18,13-20
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Si tu hermano
peca, repréndelo a solas entre los dos.
Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a
otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o
tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro
que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que
desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que, si
dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi
Padre del cielo. Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te
escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el
asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si
tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra,
quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en
el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la
tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy
presente en medio de ellos".
REFLEXIÓN
Las palabras del profeta Ezequiel en la primera lectura
desmienten algunos de los dichos más egoístas y nefastos que suele oírse con
frecuencia en nuestro lenguaje coloquial: “Este no es mi problema”; “cada uno
en su casa y Dios en la de todos” … Ha dicho Dios mediante el profeta: “Si yo
digo al malvado: ¡malvado, reo eres de muerte!, y tú no hablas, poniendo en
guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa,
pero a ti te pediré cuenta de su sangre…” Esta preocupación por los demás forma
parte de la gran ley del amor que nos ha recordado san Pablo en la segunda
lectura: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le
hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”.
El evangelio reúne de alguna manera estos dos conceptos
expresados en las primeras lecturas para diseñar cómo ha de ser y cómo tiene
que practicarse la corrección fraterna en nuestras comunidades. La comunidad y
la comunión son indispensables para vivir a fondo los valores y las virtudes
del evangelio. Todos somos miembros de una Iglesia universal, pero todos
necesitamos también nuestra comunidad local, con la que vivimos y celebramos,
con la que nos educamos en la fe, con la que compartimos alegrías y
sufrimientos.
Jesús no se conforma con qué intentemos ayudar al hermano
que se aleja, o que, con su forma de vivir y actuar, pone en peligro la
credibilidad y el buen nombre de la comunidad, quiere que agotemos todas las
posibilidades que esté a nuestro alcance, por eso no debemos dejarlo cuando lo
reprendemos a solas y no nos hace caso, sino llamar a otro hermano, a varios o
reunir a la comunidad si hace falta.
Es normal que en la vida diaria se produzcan disensiones
entre las personas, o que en muchas familias haya enfrentamientos entre algunos
de sus miembros. Pero que estas divergencias no se afronten, que haya personas
que no se hablen, a veces entre los miembros de una misma casa, o en una misma
comunidad, no es solamente un hecho claramente contrario al evangelio, sino que
es incluso un hecho inhumano, contrario al querer de Dios.
Jesús propone caminos que habrá que experimentar: “si tu
hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”.
Cuántas veces, en lugar de corregir a solas al hermano,
con caridad y con cariño, aireamos sus defectos y sus errores a los cuatro
vientos y nos quedamos tan tranquilos, claro, son defectos y errores de los
otros, no míos. “Si no te hace caso, llama a otro u otros dos, para que todo el
asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”.
Muchas veces nos mostramos autosuficientes con nuestra
verdad, y nos negamos a aceptar la verdad o la opinión de los demás. “Y si no
les hace caso, díselo a la comunidad (a la familia, al grupo de reflexión o de
trabajo…).
¿Queremos ganar al hermano, a la hermana, al otro o
queremos vencerle y demostrarle nuestra superioridad moral? ¿Queremos la paz y
la reconciliación, o buscamos solamente una victoria? ¿Tenemos espíritu de
bondad y entrañas de misericordia, o no nos despojamos del odio y la revancha?
ENTRA EN
TU INTERIOR
REUNIRSE
EN EL NOMBRE DE JESÚS
La destrucción del templo de Jerusalén el año 70 provocó una profunda
crisis en el pueblo judío. El templo era «la casa de Dios». Desde allí reinaba
imponiendo su ley. Destruido el templo, ¿dónde podrían encontrarse ahora con su
presencia salvadora?
Los rabinos reaccionaron buscando a Dios en las reuniones que hacían para
estudiar la Ley. El célebre Rabbi Ananías, muerto hacia el año 135, lo afirmaba
claramente: «Donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la
presencia de Dios (la «Shekiná») está con ellos».
Los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo reaccionaron de manera
muy diferente. Mateo recuerda a sus lectores unas palabras que atribuye a Jesús
y que son de gran importancia para mantener viva su presencia entre sus
seguidores: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos».
No es una reunión que se hace por costumbre, por disciplina o por
sumisión a un precepto. La atmósfera de este encuentro es otra cosa. Son
seguidores de Jesús que «se reúnen en su nombre», atraídos por él, animados por
su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de ese
encuentro. Allí se hace presente Jesús, el resucitado.
No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está en
crisis profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen
paciencia para asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los
símbolos y donde no siempre escuchan palabras que toquen la realidad de sus vidas.
Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y
dirigido por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado en
su silencio o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un lenguaje
cuyo contenido no siempre entienden. ¿Es esto «reunirse en el nombre del
Señor»?
¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si no
pasara nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo la
Jerarquía prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo los cristianos
permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde
suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en
el nombre de Jesús?
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
No podemos dejar de subrayar en el evangelio de hoy, y
sobre todo de cara, al trabajo en nuestras comunidades, la necesidad de
trabajar y de rezar juntos: “Si dos de vosotros se pone de acuerdo en la tierra
para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque adonde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Hoy más que nunca es preciso despertar y fomentar la
corresponsabilidad en el interior de la Iglesia, porque forma parte del querer
de Jesús. Solamente podremos avanzar mediante el trabajo en equipo, que, en
nuestro caso, es trabajo en comunión. Con Cristo y entre nosotros.
Que este estilo de vida supone un cambio en nuestro
corazón y en nuestro esquema educativo, está fuera de duda. Que lo exige el
evangelio del amor a los pecadores, también está fuera de duda. Con este amor
fraterno como premisa fundamental, pensemos ahora todo lo que está sucediendo y
veamos juntos cuál puede ser la forma más adecuada para que nuestra comunidad
sea levadura y fermento de una vida nueva.
ORACIÓN
Hermanas y hermanos, sabemos que Dios nos ama tal cual
somos; pero también es cierto que su amor debe ser correspondido por amor.
Quien se deja amar por Dios, debe estar dispuesto a reformar su conducta para
que ella sea signo de amor y comunión con los hermanos.
Hoy la palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre
algo que a todos nos afecta directamente: la realidad del pecado presente en el
seno de la sociedad, es general, y de la comunidad cristiana en particular.
Dispongámonos para una atenta escucha de la voz del Señor, que nos sale al
encuentro en cada eucaristía que celebramos y cuando dos o más nos reunimos en
su nombre.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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