domingo, 24 de septiembre de 2017

1 DE OCTUBRE: DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Hijo, ve hoy a trabajar a mi viña”

1 DE OCTUBRE

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Ezequiel 18,25-28

Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.

Salmo 24

Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.

2ª Lectura: Filipenses 2,1-11

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 21,28-32

“En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña” El le contestó: “No quiero.” Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, Señor.” Pero no fue.” ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: -El primero. Jesús les dijo: -Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas lo creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
"¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: 'Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña'.
El respondió: 'No quiero'. Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: 'Voy, Señor', pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?". "El primero", le respondieron. Jesús les dijo: "Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él".

REFLEXIÓN

              De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del Reino de Dios, comprendiendo toda la novedad del mensaje de Jesús.

            La parábola de los dos hijos es ilustrativa al respecto: el hijo que parecía desobediente resultó ser el obediente, el que parecía sumiso resultó ser desobediente y rebelde.

            Como siempre, la explicación inmediata, la dio el mismo Jesús: hay dentro del judaísmo quienes afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo hacen sus caprichos; hay también quienes en un primer momento rechazan la Palabra con una vida disoluta y no religiosa, mas cuando llega la hora de la conversión, cambian de vida y se reconcilian con el Padre. De esta forma los publicanos y las prostitutas entran al reino, mientras que los sacerdotes, ancianos y fariseos permanecen fuera.

            Como vemos, la parábola hace alusión al mensaje de Jesús y a la necesidad de cambiar de vida para entrar en el Reino.

            La parábola analiza en pocos trazos la actitud religiosa de dos grupos bien definidos de creyentes; o, para ser más exactos quizá, dos momentos que pueden darse en un creyente, o dos aspectos de una misma personalidad que se dice religiosa.

           A nosotros nos interesa el primer caso, porque quizá nos veamos, más de uno, retratados en él.

            De una conducta rebelde se pasa a la aceptación de la voluntad de Dios. Ante la invitación del padre a trabajar en su viña, el primer hijo responde espontáneamente: “No quiero.” Más después lo piensa mejor y va a trabajar.

            Es un comportamiento muy humano. En un primer momento ve la voluntad del padre como una imposición; la rebeldía es casi la afirmación de su identidad, más que el rechazo del padre. Es la situación típica del adolescente que necesita afirmarse como persona a través de muchos “no progresivos.”

            La parábola parece considerar como normal en la vida del creyente una primera actitud de rebeldía.  En efecto, un sometimiento servil a Dios sería precisamente lo opuesto a su voluntad, libre en su amor y deseosa de una respuesta libre por parte del hombre. En la medida en que éste se siente capaz de rebelarse y lo hace, se afirma como hombre, como si se diera cuenta de que entregar la propia voluntad en manos de otro en forma indiscriminada es algo que atenta gravemente contra sí mismo.

            Pero Dios prefiere este largo camino, saturado de libertad y de fracasos, al camino corto de los que dicen sí a todo, pero no se comprometen en serio con nada.

            Una vez más resalta la pedagogía del Reino, tan opuesta y distinta a una pedagogía al servicio de los intereses de una institución religiosa; la pedagogía del Reino no tiene prisa en recoger frutos del hombre, no quiere frutos prematuros que después serán quemados por la helada tardía. Dios sabe esperar al hombre, le deja tiempo para que piense sus decisiones, para que reflexione sobre todo el alcance de un compromiso que –para ser tal- debe tener un cariz definitivo. Un Dios que no se escandaliza por la debilidad humana, ni por el pecado,  ni por la rebeldía: por ese trance ha de pasar todo hombre que quiera liberarse interiormente. El pecado nos confiere la experiencia de las ataduras interiores, y eso tiene un valor inmenso a la hora de elegir.

            Dios nos da tiempo para que le respondamos; no nos apresuremos a escribir buena letra antes de tiempo. Estudiemos y reflexionemos el Evangelio, probemos si es el caso otros esquemas de vida, afirmemos nuestra personalidad de alguna manera, para que nuestra opción de fe sea sentida como un gesto esencialmente libre y definitivo. Es importante que el hombre que busca vivir en libertad, lo consiga. Jesús tiene la seguridad de que su Evangelio no defraudará al hombre sincero, por eso nos espera. Arriesga por nosotros mucho más de lo que nosotros arriesgamos: respeta, espera y confía. Hasta ahí llega él. El resto es nuestro.

ENTRA EN TU INTERIOR

VAN POR DELANTE

La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo» que lo acosan cuando se acerca al templo.

Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor»; pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.

El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar» sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.

Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Sólo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Sólo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.

Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús, no hay duda: el recaudador Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».

En este camino van por delante, no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto de Dios.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

“Dijo: no quiero; pero después, recapacitó y fue”.

El verdadero amor espera sin límites, como decía Pablo.

 Si a la primera no somos capaces de decir “sí”, Dios acepta siempre nuestra rectificación. Casi siempre acertamos a costa de rectificaciones.

No estamos capacitados para descubrir la meta a la primera. Descubrir lo que es bueno para nosotros es una tarea ardua.

Se nos da la posibilidad de aprender de los errores. No deben preocuparnos las equivocaciones. Pero me debe preocupar que sea incapaz de rectificar.

 Dios demuestra conocernos muy bien cuando perdona.

 Aprender a perdonarse y a seguir adelante, es de sabios.

ORACIÓN

            Señor, somos cristianos de ida y vuelta, el sí y el no, siempre está presente en nosotros, pero tú prefieres un no arrepentido, que un sí apresurado. Tú eres respetuoso de nuestra libertad y tu paciencia con nosotros es infinita.

            Hoy te pedimos perdón por haber buscado solamente el premio a nuestras buenas obras. Por haber evitado el mal solamente por temor a los castigos. Por una actitud cristiana desprovista de amor. Por no haber dado generosamente lo que hemos recibido gratis.

            Haz que no hagamos de la religión un obstáculo de nuestra libertad interior. Que sepamos optar por la fe con plena conciencia de lo que hacemos. Que sepamos respetar a los demás cuando deben tomar alguna decisión.

            Señor, que todos podamos, a través de la experiencia de nuestra debilidad y pecado, llegar hasta ti como hombres conscientes y libres, nacidos de la oración y de la conversión personal.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


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martes, 19 de septiembre de 2017

24 DE SEPTIEMBRE: XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO



¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

24 DE SEPTIEMBRE

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 55,6-9

Mis planes no son vuestros planes.

Salmo 144

Cerca está el Señor de los que lo invocan.

2ª Lectura: Filipenses 1,20c-24.27a

PALABRA DEL DÍA

Mateo 20,1-16

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. El les dijo: -Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. El replicó a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los ´últimos.”

Versión para América Latina, extraída de la biblia del Pueblo de Dios

“Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.
porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.
Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.
Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.
El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?
Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos»”.

REFLEXIÓN

            A muchos, la parábola de hoy les puede parecer escandalosa, ya que, a primera vista, tiene un cierto aire de injusticia al menos si la medimos con un criterio social moderno, y parece que aun en tiempos de Jesús pudo parecer así, según lo que narra el mismo texto.

            Dios es comparado a un propietario que va contratando a diversos grupos de obreros para su viña, conviniendo con todos ellos en un denario por jornada, aun en el caso de aquellos que, por ser contratados a la tarde, trabajarían solamente algunas horas. Como es natural, los que fueron contratados primeros protestaron.

            También hoy ninguno de nosotros toleraría que un compañero de trabajo que solamente trabajara dos horas por día cobrara lo mismo que quien trabaja ocho horas. Sin embargo, Jesús aprueba la postura del propietario ya que la parábola únicamente quiere poner de relieve la absoluta libertad del dueño que quiso ser generoso sin pecar de injusto. En efecto, los primeros contratados no protestaron porque su paga era escasa, sino por la generosidad del propietario hacia los últimos. Por eso fueron acusados de “envidiosos”.

            El marco histórico de interpretación de esta parábola, como de otras que veremos en los próximos domingos, se refiere a la entrada de los paganos al Reino de Dios, que fue con ellos sumamente generoso aun cuando llegaran más tarde que los judíos.

            Como nos sugiere la primera lectura, el Reino de Dios tiene sus propios caminos –inspirados en el amor y la generosidad gratuita- que a menudo son incompatibles para quienes nos guiamos por un concepto de justicia distributiva. Así dice el oráculo de Isaías cuando le hace hablar a Dios: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.

            En otras palabras la parábola critica ásperamente, hasta el escándalo, la actitud de quienes establecen sus relaciones con Dios como si fuese un contrato por el cual tenemos el derecho a exigirle a Dios tal o cual paga. Es aquí donde debemos abrir los ojos para comprender la paradoja de la parábola: en realidad en ningún caso –salvo quizá en el primer grupo de contratados- se trataba de un contrato propiamente dicho, pues era obvio que el propietario otorgaba el denario como un gesto suyo de amor. Lo justo hubiera sido que pagara medio denario o un cuarto de denario, mas al dar un denario a todos puso en evidencia su generosidad, por un lado y el interés de los primeros contratados, por otro.  
   
            Llevando la parábola a nuestro hoy, los primeros contratados son los que se olvidan de que su pertenencia a la fe cristiana no les confiere privilegio alguno sobre las demás personas, pues esa pertenencia es un don gratuito de Dios.

            Es escandaloso, por lo tanto, que pretendamos sacar provecho de algo a lo que no hemos contribuido con nuestro esfuerzo personal, ya que la fe nos fue dada como don de Dios y, digamos, como don de nuestros padres y familias.

            No importa a qué hora de nuestra vida le abramos las puertas a Dios, si al amanecer, a media mañana o por la tarde, porque cuando la abrimos de par en par para que él entre y se quede a cenar con nosotros, comenzamos a recibir el denario del Reino.

ENTRA EN TU INTERIOR

BONDAD ESCANDALOSA

Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?

Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo vino a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.

El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: « ¿Vas a tener tú envidia porque yo sea bueno? ».

La parábola es tan revolucionaria que, seguramente, después de veinte siglos, no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos y aquellas que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?

Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos» cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.

 Nosotros seguimos muchas veces con nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos Hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y sólo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, Dios sabe entenderse bien con esas personas a las que nosotros rechazamos.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Todos los cristianos somos partícipes de la vida divina por el bautismo. A través de este sacramento hemos sido injertados en Cristo. Por tanto, la dinámica de la bondad de Dios no debiera extrañarnos. Más aún, como forma parte de nuestra propia vida, tendríamos que ponerla en práctica, en la vida diaria y en la oración personal.

            Hoy sería un buen día para, en oración, reflexionar sobre la propia vida personal de cada uno para ver en qué medida actúa con los criterios de Dios. Para ver si lleva una vida digna del evangelio de Cristo. Y tener especial cuidado de no trascender a las situaciones sociales injustas, en las que serían necesarios los planteamientos que Jesús nos ofrece en la parábola. Pues, a priori, no está en nuestras manos modificarlas. Al contrario de la vida de cada uno que si puede ser cambiada.

ORACIÓN

            Señor, primeros o últimos, todos estamos invitados a compartir tu mesa. El don es el mismo para todos. Hoy quiero comulgar, tomando conciencia de la esencial igualdad de todos los hombres ante tu amor.

            Hemos sido llamados a trabajar en tu viña. Haz que no busquemos privilegios ni los primeros puestos. Haz que nos sintamos felices de trabajar por tu Reino.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


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lunes, 11 de septiembre de 2017

17 DE SEPTIEMBRE: XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.”

17 DE SEPTIEMBRE

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera Lectura: Eclesiástico 27,33-28,9

Perdona la ofensa de tu prójimo para obtener tú el perdón.

Salmo 102

El Señor es compasivo y misericordioso.

Segunda Lectura: Romanos 14,7-9

En la vida y en la muerte somos del Señor.

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 18,21-35

“Entonces se adelantó Pedro y le preguntó:
- Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?
Jesús le contestó:
- Siete veces, no; setenta veces siete. Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados.
  Para empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. El empleado se echó a sus pies suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo”.
El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel empleado, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando: “Págame lo que me debes”.
El compañero se echó a sus pies suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré”. Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
 Al ver aquello sus compañeros, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor lo sucedido. Entonces el señor llamó al empleado y le dijo:
- ¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. ¿No era tu deber tener también compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?
Y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.
Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.”

Versión para América Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".
Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo".
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".

REFLEXIÓN

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad.

El perdón no es más que una de las manifestaciones del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar.

La frase del evangelio "setenta veces siete", no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa.

Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús, hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas.

Seguramente Jesús está haciendo referencia al “cántico de Lamec”: “si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete” (Gn 4,24). El perdón debe extenderse hasta donde llega el deseo de venganza.

La parábola no necesita explicación, como todas. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda. El empleado es incapaz de perdonar una minucia.

Al final del texto, encontramos un rabotazo del Antiguo Testamento: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

En el evangelio encontramos con mucha frecuencia esa incapacidad de aceptar plenamente el Dios de Jesús, que es sobre todo Padre. Eran judíos y les costó Dios y ayuda aceptar toda la originalidad de Jesús.

También nosotros nos encontramos mucho más a gusto con el Dios del Antiguo Testamento. Ese Dios que premia y castiga nos permite a nosotros hacer lo mismo con los demás. Esta es la razón por la que nos sentimos tan identificados con Él. Primero hemos fabricado un Dios a nuestra imagen, y después nos hemos conformado con imitarle.

ENTRA EN TU INTERIOR

SIEMPRE

A Mateo se le ve muy preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando».

Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.

Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él en abrir caminos al reino de Dios: el reino de la misericordia y la justicia para todos?


Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.

Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?

La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional.

A lo largo de los siglos se ha querido rebajar lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»: «da alicientes al ofensor» «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y deja irreconocible lo que pensaba y vivía Jesús.

Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            Nuestro mundo puede hacerse más humanos, solamente si en todas las relaciones recíprocas que plasman su rostro moral introducimos el momento del perdón, tan esencial al evangelio. El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado y que la muerte. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones de los hombres.

            Jesús subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás que a Pedro, que le había preguntado cuántas veces debería perdonar al prójimo, le indicó la cifra simbólica de “setenta veces siete”, quería decir con ello que debería saber perdonar siempre.

ORACIÓN

Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos y concede que te sirvamos de todo corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imagénes de Paxi Velasco (FANO)




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martes, 5 de septiembre de 2017

10 DE SEPTIEMBRE: XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.

10 DE SEPTIEMBRE

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Ezequiel 33,7-9

Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.

Salmo 94

Ojalá escuchéis hoy su voz: “No endurezcáis vuestro corazón”.

2ª Lectura: Romanos 13,8-10

Amar es cumplir la ley entera.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 18,13-20

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.  Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro además que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos".

REFLEXIÓN

            Las palabras del profeta Ezequiel en la primera lectura desmienten algunos de los dichos más egoístas y nefastos que suele oírse con frecuencia en nuestro lenguaje coloquial: “Este no es mi problema”; “cada uno en su casa y Dios en la de todos” … Ha dicho Dios mediante el profeta: “Si yo digo al malvado: ¡malvado, reo eres de muerte!, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre…” Esta preocupación por los demás forma parte de la gran ley del amor que nos ha recordado san Pablo en la segunda lectura: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”.

            El evangelio reúne de alguna manera estos dos conceptos expresados en las primeras lecturas para diseñar cómo ha de ser y cómo tiene que practicarse la corrección fraterna en nuestras comunidades. La comunidad y la comunión son indispensables para vivir a fondo los valores y las virtudes del evangelio. Todos somos miembros de una Iglesia universal, pero todos necesitamos también nuestra comunidad local, con la que vivimos y celebramos, con la que nos educamos en la fe, con la que compartimos alegrías y sufrimientos.

            Jesús no se conforma con qué intentemos ayudar al hermano que se aleja, o que, con su forma de vivir y actuar, pone en peligro la credibilidad y el buen nombre de la comunidad, quiere que agotemos todas las posibilidades que esté a nuestro alcance, por eso no debemos dejarlo cuando lo reprendemos a solas y no nos hace caso, sino llamar a otro hermano, a varios o reunir a la comunidad si hace falta.

            Es normal que en la vida diaria se produzcan disensiones entre las personas, o que en muchas familias haya enfrentamientos entre algunos de sus miembros. Pero que estas divergencias no se afronten, que haya personas que no se hablen, a veces entre los miembros de una misma casa, o en una misma comunidad, no es solamente un hecho claramente contrario al evangelio, sino que es incluso un hecho inhumano, contrario al querer de Dios.

            Jesús propone caminos que habrá que experimentar: “si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”.

            Cuántas veces, en lugar de corregir a solas al hermano, con caridad y con cariño, aireamos sus defectos y sus errores a los cuatro vientos y nos quedamos tan tranquilos, claro, son defectos y errores de los otros, no míos. “Si no te hace caso, llama a otro u otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”.

            Muchas veces nos mostramos autosuficientes con nuestra verdad, y nos negamos a aceptar la verdad o la opinión de los demás. “Y si no les hace caso, díselo a la comunidad (a la familia, al grupo de reflexión o de trabajo…).

            ¿Queremos ganar al hermano, a la hermana, al otro o queremos vencerle y demostrarle nuestra superioridad moral? ¿Queremos la paz y la reconciliación, o buscamos solamente una victoria? ¿Tenemos espíritu de bondad y entrañas de misericordia, o no nos despojamos del odio y la revancha?

ENTRA EN TU INTERIOR

REUNIRSE EN EL NOMBRE DE JESÚS

La destrucción del templo de Jerusalén el año 70 provocó una profunda crisis en el pueblo judío. El templo era «la casa de Dios». Desde allí reinaba imponiendo su ley. Destruido el templo, ¿dónde podrían encontrarse ahora con su presencia salvadora?

Los rabinos reaccionaron buscando a Dios en las reuniones que hacían para estudiar la Ley. El célebre Rabbi Ananías, muerto hacia el año 135, lo afirmaba claramente: «Donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la presencia de Dios (la «Shekiná») está con ellos».

Los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo reaccionaron de manera muy diferente. Mateo recuerda a sus lectores unas palabras que atribuye a Jesús y que son de gran importancia para mantener viva su presencia entre sus seguidores: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

No es una reunión que se hace por costumbre, por disciplina o por sumisión a un precepto. La atmósfera de este encuentro es otra cosa. Son seguidores de Jesús que «se reúnen en su nombre», atraídos por él, animados por su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de ese encuentro. Allí se hace presente Jesús, el resucitado.

No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está en crisis profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen paciencia para asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los símbolos y donde no siempre escuchan palabras que toquen la realidad de sus vidas.

Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y dirigido por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado en su silencio o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un lenguaje cuyo contenido no siempre entienden. ¿Es esto «reunirse en el nombre del Señor»?

¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si no pasara nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo la Jerarquía prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo los cristianos permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en el nombre de Jesús?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            No podemos dejar de subrayar en el evangelio de hoy, y sobre todo de cara, al trabajo en nuestras comunidades, la necesidad de trabajar y de rezar juntos: “Si dos de vosotros se pone de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque adonde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

            Hoy más que nunca es preciso despertar y fomentar la corresponsabilidad en el interior de la Iglesia, porque forma parte del querer de Jesús. Solamente podremos avanzar mediante el trabajo en equipo, que, en nuestro caso, es trabajo en comunión. Con Cristo y entre nosotros.

            Que este estilo de vida supone un cambio en nuestro corazón y en nuestro esquema educativo, está fuera de duda. Que lo exige el evangelio del amor a los pecadores, también está fuera de duda. Con este amor fraterno como premisa fundamental, pensemos ahora todo lo que está sucediendo y veamos juntos cuál puede ser la forma más adecuada para que nuestra comunidad sea levadura y fermento de una vida nueva.

ORACIÓN

            Hermanas y hermanos, sabemos que Dios nos ama tal cual somos; pero también es cierto que su amor debe ser correspondido por amor. Quien se deja amar por Dios, debe estar dispuesto a reformar su conducta para que ella sea signo de amor y comunión con los hermanos.

            Hoy la palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre algo que a todos nos afecta directamente: la realidad del pecado presente en el seno de la sociedad, es general, y de la comunidad cristiana en particular. Dispongámonos para una atenta escucha de la voz del Señor, que nos sale al encuentro en cada eucaristía que celebramos y cuando dos o más nos reunimos en su nombre.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)