jueves, 17 de agosto de 2017

20 DE AGOSTO: XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Mujer, qué grande es tu fe”.

20 DE AGOSTO

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 56,1.6-7

A los extranjeros los traeré a mi monte santo.

Salmo 66

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

2ª Lectura: Romanos 11,13-15.29-32

Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 15,21-28

“En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: -Ten compasión de mí, Señor, hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle. –Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les contestó: -Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: -Señor, socórreme. Él le contestó: - No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero ella repuso: -Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Jesús le respondió: -Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".
Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada”.

REFLEXIÓN

            El evangelio de hoy nos resulta duro y chocante, después de su primera lectura; casi parece estar en contradicción con el más grande de los postulados de Jesús: el amor indiscriminado a todos los hombres sin distinción alguna.

            Efectivamente, Jesús accede a los ruegos de una mujer que no pertenecía a su pueblo ni a su religión: era una sirofenicia pagana. Y, sin embargo, cuánta necesidad tenía ella de ver curada a su hija. Nos llama la atención que, no contento con eso, Jesús justifica su actitud diciendo que había venido solamente para las ovejas descarriadas de Israel, y como esto no bastaba para convencer a la mujer, la trata como a aquel perrito que se acerca a la mesa del amo para recoger algunas migajas.

            Finalmente, vista la fe de aquella mujer, le concede lo que le pedía.

            Ciertamente que este episodio, refleja muy bien la situación de la primitiva Iglesia que no se consideraba abierta a los pueblos paganos sino solamente como la consumación de la historia de Israel. Es cierto que los profetas habían vislumbrado el carácter universal del mesianismo, tal como lo trae la primera lectura: también los extranjeros vendrían al Monte Santo, a la Casa de Oración, para ofrecer sus sacrificios y oraciones, aceptando previamente el cumplimiento de la alianza y del sábado. Pero nunca se tomó esto muy en serio; el peso de la raza era demasiado fuerte.

            Para comprender este texto evangélico de hoy, debiéramos comenzar por el final. Jesús accede a curar a la hija de aquella mujer, vista su gran fe.

            Consideradas así las cosas, el caso de la cananea no era distinto al de los demás judíos que se acercaban a Jesús: de no mediar la fe, no había nada que hacer. Tampoco a ella se le concede el milagro porque sí; Jesús no acepta ser considerado como un ser taumatúrgico sin más: interpreta que debe entablar una relación distinta con quienes lo sigan o le pidan algo.

            En definitiva: el Reino de Dios llega a todo hombre que se abre a la fe.

            La aceptación de la mujer se fundamenta en su actitud de fe. Es eso lo que puso a prueba Jesús con sus constantes negativas para concluir con una alabanza que nunca destinó a ningún miembro de su raza: “¡Qué grande es tu fe!”.

            En la fe de la cananea se prefiguraba la gran fe de los pueblos paganos que superaron a los judíos en la acogida del Reino.

            Por pura casualidad la segunda lectura de hoy nos presenta la otra variante del problema: Pablo se duele, como judío que era, de la obstinación de su pueblo en rechazar la llamada del Reino, si bien no pierde la esperanza. Fue esa negativa lo que condicionó favorablemente el contacto de la Iglesia con los no judíos.

ENTRA EN TU INTERIOR

EL GRITO DE LA MUJER

Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?

Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel. Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada más. Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.

Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su desgracia. Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor: «Señor ten compasión de mí».

En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.

Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.
¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas? ¿Las dejamos de lado justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo hizo.

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            La fe es necesaria para poder hacer frente a las dificultades de la vida. Hoy descubrimos algo más: la fe en el Reino de Dios, la confianza en Dios salvador, es la única condición para que Dios se haga presente en cualquier hombre, sea cual fuere su raza o su credo.

            Dios no está atado a estructura alguna, pero a todo hombre, cristiano o no cristiano, le exige una actitud de apertura y de búsqueda.

            Preguntémonos en qué medida hemos orado para ofrecernos a Dios y en qué medida fuimos fuertes en nuestras convicciones religiosas.

ORACIÓN

            Señor, tú que llamaste a los pueblos paganos para que entraran en tu Reino, haz que permanezcamos abiertos a cuantos buscan en nosotros amor, paz y justicia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


Ante la actitud de esta mujer, que no pide para sí sino para su hija, podemos decir que lo que realmente salva es la fe. Permanezcamos arraigados en esa fe en Cristo que nos alcanza la felicidad de los bienaventurados.

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