martes, 29 de agosto de 2017

3 DE SEPTIEMBRE: XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo,

que cargue con su cruz y me siga.”

3 DE SEPTIEMBRE 

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Jeremías 20,7-9

La palabra del Señor se volvió oprobio para mí.

Salmo 62

Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío.

2ª Lectura: Romanos 12,1-2

Ofreceos vosotros mismos como hostia viva.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 16,21-27

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: - ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: -Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: -El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.”
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”

REFLEXIÓN

            El texto evangélico de este domingo corrobora lo que afirmábamos el domingo anterior: no basta hacer una hermosa confesión de fe. Las palabras, aun las más santas y bíblicas, pueden ser engañosas si no están fundamentadas en una experiencia personal.

            Pedro había confesado a Jesús como el Mesías, hijo de Dios: en aquel momento su gesto no carecía de valentía ya que dicha confesión implicaba de por sí el enfrentamiento con las autoridades religiosas y políticas del judaísmo.

            Es el de las grandes confesiones, pero también el de las grandes dudas, su confesión fue sincera, pero no acaba de entender las palabras del maestro, Pedro quería un Mesías, sí, pero sin sufrimiento, sin cruz, sin muerte. Un Mesías que viniera a liberar al pueblo de la dominación del imperio romano.

            Jesús no es ese Mesías liberador, viene a liberar, sí, pero de otras esclavitudes, aquellas que impiden la entrada al Reino.

            Podríamos decir, que Pedro es un santo humano, no distorsionado aún por una falsa mística. Ama y peca en un interminable conflicto entre su yo apasionado y su interna cobardía. Y fue esta humanidad la que cautivó a Jesús hasta el punto de colocarlo como cabeza de los Doce.

            Pedro no tiene grandes cualidades de mando ni una elocuencia desbordante, no alcanzó altos grados de misticismo ni escribió páginas de ascética o espiritualidad. Fue simplemente eso: Pedro, la eterna contradicción de un hombre sincero que no renunciaba a ser él mismo aun cuando se decidiera a seguir fielmente a Jesús.

            A ese Pedro, a todos nosotros en él, Jesús le dice: “Niégate a ti mismo y carga la cruz, no te ames más de lo necesario porque algo debe morir en ti para que crezca la semilla del Reino”. Y Pedro le dejó hacer al Maestro, mal que le pesara el duro reproche. Tampoco  fue la blanda y dócil arcilla en manos de Jesús. Nada de eso:  resiste con la dureza de su personalidad; no deja de ser lo que es, aun en el momento de cambio. No es una ovejita dócil que se suma a la masa; pelea hasta el final por no dejar de ser Pedro, aun identificándose con Jesús.

            Y ese Pedro decide tomar la cruz: un día lo ceñirán y lo alzarán en el patíbulo. Y morirá a lo Pedro, con la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba, como la tradición lo ha interpretado.

ENTRA EN TU INTERIOR

LO QUE TUVO QUE OÍR PEDRO

La aparición de Jesús provocó en los pueblos de Galilea sorpresa, admiración y entusiasmo. Los discípulos soñaban con el éxito total. Jesús, por el contrario, sólo pensaba en la voluntad del Padre. Quería cumplirla hasta el final.

Por eso empezó a explicar a sus discípulos lo que le esperaba. Su intención era subir a Jerusalén a pesar de que allí iba a «sufrir mucho» precisamente «por parte de» los dirigentes religiosos. Su muerte entraba en los designios de Dios como consecuencia inevitable de su actuación. Pero el Padre lo iba a resucitar. No se quedaría pasivo e indiferente.

Pedro se rebela ante la sola idea de imaginar a Jesús crucificado. No lo quiere ver fracasado. Sólo quiere seguir a Jesús victorioso y triunfante. Por eso, lo «toma aparte», lo presiona y «lo increpa» para que se olvide de lo que acaba de decir: « ¡No lo permita Dios! No te puede pasar a ti eso».

La respuesta de Jesús es muy fuerte: «Quítate de mi vista, Satanás». No quiere ver a Pedro ante sus ojos, porque «le hace tropezar», es un obstáculo en su camino. «Tú no piensas como Dios, sino como los hombres». Tienes una manera de pensar que no es la del Padre que piensa en la felicidad de todos sus hijos e hijas, sino la de hombres que sólo piensan en su bienestar y sus intereses. Eres la encarnación de Satanás.

Cuando Pedro se abre con sencillez a la revelación del Padre, confiesa a Jesús como Hijo del Dios vivo, se convierte en «roca» sobre la que Jesús puede construir su Iglesia. Cuando, siguiendo intereses humanos, pretende apartar a Jesús del camino de la cruz, se convierte en «tentador satánico».

Los autores subrayan que Jesús dice literalmente a Pedro: «Ponte detrás de mí, Satanás». Ese es tu sitio. Colócate como seguidor fiel detrás de mí. No pretendas pervertir mi vida orientando mi proyecto hacia el poder y el triunfo.

Es «satánico» confesar a Jesús como «Hijo del Dios Vivo», y no seguirle en su camino hacia la cruz. Si en la Iglesia de hoy seguimos actuando como Pedro, tendremos que oír también nosotros lo que él tuvo que oír de labios de Jesús.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste… Siempre que hablo tengo que gritar “violencia” y proclamar “Destrucción” … La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Entonces me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre… Pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla y no podía.”

            Así caminamos detrás de Jesucristo: protestando todos los días por esa cruz de humanidad asumida con que cargó nuestros hombros; regañándole como niños mal criados, pero al fin y al cabo…. Amándolo a nuestro modo. Le damos la espalda, pero no del todo, como se hubiera metido en nuestros huesos y entrañas en un eterno encuentro.

            El evangelio de hoy nos serena y nos reconcilia con nosotros mismos. Y lo mejor del caso es que podemos sentir como Jesús nos acompaña en cada una de nuestras muestras de fidelidad. Así nos ama Cristo, consciente desde u n primer momento de que no éramos ángeles ni santos de altar. Por eso nos puso a Pedro por encima: para que descubramos hasta dónde llega el amor de Dios que nos ama en esto tosco y simplemente complicado que somos.

ORACIÓN

            Si uno quiere salvar su vida la perderá: pero el que la pierda por mí la encontrará. Salvar la vida quiere decir utilizarla únicamente en provecho propio; perder la vida es entregarla generosamente al servicio de los demás.

            La vida de cada uno de nosotros es un viaje, y es preciso saber a dónde vamos y cómo tenemos que ir. Jesús nos marca un estilo y una manera. Y, sobre todo, saber que no vamos solos. La liturgia de hoy nos ha recordado también uno de los salmos más hermosos de todo el salterio: Tu gracia, Señor, vale más que la vida. Hoy quiero, Señor, hacer oración el Salmo 62, haz que mi alma, esté siempre sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


domingo, 20 de agosto de 2017

27 DE AGOSTO: XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…”

27 DE AGOSTO

XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 22,19-23

Colgaré de su hombro la llave del palacio de David.

Salmo 137

Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

2ª Lectura: Romanos 11,33-36

Él es origen, guía y meta del universo.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 16,13-20

“En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Él les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado  en el cielo.” Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías”.

REFLEXIÓN

            Cuando Isaías, en la primera lectura, muestra cómo un mayordomo recibe sobre su hombro la insignia simbólica del poder, que son las llaves, anticipa, de manera profética, el gesto que hará Jesús con Pedro al dar identidad a su vocación específica en la Iglesia; pero las llaves del Reino del cielo no son símbolo de poder, sino de servicio.

            San Pablo, en la segunda lectura, nos ha ofrecido un himno triunfal a la sabiduría insondable de Dios, y nosotros, admirando y glorificando el pensamiento del Señor, que nos lleva a veces por caminos impenetrables, somos invitados por el evangelio a responder personalmente a la pregunta de Jesús: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

            Responder a la primera pregunta que hace Jesús a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Equivale a elaborar un montón de libros de sociología o de teología. Entre las innumerables respuestas que podríamos obtener, encontraríamos, además de una gran parcela de indiferencia, expresiones como un hombre que se hace querer, un moralista prudente, un profeta revolucionario, un libertador, el Hijo de Dios, el salvador, o aquel que se definió como Camino, Verdad y vida.

            Pero es en la pregunta experiencial y vivencial dónde cabe plantearse de verdad quién es, qué significa, qué representa y qué caminos provoca hoy en cada uno de nosotros la manera de pensar y de vivir de Jesús de Nazaret.

            Y aquí las respuestas no pueden ser teóricas, ni de libro. No sirven las palabras vacías, ni tampoco las definiciones no vividas. Las respuestas tendrán que ser expresión de lo que salga de nuestro interior, de nuestra vivencia, trabajada a lo largo de nuestra vida cristiana.

       Por tanto, la imagen actual, viva, atractiva y activa, o decadente, poco seductora e indiferente que pueda tener la gente sobre la persona y los hechos de Jesús de Nazaret depende en gran parte de cómo lo vivimos y lo presentamos nosotros en la práctica.

            Son cada vez más, los hombres y las mujeres que comprometen su vida, anunciando a un Jesús cercano, amigo de los hombres, que da la vida por todos, que ha venido para justos e injustos y hace salir su sol sobre buenos y malos. Un Jesús personal, que nos llama por nuestro nombre y nos invita a seguirlo ligeros de equipaje, disponibles y sin mirar atrás en la tarea de roturar, sembrar y cuidar la viña del reino.

            A este Jesús, salvador personal, generoso y paciente, es al que tenemos que anunciar, a ese Jesús que no ha venido a condenar, ni a juzgar, sino a salvar y a dar la vida en rescate por todos.

            Anunciar a un Jesús distinto, es no haber entendido lo que significa para nosotros y no haber sabido responder con sinceridad e interioridad, su pregunta: ¿Quién soy yo para vosotros?

ENTRA EN TU INTERIOR

QUÉ DECIMOS NOSOTROS

También hoy nos dirige Jesús a los cristianos la misma pregunta que hizo un día a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. No nos pregunta solo para que nos pronunciemos sobre su identidad misteriosa, sino también para que revisemos nuestra relación con él. ¿Qué le podemos responder desde nuestras comunidades?

¿Conocemos cada vez mejor a Jesús, o lo tenemos “encerrado en nuestros viejos esquemas aburridos” de siempre? ¿Somos comunidades vivas, interesadas en poner a Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestras actividades, o vivimos estancados en la rutina y la mediocridad?

¿Amamos a Jesús con pasión o se ha convertido para nosotros en un personaje gastado al que seguimos invocando mientras en nuestro corazón va creciendo la indiferencia y el olvido? Quienes se acercan a nuestras comunidades, ¿pueden sentir la fuerza y el atractivo que tiene para nosotros?


      ¿No sentimos discípulos y discípulas de Jesús? ¿Estamos aprendiendo a vivir con su estilo de vida en medio de la sociedad actual, o nos dejamos arrastrar por cualquier reclamo más apetecible para nuestros intereses? ¿Nos da igual vivir de cualquier manera, o hemos hecho de nuestra comunidad una escuela para aprender a vivir como Jesús?

¿Estamos aprendiendo a mirar la vida como la miraba Jesús? ¿Miramos desde nuestras comunidades a los necesitados y excluidos con compasión y responsabilidad, o nos encerramos en nuestras celebraciones, indiferentes al sufrimiento de los más desvalidos y olvidados: los que fueron siempre los predilectos de Jesús?

¿Seguimos a Jesús colaborando con él en el proyecto humanizador del Padre, o seguimos pensando que lo más importante del cristianismo es preocuparnos exclusivamente de nuestra salvación? ¿Estamos convencidos de que el modo de seguir a Jesús es vivir cada día haciendo la vida más humana y más dichosa para todos?

¿Vivimos el domingo cristiano celebrando la resurrección de Jesús, u organizamos nuestro fin de semana vacío de todo sentido cristiano? ¿Hemos aprendido a encontrar a Jesús en el silencio del corazón, o sentimos que nuestra fe se va apagando ahogada por el ruido y el vacío que hay dentro de nosotros?

¿Creemos en Jesús resucitado que camina con nosotros lleno de vida? ¿Vivimos acogiendo en nuestras comunidades la paz que nos dejó en herencia a sus seguidores? ¿Creemos que Jesús nos ama con un amor que nunca acabará? ¿Creemos en su fuerza renovadora? ¿Sabemos ser testigos del misterio de esperanza que llevamos dentro de nosotros?"

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

             La pregunta que Jesús hace a sus discípulos es, de alguna manera, la pregunta que siempre hizo la Iglesia mirando a su alrededor: ¿Qué se piensa en el mundo sobre Cristo? ¿Cómo lo ven los demás pueblos? ¿Qué se opina de él en un país cristiano por tradición?

            Una vez que le dice a Jesús lo que la gente pensaba de él, viene la pregunta directa y la que a Jesús le interesa realmente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

            Es la gran pregunta que tarde o temprano ha de escuchar la misma Iglesia y cada cristiano. Porque puede suceder que sigamos a Jesús sin saber a quién seguimos, o que llevemos su nombre sin saber qué significa ese nombre y ese hombre.

            En efecto, con sinceridad, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué nos impulsa a escuchar su palabra, bautizar a nuestros hijos o celebrar fiestas en su honor?

            Y se levanta Pedro, la expresión de una fe aún incipiente e inmadura, quien responde más con el corazón que con los labios: Tú eres “el Mesías de Dios”.

            El Mesías que responde al designio de Dios está señalado por dos características: el dolor y el rechazo. No sólo sufrirá mucho, sino que sentirá en carne propia el rechazo de los suyos y la oposición de esa misma gente que se dice religiosa y que ocupa altos cargos en la nación.

ORACIÓN

En el evangelio de hoy escuchamos aquella escena en la que Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Y los discípulos le responden: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Entonces Jesús les dice: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? A lo que Pedro, con convicción, responde: “Tú eres el Mesías el Hijo de Dios vivo”. Hoy Jesús vuelve a preguntarnos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Y cada uno de nosotros tiene que encontrar su respuesta: ¿Quién es Jesús para mí? Ojalá que seamos capaces de responder como Pedro reconociendo que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, aquel que da sentido a nuestra vida, aquel en quien podemos encontrar las raíces más profundas de nuestro ser. Que la profesión de fe de Pedro, y también de Pablo, sea hoy ejemplo y ánimo para que cada uno de nosotros hagamos también nuestra propia y personal profesión.

           Señor, de Ti podríamos decir y escribir muchas cosas, pero hoy sólo queremos pedirte que nos ayudes día a día a saber y a vivir de verdad quién eres y, sobre todo, a experimentar quién eres para cada uno de nosotros. Que, como Pedro, podamos creer profundamente que Tú eres el Mesías, el Hijo de dios vivo.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


jueves, 17 de agosto de 2017

20 DE AGOSTO: XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.


“Mujer, qué grande es tu fe”.

20 DE AGOSTO

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Isaías 56,1.6-7

A los extranjeros los traeré a mi monte santo.

Salmo 66

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

2ª Lectura: Romanos 11,13-15.29-32

Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.

PALABRA DEL DÍA

Mateo 15,21-28

“En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: -Ten compasión de mí, Señor, hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle. –Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les contestó: -Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: -Señor, socórreme. Él le contestó: - No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero ella repuso: -Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Jesús le respondió: -Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas. En aquel momento quedó curada su hija”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio".
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros".
Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada”.

REFLEXIÓN

            El evangelio de hoy nos resulta duro y chocante, después de su primera lectura; casi parece estar en contradicción con el más grande de los postulados de Jesús: el amor indiscriminado a todos los hombres sin distinción alguna.

            Efectivamente, Jesús accede a los ruegos de una mujer que no pertenecía a su pueblo ni a su religión: era una sirofenicia pagana. Y, sin embargo, cuánta necesidad tenía ella de ver curada a su hija. Nos llama la atención que, no contento con eso, Jesús justifica su actitud diciendo que había venido solamente para las ovejas descarriadas de Israel, y como esto no bastaba para convencer a la mujer, la trata como a aquel perrito que se acerca a la mesa del amo para recoger algunas migajas.

            Finalmente, vista la fe de aquella mujer, le concede lo que le pedía.

            Ciertamente que este episodio, refleja muy bien la situación de la primitiva Iglesia que no se consideraba abierta a los pueblos paganos sino solamente como la consumación de la historia de Israel. Es cierto que los profetas habían vislumbrado el carácter universal del mesianismo, tal como lo trae la primera lectura: también los extranjeros vendrían al Monte Santo, a la Casa de Oración, para ofrecer sus sacrificios y oraciones, aceptando previamente el cumplimiento de la alianza y del sábado. Pero nunca se tomó esto muy en serio; el peso de la raza era demasiado fuerte.

            Para comprender este texto evangélico de hoy, debiéramos comenzar por el final. Jesús accede a curar a la hija de aquella mujer, vista su gran fe.

            Consideradas así las cosas, el caso de la cananea no era distinto al de los demás judíos que se acercaban a Jesús: de no mediar la fe, no había nada que hacer. Tampoco a ella se le concede el milagro porque sí; Jesús no acepta ser considerado como un ser taumatúrgico sin más: interpreta que debe entablar una relación distinta con quienes lo sigan o le pidan algo.

            En definitiva: el Reino de Dios llega a todo hombre que se abre a la fe.

            La aceptación de la mujer se fundamenta en su actitud de fe. Es eso lo que puso a prueba Jesús con sus constantes negativas para concluir con una alabanza que nunca destinó a ningún miembro de su raza: “¡Qué grande es tu fe!”.

            En la fe de la cananea se prefiguraba la gran fe de los pueblos paganos que superaron a los judíos en la acogida del Reino.

            Por pura casualidad la segunda lectura de hoy nos presenta la otra variante del problema: Pablo se duele, como judío que era, de la obstinación de su pueblo en rechazar la llamada del Reino, si bien no pierde la esperanza. Fue esa negativa lo que condicionó favorablemente el contacto de la Iglesia con los no judíos.

ENTRA EN TU INTERIOR

EL GRITO DE LA MUJER

Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?

Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel. Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada más. Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.

Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su desgracia. Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor: «Señor ten compasión de mí».

En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.

Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.
¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas? ¿Las dejamos de lado justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo hizo.

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

            La fe es necesaria para poder hacer frente a las dificultades de la vida. Hoy descubrimos algo más: la fe en el Reino de Dios, la confianza en Dios salvador, es la única condición para que Dios se haga presente en cualquier hombre, sea cual fuere su raza o su credo.

            Dios no está atado a estructura alguna, pero a todo hombre, cristiano o no cristiano, le exige una actitud de apertura y de búsqueda.

            Preguntémonos en qué medida hemos orado para ofrecernos a Dios y en qué medida fuimos fuertes en nuestras convicciones religiosas.

ORACIÓN

            Señor, tú que llamaste a los pueblos paganos para que entraran en tu Reino, haz que permanezcamos abiertos a cuantos buscan en nosotros amor, paz y justicia.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Paxi Velasco (FANO)


Ante la actitud de esta mujer, que no pide para sí sino para su hija, podemos decir que lo que realmente salva es la fe. Permanezcamos arraigados en esa fe en Cristo que nos alcanza la felicidad de los bienaventurados.

jueves, 10 de agosto de 2017

13 DE AGOSTO: XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.



“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”

13 DE AGOSTO

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

1ª Lectura: Primer libro de los Reyes 19,9.11-13

Quédate en el monte, porque el Señor va a pasar.

Salmo 84

Muéstranos, Señor tu misericordia.

2ª Lectura: Romanos 9,1-5

Hasta quisiera verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos.

EVANGELIO DEL DÍA

Mateo 14,22-33

“En seguida obligó a los discípulos a que se embarcaran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes.
Después de despedirlas subió al monte para orar a solas.
Caída la tarde, seguía allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.
Jesús les habló enseguida:
- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
- Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
- Ven. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
- ¡Sálvame, Señor!
Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo:
- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca cesó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
- Realmente eres Hijo de Dios.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

REFLEXIÓN

La barca es símbolo de la nueva comunidad. Las dificultades que atraviesan los apóstoles son consecuencia del alejamiento de Jesús. Esto se aprecia mejor en el evangelio de Juan, que deja muy claro que fueron ellos los que decidieron marcharse sin esperar a Jesús. Se alejan malhumorados porque Jesús no aceptó las aclamaciones de la gente saciada. Pero Jesús no les abandona a ellos y va en su busca. Para ellos Jesús es un “fantasma”; está en las nubes y no pisa tierra. No responde a sus intereses y es incomprensible con sus pretensiones. Su cercanía, sin embargo, les hace descubrir el verdadero Jesús.

El miedo es el primer efecto de toda teofanía. El ser humano no se encuentra bien en presencia de lo divino. Hay algo en esa presencia de Dios que le inquieta. La presencia del Dios auténtico no da seguridades, sino zozobra; seguramente porque el verdadero Dios no se deja manipular, es incontrolable y nos desborda.

La respuesta de Jesús a los gritos (miedo), es una clara alusión al episodio de Moisés ante la zarza. El (yo soy) en boca de Jesús es una clara alusión a su divinidad. Juan lo utiliza con mucha frecuencia para dejar clara la naturaleza de la figura de Jesús. Si es Él, no tienen por qué tener miedo.

El episodio de Pedro, merece una mención especial. Sólo lo relata Mateo, y es muy probable que sea una tradición exclusiva de esa comunidad.

Pedro siente una curiosidad inmensa al descubrir que su amigo Jesús se presenta con poderes divinos, y quiere participar de ese mismo privilegio. “Mándame ir hacia ti, andando sobre el agua”; haz que yo partícipe del poder divino como tú.

Pero Pedro quiere lograrlo por arte de magia, no por una transformación personal.

           Jesús le invita a entrar en la esfera de lo divino y participar de ese verdadero ser: ven.

Estamos hablando de la aspiración más profunda de todo ser humano consciente. En todas las épocas ha habido hombres que han descubierto esa presencia de Dios. Pedro representa aquí, a cada uno de los discípulos que aún no han comprendido las exigencias del seguimiento.

Jesús no revindica para sí esa presencia divina, sino que da a entender que todos estamos invitados a esa participación.  Pedro camina sobre el agua mientras está mirando a Jesús; se empieza a hundir cuando mira a las olas. No está preparado para acceder a la esfera de lo divino; pero no porque sea mala persona, sino porque no es capaz de prescindir de las seguridades.

Tanto el episodio de Elías, como el relato del evangelio están llenos de enseñanzas para nosotros hoy.

El verdadero Dios no puede llegar a nosotros a través de los sentidos, no puede venir de fuera. No podemos verlo ni oírlo ni tocarlo, ni olerlo ni gustarlo. Tampoco llegará a través de la especulación y de la razón. Dios no tiene más que un camino para llegar a nosotros: nuestro propio ser.

Su acción no se puede “sentir”. Esa presencia de Dios, sólo puede ser experimentada. El budismo tiene una frase, a primera vista tremenda: “si te encuentras con el Buda, mátalo”. Lo mismo podíamos decir nosotros, si te encuentras con Dios, mátalo. Ese Dios es falso, es una creación de tu imaginación; es un ídolo. Si lo buscas fuera de ti, estas persiguiendo un fantasma.

También hoy, el viento es contrario, las olas son inmensas, las cosas no salen bien y encima, es de noche y Jesús no está. Todo apunta a la desesperanza. Pero resulta que Dios está donde menos lo esperamos: en medio de las dificultades, en medio del caos y de las olas, aunque nos cueste tanto reconocerlo.

ENTRA EN TU INTERIOR

A LA IGLESIA LE HA ENTRADO MIEDO

Seguramente, aprovechando los momentos difíciles de sus idas y venidas por el lago de Galilea, Jesús educaba a sus discípulos para enfrentarse a tempestades futuras más peligrosas. Mateo «trabaja» ahora uno de estos episodios para ayudar a las comunidades cristianas a liberarse de sus «miedos» y de su «poca fe».

Los discípulos están solos. Esta vez no los acompaña Jesús. Su barca está «muy lejos de tierra», a mucha distancia de él, y un «viento contrario» les impide volver. Solos en medio de la tempestad, ¿qué pueden hacer sin Jesús?

La situación de la barca es desesperada. Mateo habla de las tinieblas de la «noche», la «fuerza del viento» y el peligro de «hundirse en las aguas». Con este lenguaje bíblico, conocido por sus lectores, va describiendo la situación de aquellas comunidades cristianas, amenazadas desde fuera por el rechazo y la hostilidad, y tentadas desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿No es ésta nuestra situación hoy?

Entre las tres y las seis de la madrugada, «se les acerca Jesús andando sobre el agua», pero los discípulos son incapaces de reconocerlo. El miedo les hace ver en él «un fantasma». Los miedos son el mayor obstáculo para conocer, amar y seguir a Jesús como «Hijo de Dios» que nos acompaña y salva en la crisis.

Jesús les dice las tres palabras que necesitan escuchar: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Quiere trasmitirles su fuerza, su seguridad y su confianza absoluta en el Padre. Pedro es el primero en reaccionar. Su actuación es, como casi siempre, modelo de entrega confiada y ejemplo de miedo y poca fe. Camina seguro sobre las aguas, luego «le entra miedo»; va confiado hacia Jesús, luego olvida su Palabra, siente la fuerza del viento y comienza a «hundirse».

En la Iglesia de Jesús ha entrado el miedo y no sabemos cómo liberarnos de él. Tenemos miedo al desprestigio, la pérdida de poder y el rechazo de la sociedad. Nos tenemos miedo unos a otros: la jerarquía endurece su lenguaje, los teólogos perdemos libertad, los pastores prefieren no correr riesgos, los fieles miran con temor el futuro.

En el fondo de estos miedos hay miedo a Jesús, poca fe en él, resistencia a seguir sus pasos. Él mismo nos ayuda a descubrirlo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué dudáis tanto?

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

“Mándame ir hacia ti… Ven”
El ansia de lo divino es una constante en el ser humano.

Es un anhelo positivo que está puesto ahí por Él.

Nuestro fallo está en querer conseguirlo por un camino equivocado. Nos sentimos más seguros en el camino ancho y espacioso, si es posible, libre de obstáculos, que en estrecho.

…………………….

Lo divino forma parte de nosotros.

Es la parte sustancial y primigenia de mi ser. Dios se hizo hombre, para que hombre pudiera hacerse Dios en Cristo.

Cuando descubro y vivo esa presencia, despliego todas las posibilidades de ser que ya hay en mí.

…………………..

El secreto está en la absoluta confianza en Él.

Si pretendo buscarle como un bien más de consumo, sólo me encontraré con las seguridades terrenas.

Sólo lanzándome sin miedos y prejuicios, conseguiré aterrizar en Él.

ORACIÓN

            Dios todopoderoso y eterno, a quien, enseñados por el Espíritu Santo, invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nuestros corazones el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imagen de Paxi Velasco (FANO)