“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro
escondido en el campo…”
30 DE
JULIO
XVII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Primera
Lectura: 1 Reyes 3,5.7-12
Pediste
discernimiento.
Salmo 118
¡Cuánto
amo tu voluntad, Señor!
Segunda
Lectura; Romanos 8,28-30
Nos
predestinó a ser imagen de su Hijo.
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
13,44-52
“En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El Reino de los
Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo
vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vencer todo lo que tiene y compra
el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas
finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y
la compra. El Reino de los cielos se parece también a la red que echan en el
mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla,
se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo
sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los
buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de
dientes. - ¿Entendéis bien todo esto? Ellos le contestaron: -Sí. Y les dijo:
-Ya veis, un letrado que entiende el Reino de los Cielos es como un padre de
familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.
Versión
para América Latina extraída de la biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús dijo a la multitud:
"El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido
en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría,
vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que
se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a
vender todo lo que tenía y la compró."
El Reino de los Cielos se parece también a una red que se
echa al mar y recoge toda clase de peces.
Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y,
sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.
Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y
separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno
ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le
respondieron.
Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo
del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas
lo nuevo y lo viejo".
REFLEXIÓN
Las parábolas subrayan la actividad del hombre en este
encuentro con el Reino. En otras palabras: debe existir en nosotros una
búsqueda del Reino, como explícitamente lo dijera Jesús en otra ocasión:
“Buscad ante todo el Reino y su Justicia, y todo lo demás vendrá por
añadidura.”
Pero… ¿Qué implica esta búsqueda?
La búsqueda es, antes que nada, un esfuerzo por encontrar
algo que no se tiene. Quien busca reconoce una carencia de algo. Es, pues, una
actitud humilde por sí misma.
Buscar el Reino es haber comprendido una cierta carencia
esencial en nuestra vida, carencia que nos impulsa a salir de nosotros mismos y
no reposar hasta que encontremos esa realidad que hace completo nuestro yo.
Muchos son los esfuerzos que hacemos por encontrar lo que
nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura, etc. Hoy podemos preguntarnos si
existe el mismo esfuerzo por encontrar la Verdad; no la verdad abstracta de los
filósofos, sino esa visión verdadera de la vida.
El Reino, como insinúa la primera lectura de hoy,
pertenece más bien al orden de la “sabiduría”, es decir, de la más sublime de
las artes: saber vivir con dignidad, con sentido. Saber que se vive, por qué se
vive y para qué se vive.
Sin duda es ésta una de las crisis más profundas de nuestra cultura: se tiene de todo, pero se carece de lo esencial: una visión general del hombre en el cosmos que le permita situarse como hombre.
La búsqueda del Reino, así considerado, supone una
actitud de cambio en el hombre. Efectivamente, esta relación con Dios modifica
nuestro esquema de vida. Si no lo modificara, ciertamente que no sería Reino de
Dios, sino solamente el fruto de nuestra imaginación.
De ahí que, sin sinceridad absoluta en el corazón, no se
puede hablar de búsqueda del Reino o de la Verdad. Se trata de una búsqueda en
la lucha interior, pues surgirán las defensas del yo para que el hombre se
convenza de que el Reino es precisamente lo que él ya tiene o lo que él supone
que es. En tal caso, se termina por buscar autojustificarse de la propia
conducta. En más de una oportunidad nuestra supuesta búsqueda de la verdad no
pasa de ser un denodado esfuerzo por demostrar racionalmente lo que debíamos
defender a toda costa.
Esta sinceridad nos debe llevar a encontrarlo “allí donde
está”. Las parábolas aluden a este carácter sorpresivo de la aparición del
Reino. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde menos nos lo
imaginamos: lo cual exige una gran vigilancia interior y un permanente mirar hacia
donde nunca miramos… El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de
nuestra vida, por un amigo, por un trabajo: puede aparecer en cierto movimiento
político-social, en aquella ideología o en aquel personaje que concita nuestra
atención.
No hay peor error que pretender encerrar al reino en un
cofre como si ya lo poseyera de una vez para siempre…
Esta debiera ser la cualidad primordial del cristiano:
saber encontrar el Reino de Dios en el gran libro de los acontecimientos
cotidianos, los pequeños y los grandes. Dios se manifiesta allí donde menos nos
lo imaginamos y con las características más insólitas.
Nuestro mundo nos depara sorpresas día a día. Estas sorpresas son las que deben
ser cuidadosamente examinadas: escarbemos en ellas, pues pueden esconder en su
seno el tesoro del reino.
ENTRA EN
TU INTERIOR
LA
DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje.
En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una
perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con
alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según
Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin
descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre,
que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y
dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué
tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la
sensación de no haber descubierto en ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz
última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra
Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y
mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el
reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo”. Años más tarde, Juan
Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está
orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa
Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de
Dios”.
Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera
han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no
saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el
objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador
del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro”
del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios
en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en
prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”.
Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de
escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la
Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del
reino de Dios con alegría y entusiasmo.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Comulgar no es recibir una cosa ni un pedazo de pan
bendito… Es entrar en relación con Jesucristo, uniéndonos a sus sentimientos y
actitudes.
Al salir de nuestra celebración dominical, saldremos al
encuentro de Dios que se nos ha de cruzar en cualquier circunstancia y
oportunidad. Estemos atentos, pues el Señor está rondando y ya golpea a la
puerta.
ORACIÓN
Señor Dios, protector de los que en ti confían, sin ti, nada es fuerte,
ni santo; multiplica sobre nosotros tu misericordia para que, bajo tu
dirección, de tal modo nos sirvamos ahora de los bienes pasajeros, que nuestro
corazón esté puesto en los bienes eternos.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco (FANO)
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