¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba
por el camino
y nos explicaba las Escrituras?
y nos explicaba las Escrituras?
30 DE
ABRIL
III
DOMINGO DE PASCUA
1ª
Lectura: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-23
No era
posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio.
Salmo 15
Enséñanos,
Señor, el camino de la vida. Aleluya.
2ª
Lectura: 1ª carta del Apóstol San Pedro 1,17-21
Ustedes
han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha.
EVANGELIO
DEL DÍA
Lucas:
24,13-35
“Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea
llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, y conversaban de todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó
y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo.
Él les preguntó:
- ¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino?
Se detuvieron cariacontecidos, y uno de ellos, que se llamaba
Cleofás, le replicó:
- ¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha
enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad?
Él les preguntó:
- ¿De qué?
Contestaron:
- De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en
obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos
sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron,
cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel. Pero, además
de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es verdad que algunas
mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al
sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían
tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. Algunos de nuestros
compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho
las mujeres, pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les replicó:
- ¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que
dijeron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en
su gloria?
Y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó lo que
se refería a él en toda la Escritura.
Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir
adelante, pero ellos le apremiaron diciendo:
- Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya
de caída.
Él entró para quedarse con ellos. Estando recostado con ellos
a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron
los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. Entonces se
dijeron uno a otro:
- ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino
haciéndonos comprender la Escritura?
Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén;
encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían:
- Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo
habían reconocido al partir el pan.”
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño
pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y
siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?".
Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres
el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron:
"Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y
en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo
entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel.
Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han
desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se
les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo
como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo
les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos
para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas,
les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo
ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque
ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición;
luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo
reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras
nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a
Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con
ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado
y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el
camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
REFLEXIÓN
Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por el camino.
Su vida se ha detenido el viernes precedente, mientras Jesús agonizaba en la
cruz. Desde entonces, se han dicho el uno al otro la antigua maldición:
“Maldito el que es colgado” (Dt 21,23). ¿Quién tiene razón: la autoridad
legítima que decidió la muerte del agitador o ese Jesús que reivindicó el título
de Mesías? Los dos hombres caminan con aire sombrío. Pero de golpe pasan del
desánimo a la euforia, a una fe entusiasta en la resurrección.
La Escritura es la primera clave o vía que Jesús les abre para acceder a
la fe en su persona. Los discípulos no lo han reconocido presente en el
caminante que se les une en la marcha y que parece ignorar todo lo sucedido
aquellos días en Jerusalén. Ellos están desanimados, en la tumba del
crucificado quedaron enterradas sus esperanzas mesiánicas, que no son capaces de
resurgir ni con las noticias que empiezan a correr en su grupo sobre el
sepulcro vacío e incluso la resurrección de Jesús anunciada por los ángeles a
las mujeres.
La Eucaristía es la segunda clave cerca ya de la aldea de Emaús, el
desconocido hizo ademán de seguir adelante. Quédate con nosotros, le dijeron
ellos, porque atardece y el día va de caída. Y se dispusieron a cenar juntos.
Entonces el Señor, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. Pero él desapareció”. Lucas transcribe aquí exactamente el rito
con que Jesús inició la institución de la eucaristía en la última cena, según
leemos en san Pablo y en los tres evangelios sinópticos.
La comunidad es la tercera clave. Así lo entendieron los peregrinos de
Emaús, que levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron
reunidos a los once con sus compañeros. Habían aprendido una lección
fundamental, extensiva a todos los cristianos. Cristo resucitado sigue presente
entre ellos, en medio de la comunidad, de una manera nueva y cierta, por la fe
que nace de su palabra y de su pan.
ENTRA EN
TU INTERIOR
RECORDAR
MÁS A JESÚS
El relato de los discípulos de Emaús nos describe la experiencia vivida
por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén hacia la pequeña
aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital. El narrador lo
hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy nuestra fe en Cristo
resucitado.
Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el grupo de
seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el grupo se va
deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se ha
desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado en
sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No
estamos dejando morir la fe en Jesús?
Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo pueden
olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que han
vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con
ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de
reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina
hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo
siguen recordando?
La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando los discípulos
lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se comenta su
evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre su estilo
de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros porque
hablamos poco de él?
Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa
que traéis mientras vais de camino?» No se impone revelándoles su identidad.
Les pide que sigan contando su experiencia. Conversando con él, irán
descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando, guiados por su
palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de
Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.
Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones; Jesús les
ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de los
discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel
"desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se
les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!
Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras,
comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos
de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de
estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.
ORA EN TU
INTERIOR
¿Hemos descubierto la palabra de Dios como fuente y
alimento de nuestra fe y de nuestro amor cristiano? ¿De verdad es la eucaristía
dominical o diaria la raíz y cumbre de toda nuestra vida cristiana? ¿Es nuestra
comunidad de creyentes un signo de Cristo resucitado para los demás? Mientras
no vivamos a fondo estas tres claves del encuentro con el Señor: La palabra, la
eucaristía y la comunidad, no le conoceremos a él ni podremos darlo a conocer.
ORACIÓN
Hoy, Señor, comenzamos por pedirte perdón porque somos
tardos de corazón para creer en ti debido a nuestra desesperanza en el camino
de Emaús. Te creíamos muerto, pero tú vives hoy como ayer.
Ábrenos los ojos del espíritu para que te busquemos y entendamos que tú
eres más fuerte que nuestro pecado. ¿Cómo conoceremos que tú eres el Dios de
vida si tu palabra y tu pan no caldean nuestros corazones?
Gracias, Señor, porque nos permites reconocerte en tu palabra, en la
eucaristía y en los hermanos.
Camina a nuestro lado y quédate con nosotros para siempre.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
TERCERA
SEMANA DE PASCUA
“Yo soy el pan de vida…
Quien come mi carne y bebe mi sangre…” El discurso de Jesús que sigue al relato
de la multiplicación de los panes, en Juan 6, remite inevitablemente a la
última cena y a la eucaristía, aun cuando la exégesis señale diferentes
momentos más o menos marcados por esta referencia. Este tema del pan de vida,
nos llevará desde el viernes de la segunda semana al sábado de la tercera
semana de Pascua, por lo que nos conviene comprenderlo bien.
“Les dio un pan del
cielo” este versículo del salmo 89 está en el centro mismo del discurso. Nos
hallamos en el desierto, y la reflexión se remite espontáneamente al maná y al
Éxodo. Jesús ha multiplicado el pan para la muchedumbre, y algunos se equivocan
en torno al sentido de este signo: hay que elevar el tono del debate. Jesús no
es un hacedor de milagros; no da el pan a los hombres sin que éstos tengan que “colaborar en las obras
de Dios” La fe es el lugar del encuentro. Pero ¿quién es exactamente este
Jesús? ¿El profeta? ¿El Rey? Toda interpretación excesivamente fácil es
peligrosa; es preciso superar laboriosamente las etapas de la fe, Jesús, que se
revela en la noche contra viento y marera, llama al hombre a comprometerse en
su seguimiento. Por otra parte, el acontecimiento se sitúa poco antes de la
Pascua, con lo cual se nos remite a la gran Pascua, donde la realeza del Hijo
del Hombre será revelada a través del don que hará de sí mismo hasta la muerte.
¡La muerte y la vida!
“Vuestros padres comieron del maná en el desierto y murieron”. ¿De qué serviría
multiplicar el pan si no fuera pan de vida eterna? ¿Cómo vamos a tener siempre
al alcance de la mano a un hombre que nos dé el alimento de la inmortalidad?
¡Pues lo tenemos! Pero el encontrarnos con él supone la fe y el sacramento.
Primero la fe. Jesús es
el pan de vida. “Quien permanece en mí, permanece en Dios”. Se trata de
permanecer en él, no de frecuentarlo cuando la necesidad se hace sentir.
El alimento de vida
eterna supone, pues, la fe. Pero la fe se expresa en el sacramento. ¡Hay que
“comer” –en el sentido más radical- “la carne del Hijo del Hombre” y beber su
sangre! “El, pan que yo daré, dice Jesús, es mi carne para la vida del mundo”;
las palabras de la última cena resuenan aquí como un eco. Pero ¿en qué consiste
ese sacramento inaugurado en la última comida de Cristo?
¡Qué lejos estamos de la
distribución gratuita de un alimento de inmortalidad! ¡No basta,
verdaderamente, comulgar para ser salvado! Jesús ha entregado su carne y su
sangre, se ha entregado todo él… Comerlo, como lo hace la fe, es seguirle Hasta
ahí: hacerse uno con su carne entregada y su sangre derramada. Acceder a la
resurrección es aceptar el mismo camino que el de la Pascua. Si a los judíos
les costó tanto creer que hay que “comer la carne de ese hombre”, no es porque
les repugnase un acto tan extraño. Sino más bien, porque percibían
implícitamente que esta invitación pone a Cristo en el centro de todo: ¿con qué
derecho pretende él ser el Camino y la Vida, siendo así que al poco tiempo va a
ser crucificado? Por lo demás, algunos discípulos van a comenzar a murmurar
contra él por el mismo motivo: “¡Duras palabras son ésas! ¿Quién puede hacerle
caso?”. Sí, la palabra sacramental es dura, ¡tan dura como el camino de la
cruz! Pero no hay otra que pueda salvar al hombre y “resucitarlo” … ¿A quién
iremos, Señor?
Es la tradición
evangélica, el relato de la multiplicación de los panes se inserta en un
conjunto que culmina en el reconocimiento de Cristo por Pedro y por la Iglesia.
También aquí va el apóstol a proclamar su fe: “Nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo de Dios”. Pero la fe nunca será reposo absoluto. ¡Tampoco lo
es en el sacramento! No se puede comer la carne del Hijo del Hombre sin
sentarse con él a la mesa de la Cena y de la Pasión. De lo contrario, la vida
no podrá surgir de la muerte, como tampoco fue posible la resurrección más que
a través de la prueba del Calvario. Por eso la misa es un “sacrificio”. El pan
partido para un mundo nuevo supera absolutamente todos los esfuerzos humanos
por compartir mejor el pan: es el sacramento de la muerte necesaria para que
florezca la vida. Y, en el Evangelio, el relato de la multiplicación de los
panes es algo completamente distinto de una llamada a la generosidad, que
siempre resulta decepcionante si no se inserta en la fe en Jesús. Pan de vida
para quienes le siguen hasta el final.
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