"Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras
de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo consagrado por
Dios”
25 DE AGOSTO
DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Josué 24,1-2.15-18
Serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
Salmo 33: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,21-32
Este es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la
Iglesia.
LECTURA DEL DÍA
Juan 6,60-69
“Muchos discípulos de
Jesús, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede
hacerle caso?”. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
“¿Esto os hace vacilar?”, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?
El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he
dicho son espíritu y son vida”. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y
dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede”. Desde entonces muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir
con él. Entonces Jesús les dijo a los doce: “¿también vosotros queréis
marcharos?”. Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el
Santo consagrado por Dios”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida”. Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de
hablar es intolerable, ¿quién puedo admitir eso?”
Dándose cuenta Jesús de que
sus discípulos murmuraban, les dijo: “Esto los escandaliza? ¿Qué sería si
vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quién da
vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu
y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”. (En efecto, Jesús
sabía desde el principio quiénes no creían y quién iba a traicionar). Después
añadió: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo
concede”.
Desde entonces, muchos de
sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces
Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?” Simón Pedro le
respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros
creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
REFLEXIÓN
Tras la extensa revelación de
Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos muestran
su malestar por las afirmaciones “irracionales” de su Maestro, unas
afirmaciones difíciles de aceptar desde el punto de vista humano. Jesús, frente
al escándalo y la murmuración de sus discípulos, precisa que no hay que creer
en él sólo después de contemplar su ascensión al cielo, al modo de Elías y de
Enoc, porque eso significaría no aceptar su origen divino, algo carente de
sentido, puesto que él es el “Preexistente”, viene precisamente del cielo,
según Juan 3,13-15.
A Jesús no le coge por
sorpresa esta actitud por parte de los que dejan de seguirle. Conoce a cada
hombre y sus opciones secretas. Adherirse a su persona y su mensaje a través de
la fe es un don que nadie puede darse a sí mismo. Sólo lo da el Padre. El hombre,
que es dueño de su propio destino, siempre es libre de rechazar el don de Dios
y la comunión de vida con Jesús. Sólo quien
ha nacido y ha sido vivificado por el Espíritu y no obra según la carne
comprende la revelación de Jesús y es introducido en la vida de Dios. Es a
través de la fe como el discípulo debe acoger al Espíritu y al mismo Jesús, pan
eucarístico, sacramento que comunica el Espíritu y transforma la carne.
A nosotros, a mí, nos dice hoy el Señor, todavía con mayor claridad y dureza, que es preciso estar con él o dejarle. Ahora bien, a nosotros, a mí, nos ha dado hoy el Padre la posibilidad y el atrevimiento de repetir las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna”. Somos frágiles, nuestro corazón vacila con frecuencia, nuestra mente duda, pero hemos de repetir constantemente la afirmación de Pedro, porque sólo el Señor tiene palabras de vida eterna
ENTRA
EN TU INTERIOR
¿POR
QUÉ NOS QUEDAMOS?
Durante estos años se han
multiplicado los análisis y estudios sobre la crisis de las Iglesias cristianas
en la sociedad moderna. Esta lectura es necesaria para conocer mejor algunos
datos, pero resulta insuficiente para discernir cuál ha de ser nuestra reacción.
El episodio narrado por Juan nos puede ayudar a interpretar y vivir la crisis
con hondura más evangélica.
Según el evangelista, Jesús
resume así la crisis que se está creando en su grupo: «Las palabras que os he
dicho son espíritu y vida. Y, con todo, algunos de vosotros no creen». Es
cierto. Jesús introduce en quienes le siguen un espíritu nuevo; sus palabras
comunican vida; el programa que propone puede generar un movimiento capaz de
orientar el mundo hacia una vida más digna y plena.
Pero, no por el hecho de estar
en su grupo, está garantizada la fe. Hay quienes se resisten a aceptar su
espíritu y su vida. Su presencia en el entorno de Jesús es ficticia; su fe en
él no es real. La verdadera crisis en el interior del cristianismo siempre es
ésta: ¿creemos o no creemos en Jesús?
El narrador dice que «muchos
se echaron atrás y no volvieron a ir con él». En la crisis se revela quiénes
son los verdaderos seguidores de Jesús. La opción decisiva siempre es ésa:
¿quiénes se echan atrás y quiénes permanecen con él, identificados con su
espíritu y su vida? ¿Quién está a favor y quién está en contra de su proyecto?
El grupo comienza a disminuir.
Jesús no se irrita, no pronuncia ningún juicio contra nadie. Sólo hace una
pregunta a los que se han quedado junto a él: «También vosotros queréis
marcharos?». Es la pregunta que se nos hace hoy a quienes seguimos en la Iglesia:
¿Qué queremos nosotros? ¿Por qué nos hemos quedado? ¿Es para seguir a Jesús,
acogiendo su espíritu y viviendo a su estilo? ¿Es para trabajar en su proyecto?
La respuesta de Pedro es
ejemplar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Los que se quedan, lo han de hacer por Jesús. Sólo por Jesús. Por nada más. Se
comprometen con él. El único motivo para permanecer en su grupo es él. Nadie
más.
Por muy dolorosa que nos
parezca, la crisis actual será positiva si los que nos quedamos en la Iglesia,
muchos o pocos, nos vamos convirtiendo en discípulos de Jesús, es decir, en
hombres y mujeres que vivimos de sus palabras de vida.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
Dame, Señor, tu Espíritu para
que yo pueda comprender tus palabras de vida eterna. Sin tu Espíritu puedo
echar a perder tus realidades, trastornar tu Palabra, cosificar la eucaristía,
construirme una fe a mi medida, tener miedo a tus preceptos, considerar tu ley
como una moral de esclavos. Dame tu espíritu para que no me eche atrás, para
que no te abandone en los momentos de la prueba, cuando me parezcas inhumano en
tus demandas, cuando el Evangelio, en vez de una alegre noticia, se me presente
como una amenaza para mi propia realización, cuando la alianza contigo me
parezca una cadena opresora. Tú sabes, Señor, que hasta tus santos te hicieron
llegar alguna vez sus lamentos. Santa Teresa de Ávila te decía que comprendía
por qué tenías tan pocos amigos, dado el trato que les dabas. Con todo, si me
dieras tu Espíritu, no digo que no me lamentaré, pero seguramente no te
abandonaré, porque estaré arraigado y atado a ti, bien contento de seguirte,
aunque quizás con pocos otros. En efecto, “sólo tú tienes palabras de vida eterna”.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO.
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