“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come
de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la
vida del mundo”.
18 DE AGOSTO
DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)
1ª Lectura: Proverbios 9,1-6
Coman de mi pan y beban del vino que les he preparado.
Salmo 33: “Gustad y ved que bueno es el Señor”
2ª Lectura: Efesios 5,15-20
Traten de entender cuál es la voluntad de Dios
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,51-58
“Dijo Jesús a la gente: “Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que come de este pan, vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo”. Disputaban
los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Entonces Jesús
les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha
bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron, el
que come este pan vivirá para siempre”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios.
“Jesús dijo a los judíos:
"Yo soy el pan vivo
bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo
daré es mi carne para la Vida del mundo".
Los judíos discutían entre
sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
Jesús les respondió:
"Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su
sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe
mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido
enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el
que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del
cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan
vivirá eternamente"
REFLEXIÓN
Con este fragmento, concluye
el “discurso del pan de vida”, del evangelio de San Juan que hemos venido
proclamando desde hace varios domingos. El mensaje se hace aquí más profundo y
se vuelve más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona
de Jesús en su dimensión eucarística. Jesús es el pan de vida no sólo por lo
que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unidad
del creyente con Cristo. Jesús-pan queda identificado con su humanidad, la
misma que será entregada y sacrificada en el árbol de la cruz. Jesús es el pan
–bien como Palabra de Dios o como víctima sacrificial- que se hace don por amor
al hombre. La ulterior murmuración de los judíos: “¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne?” (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de quienes no se
dejan regenerar por el Espíritu y no pretenden adherirse a Jesús.
Jesús insiste con vigor
exhortando a consumir el pan eucarístico para participar en su vida: “Yo os
aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros” (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios
que obtendrán los que participen en el banquete eucarístico: quien permanece en
Cristo y participa en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima
y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, que supera
todas las expectativas humanas porque es resurrección e inmortalidad.
Esta fue la enseñanza profunda
que dispensó Jesús en Cafarnaúm. Sus características esenciales giran, más que
sobre el sacramento en sí, sobre el misterio de la persona y de la vida de
Jesús, que se va revelando de manera gradual. Ese misterio abarca en unidad la
Palabra y el sacramento. La Palabra y el sacramento ponen en marcha dos
facultades humanas diferentes: la escucha y la visión, que sitúan al hombre en
una vida de comunión y obediencia a Dios.
ENTRA
EN TU INTERIOR
LO
DECISIVO ES TENER HAMBRE
El evangelista Juan utiliza un
lenguaje muy fuerte para insistir en la necesidad de alimentar la comunión con
Jesucristo. Sólo así experimentaremos en nosotros su propia vida. Según él, es
necesario comer a Jesús: «El que me come a mí, vivirá por mí».
El lenguaje adquiere un
carácter todavía más agresivo cuando dice que hay que comer la carne de Jesús y
beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne es verdadera comida, y mi
sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí
y yo en él».
Este lenguaje ya no produce
impacto alguno entre los cristianos. Habituados a escucharlo desde niños,
tendemos a pensar en lo que venimos haciendo desde la primera comunión. Todos
conocemos la doctrina aprendida en el catecismo: en el momento de comulgar,
Cristo se hace presente en nosotros por la gracia del sacramento de la
eucaristía.
Por desgracia, todo puede
quedar más de una vez en doctrina pensada y aceptada piadosamente. Pero, con
frecuencia, nos falta la experiencia de incorporar a Cristo a nuestra vida
concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para que nutra con su Espíritu nuestra
vida y la vaya haciendo más humana y más evangélica.
Comer a Cristo es mucho más
que adelantarnos distraídamente a cumplir el rito sacramental de recibir el pan
consagrado. Comulgar con Cristo exige un acto de fe y apertura de especial
intensidad, que se puede vivir sobre todo en el momento de la comunión sacramental,
pero también en otras experiencias de contacto vital con Jesús.
Lo decisivo es tener hambre de
Jesús. Buscar desde lo más profundo encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad
para que nos marque con su Espíritu y potencie lo mejor que hay en nosotros.
Dejarle que ilumine y transforme las zonas de nuestra vida que están todavía
sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de
Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple y más auténtico de su
Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y esenciales; encender en
nosotros el instinto de vivir como él; despertar nuestra conciencia de
discípulos y seguidores para hacer de él el centro de nuestra vida. Sin
cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece sin remedio.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
A mi carne, perecedera y
destinada a la muerte, se le ofrece hoy la posibilidad de la vida eterna a
través de la carne resucitada y, por consiguiente, incorruptible del Hijo. La
vida eterna, la vida de Dios, la vida bienaventurada, la vida feliz, la vida
sin sombra, sin duelo y sin lágrimas, llega a mí a través del Hijo, a través de
su carne, que se hace pan para comer y compartir. La eucaristía me pone en
contacto con la vida eterna, me permite vencer la muerte y la infidelidad. ¿Qué
don puede haber más deseable?
En la eucaristía está presente
todo el deseo de comunión de Dios conmigo, su deseo de que yo acepte su don
como acto de amor, que comprenda la importancia única que tiene su Hijo para mi
vida y para mi realización. La vida llega a mí desde el Padre, a través de la
carne del Hijo, gracias a la mediación de la Iglesia apostólica, que celebra la
eucaristía para que también yo, con mi carne purificada y entregada, me vuelva
puente para hacer llegar al mundo la vida.
¡Señor! El misterio de la
eucaristía es grande e ilimitado, pero hoy tus palabras claras, provocadoras,
limpias y decididas lo iluminan de una manera inequívoca. Tú me das tu vida,
que es vida eterna, porque un día fuiste capaz de dar tu vida. Te doy gracias,
te bendigo, alabo tu santa pasión y tu gloriosa resurrección, adoro con alegría
tu sabiduría, que me sale al encuentro en mis preocupaciones terrenas.
Tú sabes lo difícil que me
resulta alzar la mirada para asumir tus grandes perspectivas. Me dejo engatusar
por las cosas que pasan y me arriesgo a poner dentro también tu eucaristía,
dándole incluso muchos significados humanos, justos por sí mismos, pero muy
alejados del sentido decisivo que hoy me presentas. Tú quieres que yo viva para
siempre contigo, porque eres y serás mi realización, y por tanto, mi felicidad.
Cada día me sumerges en tu eternidad ofreciéndote como alimento. Tú llevas
contigo la vida que te une al Padre y quieres transmitírmela. Abre mis ojos
nublados por las cosas de cada día, para que pueda unirme indisolublemente a
ti, y llevar a todos conmigo, en tu vida, sobre todo a los pobres, a los
enfermos, a los que sufre.
Expliquemos el evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
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