"¿Que
estrépito y que lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida"
30 DE JUNIO
XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
1ª Lectura: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24
La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo 29
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2ª Lectura: 2ª Corintios 8,7.9.13-15
Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los
hermanos pobres.
EVANGELIO
Marcos 5,21-43
“En aquel tiempo, Jesús
atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su
alrededor, y se quedó junto al lago. Se le acercó un jefe de la sinagoga, que
se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
-Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y
viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había
una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la
habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su
fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y,
acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con solo
tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus
hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había
salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
-¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos le contestaron: -Ves como te
apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”. Él seguía mirando
alrededor, para ver quien había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa,
al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él
le dijo: -Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud. Todavía estaba
hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu
hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro? Jesús alcanzó a oír lo
que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas; basta que tengas fe.
No permitió que le acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano
de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de
los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépitos y
qué lloros son estos? La niña no está muerta está dormida. Se reían de él. Pero
él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus
acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:
-Talitha qumi”(que significa: “contigo hablo, niña, levántate”). La niña se
puso en pie inmediatamente y echó a andar, tenía doce años. Y se quedaron
viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran
de comer a la niña”.
Versión para América Latina, extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios.
“Cuando Jesús regresó en la
barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se
quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los
jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies,
rogándole con insistencia:
"Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y
viva".
Jesús fue con él y lo
seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una
mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en
manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al
contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de
Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto,
porque pensaba: "Con
sólo tocar su manto quedaré curada".
Inmediatamente cesó la
hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en
seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la
multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?".
Sus discípulos le dijeron:
"¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha
tocado?".
Pero él seguía mirando a su
alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy
asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a
arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: "Hija,
tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando,
cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron:
"Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?".
Pero Jesús, sin tener en
cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que
creas".
Y sin permitir que nadie lo
acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la
sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo:
"¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que
duerme".
Y se burlaban de él. Pero
Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y
a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le
dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno,
levántate”!
En seguida la niña, que ya
tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron
de asombro,
y él les mandó
insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le
dieran de comer.”
REFLEXIÓN
Goethe decía: “El milagro, es
el niño preferido de la fe”. Por eso Jesús no hacía milagros por puro
lucimiento, por fama, por poder o prestigio y mucho menos donde faltaba la fe.
La coletilla que acompañaba siempre al milagro era como las del evangelio de
hoy, a la mujer que padecía flujos de sangre: “Hija, tu fe te ha salvado”. A
Jairo, el jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”.
La fama de Jesús no tardó en extenderse. Sus
palabras sorprendían. Sus prodigios eran comentados. Su perdón no dejaba a
nadie indiferente. Su mirada sorprendía, porque miraba amando. Muy pronto se convirtió en alguien especial
que era buscado, esperado y requerido para sanar y cambiar la realidad de
sufrimiento que vivían muchas personas: “Mi niña está en las últimas; ven, pon
las manos sobre ella, para que se cure y viva”. Quien le tocaba quedaba curado.
Quien le escuchaba quedaba transformado. Quien le seguía descubría un horizonte
nuevo de vida.
El Evangelio nos enseña a
“tocar la realidad” a entrar en contacto con las personas y las situaciones que
viven. Tocar la realidad es sentir que el otro me pertenece, que su vida forma
parte de la mía, que su dolor me duele. Un mensaje que supera la solidaridad
para convertirse en auténtica experiencia fraterna. Tocar la realidad nos
transforma y nos salva.
La voluntad de Dios es la vida
de las personas: “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis en plenitud”.
Su alegría es nuestro bien. Dios apuesta ilimitadamente por nosotros, por
nuestro bien y por el bien de todo el mundo. Su proyecto de amor lo vemos en la
actividad sanadora de Jesús y en su entrega apasionada y absoluta por cada
persona. La alegría y la voluntad de Dios es la felicidad de todos y cada uno
de sus hijos.
ENTRA
EN TU INTERIOR.
HERIDAS
SECRETAS
No conocemos su nombre. Es una
mujer insignificante, perdida en medio del gentío que sigue a Jesús. No se
atreve a hablar con él como Jairo, el jefe de la sinagoga, que ha conseguido
que Jesús se dirija hacia su casa. Ella no podrá tener nunca esa suerte.
Nadie sabe que es una mujer
marcada por una enfermedad secreta. Los maestros de la Ley le han enseñado a
mirarse como una mujer «impura», mientras tenga pérdidas de sangre. Se ha
pasado muchos años buscando un curador, pero nadie ha logrado sanarla. ¿Dónde
podrá encontrar la salud que necesita para vivir con dignidad?
Muchas personas viven entre
nosotros experiencias parecidas. Humilladas por heridas secretas que nadie
conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda, paz y
consuelo sin saber dónde encontrarlos. Se sienten culpables cuando muchas veces
sólo son víctimas.
Personas buenas que se sienten
indignas de acercarse a recibir a Cristo
en la comunión; cristianos piadosos que han vivido sufriendo de manera insana
porque se les enseñó a ver como sucio, humillante y pecaminoso todo lo
relacionado con el sexo; creyentes que, al final de su vida, no saben cómo
romper la cadena de confesiones y comuniones supuestamente sacrílegas... ¿No
podrán conocer nunca la paz?
Según el relato, la mujer
enferma «oye hablar de Jesús» e intuye que está ante alguien que puede arrancar
la «impureza» de su cuerpo y de su vida entera. Jesús no habla de dignidad o
indignidad. Su mensaje habla de amor. Su persona irradia fuerza curadora.
La mujer busca su propio
camino para encontrarse con Jesús. No se siente con fuerzas para mirarle a los
ojos: se acercará por detrás. Le da vergüenza hablarle de su enfermedad:
actuará calladamente. No puede tocarlo físicamente: le tocará solo el manto. No
importa. No importa nada. Para sentirse limpia basta esa confianza grande en
Jesús.
Lo dice él mismo. Esta mujer
no se ha de avergonzar ante nadie. Lo que ha hecho no es malo. Es un gesto de
fe. Jesús tiene sus caminos para curar heridas secretas, y decir a quienes lo
buscan: «Hija, hijo, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
La generosidad es la distinción
del creyente. Es la actitud de aquel que ha sentido el amor y la entrega de
Jesucristo. Es la actividad de toda la comunidad cristiana, la Iglesia, que se
desvive por los favoritos del Evangelio: los necesitados. La generosidad, la
solidaridad y el trabajo por la justicia es participación del plan salvador de
Dios que sigue actuando hoy. La Iglesia es sacramento de Dios, testimonio de
vida, y apuesta por todos. Trabajar por la vida de las personas y hacer
presente hoy, con todos, la salvación de Dios. Igualar la realidad para que
nadie quede postrado. Compartir los recursos y ayudar a levantar a quien la
historia, la vida o el entorno ha dejado por los suelos. En definitiva, repetir
lo que hizo Jesucristo.
Dios transforma todo lo que
toca. Él quiere la vida y la felicidad de sus Hijos. Nosotros sentimos que nos
ama y nos desea. Nuestra respuesta es una vida que piensa en el prójimo y que
apuesta por un mundo donde nadie pase necesidad. Aún queda mucho por hacer,
pero juntos podemos hacerlo posible.
ORACIÓN
FINAL
Oh Padre, reconocemos que tú
has creado todo para la vida: has puesto en nosotros el germen divino de tu
creación fecunda. A los esposos, has concedido experimentarlo en el
engendramiento de los hijos; a quienes se consagran a tu amor les has entregado
la bendición para los pobres de la tierra; a los sacerdotes, el poder del
cuerpo roto y de la sangre derramada de tu Hijo. Te pedimos hoy, Señor, que nos
hagas una sola cosa en el amor, para que podamos alimentar en la mesa de la
eucaristía todo lo que somos: nuestra mente, con el recuerdo de tu vida
entregada en la cruz; nuestro corazón, dilatado por tu amor por cada mujer y
cada hombre; nuestro cuerpo, consumido por la impaciencia de la caridad activa.
Y, transformados de este modo,
día tras día, a la medida de tu Hijo sacrificado, podremos saborear la bondad
infinita de la vida.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imagen de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear.
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