“¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
24 DE MARZO
DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Lectura para la bendición de las palmas
Evangelio de san Juan: 12,12-16
Primera Lectura: Isaías 50,4-7
No aparté mi rostro de los insultos y sé que no quedaré
avergonzado.
Salmo 21
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Segunda Lectura: Filipenses 2,6-11
Cristo se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó.
EVANGELIO DEL DÍA
Pasión según san Marcos 15,1-38
“Faltaban dos días para la
Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a
Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
- “No durante las fiestas;
podría amotinarse el pueblo”.
Estando Jesús en Betania,
en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco
de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza
de Jesús. Algunos comentaban indignados:
- “¿A qué viene este derroche de perfume? Se
podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres”.
Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
- “Dejadla, ¿por qué la
molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis
siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me
tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo
para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se
proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta”.
. Judas Iscariote, uno de
los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarle a Jesús. Al oírlo,
se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para
entregarlo.
El primer día de los Ázimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
- “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la
cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
- “Id a la ciudad,
encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en
que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en
que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en
el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena”.
Los discípulos se
marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y
prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la
mesa comiendo, dijo Jesús:
- “Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar: uno que está comiendo conmigo”.
Ellos, consternados empezaron a preguntarle
uno tras otro:
- “¿Seré yo?”
Respondió: “Uno de los Doce, el que está
mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito
de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no
haber nacido!”.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
- “Tomad, esto es mi
cuerpo”.
Cogiendo una copa,
pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo:
- “Esta es mi sangre,
sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber
del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Después de cantar el salmo, Salieron para el
monte de los Olivos. Jesús les dijo: -“Todos vais a caer, como está escrito:
“Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré
antes que vosotros a Galilea”.
Pedro replicó:
- “Aunque todos caigan, yo no”.
Jesús le contestó:
- “Te aseguro que tú hoy,
esta tarde, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres”.
Pero él insistía:
- “Aunque tenga que morir
contigo, no te negaré”.
Y los demás decían lo
mismo. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
- “Sentaos aquí mientras voy a orar”.
Se llevó a Pedro, a
Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
- “Me muero de tristeza;
quedaos aquí velando”.
Y, adelantándose un poco,
se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella
hora; y dijo:
- “¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta
de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.
Volvió y, al encontrarlos
dormidos, dijo a Pedro:
- “Simón, ¿duermes?; ¿no
has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el
espíritu es decidido, pero la carne es débil”.
De nuevo se apartó y oraba
repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos,
porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por
tercera vez y les dijo:
- “Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha
llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.
Todavía estaba hablando,
cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos,
mandada por los sumos Sacerdotes, los
escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
- “Al que yo bese, ése es; pretendedlo y
conducidlo bien sujeto”.
Y en cuanto llegó, se
acercó y le dijo:
- “¡Maestro!”.
Y lo besó. Ellos le echaron
mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un
golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y
les dijo:
- ¿Habéis salido a prenderme con espadas y
palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me
detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras”.
Y todos lo abandonaron y
huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le
echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote,
y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro
lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y
se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno
buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo
encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los
testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonios
contra él, diciendo:
- “Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré
este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado
por hombres”.
Pero ni en esto concordaban
los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
- “¿No tienes nada que
responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?.
Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo
sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
- “¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios
bendito?...”
Jesús contestó:
- “Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre
está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del
cielo”.
El sumo sacerdote se rasgó
las vestiduras, diciendo:
- “¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído
la blasfemia. ¿Qué decís?”.
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos
se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
- “Haz de profeta”.
Y los criados le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo
en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro
calentándose, le miró y dijo:
- “También tú andabas con Jesús, el Nazareno”.
Él lo negó, diciendo: - ·Ni
sé ni entiendo lo que quieres decir”.
Salió al zaguán, y un gallo cantó”. Al poco
rato, también los, presentes dijeron a Pedro: “Seguro que eres uno de ellos,
pues eres Galileo”.
Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
- “No conozco a ese hombre que decís”.
Y en seguida, por segunda
vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús:
“Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres”, y rompió a
llorar.
Apenas se hizo de día, los
sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se
reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le
preguntó:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”
Él respondió:
“Tú lo dices”.
Y los sumos sacerdotes lo
acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: “¿No contestas nada?
Mira cuántos cargos presentan contra ti”.
Jesús no contestó más; de modo que Pilato
estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía
soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con
los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió
y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:
“¿Queréis que os suelte as
rey de los judíos?”.
Pues sabía que los sumos
sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes
soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó
de nuevo la palabra y les preguntó: ¿”Qué hago con el que llamáis rey de los
judíos?”.
Ellos gritaron de nuevo:
“¡Crucifícalo!”.
Pilato les dijo:
“Pues, ¿qué mal ha hecho?”.
Ellos gritaron más fuerte:
“¡Crucifícalo!”.
Y Pilato, queriendo dar
gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo
entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del
palacio -.al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura,
le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle
el saludo:
“¡Salve, rey de los judíos!”.
Le golpearon la cabeza con una caña, le
escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla,
le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.
Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a
Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “la Calavera”), y le
ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada
uno.
Era media mañana cuando lo
crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los
judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su
izquierda, Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!,
tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo
bajando de la cruz. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también
de él, diciendo:
“A otros ha salvado, y a sí
mismo no se puede salvar: que el Mesías, el rey de Israel, baje de la cruz,
para que lo veamos y creamos”.
También los que estaban crucificados con él lo
insultaban.
Al llegar el mediodía, toda la región quedó en
tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde Jesús clamó con voz
potente:
Eloí, Eloí, lamá
sabaktaní”. Que significa: “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los presentes,
al oírlo, decían:
“Mira, está llamando a Elías”.
Y uno echó a correr y, empapando una esponja
en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: “Dejad, a ver
si viene Elías a bajarlo”.
Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
“Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
REFLEXIÓN
UNCIÓN
Y TRAICIÓN:
Se abre el capítulo de la
Pasión con una escena llena de belleza y de fuerza significativa, pero en
contraste. Una mujer, quizá María, la hermana de Lázaro, expresa su devoción y
su amor a Cristo rompiendo para él un frasco de alabastro y ungiendo su cabeza
con nardo auténtico. Llama la atención la generosidad de este gesto. Si se
midiera el valor por el precio, sería grande.
No siempre es así, claro. Dos reales también pueden significar muchísimo
amor. Dos mil millones pueden estar vacíos de amor.
Cristo interpreta la unción
como un anticipo de su muerte, La mujer, intuitiva, se ha adelantado a
embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Es un homenaje a mi muerte y un
agradecimiento a mi vida. Todos la aplaudirán por los siglos.
SACRAMENTO
Y PROFECÍA:
En la Cena Jesús instituye el
sacramento del amor. Es signo de comunión y de entrega. El pan partido y el
vino ofrecido sirven para realizar la mayor unión entre Cristo y sus
discípulos; sirven asimismo para significar su muerte, el cuerpo roto y la sangre
derramada. Nadie tiene amor más grande.
Pero la Eucaristía anuncia el
banquete del Reino de Dios. Es una profecía o anticipo del día en que podamos
comer con Dios y comer enteramente a Dios, la comunión de la gloria.
Pedro significa roca, que
habla de fortaleza. Pedro era fuerte en su fe y su entusiasmo por Cristo, lo
que pasaba era que se le iba la fuerza por la boca. Aunque todos se
escandalicen de ti, yo nunca… Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré…
“Estoy dispuesto a ir contigo hasta a la cárcel y la muerte”. Y era sincero en
sus manifestaciones. Realmente Pedro creía y amaba con todas sus fuerzas a
Jesús. Y no sólo eran sentimientos y palabras, sino que en ocasión echó mano de
la espada para defender a su maestro. Huye con todos, poco después lo va
siguiendo y se mezcla con sus enemigos.
EN
UN HUERTO COMENZÓ EL DRAMA:
Getsemaní es lucha del alma.
El Hijo lucha con el Padre, como antiguamente Jacob. Lucha hasta dejarse
vencer. Pero ¡qué duro! Es noche cerrada. Todas las luces se apagan. Agitado
por los vientos fríos de la duda, del miedo y la tristeza. ¿Por qué y para qué?
El tentador jugaba todas sus bazas. Y los discípulos no pueden ayudar, duermen,
incapaces de sintonizar con el Maestro. ¡Qué distancia! Y aunque el Padre
parece estar sordo, Jesús grita.
PASIÓN.
SILENCIO:
Llueven sobre Jesús los golpes
y las condenas. Golpes en la cara, en la cabeza, en todo su cuerpo. Bofetadas,
escupitajos, azotes, espinas, clavos. Condenas: el sanedrín, Pilato y Herodes,
el pueblo.
Pero él callaba, sin dar
respuesta.
Jesús no contestó más.
ENTRA
EN TU INTERIOR
EL
GESTO SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad
de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía
insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta
radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la
reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un
suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás
ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo
encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza.
Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores
y excluidos, aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo,
morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo
que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie
de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de
Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del
imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano.
Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos,
morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para
siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.
Lleno del amor de Dios,
seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará
«acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el
«perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a
su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará
también su muerte.
Por eso a los cristianos nos
atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos
hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el
servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios
entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana
santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la
pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al
amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los
crucificados.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR CON LA LECTURA REPOSADA, DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
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