COMIENZA EN SANTO TRIDUO PASCUAL
28 DE MARZO
JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR
DÍA DEL AMOR FRATERNO
1ª Lectura: Éxodo
12,1-8.11-14
Prescripciones sobre la cena pascual.
Salmo 115: El cáliz que bendecimos es comunión con la
sangre de Cristo
2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26
Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del
Señor.
PALABRA DEL DÍA
Juan 13,1-15
“Antes de la fiesta de la
Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote,
el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo
en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se
quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina
y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que
se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los
pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora,
pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies
jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”.
Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la
cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los
pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no
todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis
limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez
y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis
“el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro
y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies
unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis”.
REFLEXIÓN
Si la tarde del Jueves
Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para
siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el
fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del
Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No
hay calor más grande, no hay amor más grande.
El Hijo de Dios descendió
por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida
de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por
Nazaret.
Dios se hizo hombre para
aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de
esclavo” (Flp 2,7).
¡Cuántas admiraciones
tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y
estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y
más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio
constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor
que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a
los hermano, no es amor.
Conocer el amor de Cristo es
tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor.
Es como el amor de los amigos,
pero más.
Es como el amor enamorado,
pero más.
Es como el amor del padre y de
la madre, pero más.
Es como el amor de los hijos y
los hermanos, pero más.
Es como el amor del que sirve,
pero más.
Es como el amor del que
comparte, pero más.
Es como el amor del que
perdona, pero más.
Es como el amor del que se entrega,
pero más.
Es como el amor humano todo
junto, pero más.
Sí, conocer el amor de Cristo,
que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un
cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un
conocimiento de participación y comunión.
Este conocimiento tiene que
ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te
haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.
Él te amó primero. En ese amor
aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino,
tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y
generosidad.
El lavatorio de los pies es el
signo que prepara o complementa el del pan partido y la sangre derramada. Nos
asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y
ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos
asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y
detallista, vestido con traje de criado.
Era un gesto muy
característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía.
Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía,
el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir,
nadie pasaba hambre junto a él.
Ahora, en la última Cena, el
gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero
dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
Presencia admirable de Cristo.
En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.
Amor entregado. No sólo
presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a
dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama
por nosotros.
Amor de comunión. Al comer el
pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo.
Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.
Fermento de un mundo nuevo. El
dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro
mundo, una acción de gracias.
Anticipo del banquete del
Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que
volverán a estar juntos “No beberé más
de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber,
vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía
–última cena- pregustamos la Cena definitiva.
29 DE MARZO
VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura: Isaías 52,13-52,12
Él fue traspasado por nuestras dolencias.
Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
2ª Lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que
le obedecen en autor de salvación.
PALABRA DEL DÍA
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Juan 18,1-19,42
“En aquel tiempo, salió
Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un
huerto, y entraron allí él y sus
discípulos. Judas, el traidor, conocía
también el sitio, porque
Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la
patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá
con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se
adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el
Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el
traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó
otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús
contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”.
Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me
diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado
del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco.
Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha
dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de
los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque
era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a
los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”.
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del
sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras
Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo
sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de
portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese
hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un
brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de
pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos
y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo
he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos
los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí?
Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he
dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una
bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús
respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he
hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a
Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron:
“¿No eres tú también de sus discípulos?.”
Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo
sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te
he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un
gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos
no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la
Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación
presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor,
no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según
vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a
nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a
morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú
el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo
han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los
sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó:
“Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le
contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido
al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi
voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a
donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es
costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que
os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El
tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y
los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le
echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
“¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez
afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro
en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el
manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los
sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato
les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en
él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley
tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas
palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a
Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
“¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad
para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre
mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti
tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los
judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara
rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera
a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en
hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron:
“¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a
crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el
César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él,
cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se
dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y
en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en
él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el
letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús,
y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de
los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este
ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito
está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo
cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin
costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos,
sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se
repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los
soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al
discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el
discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había
llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”.
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el
vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran
los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne,
pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los
soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado
con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y
al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es
verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto
ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en
otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto,
José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los
judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo
autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que
había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y
áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado
todavía. Y como para los judíos era el
día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”
REFLEXIÓN
Juan nos ofrece una
perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.
Sus padecimientos y su
crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo
y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a
todos hacia él.
El episodio del huerto muestra
el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se
adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y
antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen
Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a
éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la
ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de
este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en
“la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad
escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto.
Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y
la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.
Junto a la cruz de Jesús
aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del
“discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del
dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la
Madre de Jesús como suya.
Al morir, Jesús entrega el
Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota
“sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su
comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro
nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y
de salvación para la humanidad.
Jesús ha cumplido su misión:
“Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a
la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo
cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su
corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María,
su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer,
ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.
ENTRA
Y ORA EN TU INTERIOR
La señal del cristiano es la santa
cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un
cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la
lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten
de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos
la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación,
porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.
Pero permitidme sólo una
llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz
tiene que haber amor.
Cristo sigue crucificado.
Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos
acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad,
soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares,
desilusiones, miedos…
Decimos que la cruz de Cristo
es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es
la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere
llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente
y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y
salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.
Nuestra mirada al crucificado
debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a
la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en
alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser
levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15).
Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.
ORACIÓN
FINAL
Gracias, Jesús, porque en tu
cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en
esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en
tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor,
angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos
salvados. Amé.
30 DE MARZO
SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
Lecturas del Antiguo Testamento
Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
Salmo 103
Génesis 22,1-18
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Salmo 15
Éxodo 14,15-15,1
Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
Salmo: Éx 15,1-18
Isaías 54,5-14
Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
Salmo 29
Isaías 55,1-11
Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
Salmo: Is. 12,2-6
Baruc 3,9-15.32
Caminad a la claridad del resplandor del Señor.
Salmo 18
Ezequiel 36,16-28
Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un
corazón nuevo.
Salmo 41
Lectura del Nuevo Testamento
Romanos 6,3-11
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no
muere más.
Salmo 117
PALABRA DE LA VIGILIA
Lucas 24,1-12
“El primer día de la
semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que
habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no
encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por
esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas,
despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre
los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os
dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en
manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Recordaron sus
palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los
demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban
esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro
se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio las vendas por el suelo.
Y se volvió admirándose de lo sucedido”.
31 DE MARZO
DOMINGO DE PASCUA DE LA
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
1ª Lectura: Hechos 10,34.37-41
Hemos comido y bebido con él después de su resurrección.
Salmo 117: Este es el día en que actuó el Señor: sea
nuestra alegría y nuestro gozo.
2ª Lectura: Colosenses 3,1-4
Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
PALABRA DEL DÍA
Juan 20,1-9
“El primer día de la
semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro,
y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón
Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro
y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y,
asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el
sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el
que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no
habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
REFLEXIÓN
¿Crees en la resurrección? La
fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es
fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado,
pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la
enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de
algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser
testigo de la Pascua.
De algún modo una sensación de
presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una
esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.
La resurrección. Es el triunfo
de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso
horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La
muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como
nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu
fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.
Esta paz y este gozo ante la
muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la
corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío
en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de
comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el
principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa
seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir:
“Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor. Es
pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es
fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte.
Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de
Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom
8,35.38-39).
Es el triunfo de la esperanza.
Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se
puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora
sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el
gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.
El triunfo de la santidad. La
Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados
quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros,
por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la
Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con
los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.
El triunfo de la alegría. “La
única tristeza es la de no ser santo”.
Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste.
La paz y la alegría van siempre juntas.
“Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y
califica esta alegría pascual:
“Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el
Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es
sentirse amado.
No es una alegría barata. Es
una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los
sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se
nos ha manifestado en fe y amor.
La alegría, naturalmente, está
reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy
yo” No está reñida con el sufrimiento,
“aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.
ENTRA
EN TU INTERIOR
Cristo no sólo resucitó, sino
que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra
celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.
Un encuentro como el de la Magdalena
y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la
experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo
a los discípulos”.
Un encuentro como el de los
discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y
reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de
la verdad de la Pascua.
ORA
EN TU INTERIOR
Abre tus puertas a Jesús
resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él
quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él
quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar
sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.
¿Sientes más paz y alegría?
Entonces es que Cristo ha resucitado. ¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces
es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más paciencia y
mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más seguridad, más
luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.
¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es
que Cristo ha resucitado.
ORACIÓN
FINAL
Te bendecimos, Padre, por la
resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto,
atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que
nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la
muerte.
Según su mandato, queremos ser
testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.
Vence con tu gracia nuestros
miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo
que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear