“Mujer, qué grande es
tu fe”.
20 DE AGOSTO
XX DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
1ª Lectura: Isaías
56,1.6-7
A los extranjeros los
traeré a mi monte santo.
Salmo 66
Oh Dios, que te alaben
los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
2ª Lectura: Romanos
11,13-15.29-32
Los dones y la llamada
de Dios son irrevocables.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 15,21-28
“En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de
Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares,
se puso a gritarle: -Ten compasión de mí, Señor, hijo de David. Mi hija tiene
un demonio muy malo. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le
acercaron a decirle. –Atiéndela, que viene detrás gritando. Él les contestó:
-Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Ella los alcanzó y se
postró ante él, y le pidió de rodillas: -Señor, socórreme. Él le contestó: - No
está bien echar a los perros el pan de los hijos. Pero ella repuso: -Tienes
razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa
de los amos. Jesús le respondió: -Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo
que deseas. En aquel momento quedó curada su hija”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de
Sidón.
Entonces una mujer cananea, que procedía de esa
región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi
hija está terriblemente atormentada por un demonio".
Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se
acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus
gritos".
Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a
las ovejas perdidas del pueblo de Israel".
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo:
"¡Señor, socórreme!".
Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los
hijos, para tirárselo a los cachorros".
Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los
cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!".
Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu
fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada”.
REFLEXIÓN
El evangelio de hoy nos resulta duro y chocante, después de
su primera lectura; casi parece estar en contradicción con el más grande de los
postulados de Jesús: el amor indiscriminado a todos los hombres sin distinción
alguna.
Efectivamente, Jesús accede a los ruegos de una mujer que no
pertenecía a su pueblo ni a su religión: era una sirofenicia pagana. Y, sin
embargo, cuánta necesidad tenía ella de ver curada a su hija. Nos llama la
atención que, no contento con eso, Jesús justifica su actitud diciendo que
había venido solamente para las ovejas descarriadas de Israel, y como esto no
bastaba para convencer a la mujer, la trata como a aquel perrito que se acerca
a la mesa del amo para recoger algunas migajas.
Finalmente, vista la fe de aquella mujer, le concede lo que
le pedía.
Ciertamente que este episodio, refleja muy bien la situación
de la primitiva Iglesia que no se consideraba abierta a los pueblos paganos
sino solamente como la consumación de la historia de Israel. Es cierto que los
profetas habían vislumbrado el carácter universal del mesianismo, tal como lo
trae la primera lectura: también los extranjeros vendrían al Monte Santo, a la
Casa de Oración, para ofrecer sus sacrificios y oraciones, aceptando
previamente el cumplimiento de la alianza y del sábado. Pero nunca se tomó esto
muy en serio; el peso de la raza era demasiado fuerte.
Para comprender este texto evangélico de hoy, debiéramos
comenzar por el final. Jesús accede a curar a la hija de aquella mujer, vista
su gran fe.
Consideradas así las cosas, el caso de la cananea no era
distinto al de los demás judíos que se acercaban a Jesús: de no mediar la fe,
no había nada que hacer. Tampoco a ella se le concede el milagro porque sí;
Jesús no acepta ser considerado como un ser taumatúrgico sin más: interpreta
que debe entablar una relación distinta con quienes lo sigan o le pidan algo.
En definitiva: el Reino de Dios llega a todo hombre que se
abre a la fe.
La aceptación de la mujer se fundamenta en su actitud de fe.
Es eso lo que puso a prueba Jesús con sus constantes negativas para concluir
con una alabanza que nunca destinó a ningún miembro de su raza: “¡Qué grande es
tu fe!”.
En la fe de la cananea se prefiguraba la gran fe de los
pueblos paganos que superaron a los judíos en la acogida del Reino.
Por pura casualidad la segunda lectura de hoy nos presenta la
otra variante del problema: Pablo se duele, como judío que era, de la
obstinación de su pueblo en rechazar la llamada del Reino, si bien no pierde la
esperanza. Fue esa negativa lo que condicionó favorablemente el contacto de la
Iglesia con los no judíos.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL GRITO DE LA MUJER
Cuando, en los años ochenta, Mateo escribe su evangelio, la
Iglesia tiene planteada una grave cuestión: ¿Qué han de hacer los seguidores de
Jesús? ¿Encerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los
paganos?
Jesús sólo había actuado dentro de las fronteras de Israel.
Ejecutado rápidamente por los dirigentes del templo, no había podido hacer nada
más. Sin embargo, rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas
muy iluminadoras. Primero, Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una
fe más grande que entre sus propios seguidores. Segundo, Jesús no había
reservado su compasión sólo para los judíos. El Dios de la compasión es de
todos.
La escena es conmovedora. Una mujer sale al encuentro de
Jesús. No pertenece al pueblo elegido. Es pagana. Proviene del maldito pueblo
de los cananeos que tanto había luchado contra Israel. Es una mujer sola y sin
nombre. No tiene esposo ni hermanos que la defiendan. Tal vez, es madre
soltera, viuda, o ha sido abandonada por los suyos.
Mateo sólo destaca su fe. Es la primera mujer que habla en su
evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa lo profundo de su
desgracia. Viene detrás de los discípulos «gritando». No se detiene ante el
silencio de Jesús ni ante el malestar de sus discípulos. La desgracia de su
hija, poseída por «un demonio muy malo», se ha convertido en su propio dolor:
«Señor ten compasión de mí».
En un momento determinado la mujer alcanza al grupo, detiene
a Jesús, se postra ante él y de rodillas le dice: «Señor socórreme». No acepta
las explicaciones de Jesús dedicado a su quehacer en Israel. No acepta la
exclusión étnica, política, religiosa y de sexos en que se encuentran tantas
mujeres, sufriendo en su soledad y marginación.
Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza:
«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». La mujer tiene
razón. De nada sirven otras explicaciones. Lo primero es aliviar el
sufrimiento. Su petición coincide con la voluntad de Dios.
¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos de tantas
mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas? ¿Las dejamos de lado
justificando nuestro abandono por exigencias de otros quehaceres? Jesús no lo
hizo.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La fe es necesaria para poder hacer frente a las dificultades
de la vida. Hoy descubrimos algo más: la fe en el Reino de Dios, la confianza
en Dios salvador, es la única condición para que Dios se haga presente en
cualquier hombre, sea cual fuere su raza o su credo.
Dios no está atado a estructura alguna, pero a todo hombre,
cristiano o no cristiano, le exige una actitud de apertura y de búsqueda.
Preguntémonos en qué medida hemos orado para ofrecernos a
Dios y en qué medida fuimos fuertes en nuestras convicciones religiosas.
ORACIÓN
Señor, tú que llamaste a los pueblos paganos para que
entraran en tu Reino, haz que permanezcamos abiertos a cuantos buscan en
nosotros amor, paz y justicia.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco (FANO)
La insistente confianza de la mujer hace que se produzca la
curación. Ella no se agarra a “flotadores” o “salvavidas” en medio de la
tempestad que está viviendo. Se aferra,
con toda la dificultad, únicamente a Jesús. Él es para ella el Salvador.
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