“El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz
y me siga.”
3 DE SEPTIEMBRE
XXII DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO
1ª Lectura: Jeremías
20,7-9
La palabra del Señor se
volvió oprobio para mí.
Salmo 62
Mi alma está sedienta
de ti, Señor Dios mío.
2ª Lectura: Romanos
12,1-2
Ofreceos vosotros
mismos como hostia viva.
PALABRA DEL DÍA
Mateo 16,21-27
“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y
resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: - ¡No
lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los
hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: -El que quiera venirse
conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno
quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué
podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles,
con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus
discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos,
de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y
resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo,
diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:
"¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que
quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me
siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el
que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.”
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si
pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su
Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus
obras”
REFLEXIÓN
El texto evangélico de este domingo corrobora lo que
afirmábamos el domingo anterior: no basta hacer una hermosa confesión de fe.
Las palabras, aun las más santas y bíblicas, pueden ser engañosas si no están
fundamentadas en una experiencia personal.
Pedro había confesado a Jesús como el Mesías, hijo de Dios:
en aquel momento su gesto no carecía de valentía ya que dicha confesión
implicaba de por sí el enfrentamiento con las autoridades religiosas y
políticas del judaísmo.
Es el de las grandes confesiones, pero también el de las
grandes dudas, su confesión fue sincera, pero no acaba de entender las palabras
del maestro, Pedro quería un Mesías, sí, pero sin sufrimiento, sin cruz, sin
muerte. Un Mesías que viniera a liberar al pueblo de la dominación del imperio
romano.
Jesús no es ese Mesías liberador, viene a liberar, sí, pero
de otras esclavitudes, aquellas que impiden la entrada al Reino.
Podríamos decir, que Pedro es un santo humano, no
distorsionado aún por una falsa mística. Ama y peca en un interminable
conflicto entre su yo apasionado y su interna cobardía. Y fue esta humanidad la
que cautivó a Jesús hasta el punto de colocarlo como cabeza de los Doce.
Pedro no tiene grandes cualidades de mando ni una elocuencia
desbordante, no alcanzó altos grados de misticismo ni escribió páginas de
ascética o espiritualidad. Fue simplemente eso: Pedro, la eterna contradicción
de un hombre sincero que no renunciaba a ser él mismo aun cuando se decidiera a
seguir fielmente a Jesús.
A ese Pedro, a todos nosotros en él, Jesús le dice: “Niégate
a ti mismo y carga la cruz, no te ames más de lo necesario porque algo debe
morir en ti para que crezca la semilla del Reino”. Y Pedro le dejó hacer al Maestro,
mal que le pesara el duro reproche. Tampoco
fue la blanda y dócil arcilla en manos de Jesús. Nada de eso: resiste con la dureza de su personalidad; no
deja de ser lo que es, aun en el momento de cambio. No es una ovejita dócil que
se suma a la masa; pelea hasta el final por no dejar de ser Pedro, aun
identificándose con Jesús.
Y ese Pedro decide tomar la cruz: un día lo ceñirán y lo
alzarán en el patíbulo. Y morirá a lo Pedro, con la cabeza hacia abajo y los
pies hacia arriba, como la tradición lo ha interpretado.
ENTRA EN TU INTERIOR
LO QUE TUVO QUE OÍR PEDRO
La aparición de Jesús provocó en los pueblos de Galilea
sorpresa, admiración y entusiasmo. Los discípulos soñaban con el éxito total.
Jesús, por el contrario, sólo pensaba en la voluntad del Padre. Quería
cumplirla hasta el final.
Por eso empezó a explicar a sus discípulos lo que le
esperaba. Su intención era subir a Jerusalén a pesar de que allí iba a «sufrir
mucho» precisamente «por parte de» los dirigentes religiosos. Su muerte entraba
en los designios de Dios como consecuencia inevitable de su actuación. Pero el
Padre lo iba a resucitar. No se quedaría pasivo e indiferente.
Pedro se rebela ante la sola idea de imaginar a Jesús
crucificado. No lo quiere ver fracasado. Sólo quiere seguir a Jesús victorioso
y triunfante. Por eso, lo «toma aparte», lo presiona y «lo increpa» para que se
olvide de lo que acaba de decir: « ¡No lo permita Dios! No te puede pasar a ti
eso».
La respuesta de Jesús es muy fuerte: «Quítate de mi vista,
Satanás». No quiere ver a Pedro ante sus ojos, porque «le hace tropezar», es un
obstáculo en su camino. «Tú no piensas como Dios, sino como los hombres».
Tienes una manera de pensar que no es la del Padre que piensa en la felicidad
de todos sus hijos e hijas, sino la de hombres que sólo piensan en su bienestar
y sus intereses. Eres la encarnación de Satanás.
Cuando Pedro se abre con sencillez a la revelación del Padre,
confiesa a Jesús como Hijo del Dios vivo, se convierte en «roca» sobre la que
Jesús puede construir su Iglesia. Cuando, siguiendo intereses humanos, pretende
apartar a Jesús del camino de la cruz, se convierte en «tentador satánico».
Los autores subrayan que Jesús dice literalmente a Pedro:
«Ponte detrás de mí, Satanás». Ese es tu sitio. Colócate como seguidor fiel
detrás de mí. No pretendas pervertir mi vida orientando mi proyecto hacia el
poder y el triunfo.
Es «satánico» confesar a Jesús como «Hijo del Dios Vivo», y
no seguirle en su camino hacia la cruz. Si en la Iglesia de hoy seguimos
actuando como Pedro, tendremos que oír también nosotros lo que él tuvo que oír
de labios de Jesús.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me
pudiste… Siempre que hablo tengo que gritar “violencia” y proclamar “Destrucción”
… La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día.
Entonces me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre… Pero la
palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba
contenerla y no podía.”
Así caminamos detrás de Jesucristo: protestando todos los
días por esa cruz de humanidad asumida con que cargó nuestros hombros;
regañándole como niños mal criados, pero al fin y al cabo…. Amándolo a nuestro
modo. Le damos la espalda, pero no del todo, como se hubiera metido en nuestros
huesos y entrañas en un eterno encuentro.
El evangelio de hoy nos serena y nos reconcilia con nosotros
mismos. Y lo mejor del caso es que podemos sentir como Jesús nos acompaña en
cada una de nuestras muestras de fidelidad. Así nos ama Cristo, consciente
desde u n primer momento de que no éramos ángeles ni santos de altar. Por eso
nos puso a Pedro por encima: para que descubramos hasta dónde llega el amor de
Dios que nos ama en esto tosco y simplemente complicado que somos.
ORACIÓN
Si uno quiere salvar su vida la perderá: pero el que la
pierda por mí la encontrará. Salvar la vida quiere decir utilizarla únicamente
en provecho propio; perder la vida es entregarla generosamente al servicio de
los demás.
La vida de cada uno de nosotros es un viaje, y es preciso
saber a dónde vamos y cómo tenemos que ir. Jesús nos marca un estilo y una
manera. Y, sobre todo, saber que no vamos solos. La liturgia de hoy nos ha
recordado también uno de los salmos más hermosos de todo el salterio: Tu
gracia, Señor, vale más que la vida. Hoy quiero, Señor, hacer oración el Salmo
62, haz que mi alma, esté siempre sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco (FANO)