domingo, 2 de octubre de 2022

9 DE OCTUBRE: XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

 


¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

9 DE OCTUBRE

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17

“Regresó Naamán al profeta y alabó al Señor”

Salmo 97

“El Señor revela a las naciones su salvación”

2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13

“Si perseveramos, reinaremos con Cristo”

PALABRA DEL DÍA

Lucas 17,11-19

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: -Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Al verlos, les dijo: -Id a presentaros a los sacerdotes. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se  volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: -¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.

Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia

y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".

Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.

Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta

y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?

 

¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".

Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

REFLEXIÓN

Demos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y Padre nuestro, pues por pura gracia de su benevolencia nos ha salvado por la sangre de su Hijo y en él nos ha llamado a ser herederos de la gloria que nos ha prometido.

El tema de este domingo, hermanas y hermanos, no es de manera alguna ajeno al de domingo anterior, ya que se nos hablaba de la gratuidad de la salvación, pues Dios nos ama tanto que antes de nuestro interés por salvarnos, Él ya ha hecho todo para hacernos entrar en su proyecto de vida eterna a su lado, por los méritos de su hijo. Más, aún, es por la acción de su Espíritu que deseamos la salvación que no es definitivamente otra cosa que la intimidad con Él en el amor.

Si el domingo pasado hablábamos de la fe fácil y de la fe difícil, hoy nos muestra un acontecimiento concreto que ejemplifica nuestra reflexión.

El propósito que tiene el autor del libro de los reyes en este pasaje que acabamos de proclamar en la primera lectura, es mostrar al Dios de Israel como el Dios de todos los hombres, incluso de sus enemigos entre los cuales se encuentran los sirios a cuyo rey sirve Naamán como general de su ejército. Éste hombre es un símbolo de todos los hombres que se abren al favor del único Dios verdadero y lo descubren para luego creer solo en Él y rendirle culto; especialmente un culto de adoración agradecida.

Podríamos decir que Naamán es el tipo de los alejados de la fe y que, una vez que ven lo que el Dios misericordioso hace con ellos, responden al llamado de la fe con ánimo agradecido. Al volver a su tierra, el sirio pide permiso a Eliseo para llevarse un poco de la tierra en donde se adora al verdadero Dios. Es como el reconocimiento de que Dios ha elegido al pueblo de Israel como el lugar donde quiere mostrar su misericordia con todos los pueblos de la tierra. Aunque vuelva a su tierra, donde se adoran a otros dioses, Naamán, según lo promete, descubrió al verdadero Dios en el favor recibido y en adelante sólo a él quiere servir fielmente.

Naamán, hermanas y hermanos, descubrió a un Dios que le salió al paso en el camino de su vida. En el evangelio vemos a un hombre agradecido que sanó y descubrió en Cristo al Dios verdadero, presente entre nosotros. Ambos hombres sanaron físicamente y por su fe encontraron la salvación. En realidad, la salud tan apreciada por todos, y por Dios mismo, es poca cosa cuando se alcanza la salud eterna por la fe. Es lo que sucede, al leproso agradecido.

La lepra, en tiempos de Jesús se tenía como un castigo de Dios, pues ya, el que la padecía, ni siquiera era digno de asistir al templo para alabar y agradecer a Dios por sus beneficios. Quedaba marginado de la sociedad y debía permanecer fuera de la ciudad para no contagiar a los demás.

Era considerado como un ser impuro y, si llegaba a sanar, como lo indica el libro del Levítico, debía presentarse a los sacerdotes que eran los únicos que podían dar fe de su curación. Podía integrarse a la sociedad después de cumplir con los ritos de purificación previstos por la ley de Moisés. Es por eso que Jesús los manda a presentarse ante los sacerdotes. Cuando se alejan de Jesús, los diez leprosos no han sido sanados, es en el camino donde sanan.

Es uno solo de los diez el que, al verse favorecido por Jesús vuelve para agradecerle. Esto le pareció más importante que presentarse a los sacerdotes. Parece, pues, que para este leproso era más importante mostrar su gratitud y reconocimiento a Jesús, que llegar pronto a cumplir con lo prescrito por la ley para volver a la vida normal, como lo hacen los otros nueve.

Pero la gratitud a Jesús, a quien el leproso reconoce como Dios, por el gesto de postrarse a sus pies, es lo que completa en él la obra que Dios tenía prevista: su salvación. Los nueve restantes sólo se reintegraron a la sociedad, el solitario se reintegró a la amistad con Dios por su reconocimiento.

“Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Le dice Jesús, para asegurarle el efecto de su actitud agradecida; un resultado insospechado por aquel hombre sencillo y de sentimientos nobles.

Hermanas y hermanos, se dice que la gratitud muestra lo más noble que hay en todos y en cada uno de nosotros. Y así es. La gratitud es reflejo de una paz interior libre de soberbia y de una serie de sentimientos y actitudes por demás opuestas a la fe y al amor.

La gratitud sólo nace del interior humilde que sabe que nada merece, como lo veíamos el domingo pasado, que reconoce, más bien, que todo es gracia. Que Dios no nos debe nada y que, al contrario, como criaturas le debemos todo. La gratitud nos lleva a la fe que nos hace reconocer, alabar y anunciar la gran misericordia de Dios con toda la humildad y al mismo tiempo con todos y cada uno de nosotros.

Uno de los regalos más importantes que Dios nos da es la fe. Una fe que nos hace justos y nos salva. Una fe que pide permanecer obedientes al Maestro, disponiendo nuestro corazón en la escucha de su Palabra. Y si de verdad creemos que la fe es un don gratuito de Dios, ¿por qué no damos gracias por este regalo?

Ciertamente el agradecimiento es un indicador de nuestro nivel espiritual personal. Una persona agradecida muestra atención por los demás, una capacidad de amar y de comprender, que es lo que se encuentra a faltar en los nueve leprosos. ¿Soy agradecido? ¿Sabemos ser agradecidos con los que nos rodean, amigos, familiares, compañeros?

 

El individualismo, tan acentuado hoy día, es un camino ancho que, junto a la crítica fácil, conduce al disentimiento social, familiar y eclesial.

La fiesta más bella de la gratuidad a Dios es la Eucaristía, pues eso es lo que significa, acción de gracias. Y en ella aprendemos a reconocer que todo lo recibimos de Dios a través de los que formamos la gran comunidad humana, especialmente la comunidad eclesial.

En la Eucaristía nos vemos identificados con el Dios del amor que lo único que quiere es nuestro bien, el máximo bien: nuestra salvación. Porque Dios, el Padre de la misericordia, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Ahora en el Pan que ofrecemos, el Verbo se hará presente. Y todos recibiremos el mismo Pan de Vida, un solo Pan a repartir para todos. Que este gesto que vivimos en la Eucaristía se haga presente en nuestra vida como cristianos.



ENTRA EN TU INTERIOR

CURACIÓN

El episodio es conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.

Una vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos «ve que está curado» y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve «alabando a Dios a grandes gritos» y «dando gracias a Jesús».

Por lo general, los comentaristas interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto «para dar gloria a Dios». Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.

Dentro de la pequeña historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: "Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida". Ese cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.

Creemos saberlo todo sobre el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un "misterio" experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.

Pocas experiencias podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte. Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida nueva.

La medicina moderna permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor.

Esta acogida sana de Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Jesús ratifica su actitud y está de acuerdo en que es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos.

Para él, su verdadera salvación llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del entramado religioso.

El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera.

Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. El gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza.

Pablo dice una frase que a mí me encanta: “La palabra de Dios no está encadenada”. Por más que muchos intenten domesticarla. La Palabra sigue haciendo de las suyas y llevando a mucha gente a la verdadera liberación. Ni Dios ni la verdad necesitan gendarmes. Los que dicen defenderlos, se están protegiendo a sí mismos. Lo más contrario a la palabra es emplearla para someter y oprimir a las personas en nombre de Dios.

ORACIÓN FINAL

 “Tú fe te ha salvado”... Sólo cuando esa frase puede aplicarse a nuestra vida, cuando sentimos que ya no somos los mismos de antes, cuando la fe cristiana produce un verdadero cambio en la persona y en la sociedad, sólo entonces podemos comenzar a sentirnos cristianos de verdad.

Entre tanto, retornemos a Cristo, al Cristo de la fe difícil y comprometida, no sea que en su nombre nos estemos alejando cada día más.

Como aquel leproso, volvamos alabando a Dios a grandes gritos y echémonos a los pies de Jesús, dándole gracias porque hoy su palabra nos ha abierto los ojos.

Demos gracias a Dios porque si morimos con Cristo, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Demos gracias porque nos ha llamado para ser su comunidad y su pueblo.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO


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