“Dios no es Dios de
muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos”
6 NOVIEMBRE
XXXII DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO ©
1ª Lectura: 2º Libro de
los Macabeos 7,1-2.9-14
El rey del universo nos
resucitará para una vida eterna.
Salmo 16
Al despertar me saciaré
de tu semblante, Señor.
2ª Lectura: 2
Tesalonicenses 2,16-3,5
El Señor os dé fuerza
para toda clase de palabras y de obras buenas.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 20,27-38
“En aquel
tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le
preguntaron: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su
hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a
su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin
hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron
sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de
cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean
juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no
se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios,
porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo
Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de
Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.” No es Dios de muertos sino de vivos:
porque para él todos están vivos.”
Versión para
Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la
resurrección,
y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado:
Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia, se case con la viuda.
Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y
murió sin tener hijos.
El segundo
se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así
murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa,
ya que los siete la tuvieron por mujer?".
Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y
las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar del
mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los
ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a
entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el
Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes;
todos, en efecto, viven para él".
REFLEXIÓN
Desde antiguo nos hemos preguntado sobre el sentido de la
vida. ¿Cuál y cómo es el destino final del hombre? ¿Hacia dónde se encamina la
existencia humana? A esta inquietante cuestión trata de responder hoy la
liturgia. Jesús, por un lado, nos enseña que el destino es la vida eterna, pero
que esta vida en el más allá no es igual a la vida terrena, sino que es una
continuidad de la persona. Por otro lado, el martirio de la madre de los siete
hijos en tiempos de la guerra macabea da ocasión para proclamar con coraje y
valentía la fe en la resurrección para la vida. Mientras san Pablo pide
oraciones a los cristianos de Tesalónica para que “la palabra de Dios siga el avance
glorioso que comenzó entre vosotros”, una palabra que incluye la suerte final
de los hombres ante el juez supremo, que es Dios.
El evangelio nos muestra cómo saduceos, que eran provenientes
de las familias de la nobleza sacerdotal, rechazaban toda evolución del
judaísmo, oponiéndose a la fe en la resurrección. Y entonces, para ridiculizar
la resurrección, ponen el caso de unos hermanos que van casándose con la viuda
de uno de ellos. Esta ley del levirato tenía por objeto perpetuar la
descendencia y mantener a la viuda en el seno de la familia del difunto.
Realmente con este ejemplo querían probar la imposibilidad de la resurrección
desde un punto de vista terrenal. Los saduceos pensaban en la resurrección como
en una mera continuación de la vida terrenal, con matrimonios y con todo lo que
acontece en este mundo. Y Jesús habla de la resurrección como de un cambio
radical. Jesús contrapone este mundo con el mundo futuro; en el que la gente no
muere.
Pero además, como los saduceos aceptaban sólo los primeros
libros de la biblia, les da una segunda oportunidad citando un texto de las
Sagradas Escrituras, concretamente el libro del Éxodo, en el que Dios se revela
a Moisés como Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Si Abrahán, Isaac
y Jacob estuviesen muertos definitivamente esta fórmula sería irrisoria. Jesús
dice que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen vida
en él. Nuestros difuntos viven para Dios.
Por tanto, el mensaje que la Palabra hoy nos anuncia es una
llamada a la esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida
que ya tiene y que ya goza, sino la que le espera en Dios.
Pero la esperanza cristiana no nos debe hacer vivir alejados
de la realidad del mundo ni de la historia, sino entregados enteramente a hacer
historia: historia de la salvación. Construir la historia no es tarea sólo de
los no cristianos. Es, aún con más razón, misión de los que creen en el Señor
de la historia y en la marcha de toda la historia humana hacia su decisión
final en Dios.
Sí, como cristianos tenemos que esperar en Dios. Tenemos que
esperar con fe que él abrirá las puertas de la eternidad a nuestra mente, a
nuestros corazones, a nuestros cuerpos, a nuestra vida. No sabemos cómo será,
pero nos toca confiar, fiarnos de Dios. Porque la esperanza cristiana en la
resurrección es un mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo
Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología. Es permanecer siempre en el Señor,
como estando sumergidos en el mar, en el océano mismo de la Vida. El mensaje
cristiano es un mensaje de esperanza porque anuncia el triunfo de la vida sobre
el tiempo y sobre el mal. Anuncia el triunfo de Dios sobre sus enemigos, el
único de los cuales es la misma muerte. Vale la pena ser testimonios ante nuestro
mundo de este mensaje de esperanza con palabras y obras.
Jesús nos viene a abrir el camino de la fe en la resurrección
con su testimonio. El reino de Dios es el reino de la vida en el cual la
persona perdura en la gloria por siempre. Ésta es nuestra fe, y por esto
tendríamos que vivir de tal manera que la esperanza en la eternidad brillase en
nuestros rostros y en la forma de vivir cada minute de nuestra existencia.
Nosotros tenemos esta fe. Dios ha querido que existamos y nos ha dado la vida.
Es dios quién ha inventado la maravilla de la vida, quien llama a la vida a
todos los seres que él quiere. Nosotros creemos en esta vida en plenitud que
Dios nos prometió, en la resurrección, aunque somos incapaces de imaginarla.
Esta nueva vida superará cualquier cosa que nos lleguemos a imaginar. Jesús
mismo nos dice que no podemos llegar ni a imaginar lo que el Padre tiene
preparado para todos aquellos que lo aman. Y es que cada uno de nosotros está
llamado a vivir para siempre.
“Nosotros creemos en tu Palabra, Señor. Creemos que la muerte
no es el final, sino un paso a la eternidad,. Y te pedimos que nos acompañes en
este camino de fe, porque siempre necesitamos reforzar estas convicciones para
permanecer a tu lado”.
ENTRA EN TU INTERIOR
A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS
Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva
después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas
saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús
reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones
básicas.
Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos
que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que
ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a
partir de nuestras experiencias actuales.
Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa
vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte.
Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero
nunca describir o explicar.
Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud
humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les
dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio
ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los
que lo aman".
Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de
orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está
más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida
"preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras
aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la
curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en
Dios.
Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda
sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la
tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos
patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La
muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.
Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación
decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque
para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le
va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos
porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida
porque los ha acogido en su amor de Padre.
Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser
destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica.
Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti
confío. No quede yo defraudado" (salmo 25,1-2).
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El evangelio de hoy terminaba diciendo: "...porque para Él, todos están
vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos
encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que
empeñarnos en permanecer vivos para nosotros, es decir, que nos garanticen una
permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo
más sublime permanecer vivos sólo para Él?
¿No podría ser, que el
consumirnos en favor de los demás, fuese la auténtica consumación del ser humano? Eso es lo que
recordamos en cada eucaristía como praxis de Jesús. “Si el grano de trigo no
cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
ORACIÓN
Para Dios todo está siempre en un eterno presente.
Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo,
y da origen a todas las criaturas que forman el universo.
Como ser humano puedo vivir mi relación con el Absoluto.
La experiencia de lo Absoluto, es mi verdadera Vida.
No confundir con mi
vida biológica que sólo es un accidente.
Cuando tomo lo
accidental por substancial,
estoy equivocándome de
cabo a rabo.
Si descubro el engaño,
procuraré vivir a tope,
es decir, al límite de
mis posibilidades más humanas.
Mi presente se funde
con mi pasado y mi futuro.
Desde mi contingencia,
puedo experimentar un ahora eterno.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
Imagen para colorear.
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