domingo, 30 de octubre de 2022

6 DE NOVIEMBRE: XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

 


“Dios no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos”

6 NOVIEMBRE

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: 2º Libro de los Macabeos 7,1-2.9-14

El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.

Salmo 16

Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 2,16-3,5

El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.

PALABRA DEL DÍA

Lucas 20,27-38

 “En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección y le preguntaron: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Jesús les contestó: -En esta vida hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.” No es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos.”

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección,

y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda.

Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.

El segundo

se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.

Finalmente, también murió la mujer.

Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?".

Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,

pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.

Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.

Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él".

REFLEXIÓN

Desde antiguo nos hemos preguntado sobre el sentido de la vida. ¿Cuál y cómo es el destino final del hombre? ¿Hacia dónde se encamina la existencia humana? A esta inquietante cuestión trata de responder hoy la liturgia. Jesús, por un lado, nos enseña que el destino es la vida eterna, pero que esta vida en el más allá no es igual a la vida terrena, sino que es una continuidad de la persona. Por otro lado, el martirio de la madre de los siete hijos en tiempos de la guerra macabea da ocasión para proclamar con coraje y valentía la fe en la resurrección para la vida. Mientras san Pablo pide oraciones a los cristianos de Tesalónica para que “la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros”, una palabra que incluye la suerte final de los hombres ante el juez supremo, que es Dios.

El evangelio nos muestra cómo saduceos, que eran provenientes de las familias de la nobleza sacerdotal, rechazaban toda evolución del judaísmo, oponiéndose a la fe en la resurrección. Y entonces, para ridiculizar la resurrección, ponen el caso de unos hermanos que van casándose con la viuda de uno de ellos. Esta ley del levirato tenía por objeto perpetuar la descendencia y mantener a la viuda en el seno de la familia del difunto. Realmente con este ejemplo querían probar la imposibilidad de la resurrección desde un punto de vista terrenal. Los saduceos pensaban en la resurrección como en una mera continuación de la vida terrenal, con matrimonios y con todo lo que acontece en este mundo. Y Jesús habla de la resurrección como de un cambio radical. Jesús contrapone este mundo con el mundo futuro; en el que la gente no muere.

Pero además, como los saduceos aceptaban sólo los primeros libros de la biblia, les da una segunda oportunidad citando un texto de las Sagradas Escrituras, concretamente el libro del Éxodo, en el que Dios se revela a Moisés como Dios de Abrahán, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Si Abrahán, Isaac y Jacob estuviesen muertos definitivamente esta fórmula sería irrisoria. Jesús dice que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque todos tienen vida en él. Nuestros difuntos viven para Dios.

Por tanto, el mensaje que la Palabra hoy nos anuncia es una llamada a la esperanza. Para el creyente, el tesoro más precioso no es la vida que ya tiene y que ya goza, sino la que le espera en Dios.

Pero la esperanza cristiana no nos debe hacer vivir alejados de la realidad del mundo ni de la historia, sino entregados enteramente a hacer historia: historia de la salvación. Construir la historia no es tarea sólo de los no cristianos. Es, aún con más razón, misión de los que creen en el Señor de la historia y en la marcha de toda la historia humana hacia su decisión final en Dios.

Sí, como cristianos tenemos que esperar en Dios. Tenemos que esperar con fe que él abrirá las puertas de la eternidad a nuestra mente, a nuestros corazones, a nuestros cuerpos, a nuestra vida. No sabemos cómo será, pero nos toca confiar, fiarnos de Dios. Porque la esperanza cristiana en la resurrección es un mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología. Es permanecer siempre en el Señor, como estando sumergidos en el mar, en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de esperanza porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal. Anuncia el triunfo de Dios sobre sus enemigos, el único de los cuales es la misma muerte. Vale la pena ser testimonios ante nuestro mundo de este mensaje de esperanza con palabras y obras.

Jesús nos viene a abrir el camino de la fe en la resurrección con su testimonio. El reino de Dios es el reino de la vida en el cual la persona perdura en la gloria por siempre. Ésta es nuestra fe, y por esto tendríamos que vivir de tal manera que la esperanza en la eternidad brillase en nuestros rostros y en la forma de vivir cada minute de nuestra existencia. Nosotros tenemos esta fe. Dios ha querido que existamos y nos ha dado la vida. Es dios quién ha inventado la maravilla de la vida, quien llama a la vida a todos los seres que él quiere. Nosotros creemos en esta vida en plenitud que Dios nos prometió, en la resurrección, aunque somos incapaces de imaginarla. Esta nueva vida superará cualquier cosa que nos lleguemos a imaginar. Jesús mismo nos dice que no podemos llegar ni a imaginar lo que el Padre tiene preparado para todos aquellos que lo aman. Y es que cada uno de nosotros está llamado a vivir para siempre.

“Nosotros creemos en tu Palabra, Señor. Creemos que la muerte no es el final, sino un paso a la eternidad,. Y te pedimos que nos acompañes en este camino de fe, porque siempre necesitamos reforzar estas convicciones para permanecer a tu lado”.



ENTRA EN TU INTERIOR

A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS

 

Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.

Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.

Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente "nueva". Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.

Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la "vida eterna". Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman".

Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una "novedad" que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida "preparada" por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.

Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.

Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: "Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado" (salmo 25,1-2).

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

El evangelio de hoy terminaba diciendo:  "...porque para Él, todos están vivos". ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en permanecer vivos para nosotros, es decir, que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos sólo para Él?

 ¿No podría ser, que el consumirnos en favor de los demás, fuese la auténtica  consumación del ser humano? Eso es lo que recordamos en cada eucaristía como praxis de Jesús. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

ORACIÓN

Para Dios todo está siempre en un eterno presente.

Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo,

y da origen a todas las criaturas que forman el universo.

Como ser humano puedo vivir mi relación con el Absoluto.

La experiencia de lo Absoluto, es mi verdadera Vida.

 No confundir con mi vida biológica que sólo es un accidente.

 Cuando tomo lo accidental por substancial,

 estoy equivocándome de cabo a rabo.

 Si descubro el engaño, procuraré vivir a tope,

 es decir, al límite de mis posibilidades más humanas.

 Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro.

 Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO



Imagen para colorear.




domingo, 23 de octubre de 2022

30 DE OCTUBRE: XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

 


“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”

30 DE OCTUBRE

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

1ª Lectura: Sabiduría 11,22-12,2

“Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos”

Salmo 144

Bendeciré tu nombre por siempre jamás. Dios mío, mi rey.

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2

“El nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él”

EVANGELIO DEL DÍA

Lucas 19,1-10

“En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: -Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguien me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús le contestó: -Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

Versión para Latinoamérica, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.

Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.

El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.

Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.

Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa".

Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.

Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se ha ido a alojar en casa de un pecador".

Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más".

Y Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido".

REFLEXIÓN

El amor de Dios impregna cada página de las Sagradas Escrituras y de la liturgia cristiana. Y en los textos de este domingo resalta de una manera especial el amor de Dios a todas las criaturas, porque todas encuentran en el amor de Dios su razón de ser.

Y es que desde que Dios empezó su obra creadora dio lugar a la aventura misma del amor. La aventura maravillosa de ser correspondido, con plena libertad, en el amor. Y así, también al riesgo del amor, al rechazo y a la incomprensión, el rostro doloroso del amor: “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has creado; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado”, hemos escuchado en la primera lectura, del libro de la Sabiduría.  “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán”, dice Jesús en el evangelio. Pero, en las casas de otros publicanos, ¿aceptarán su amor? Y otras casas de ricos, ¿se convertirán como Zaqueo al amor de Dios?

Dios nos ha llamado a la vocación cristiana para ser glorificado en nuestras vidas; pero, ¿realmente nuestra vida es un testimonio transparente de su amor? De todas maneras, el amor de Dios es una aventura que enmarca toda la historia humana, desde que el hombre es hombre, el amor de Dios se encuentra sometido a la gran ley, creada por Dios, y que él mismo respeta, de la libertad humana. Y será así hasta el fin del mundo. Así pues, debemos velar, pero al mismo tiempo podemos estar llegando a su plenitud. El amor será, entonces, entronizado en los cielos y la humanidad adorará eternamente el rostro de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Así es el amor de Dios. Un amor sin fronteras. No tiene fronteras de tiempo, porque él ama ya ahora en el presente, antes del tiempo y más allá del tiempo. No tiene fronteras de espacio ni de lugar, porque él ha creado el espacio y lo ha llenado con obras surgidas de su mismo amor: el cielo, la tierra, el mar y todo lo que habita en ellos. No está limitado por fronteras de la edad, de la condición social o económica, del estado de vida de cada persona. Porque lo que más cuenta para Dios es que todos somos imagen suya, y a todos nos ama como hijos.

Dios no ama al ciego de Jericó porque sea pobre, ni a Zaqueo porque sea rico, sino porque ambos son hijos suyos. Zaqueo era un pecador público, un publicano. Era un recaudador de impuestos al que Roma encargaba cobrar las tasas que la autoridad romana imponía.  Un trabajo que se prestaba a cometer injusticias y que los judíos odiaban porque eran compatriotas suyos los que la realizaban. Eran unos traidores.

Pero esto a Dios no le importa, el pecado no es una derrota de Dios, sino una ocasión para mostrar su amor con un nuevo resplandor. Dios pasa por encima de todos los límites que podemos poner a su amor. Realmente, para Dios la frontera del amor es el amor sin fronteras. Jesús, como a Zaqueo, nos eleva la mirada y se quiere hacer invitar en nuestras casas, en lo más íntimo de nuestro corazón. Jesús hoy también nos quiere encontrar, nos viene a buscar para alojarse en nuestra casa. Y Zaqueo da el primer paso, desea encontrarse con Jesús. Nosotros también tenemos necesidad de encontrarnos con Jesús, de dar este primer paso, de invitarlo a nuestras vidas, con alegría, con el servicio, para poder escuchar así sus palabras: “Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.



ENTRA EN TU INTERIOR

¿PUEDO CAMBIAR?

Lucas narra el episodio de Zaqueo para que sus lectores descubran mejor lo que pueden esperar de Jesús: el Señor al que invocan y siguen en las comunidades cristianas «ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido». No lo han de olvidar.

Al mismo tiempo, su relato de la actuación de Zaqueo ayuda a responder a la pregunta que no pocos llevan en su interior: ¿Todavía puedo cambiar? ¿No es ya demasiado tarde para rehacer una vida que, en buena parte, la he echado a perder? ¿Qué pasos puedo dar?

Zaqueo viene descrito con dos rasgos que definen con precisión su vida. Es «jefe de publicanos» y es «rico». En Jericó todos saben que es un pecador. Un hombre que no sirve a Dios sino al dinero. Su vida, como tantas otras, es poco humana.

Sin embargo, Zaqueo «busca ver a Jesús». No es mera curiosidad. Quiere saber quién es, qué se encierra en este Profeta que tanto atrae a la gente. No es tarea fácil para un hombre instalado en su mundo. Pero éste deseo de Jesús va a cambiar su vida.

El hombre tendrá que superar diferentes obstáculos. Es «bajo de estatura», sobre todo porque su vida no está motivada por ideales muy nobles. La gente es otro impedimento: tendrá que superar prejuicios sociales que le hacen difícil el encuentro personal y responsable con Jesús.

Pero Zaqueo prosigue su búsqueda con sencillez y sinceridad. Corre para adelantarse a la muchedumbre, y se sube a un árbol como un niño. No piensa en su dignidad de hombre importante. Sólo quiere encontrar el momento y el lugar adecuado para entrar en contacto con Jesús. Lo quiere ver.

Es entonces cuando descubre que también Jesús le está buscando a él pues llega hasta aquel lugar, lo busca con la mirada y le dice: "El encuentro será hoy mismo en tu casa de pecador". Zaqueo se baja y lo recibe en su casa lleno de alegría. Hay momentos decisivos en los que Jesús pasa por nuestra vida porque quiere salvar lo que nosotros estamos echando a perder. No los hemos de dejar escapar.

Lucas no describe el encuentro. Sólo habla de la transformación de Zaqueo. Cambia su manera de mirar la vida: ya no piensa sólo en su dinero sino en el sufrimiento de los demás. Cambia su estilo de vida: hará justicia a los que ha explotado y compartirá sus bienes con los pobres. 

Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de "instalarnos" en la vida renunciando a cualquier aspiración de vivir con más calidad humana. Los creyentes hemos de saber que un encuentro más auténtico con Jesús puede hacer nuestra vida más humana y, sobre todo, más solidaria.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

“El hijo de Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido”.

Solo lo que está perdido, necesita ser buscado.

Solo el que se siente enfermo irá a buscar al médico.

Solo si te sientes extraviado te dejarás encontrar por él.

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 No se trata de fomentar los sentimientos de culpabilidad.

 Tampoco de sentirse “indigno pecador”.

Se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino

 y sentir la necesidad de ayuda para alcanzar la meta.

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 Se trata de sentir la ayuda de Dios desde lo hondo de mi ser.

 Pero también de buscar y aceptar la ayuda de los demás,

 que van un poco por delante y saben por dónde debo caminar.

 Si me empeño en caminar en solitario, me perderé en el camino.

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ORACIÓN

Gracias, Señor, porque tu Evangelio es tan noticia nueva para los pobres como para los ricos, para los explotados como para los explotadores. Es buena noticia para el hombre, cualquiera que sea la forma de su opresión. Paradójicamente, también el rico es un oprimido, quizá con una opresión mucho más inconsciente y sutil; por eso mismo se hace tan difícil, como repite el mismo Jesús, la conversión en el rico opresor.

Sé que el encuentro contigo siempre cambia, siempre transforma el corazón del hombre, necesito, Señor, que como en casa de Zaqueo, tu Salvación llegue a mi casa, llegue a mi corazón y fecunde toda mi vida

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO.



Imagen para colorear.




domingo, 16 de octubre de 2022

23 DE OCTUBRE: XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

 


“…todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

23 DE OCTUBRE

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES

(DOMUND)

Primera Lectura: Eclesiástico 35,12-14.16-18

La oración del humilde atraviesa las nubes.

Salmo 33

Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Segunda Lectura: 2 Timoteo 4,6-8.16-18

Me está reservada la corona de la justicia.

EVANGELIO DEL DÍA

Lucas 18,9-14

“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás: -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola:

"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano.

Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".

REFLEXIÓN

Desde hace algunos domingos, la Palabra de Dios nos habla de la importancia de la oración en la vida del cristiano y nos enseña las cualidades de la oración sincera que surge de la fe.

Jesús es nuestro maestro y nos enseña a rezar. Él es el modelo, es la persona orante por excelencia, ya que goza de una comunicación muy próxima con el Padre por el Espíritu Santo.

Es el Hijo quien con su oración se dirige a Dios para interceder por todos nosotros. Por esto, los cristianos, cuando rezamos a Dios lo hacemos en nombre de Jesús.

Hoy hemos escuchado al evangelista san Lucas, que es quien más subraya el hecho de la oración como don del Espíritu Santo. Es el Evangelio en el que más veces podemos contemplar a Jesús orando. Y es aquí donde el discípulo de Cristo, contemplándolo y escuchándolo, aprende a rezar.

Y hoy, más que a la oración de Jesús, asistimos a una enseñanza fundamental en la vida del cristiano, referida a la vida de oración: la oración auténtica es confiada, perseverante, llena de amor y de humildad.

Hoy, precisamente el Evangelio pone el énfasis en la humildad del corazón, virtud que, a la luz de la gracia de Dios, hace que  nos veamos y nos valoremos tal cual somos, descubriendo nuestras limitaciones, pero descubriendo también las cualidades que Dios ha depositado en nosotros. La oración de fe, la oración humilde no consiste en repetir palabras y decir: “Señor, Señor”, sino en llevar en el corazón la voluntad del Padre. Jesús decía: “Mi alimento es hacer la voluntad de Dios”.

La conocida parábola de los dos orantes, el fariseo y el pecador publicano, puede ser considerada como una síntesis del pensamiento de Jesús acerca del sentimiento religioso y de lo que constituye una auténtica actitud religiosa.

La fuerza de la parábola radica en la contraposición de dos actitudes religiosas, contraposición que subraya cierta radicalidad del mensaje de Jesús. También podríamos decir que la parábola refleja dos criterios; el criterio de los hombres y el criterio de Dios, un tema éste favorito en los evangelios sinópticos, y referido por ejemplo a temas como el amor, el culto, el ayuno, la justicia etc.

El fariseo se presenta ante Dios muy seguro de sí mismo, y se presenta con la carta credencial de sus buenas obras, de sus limosnas, ayunos y oraciones. Por eso da gracias a Dios: porque no es como las demás personas, porque se distingue por la santidad, porque ha conseguido, cree él, en vida lo que otros no llegan ni a vislumbrar. Dios está ciertamente de su lado, porque él es fuerte, sabe controlarse, domina sus pasiones y no tiene nada que reprocharse.

Y el caso es, que no podemos decir que el fariseo no fuera sincero; no. El está convencido de lo que dice. Es santo y se siente santo; y por eso su orgullo es santo. Era, por ejemplo, el orgullo de los judíos ante los paganos a quienes santamente despreciaban.

La suya es la santidad de los fuertes, de los que ya no tienen nada que aprender, de los que lograron la máscara perfecta, esa máscara con la que caminan por la calle pensando en Dios, pero sin saludar a sus prójimos.

Es un santo, y por tanto que no se le hable de conversión ni de cambio interior. Eso es para los pecadores. El está más allá, él es de Dios y sólo escucha lo que Dios le diga.

Por eso empieza su oración despreciando a todos los que no son como él: “¡Oh Dios! Te doy gracias, porque no soy como los demás...”.

Ha perdido el sentido de la misericordia y del perdón.  Por eso Jesús acertó cuando los llamó , “ciegos que guían a otros ciegos”.

Da gracias a Dios y lo hace a partir de su corazón orgulloso, de su cumplimiento estricto de la ley y los preceptos. Sin embargo, a Dios no le complace esta actitud. Porque el fariseo cree que tiene el derecho y los méritos suficientes para ser salvado, Considera a Dios como un contable de virtudes y defectos, olvidando que la salvación es un don y un regalo de Dios. Y, finalmente, porque pone la seguridad en sus obras.

El otro personaje de la parábola es el recaudador de impuestos, el publicano que aprovecha su puesto oficial al servicio de roma para enriquecerse con la extorsión de los pobres.

No es un hombre que acostumbre a rezar ni mucho ni poco. Sabe lo que quiere y no se preocupa por lo demás. Pero el día que decidió ir al templo para hacer su oración comprendió que aquello tenía que significar un comienzo de vida nueva y un cambio radical.

Si no tenía nada que ofrecer a Dos ni nada de que vanagloriarse como religioso, al menos se presentaría como era, sin vestido de fiesta, sin esconderse detrás de una fórmula o de una promesa simulada.

Por eso este sale del templo justificado y el fariseo no. Salió justificado, porque se había colocado ante Dios en su justa y exacta posición; simplemente se mostró como era y desde ese yo pequeño y pecador arrancó su humilde oración.

El publicano se gana el favor de Dios no porque sea pecador, sino porque reconoce su pecado y pone su confianza en la bondad y misericordia del Padre que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En el fondo estaba sediento de bondad y amor de Dios.

Esto debe hacernos pensar y reflexionar sobre nuestra oración. ¿En quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿Somos como el fariseo que se cree autosuficiente sólo porque cumple? ¿O somos como el publicano que pone la confianza en Dios porque nos sabemos pecadores, y por eso amados y necesitados de él?

Sólo aquel que se acerca dispuesto a recibir al médico de nuestro corazón y del espíritu, y reconoce con humildad sus limitaciones, puede salir curado de su condición.

Al rezar el Padrenuestro pediremos perdón por nuestras culpas y nos comprometeremos a perdonar a quién nos haya ofendido. Hemos visto como el fariseo y el publicano fueron simultáneamente al templo a rezar, pero se sentían distanciados y no formaban comunidad.

El Señor nos llama hoy y siempre a encontrarnos con Dios y formar una comunidad que esté unida en la fe, en el amor y en la caridad, superando desigualdades y creando lazos de unión. Y nos ofrece la Eucaristía como sacramento de amor y de perdón, como remedio para seguir construyendo comunión cogidos de su mano.



ENTRA EN TU INTERIOR

LA POSTURA JUSTA

Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero, ¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Ésta es la pregunta de fondo.

El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.

En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a los demás.

Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración "atea". Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.

La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador».

Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.

El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su oración: «Ten compasión de este pecador».

Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

SALMO 139

Señor, tú me conoces y me comprendes

que me levante o me siente, Tú lo sabes.

Desde lejos atraviesas lo que pienso

Que camine o que me acueste, Tú lo sabes

mis caminos te son todos familiares.

Aún no asoman las palabras a mi boca

y el Señor las conoce ya completas.

Tú me envuelves por detrás y por delante

Tú has puesto tu mano sobre mí.

¡Prodigio de saber que me desborda

profundidad que no puedo alcanzar¡

¿A dónde iré yo lejos de tu Espíritu?

¿A dónde escaparé lejos de tu Rostro?

Si escalo los cielos, allí estás

si me hundo en el abismo, estás allí.

Si le cojo las alas a la aurora

y me alojo más allá de los mares,

incluso allí, tu mano me conduce

y tu diestra me toma.

Si digo: "que me cubran las tinieblas

y la luz se haga noche sobre mí"

La tiniebla no es tiniebla para Ti

y la noche resplandece como el día.

Eres Tú quien ha formado mis entrañas

quien me ha tejido en el vientre de mi madre,

te doy gracias por tantos misterios

porque soy un milagro, milagro de tus manos.

¡Qué profundos son, Señor, tus pensamientos

qué incalculable tu Sabiduría!

Sondéame, Señor, mira en mi corazón

examina mi alma, comprende mis temores.

Guíame a lo largo del camino

sé mi guardián para la eternidad.

ORACIÓN FINAL

Señor Dios, que no eres parcial contra el pobre, que escuchas las súplicas del oprimido y que no desoyes el grito de tu comunidad, envía tu espíritu a nuestros corazones a fin de que nos presentemos ante ti con un corazón humilde y sincero.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO.



Imagen para colorear.




 


domingo, 9 de octubre de 2022

16 DE OCTUBRE: XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.

 


“Cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”

16 DE OCTUBRE

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO ©

Primera Lectura: Éxodo 17,8-13

“Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel”

Salmo: 120

“El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”

2ª Lectura: 2 Timoteo 3,14-4,2

“El hombre de Dios estará perfectamente preparado para toda obra buena”

PALABRA DEL DÍA

Lucas: 18,1-8

“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: -Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.” Y el Señor respondió: -Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:

"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;

y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.

Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,

pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".

Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.

Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?

Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

REFLEXIÓN

Como cada domingo, los cristianos estamos llamados a dar gracias al Señor, recordando el don de su Vida, la salvación que nos ha traído. Y hoy la Iglesia nos invita, con estas lecturas bíblicas, a levantar la mirada del suelo para dirigirla al cielo.

La escucha de la Palabra de Dios nos invita a dirigirnos con confianza hacia el auxilio del Señor. Y más, viendo la realidad de nuestro entorno: injusticias, hambre, enfermedades, violencia, terrorismo, paro, falta de vivienda, pensiones mínimas, pobreza... Los cristianos tenemos que pedir el auxilio de Dios para ser instrumentos de su amor en medio del mundo.

La oración tiene que dar sentido a nuestras obras, y las obras tienen que mostrar lo que creemos. En resumen, hoy se nos invita a rezar con insistencia.

La Palabra nos ilumina en la asamblea eucarística fortaleciendo nuestra fe y nuestra esperanza, pero sobre todo haciendo más ardiente nuestro amor a Dios y a los hermanos. Porque la Palabra no la escuchamos solo individualmente, sino como pueblo de Dios, como asamblea, como comunidad, como Iglesia.

Cada domingo somos confirmados en la misión de ser testigos de la fe en medio de un mundo que parece no necesitar a Dios.

En el pasaje del libro del Éxodo que hemos escuchado en la primera lectura, nos invita a ver que el esfuerzo de cada día por superar las dificultades ordinarias y extraordinarias es válido y necesario. Nuestro trabajo personal cuenta mucho y es querido y valorado por Dios. Moisés y su pueblo que apenas está naciendo, deben vencer a quienes se oponen a su existencia y a su libertad. Hacen la guerra para librarse de sus enemigos, pero a través de la oración perseverante llegan a la convicción de que sólo por Dios es como logran imponerse a ellos. Dios está de su lado porque así lo ha prometido, porque así lo quiere.

Al escuchar el evangelio de hoy, existe el peligro de entenderlo mal si no nos fijamos bien en el propósito de Jesús, que es, según lo señala san Lucas, el de invitarnos a la perseverancia en la oración. Insiste en la necesidad de orar y de perseverar en una actitud confiada y activa.

La oración no consiste en un cruzarse de brazos para esperar que Dios haga lo que nosotros debemos hacer. El mismo texto de hoy alude indirectamente a la fuerza y persistencia de aquella mujer que no teme enfrentarse con un juez injusto con tal de conseguir lo que le corresponde.

La oración cristiana es siempre una expresión de fe, de esa fe difícil que se empeña seriamente en servir al Reino de Dios en la lucha activa por la liberación total de los hombres de todas las esclavitudes. Por eso la oración cristiana –lo veremos mejor el próximo domingo-, no es fruto de la autosuficiencia ni del triunfalismo sino de una postura humilde de espera, de trabajo, de lucha, y, ¿por qué no?, de caídas y riesgos

El evangelio de hoy nos invita a confiar en un Dios fiel, a confiar en la fuerza del Evangelio, a confiar en Jesucristo, a confiar en la sabiduría de la Palabra de Dios cuya vivencia se va consiguiendo poco a poco.

Decíamos que la actitud cristiana no puede consistir en una oración con los brazos cruzados. El texto de la carta de Pablo a Timoteo lo dice mucho más positivamente: “Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado... La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena”.

Y el apóstol concluye con esta vibrante exhortación: “Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía”.

Según san Pablo, dos serían las tareas importantes del cristiano en estos tiempos difíciles, sin excluir por supuesto la oración, siempre recomendada por el apóstol, y tan relacionada con la vivencia de la Palabra, y sobre todo, la oración que es diálogo y encuentro con el Dios de la misericordia.

En primer lugar: Hacer de la Palabra de Dios –tal como la tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de afrontar nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato con nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida.

Pablo insiste en que toda Escritura es apta para ello, pues es evidente que a menudo nos gusta apoyarnos en ciertos textos preferidos o más acordes con nuestro modo de ser, para dejar a un lado los textos molestos o más exigentes.

En segundo lugar: La oración del cristiano, bien resumida en aquellas expresiones tan típicas: “Ven, Señor Jesús”, “Que venga tu Reino”, debe traducirse necesariamente en la evangelización, ya que todo tiempo es apto para anunciar la Palabra de Dios, para denunciar las injusticias y para exhortar a un estilo de vida distinto y nuevo.

Y no con un afán proselitista o coercitivamente. Por eso dice san Pablo: Evangeliza todo lo que quieras, pero con comprensión y pedagogía, algo que nosotros hemos olvidado en más de una oportunidad.

La evangelización no es una cruzada o una conquista, sino una llamada a la conciencia de los hombres, sin herir susceptibilidades, sin despreciar o desvalorar elementos culturales distintos a los nuestros sin condenar al que no nos escucha.

La Palabra de Dios de este domingo, hermanas y hermanos, nos prepara ya, estamos a cuatro semanas, para el tiempo santo del Adviento; no sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.

La historia avanza, los sucesos transcurren en forma vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos se alternan y evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva humanidad... Pero ¿pervivirá la fe en la tierra?

He aquí una pregunta que nos compromete a todos: ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos tiempos nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que represente algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos cristianos, participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo tan distinto al de nuestros padres y antecesores?

Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden transformarse en nuestra mejor oración.



ENTRA EN TU INTERIOR

EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN

La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es también una invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?

En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo tiene adversarios que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa el sufrimiento de nadie.

Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad el reino de Dios y su justicia". 

Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su grito, no cesa.

Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo religioso.

¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas: "Hacednos justicia"? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios, ¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia que llegan hasta su corazón de Padre?

La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para todos?

 José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

La parábola del evangelio de hoy se centra en la fe, la confianza y la tenacidad de aquella viuda que espera firmemente que alcanzará la justicia a la que tenía derecho. Y este debería ser el sentido de nuestra oración. No tenemos que recordarle a Dios lo que ya sabe que tiene que hacer, sino confirmar nuestra fe y nuestra esperanza de que su proyecto (su justicia) se realizará. Por eso rezamos. Rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no olvidemos lo que él quiere hacer con nosotros. Por tanto, no podemos practicar un reduccionismo de la oración, diciendo que rezar es tan sólo pedir. Rezar es recordar. Y por eso lo hacemos “siempre” y “sin desanimarse” En este fragmento del evangelio de hoy, como nunca, Jesús une totalmente la oración y la fe, las unifica, y por eso termina preguntándose, no si habrá gente que rece en el futuro, cuando vuelva, sino si “encontrará fe en la tierra”.

Pero atención. Hoy, como siempre en el evangelio, Jesús no presenta a Dios como un juez sin piedad, sino como un Padre. Dios es lo contrario del juez que retrasa las resoluciones por desidia. Más bien Dios está impaciente por hacer justicia a sus escogidos. Dios no es un juez que termina actuando, no porque crea en la causa justa, sino para vivir tranquilo. La justicia de Dios no es la justicia limitada de los hombres sino el amor. Resumiendo. Jesús quiere que nos movemos por amor, más que movernos por justicia.

El consejo de Jesús, hoy, en el evangelio, no lo olvidemos, es que tenemos que “orar siempre, sin desanimarse”.

ORACIÓN FINAL

Señor, enséñame a que mi oración sea tenaz y perseverante, confiada siempre en tu misericordia y no en mis fuerzas, que son bastante pocas y a veces me engañan con espejismos e ilusiones.

Enséñame a que mi oración nazca de mi fe, porque si no siempre será una oración vacía, sin contenido, oración de petición y no de alabanza y acción de gracias por lo que continuamente obras en mi vida.

Como la viuda perseverante del evangelio, sé, que solo tú puedes velar por los pobres, pos los abandonados, por los que nadie vela por ellos. Tú estás al lado de los huérfanos y de las viudas, de los pobres y de los enfermos, de los que padecen cualquier esclavitud, aún la del pecado.

Haz, Señor, que ore “siempre” y sin “desanimarme”. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO



Imagen para colorear.