domingo, 24 de abril de 2022

1 DE MAYO: TERCER DOMINGO DE PASCUA.

 


-Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?

1 DE MAYO

III DOMINGO DE PASCUA

1ª Lectura: Hechos 5,27-32.40-41

Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo.

Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

2ª Lectura: Apocalipsis 5,11-14

Digno es el Cordero, que fue inmolado de recibir el poder y la riqueza.

PALABRA DEL DÍA

JUAN: 21,1-19

“En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos contestan: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pecado? Ellos contestaron: -No. Él les dice: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: - Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos? El le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le dice: -Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: -Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: -Sígueme”.

Versión para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.

“Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así:

estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.

Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No".

El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.

El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.

Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor.

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".

Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas".

Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.

Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras".

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".

REFLEXIÓN

Tercer domingo de Pascua, “tercera aparición de Jesús”. Esta vez en circunstancias distintas, en plena naturaleza, junto al lago, y en medio de un trabajo fatigoso y descorazonador. Pero había amistad, había añoranzas de otro amigo, había una espera indefinida.

Ellos, los siete discípulos, tenían confianza de volver a ver al maestro, porque él había hablado de volver a Galilea. Pero Jesús es imprevisible. Lo mismo puede aparecer en Judea que en Galilea, en Damasco que en roma, en el norte que en el sur. Y lo mismo puede aparecer en la noche que en el día, cuando amanece o cuando atardece; sea cuando sea, él es el Día. Y lo mismo puede aparecer cuando se reza o cuando se come, cuando se descansa, cuando se sufre o cuando se goza, en el curso o en la vocación, él es la Fiesta y el Descanso.

Pero sus apariciones, que no tienen esquema ni programa, sí suelen tener un proceso similar. Podríamos concretarlo en un vacío o sufrimiento, una búsqueda perseverante y una respuesta al Señor.

Al decir vacío, hablamos de experiencias de pobreza interior y sufrimiento. Conocemos la angustia de Magdalena, el desencanto de los caminantes de Emaús, el miedo de los discípulos, las dudas de Tomás, la frustración de los pescadores, las lágrimas de Pedro, la rabia de Saulo. Pueden ser tantas cosas: una crisis interior, etapas de incomprensión o de rechazo, abandono interior, fracasos, desengaños, enfermedades, sufrimientos de cualquier tipo. Ejemplos actualizados son innumerables. Siempre desde la insatisfacción.

La insatisfacción y esterilidad de nuestras acciones y proyectos, puede ser signo ciertamente de un camino hoy misterioso para nosotros, por el que el Señor nos hace pasar para que participemos en su muerte. Pero eso no nos exime de preguntarnos si la esterilidad pudiera ser debida a que no haya en nosotros la vida del resucitado, a que no hayamos resucitado como Iglesia con el Señor. En efecto, nada se puede esperar de una “Iglesia moribunda”, pues de la muerte sólo puede salir muerte.

La Iglesia del éxito, aquí en el mundo, es la Iglesia, que más allá del número, vive intensamente el júbilo de la resurrección. Todos sabemos por experiencia que reunir multitudes,  es relativamente fácil… el mejor signo de fecundidad de la Iglesia es su capacidad de alabanza y de agradecimiento. Alabar y agradecer son los gestos más característicos del amor perfecto. Nacen de la alegría profunda de haber sido salvados.

En el anuncio del Kerigma, en agradecimiento y en alabanza, es lo que Dios quiere de los apóstoles y de sus sucesores, como asimismo de toda la comunidad cristiana: que se extienda por el mundo la acción del evangelio, considerado como buena noticia de la salvación de toda la humanidad.



ENTRA EN TU INTERIOR

El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos junto al lago de galilea está descrito con clara intención catequética. En el relato subyace el simbolismo central de la pesca en medio del mar. Su mensaje no puede ser más actual para los cristianos: sólo la presencia de Jesús resucitado puede dar eficacia al trabajo evangelizador de sus discípulos.

El relato nos describe, en primer lugar, el trabajo que los discípulos llevan a cabo en la oscuridad de la noche. Todo comienza con una decisión de simón Pedro: “Me voy a pescar”. Los demás discípulos se adhieren a él: “También nosotros nos vamos contigo”. Están de nuevo juntos, pero falta Jesús. Salen a pescar, pero no se embarcan escuchando su llamada, sino siguiendo la iniciativa de simón Pedro.

El narrador deja claro que este trabajo se realiza de noche y resulta infructuoso: “aquella noche no cogieron nada”. La “moche” significa en el lenguaje del evangelista la ausencia de Jesús que es la Luz. Sin la presencia de Jesús resucitado, sin su aliento y su palabra orientadora, no hay evangelización fecunda.

Con la llegada del amanecer, se hace presente Jesús. Desde la orilla, se comunica con los suyos por medio de su Palabra. Los discípulos no saben que es Jesús. Sólo lo reconocen cuando, siguiendo dócilmente sus indicaciones, logren una captura sorprendente. Aquello sólo se puede deber a Jesús, el Profeta que un día los llamó a ser “pescadores de hombres”.

La situación de no pocas parroquias y comunidades cristianas es crítica. Las fuerzas disminuyen. Los cristianos más comprometidos se multiplican para abarcar toda clase de tareas: siempre los mismos y los mismos para todo. ¿Hemos de seguir intensificando nuestros esfuerzos y buscando el rendimiento a cualquier precio, o hemos de detenernos a cuidar mejor la presencia viva del Resucitado en nuestro trabajo?

Para difundir la Buena Noticia de Jesús y colaborar eficazmente en su proyecto, lo más importante no es ”hacer muchas cosas”, sino cuidar mejor la calidad humana y evangélica de lo que hacemos. Lo decisivo no es el activismo sino el testimonio de vida que podamos irradiar los cristianos.

No podemos quedarnos en la “epidermis de la fe”. Son momentos de cuidar, antes que nada, lo esencial. Llenamos nuestras comunidades de palabras, textos y escritos, pero lo decisivo es que, entre nosotros, se escuche a Jesús. Hacemos muchas reuniones, pero la más importante es la que nos congrega cada domingo para celebrar la cena del Señor. Sólo en él se alimenta nuestra fuerza evangelizadora.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Señor, que así sea siempre la Iglesia:

Hombres nuevos. Han renacido en la experiencia pascual. Comienza en el bautismo. Se realiza por el Espíritu. La santificación creciente, una vida como la de Cristo.

Comunidad nueva. Hay comunión profunda de vida, que incluye el amor, la ayuda mutua, el compartir los bienes. La comunión.

Cristo en el centro. Es el núcleo de la comunidad, que vive de él y para él, de su palabra y de su cuerpo, que se hace vida en cada uno. Es la fe.

El testimonio. Su trabajo es predicar a Jesucristo, con la palabra y la vida, evangelizar a los pobres, servir a todos. Es diaconía y “martirio”.

La autoridad. Es responsabilidad y servicio. A Pedro se le encomienda el cuidado principal por su primera fe y por su amor grande. No ha de ser un jefe “a nadie llaméis jefes, porque uno solo es vuestro jefe. Cristo” (Mt 23,10)-, sino un pastor, dedicado por tanto a defender a las ovejas, a cuidarlas, a guiarlas: es decir, que sea capaz de darlo todo y darse todo por sus ovejas.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO


Imagen para colorear.




domingo, 17 de abril de 2022

24 DE ABRIL: SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA.


“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

24 DE ABRIL

II DOMINGO DE PASCUA

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

1ª Lectura: Hch. 5,12-16

Salmo 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

2ª Lectura: Apocalipsis 1,9-13.17-18

PALABRA DEL DÍA

San Juan: 20,19-31

“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado no lo creo”.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros”, Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”. Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”

Versión para Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios

“Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.

Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".

Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".

Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".

Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre”.

REFLEXIÓN

Nuestra fe en la resurrección de Jesucristo no puede ser sólo conceptual. La fe en Jesucristo no es cuestión de conceptos, sino de comunión. “Nunca nos olvidamos de que Cristo es ante todo comunión. Él no ha venido para crear una religión nueva, sino para suscitar una comunión”  (Roger Schutz). Así lo expresaba San Pablo: “… y conocerle a él, el poder de la resurrección y la comunión en sus padecimientos… tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3,10-11). No puede haber fe pascual si no participamos de la resurrección de Cristo.

En todo este proceso la iniciativa la pone el Señor, que viene a nuestro encuentro, se pone en “medio” de nosotros, y nos comunica su Espíritu. Es autocomunicación de Dios; por medio del Espíritu vivificante se nos comunica la vida de Cristo resucitado.

La experiencia de los apóstoles y demás discípulos del Señor es significativa. Andaban dispersos o encerrados por el miedo. Estaban tristes y desesperanzados. La muerte de Jesucristo, a pesar de los avisos y recomendaciones, había supuesto para ellos un mazazo “mortal”; no sólo no levantaban cabeza –toda su fe y sus proyectos, se habían venido abajo, un ridículo espantoso-, sino que estaban “muertos”. Entonces Cristo resucitado se esfuerza por reunirlos, como el pastor a sus ovejas, se presenta, poniéndose en medio de ellos, vivificándoles.

Cristo es, efectivamente, el centro de la Iglesia, el centro de nuestra vida, el centro del mundo. Nuestros pensamientos y miradas, siempre a Cristo. Ninguna comunidad puede ser cristiana si no pone en el medio a Cristo, si no está centrada en Cristo. Él se convierte en amigo, en Señor, en comunicador de señorío y de vida.

Y “exhaló su aliento sobre ellos”. Y el aliento era el Espíritu. “Recibid el Espíritu Santo” Máxima donación de Cristo. El Espíritu es su vida íntima. Nos entrega su vida resucitada. “Cristo, vida nuestra”. Cristo se está dando a sí mismo para que los suyos vivan; pero no con el miedo, sino con la vida nueva de su Espíritu.



ENTRA EN TU INTERIOR

Recorrido hacia la Fe

Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar, se lo comunican llenos de alegría: “Hemos visto al Señor”. Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro. Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: “Si no veo en sus manos la señal de sus clavos… y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días, se presenta de nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado”. Esas heridas, antes que “pruebas” para verificar algo, ¿no son “signos” de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: “No seas incrédulo, sino creyente”.

 

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: “Señor mío y Dios mío”. Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. “Dichosos los que crean sin haber visto”.

José Antonio Pagola

ORA EN TU INTERIOR

Nos regala su vida divina, Dios mismo penetrando en nosotros y siendo nuestra más íntima realidad. Desde esa profundidad. Dios nos urge, nos cura, nos ilumina, nos fortalece, nos santifica con su amor. Múltiples y enriquecedoras formas de actuar. Podríamos decir que esa acción del Espíritu de Jesús en nosotros es:

Curativa, porque quita los miedos y tristezas y los innumerables traumas que vamos acumulando, es una acción liberadora.

Santificadora, porque perdona los pecados y envuelve en gracia. “A quiénes perdonéis…” El Espíritu es experiencia de perdón.

Vivificadora, es el aspecto positivo de lo que venimos diciendo. El ·Espíritu restablece la fe y llena de frutos, y va contagiando de la vida de Cristo.

Pacificadora y gozosa: Jesús saluda con su paz y devuelve la alegría. Esa paz y alegría indefinibles son marca del Espíritu.

Comunitaria, porque crea unidad, porque reúne a los dispersos, porque Cristo se pone en el centro, porque los corazones se sienten unidos y porque los bienes se ponen en común. El Espíritu crea comunidad y la comunidad hace presente a Cristo. Esto es lo que sucede en cada eucaristía.

Tomás palpó las llagas: ¡Dios mío! Tomás tocó las entrañas de Dios: se acabaron para siempre sus dudas. Tomás se sentía ardiendo: ¡Señor mío y Dios mío!. Las llagas de Cristo fueron curativas, se podría hacer un estudio, no sólo se lo que significaron para Tomás, sino lo que han significado para la Iglesia, para nosotros:

Han ayudado a crecer, porque prueban la realidad del Dios encarnado y de Cristo resucitado. Cristo no es una idea o un mito, es una realidad palpitante.

Han ayudado a rezar, porque son objeto de gran devoción y suscitan la mayor confianza. A través de esas llagas se quiere penetrar en Dios. Y, por otra parte, esas llagas son oración permanente ante el Padre.

Han ayudado a sufrir, porque Cristo se hace presente en todas las llagas, porque todas las llagas se unen a las de Cristo, y esta comunión de llagas produce consuelo y fortaleza. Ahora podríamos fijarnos en cuáles son las llagas más dolorosas de Cristo hoy.

Han ayudado a luchar. Si Cristo recibió tantas heridas en su combate, ¿nos vamos a asustar nosotros porque tengamos algún rasguño? “No habéis resistido todavía hasta la sangre” (Hb 12,4).

Han ayudado a amar. Las llagas son prueba del amor más grande, capaz de dejarse romper por nosotros. Pues amor con amor se paga. A más entrega, más amor.

ORACIÓN FINAL

Que la alegría de esta Pascua no se quede en meras palabras o solamente en los ritos. Que esa alegría florezca en un despertar del espíritu comunitario en cada uno de nuestros hogares, siendo servidores los unos de los otros.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO



domingo, 10 de abril de 2022

14 AL 17 DE ABRIL: SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.

 


14 AL 17 DE ABRIL: SANTO TRIDUO PASCUAL Y DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.

COMIENZA EN SANTO TRIDUO PASCUAL

14 DE ABRIL

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR

DÍA DEL AMOR FRATERNO

1ª Lectura: Éxodo   12,1-8.11-14

Prescripciones sobre la cena pascual.

Salmo 115: El cáliz que bendecimos es comunión con la sangre de Cristo

2ª Lectura: 1 Corintios 11,23-26

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.

PALABRA DEL DÍA

Juan 13,1-15

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.

REFLEXIÓN

Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no hay amor más grande.

El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.

Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).

¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermano, no es amor.

Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros sabemos del amor.

Es como el amor de los amigos, pero más.

Es como el amor enamorado, pero más.

Es como el amor del padre y de la madre, pero más.

Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.

Es como el amor del que sirve, pero más.

Es como el amor del que comparte, pero más.

Es como el amor del que perdona, pero más.

Es como el amor del que se entrega, pero más.

Es como el amor humano todo junto, pero más.

Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de participación y comunión.

Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es amado y el que ama sabe lo que es el amor.

Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.

El lavatorio de los pies es el signo que prepara o complementa el del pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con traje de criado.

Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.

Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros (Lc 29,19).

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está realmente el Señor.

Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.

Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor, un amor que se deja comer.

Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.

Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos  “No beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que con vosotros lo vuelve a beber, vino nuevo, en el reino de mi padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena definitiva.



15 DE ABRIL

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

1ª Lectura: Isaías 52,13-52,12

Él fue traspasado por nuestras dolencias.

Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. 

2ª Lectura: Hebreos 4,14-16; 5,7-9

Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación.

PALABRA DEL DÍA

PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Juan  18,1-19,42

“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus  discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”. Les dijo Jesús: “Yo soy”. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: “¿A quién buscáis?”. Ellos dijeron: “A Jesús, el Nazareno”. Jesús contestó: “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Él dijo: “No lo soy”. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pié, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo”. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”. Jesús respondió: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pié, calentándose, y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?.”  Él lo negó, diciendo: “No lo soy”. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: “¿No te he visto yo con él en el huerto?”. Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, donde estaban ellos y dijo: “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?” Le contestaron: “Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley”. Los judíos le dijeron: “No estamos autorizados para dar muerte a nadie” Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos”?. Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”. Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”. Jesús le contestó: “Mi reino no es de aquí”. Pilato le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pilato le dijo: “Y, ¿qué es la verdad?”. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”. Volvieron a gritar:”A ese no, a Barrabás”. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: “¡Salve, rey de los judíos!”. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: “Aquí lo tenéis”. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él”. Los judíos le contestaron: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios”. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:”¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”. Jesús le contestó: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor”. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: “Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César”. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey”. Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿A vuestro rey voy a crucificar?”. Contestaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César”. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: •El rey de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”. Pilato les contestó: “Lo escrito, escrito está”. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: “Está cumplido”. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los  judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús”

REFLEXIÓN

Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y muerte de Jesús.

Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria; es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.

El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados: “Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”, pero la muchedumbre lo rechaza.

Junto a la cruz de Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre” y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que acoge a la Madre de Jesús como suya.

Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.

Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.

ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR

La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar. Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se convirtió en fuente inagotable de gracia.

Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.

Cristo sigue crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión. Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso, limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…

Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os sentiréis aliviados y santificados.

Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión, como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.

ORACIÓN FINAL

Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados. Amé.



16 DE ABRIL

SÁBADO SANTO DE LA SEPULTURA DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA

Lecturas del Antiguo Testamento

Génesis 1,1-2,2

Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Salmo 103

Génesis 22,1-18

El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Salmo 15

Éxodo 14,15-15,1

Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.

Salmo: Éx 15,1-18

Isaías 54,5-14

Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.

Salmo 29

Isaías 55,1-11

Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.

Salmo: Is. 12,2-6

Baruc 3,9-15.32

Caminad a la claridad del resplandor del Señor.

Salmo 18

Ezequiel 36,16-28

Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón nuevo.

Salmo 41

Lectura del Nuevo Testamento

Romanos 6,3-11

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Salmo 117

PALABRA DE LA VIGILIA

Lucas 24,1-12

“El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar”. Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los Once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago, y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose vio las vendas por el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido”.

 

 


17 DE ABRIL

DOMINGO DE PASCUA DE LA

RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

1ª Lectura: Hechos 10,34.37-41

Hemos comido y bebido con él después de su resurrección.

Salmo 117: Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4

Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

PALABRA DEL DÍA

Juan 20,1-9

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.

REFLEXIÓN

¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta. Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua.

De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.

La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice Isaías.

Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud, la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.

Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39).

Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la opresión, sino la liberación.

El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo, resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad”.

El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser santo”.  Cristo resucitado irradia su paz y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría  van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta  alegría pascual: “Rebosando de alegría inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.

No es una alegría barata. Es una alegría que es don del Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y amor.

La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando Jesús resucitado se acerca, se alejan huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida con  el sufrimiento, “aunque seáis afligidos con diversas pruebas”.

ENTRA EN TU INTERIOR

Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al encuentro con Jesús.

Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.

Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.

ORA EN TU INTERIOR

Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo. Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu. Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.

¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo ha resucitado.

¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha resucitado.

 ¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha resucitado.

ORACIÓN FINAL

Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.

Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y demostrar con nuestra vida que el amor es posible.

Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede realizar en y por nosotros. Amén.

Expliquemos el Evangelio a los niños.

Imágenes de Patxi Velasco FANO