“Tú eres mi Hijo, el
amado, el predilecto”
DOMINGO 9 DE ENERO
FIESTA DEL BAUTISMO DEL
SEÑOR
1ª Lectura: Isaías
40,1-5.9-11
Se revelará la gloria
del Señor y todos los hombres La Verán
Salmo 103: Bendice al
Señor, alma mía
2ª Lectura: Carta del Apóstol
san Pablo a Tito: 2,11-14;3,4-7
Él nos salvó mediante
el bautismo, que nos regenera y nos renueva,
Por la acción del
Espíritu Santo-
PALABRA DEL DÍA
Lucas 3,15-22
“En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y
todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomo la palabra y dijo a
todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras
oraba, se abrió el cielo, bajó el espíritu santo sobre él en forma de paloma, y
vino una voz del cielo; -Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se
preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo
con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno
de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y
en el fuego.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue
bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma
corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
REFLEXIÓN
El Bautista habla de manera muy clara: “Yo os bautizo con agua”, pero esto solo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro “más fuerte”, lleno del Espíritu de Dios: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”.
Son bastantes los “cristianos” que se han quedado en la
religión del Bautista. Han sido bautizados con “agua”, pero no conocen el
bautismo del “Espíritu”. Tal vez lo primero que necesitamos todos es dejarnos
transformar por el Espíritu que desciende sobre Jesús. ¿Cómo es su vida después
de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del bautista y comienza a vivir desde un
horizonte nuevo. No hemos de vivir preparándonos para el juicio inminente de
Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad
una familia más juta y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva no conoce
todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a
galilea, a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de la gente. Es ahí, en
medio de la vida, donde hemos de sentir a Dios como un Padre que atrae a todos
a buscar juntos una vida más humana. Quien no siente así a Dios no sabe cómo
vivía Jesús.
Jesús abandona también el lenguaje amenazador del Bautista y
comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a Juan. El mundo
ha de saber lo bueno que es este Dios
que busca y acoge a sus hijos perdidos porque solo quiere salvar, nunca
condenar. Quien no habla este lenguaje de Jesús no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer
“gestos de bondad” que el bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a
los pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas,
abraza a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su
propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que
hacía Jesús desacredita su mensaje.
Jesús vivió en el Jordán una experiencia que marcó para
siempre su vida. No se quedó con el Bautista. Tampoco volvió a su trabajo en la
aldea de Nazaret. Movido por un impulso incontenible comenzó a recorrer los
caminos de Galilea anunciando la buena Noticia de Dios.
Como es natural, los evangelistas no pueden describir lo que
ha vivido Jesús en su intimidad, pero han sido capaces de recrear una escena
conmovedora para sugerirlo. Está construida con rasgos de hondo significado:
“Los cielos se rasgan”: ya no hay distancias; Dios se comunica íntimamente con
Jesús. Se oye “una voz venida del cielo: “Tú eres mi Hijo querido. En ti me
complazco”.
Lo esencial está dicho. Esto es lo que Jesús escucha de Dios
en su interior: “Tú eres mío. Eres mi Hijo. Tu ser está brotando de mí. Yo soy
tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena de gozo que seas mi Hijo; me
siento feliz”. En adelante, Jesús solo lo invocará con este nombre: Abbá,
Padre.
De esta experiencia brotan dos actitudes que Jesús vive y
trata de contagiar a todos: confianza increíble en Dios y docilidad
incondicional. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se abandona a él sin
recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o artificial. Confía en
Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos a llamar a Dios “Padre”. Le apena la
“fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe raquítica no se puede vivir. Les
repite una y otra vez: “No tengáis miedo. Confiad”. Toda su vida la pasó
infundiendo confianza en Dios.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL ESPÍRITU DE JESÚS
En tiempos de crisis de fe no hay que perderse en lo
accidental y secundario. Hemos de cuidar lo esencial: la confianza total en
Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
Jesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una
profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios.
Los cielos estaban “cerrados”. Una especie de muro invisible parecía impedir la
comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no
había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado.
Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por
qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un
antiguo profeta que rezaba así a Dios: “Ojalá rasgaras el cielo y bajases”.
Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron
que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán,
después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el
Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios.
Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús
y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que
crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo
transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, a curarla y hacerla
más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los
discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La
confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un
personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se
enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.
Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se
apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja.
Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el
seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de
su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones
o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a
la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el
Espíritu de Jesús:
No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear
por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la
sociedad actual tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor
solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Son bastantes los hombres y mujeres que un día fueron
bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir exactamente cuál es su
posición ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge en su interior es muy
sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer o no creer? ¿Sirve la
fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su propia experiencia. Son personas
que poco a poco han arrinconado a Dios de su vida. Hoy Dios no cuenta en
absoluto para ellas a la hora de orientar y dar sentido a su existencia.
Dios no les dice nada. Se han acostumbrado a vivir sin él… No
experimentan nostalgia o vacío alguno por su ausencia. Han abandonado la fe y
todo marcha en su vida tan bien o mejor que antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta solo es posible cuando uno “ha sido bautizado
con agua”, pero no ha descubierto qué significa “ser bautizado con el Espíritu
de Jesucristo”.
¿Para qué creer? Para vivir la vida con más plenitud; para
situarlo todo en su verdadera perspectiva y dimensión; para vivir incluso los
acontecimientos más triviales e insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para atrevernos a ser humanos hasta el
final; para no ahogar nuestro deseo de vida hasta el infinito; para defender
nuestra libertad sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo; para permanecer
abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura que hay en nosotros. Para no
perder nunca la esperanza en el ser humano ni en la vida.
ORACIÓN
Jesús, tú vas en la fila de los que acuden a bautizarse, como
un pecador más que busca su purificación: estás asumiendo mi lugar, porque soy
yo el pecador necesitado de perdón, y tú eres el único Justo. Gracias, Jesús,
por tu Bautismo y por mi Bautismo, en el que recibí de tu generosidad mi mayor tesoro.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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