“Así, en Caná de
Galilea Jesús comenzó sus signos,
Manifestó su gloria y
creció la fe de sus discípulos en Él”.
16 DE ENERO
II DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO (C)
1ª Lectura: Isaías: 62,1-5
Se regocija el marido con su esposa.
Salmo 95: Contad las
maravillas del Señor a todas las naciones.
2ª Lectura: 1 Corintios:
12,4-11
El mismo y único
Espíritu reparte a cada uno en particular como
quiere.
PALABRA DEL DÍA
Juan: 2,1-11
“Había una boda en Caná de galilea y la madre de Jesús
estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó
el vino y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. Jesús le contestó:
“Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga”. Había allí
colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de
unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”. Y las
llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora, y llevádselo al
mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino
sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el
agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino
bueno y cuando están bebidos el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno
hasta ahora”. Así, en Caná de galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su
gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaúm con su
madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días”.
Versión para
Latinoamérica extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de
Galilea, y la madre de Jesús estaba allí.
Jesús también fue invitado con sus discípulos.
Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo:
"No tienen vino".
Jesús le respondió: "Mujer, ¿qué tenemos que ver
nosotros? Mi hora no ha llegado todavía".
Pero su madre dijo a los sirvientes: "Hagan todo
lo que él les diga".
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los
ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una.
Jesús dijo a los sirvientes: "Llenen de agua
estas tinajas". Y las llenaron hasta el borde.
"Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al
encargado del banquete". Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como
ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua,
llamó al esposo
y le dijo: "Siempre se sirve primero el buen vino
y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio,
has guardado el buen vino hasta este momento".
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo
en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él”.
REFLEXIÓN
Por Navidad contemplábamos como “la Palabra se hizo carne”.
Dios, que es puro espíritu, se desposa con la humanidad. En todo el Antiguo
Testamento va resonando esta idea de la fidelidad conyugal entre Dios y su
Pueblo, desde el profeta Oseas. La primera lectura de hoy es una muestra
elocuente de ello: “como un joven se casa con su novia, así se desposa el que
te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará
tu Dios contigo” (Is 62,5).
El evangelio, nos presenta el marco de una fiesta de bodas.
Cristo, que es uno de los invitados, termina ofreciendo a los novios un
extraordinario regalo. Y, a los discípulos y a todos nosotros, un signo
maravilloso, para que creamos en él y en su mensaje, y para que intentemos
imitar lo que él hizo.
El Evangelista Juan, a los milagros de Jesús les llama
signos. La palabra signo, aunque contiene la realidad del milagro que sucedió,
permite sugerir que, más allá del hecho, hay una carga simbólica muy
importante. Aquello que sucedió en aquel momento concreto, podrá proyectarse a
otras muchas situaciones de futuro. Todo milagro, al principio, sólo tiene
fuerte impacto para los que han sido protagonistas del mismo. A los demás, les
llega por vía de testimonio. Lo que sucedió aquel día en Caná, al principio
sólo causó asombro a los criados que habían puesto el agua y poco después
sacaron el vino. Quizá hubo enseguida otros testigos oculares entre los
presentes que quisieron comprobar lo sucedido. A partir de ahí, el efecto
milagro se fue extendiendo entre los habitantes de aquel pueblo que no
participaban en la boda. Después el hecho ya pasó a la predicación habitual de
los apóstoles. Finalmente fue consignado en el evangelio para que nosotros,
lejanos en el tiempo, pudiéramos acceder a la misma fe de los primeros
discípulos, basados en su testimonio.
Pero si además de creer en el primer milagro de Jesús, damos
un paso más y profundizamos en su valor de signo, veremos que, de aquel hecho,
emerge una idea luminosa: es posible convertir lo inferior, en algo
incomprensiblemente mejor. El signo adquiere el valor añadido de símbolo.
Aquí es donde entramos nosotros. Pongámonos a pensar en
tantas cosas que hay en este mundo que no nos gustan y quisiéramos cambiar. Es
verdad que Dios no nos da a todos la capacidad de hacer milagros. Solamente a
algunos santos, como aparece en la lista de carismas citados por Pablo en
Corintios. A la mayoría de nosotros, nos da otros carismas muy variados, para
que entre todos lo hagamos toco con nuestro esfuerzo y la fuerza del Espíritu.
En este texto de las Bodas de Caná, tiene un protagonismo
especial la presencia de María, porque María concibe la palabra antes en su
corazón que en sus entrañas.
Por eso aparece en los momentos más importantes de la vida de
su hijo y lo acompañaría en calidad de discípula durante toda su vida.
Durante la vida pública de Jesús, María lo acompaña desde
cerca.
Contempla al apóstol que es seguido por la gente y siente
compasión de la muchedumbre porque andan extraviados como ovejas que no tienen
pastor.
Que multiplica los panes. Que cura a los enfermos. Que echa
demonios y resucita a los muertos.
En este camino va adquiriendo un corazón silenciosamente
apostólico.
Es en este camino cuando descubre que su Sí a la maternidad
en la Anunciación, es un Sí al silencio del camino y un Sí a la ofrenda de la
cruz.
En este largo camino aparecerá en momentos oportunos,
provocando que Jesús aproveche su presencia para lanzar unas maravillosas
catequesis a sus discípulos y a sus oyentes.
En el relato de las bodas de Caná, contemplamos una
maravillosa faceta de María, la de intercesora.
Y cuanto ha intercedido nuestra Madre por nosotros:
Mira Hijo, se les ha acabado el vino de la alegría, están entristecidos prematuramente, llevan demasiado peso sobre sus espaldas y no lo pueden soportar. Y la respuesta del Hijo fue inminente.
No te preocupes Madre, que vengan a mí los que soportan
cargas pesadas, los que viven sin esperanza , porque mi carga es llevadera y mi
yugo suave.
Mira Hijo, se les ha acabado el vino de la felicidad, han
perdido lo que más querían.
No te preocupes Madre, porque yo soy la resurrección y la
vida y el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá.
Mira Hijo se les ha acabado el vino del trabajo, no tienen
con que alimentar a sus hijos.
No te preocupes Madre: Mira los lirios del campo, ni siegan,
ni cosechan, ni hilan, y ni Salomón se vistió como uno de ellos. Y mira las
aves del cielo, no almacenan en graneros y nuestro Padre del cielo las
alimenta, y ellos valen más que los lirios y las aves.
La Virgen sabe mucho de eso, sabe mucho de peticiones, de
ruegos, de promesas.
Pero nosotros sabemos también mucho de intercesión, de ruegos
escuchados, de promesas cumplidas en nuestra vida.
ENTRA EN TU INTERIOR
“Había una boda en Galilea”. Así comienza este relato en el
que se nos dice algo inesperado y sorprendente. La primera intervención pública
de Jesús, el Enviado de Dios, no tiene nada de religioso. No acontece en un
lugar sagrado. Jesús inaugura su actividad profética “salvando” una fiesta de
bodas que podía haber terminado muy mal. En aquellas aldeas pobres de Galilea,
la fiesta de las bodas era la más apreciada por todos. Durante varios días,
familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos,
bailando danzas festivas y cantando canciones de amor.
El evangelio de Juan nos dice que fue en medio de una de
estas bodas donde Jesús hizo su “primer signo”, el signo que nos ofrece la
clave para entender toda su actuación y el sentido profundo de su misión
salvadora.
El evangelista Juan no habla de “milagros”. A los gestos
sorprendentes que realiza Jesús los llama siempre “signos”. No quiere que sus
lectores se queden en lo que puede haber de prodigioso en su actuación. Nos
invita a que descubramos su significado más profundo. Para ello nos ofrece
algunas pistas de carácter simbólico. Veamos solo una.
La madre de Jesús, atenta a los detalles de la fiesta, se da
cuente de que “no les queda vino” y se lo indica a su hijo. Tal vez los novios,
de condición humilde, se han visto desbordados por los invitados. María está
preocupada. La fiesta está en peligro. ¿Cómo puede terminar una boda sin vino?
Ella confía en Jesús.
Entre los campesinos de Galilea el vino era un símbolo muy conocido de la alegría y del amor. Lo sabían todos. Si en la vida falta la alegría y falta el amor, ¿en qué puede terminar la convivencia? María no se equivoca. Jesús interviene para salvar la fiesta proporcionando vino abundante y de excelente calidad.
Este gesto de Jesús nos ayuda a captar la orientación de su
vida entera y el contenido fundamental de su proyecto del reino de Dios.
Mientras los dirigentes religiosos y los maestros de la ley se preocupan de la
religión, Jesús se dedica a hacer más humana y llevadera la vida de la gente.
Los evangelios presentan a Jesús concentrado, no en la
religión sino en la vida. No es solo para personas religiosas y piadosas. Es
también para quienes se han quedado decepcionados por la religión, pero sienten
necesidad de vivir de manera más digna y dichosa. ¿Por qué? Porque Jesús
contagia fe en un Dios en el que se puede confiar y con el que se puede vivir
con alegría, y porque atrae hacia una vida más generosa, movida por un amor
solidario.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
HACED LO QUE ÉL OS DIGA...
No hay mejor palabra que esta y María la vivió en todo
momento en fe, en fidelidad, en generosidad y en alegría. Desde su experiencia
en su humilde casa de Nazaret eso es lo que hizo toda su vida.
Pidámosle hoy a nuestra Madre, María Santísima, bajo cuyo
maternal amparo, el Santo Padre Benedicto XVI, ha puesto el Año de la Fe:
Madre mía, ayúdame a decir Sí, ayúdame a ser fiel a la
voluntad de Dios en mi vida, ayúdame a ser cristiano auténtico, capaz de amar,
de ayudar, de servir y de perdonar, que se me termine el vino viejo para que
pueda gozar del vino nuevo de la Pascua.
Madre mía, tú me enseñaste el amor en las bodas de Caná y
cómo interceder por los demás, ayúdame a hacer lo que tu Hijo me dice.
Madre mía, ayúdame a vivir enteramente desprendido de mí
mismo, ayúdame a caminar por los estrechos caminos que llevan a la vida, que
nunca caiga en la tentación del camino ancho y espacioso.
Enséñanos a todos a
hacer lo que él nos diga
Expliquemos el
Evangelio a los niños
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FANO
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