“La gente entonces, al
ver el signo que había hecho, decía:
-Este sí que es el
Profeta que tenía que venir al mundo.”
25 DE JULIO
DOMINGO XVII DEL TIEMPO
ORDINARIO (CICLO B)
1ªLectura: Segundo
Libro de los Reyes 4,42-44
Comerán y sobrará.
Salmo 144: “Abres tú la
mano, Señor, y nos sacias.
2ªLectura: Efesios
4,1-6
Un solo cuerpo, un
Señor, una fe, un bautismo.
PALABRA DEL DÍA
Juan 6,1-15
“En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del
lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto
los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se
sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos,
Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a
Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman estos? Lo decía para
tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó:
-Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo. –
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de simón Pedro, le dice: -Aquí hay un
muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso
para tantos? Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo. Había
mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eras unos cinco mil.
Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que
estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se
saciaron, dice a sus discípulos: -Recoger los pedazos que han sobrado; que nada
se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los
cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces,
al ver el signo que había hecho, decía: -Este sí que es el Profeta que tenía
que venir al mundo. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para
proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades.
Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que
hacía curando a los enfermos.
Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus
discípulos.
Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud
acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de
comer?".
El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien
lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: "Doscientos denarios no
bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan".
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón
Pedro, le dijo:
"Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada
y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?".
Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había
mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a
los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada".
Los recogieron y llenaron doce canastas con los
pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente
decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo".
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para
hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.”
REFLEXIÓN
Nuestro mundo está hambriento de muchas cosas. Hay muchas
carencias de todo tipo: materiales, psicológicas, educativas, morales,
afectivas… Los que han tenido en sus manos el bienestar de la mayoría, solo se
han preocupado de ellos mismos, dilapidando inconscientemente, sabiendo que el
sistema acudiría en su ayuda. Es el mundo al revés. Las personas, además, se
definen por lo que les falta o por lo que todavía no son, y así es como
proyectan llegar a ser algo siempre diferente y presumiblemente mejor. Estamos
marcados a fuego por la insatisfacción; ella es la que nos anima a cambiar
continuamente, a transformarnos y querer alcanzar cada vez metas mayores.
Jesús, debido a que conocía a fondo esta condición humana,
sabía detectar las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Es el
Hijo del Dios que se preocupa por sus criaturas, que las convierte en hijos por
los que develarse, y hace como todo buen padre: no puede dormir sabiendo que su
hijo no se encuentra bien del todo. Jesús conoce también hoy nuestra hambre
que, como entonces, no busca meramente ser saciada, porque no se trata solo de
hambre del pan de trigo sino del hambre constante de un pan que no se puede
comprar en la panadería.
El pan de nuestra hambre no se compra sino que se comparte;
no es el resultado de un intercambio comercial, sino de una relación de amor y
amistad. Cuando en el relato evangélico Jesús no da de comer sino que anima a
dar de comer, aunque se tenga tan poco como cinco panes de cebada y dos peces
para compartir, enseña que lo importante no es comer sino cómo haber comido. La
mejor forma de hacerlo pasa por valorar lo que cada uno pueda aportar,
reconociendo así el significado de cada persona, descubriendo cómo todos
estamos llamados, tal y como decía san Pablo a los efesios, a estar unidos en
el amor.
ENTRA EN TU INTERIOR
NUESTRO GRAN PECADO
El episodio de la multiplicación de los panes gozó de gran
popularidad entre los seguidores de Jesús. Todos los evangelistas lo recuerdan.
Seguramente, les conmovía pensar que aquel hombre de Dios se había preocupado
de alimentar a una muchedumbre que se había quedado sin lo necesario para
comer.
Según la versión de Juan, el primero que piensa en el hambre
de aquel gentío que ha acudido a escucharlo es Jesús. Esta gente necesita
comer; hay que hacer algo por ellos. Así era Jesús. Vivía pensando en las
necesidades básicas del ser humano.
Felipe le hace ver que no tienen dinero. Entre los discípulos,
todos son pobres: no pueden comprar pan para tantos. Jesús lo sabe. Los que
tienen dinero no resolverán nunca el problema del hambre en el mundo. Se
necesita algo más que dinero.
Jesús les va a ayudar a vislumbrar un camino diferente. Antes
que nada, es necesario que nadie acapare lo suyo para sí mismo si hay otros que
pasan hambre. Sus discípulos tendrán que aprender a poner a disposición de los
hambrientos lo que tengan, aunque sólo sean «cinco panes de cebada y un par de
peces».
La actitud de Jesús es la más sencilla y humana que podemos
imaginar. Pero, ¿quién nos va enseñar a nosotros a compartir, si solo sabemos
comprar? ¿quién nos va a liberar de nuestra indiferencia ante los que mueren de
hambre? ¿hay algo que nos pueda hacer más humanos? ¿se producirá algún día ese
"milagro" de la solidaridad real entre todos.
Jesús piensa en Dios. No es posible creer en él como Padre de
todos, y vivir dejando que sus hijos e hijas mueran de hambre. Por eso, toma
los alimentos que han recogido en el grupo, «levanta los ojos al cielo y dice
la acción de gracias». La Tierra y todo lo que nos alimenta lo hemos recibido
de Dios. Es regalo del Padre destinado a todos sus hijos e hijas. Si vivimos
privando a otros de lo que necesitan para vivir es que lo hemos olvidado. Es
nuestro gran pecado aunque casi nunca lo confesemos.
Al compartir el pan de la eucaristía, los primeros cristianos
se sentían alimentados por Cristo resucitado, pero, al mismo tiempo, recordaban
el gesto de Jesús y compartían sus bienes con los más necesitados. Se sentían
hermanos. No habían olvidado todavía el Espíritu de Jesús
José Antonio Pagola
ENTRA EN TU INTERIOR
Este pan compartido entre todos y engrandecido por el amor
divino deja realmente satisfechos a los que lo comen. Pero la satisfacción no
es porque las tripas hayan dejado de rugir, sino porque los corazones han
quedado ensanchados. Por eso este pan, que simboliza el amor fraterno, el de
los hijos dignificados de Dios, sobra, sobreabunda y puede dar de comer a
muchos más, a todos, a nosotros también, dos mil años después. Ciertamente no
nos hace falta un Dios panadero que cubra nuestras necesidades como si de una
función se tratara; descubrimos al Padre de Jesucristo que nos da más de lo que
necesitamos, cuyo amor no solo nos llena sino que ante todo nos desborda.
ORACIÓN FINAL
Oh Dios, protector de los que en ti esperan, sin ti nada es
fuerte ni santo; multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia, para
que, bajo tu guía providente, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros,
que podamos adherirnos a los eternos. Por nuestro señor Jesucristo. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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