¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino
y nos explicaba las
Escrituras?
26 DE ABRIL
III DOMINGO DE PASCUA
1ª Lectura: Hechos de
los Apóstoles 2,14.22-23
No era posible que la
muerte lo retuviera bajo su dominio.
Salmo 15
Enséñanos, Señor, el
camino de la vida. Aleluya.
2ª Lectura: 1ª carta
del Apóstol San Pedro 1,17-21
Ustedes han sido
rescatados con la sangre preciosa de Cristo,
el cordero sin mancha.
EVANGELIO DEL DÍA
Lucas: 24,13-35
“Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una
aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén, y conversaban de todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se
acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía
reconocerlo. Él les preguntó:
- ¿Qué conversación es esa que os traéis por el
camino?
Se detuvieron preocupados, y uno de ellos, que se
llamaba Cleofás, le replicó:
- ¿Eres tú el único de paso en Jerusalén que no se ha
enterado de lo ocurrido estos días en la ciudad?
Él les preguntó:
- ¿De qué?
Contestaron:
- De lo de Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso
en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los
sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo
crucificaron, cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel.
Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió. Es verdad que
algunas mujeres de nuestro grupo nos han dado un susto: fueron muy de mañana al
sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron contando que incluso habían
tenido una aparición de ángeles, que decían que está vivo. Algunos de nuestros
compañeros fueron también al sepulcro y lo encontraron tal y como habían dicho
las mujeres, pero a él no lo vieron.
Entonces Jesús les replicó:
- ¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo
que dijeron los profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar
en su gloria?
Y, tomando pie de Moisés y los profetas, les explicó
lo que se refería a él en toda la Escritura.
Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de
seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo:
- Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día
va ya de caída.
Él entró para quedarse con ellos. Estando recostado
con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo ofreció. Se les
abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. Entonces
se dijeron uno a otro:
- ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el
camino haciéndonos comprender la Escritura?
Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén;
encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían:
- Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a
Simón.
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y
cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un
pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén.
En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se
acercó y siguió caminando con ellos.
Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.
El les dijo: "¿Qué comentaban por el
camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste,
y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:
"¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos
días!".
"¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos
respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta
poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo,
y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo
entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a
Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas.
Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros
nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro
y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo
que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo.
Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron
todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".
Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento,
cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías soportara esos
sufrimientos para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y continuando con todos los
profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús
hizo ademán de seguir adelante.
Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros,
porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos.
Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la
bendición; luego lo partió y se lo dio.
Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo
reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.
Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón,
mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".
En ese mismo momento, se pusieron en camino y
regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que
estaban con ellos,
y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha
resucitado y se apareció a Simón!".
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado
en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.”
REFLEXIÓN
Al atardecer del primer día de la semana, dos hombres van por
el camino. Su vida se ha detenido el viernes precedente, mientras Jesús
agonizaba en la cruz. Desde entonces, se han dicho el uno al otro la antigua
maldición: “Maldito el que es colgado” (Dt 21,23). ¿Quién tiene razón: la
autoridad legítima que decidió la muerte del agitador o ese Jesús que
reivindicó el título de Mesías? Los dos hombres caminan con aire sombrío. Pero
de golpe pasan del desánimo a la euforia, a una fe entusiasta en la resurrección.
La Escritura es la primera clave o vía que Jesús les abre
para acceder a la fe en su persona. Los discípulos no lo han reconocido
presente en el caminante que se les une en la marcha y que parece ignorar todo
lo sucedido aquellos días en Jerusalén. Ellos están desanimados, en la tumba
del crucificado quedaron enterradas sus esperanzas mesiánicas, que no son
capaces de resurgir ni con las noticias que empiezan a correr en su grupo sobre
el sepulcro vacío e incluso la resurrección de Jesús anunciada por los ángeles
a las mujeres.
“Entonces Jesús les dijo: ¡Qué necios y torpes sois para
creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera
todo esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los
profetas. Les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”. Esta
lectura cristológica de la Escritura es el camino que, iniciado por Jesús,
seguirá la Iglesia primitiva, como vemos en los pregones apostólicos de los
Hechos; por ejemplo, el que leeremos mañana jueves y que sigue a la curación
del lisiado en la Puerta Hermosa del templo por Pedro y Juan.
La Eucaristía es la segunda clave cerca ya de la aldea de
Emaús, el desconocido hizo ademán de seguir adelante. Quédate con nosotros, le
dijeron ellos, porque atardece y el día va de caída. Y se dispusieron a cenar
juntos. Entonces el Señor, “sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció
la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. Pero él desapareció”. Lucas transcribe aquí exactamente el rito
con que Jesús inició la institución de la eucaristía en la última cena, según
leemos en san Pablo y en los tres evangelios sinópticos.
La comunidad es la tercera clave. Así lo entendieron los
peregrinos de Emaús, que levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén,
donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros. Habían aprendido una
lección fundamental, extensiva a todos los cristianos. Cristo resucitado sigue
presente entre ellos, en medio de la comunidad, de una manera nueva y cierta,
por la fe que nace de su palabra y de su pan.
ENTRA EN TU INTERIOR
RECORDAR MÁS A JESÚS
El relato de los discípulos de Emaús nos describe la
experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén
hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital.
El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy
nuestra fe en Cristo resucitado.
Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el
grupo de seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el
grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se
ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado
en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No
estamos dejando morir la fe en Jesús?
Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo
pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que
han vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar
con ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de
reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina
hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo
siguen recordando?
La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando
los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se
comenta su evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre
su estilo de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros
porque hablamos poco de él?
Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué
conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» No se impone
revelándoles su identidad. Les pide que sigan contando su experiencia.
Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos
cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la
Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.
Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones;
Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de
los discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel
"desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se
les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!
Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus
palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir
más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías.
Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.
ORA EN TU INTERIOR
¿Hemos descubierto la palabra de Dios como fuente y alimento
de nuestra fe y de nuestro amor cristiano? ¿De verdad es la eucaristía
dominical o diaria la raíz y cumbre de toda nuestra vida cristiana? ¿Es nuestra
comunidad de creyentes un signo de Cristo resucitado para los demás? Mientras
no vivamos a fondo estas tres claves del encuentro con el Señor: La palabra, la
eucaristía y la comunidad, no le conoceremos a él ni podremos darlo a conocer.
ORACIÓN
Hoy, Señor, comenzamos por pedirte perdón porque somos tardos
de corazón para creer en ti debido a nuestra desesperanza en el camino de
Emaús. Te creíamos muerto, pero tú vives hoy como ayer.
Ábrenos los ojos del espíritu para que te busquemos y
entendamos que tú eres más fuerte que nuestro pecado. ¿Cómo conoceremos que tú
eres el Dios de vida si tu palabra y tu pan no caldean nuestros corazones?
Gracias, Señor, porque nos permites reconocerte en tu
palabra, en la eucaristía y en los hermanos.
Camina a nuestro lado y quédate con nosotros para siempre.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
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