“Por eso estad también
vosotros preparados, porque a la hora que menos
penséis viene el Hijo del
Hombre”.
1 DE DICIEMBRE
PRIMER DOMINGO DE
ADVIENTO
1ª Lectura: Isaías
2,1-5
El Señor reúne a todas
las naciones en la paz eterna de su Reino.
Salmo 121: Vamos
alegres a la casa del Señor
2ª Lectura: Romanos
13,11-14
Pidan a Dios por todos
los hombres,
Porque él quiere que
todos se salven.
Nuestra salvación está
cerca
EVANGELIO DEL DÍA
Mateo 24,37-44
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Lo que
pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del
diluvio, la gente comía y bebía y se casaban, hasta el día en que Noé entró en
el arca, y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos;
lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre.
Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán
y al otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a
otra la dejarán.
Estad vigilantes, porque no sabéis qué día vendrá
vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la
noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su
casa.
Por eso estad también vosotros preparados, porque a la
hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá como en
tiempos de Noé.
En los días que precedieron al diluvio, la gente
comía, bebía y se casaba, hasta que Noé entró en el arca;
y no sospechaban nada, hasta que llegó el diluvio y
los arrastró a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.
De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado
y el otro dejado.
De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y
la otra dejada.
Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día
vendrá su Señor.
Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué
hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las
paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del
hombre vendrá a la hora menos pensada.”
REFLEXIÓN
A nadie se le oculta de que la historia es sabía maestra y
que siempre es bueno recordar sus lecciones. Por eso mismo la conocemos tan
poco y tan poco nos interesa. Aprender
sus lecciones puede suponer que tengamos que cambiar muchos de nuestros conceptos
y, lo que es más serio aún, cambiar nuestras actitudes y nuestros hechos
concretos.
¿Cómo y cuándo comenzó esto del Adviento?
Sin pretender ser exhaustivo, será interesante que nos
limitemos a señalar algunos datos altamente significativos.
Durante los dos primeros siglos del cristianismo, y a partir
de la muerte de Jesús, los cristianos vivieron convencidos de que efectivamente
les correspondía vivir un tiempo muy corto, pues el Señor Jesús iba a llegar de
un momento a otro como Juez universal, inaugurando una nueva etapa de la
historia.
Especialmente el primer siglo fue vivido todo él como un gran
período de adviento, tomando esta palabra en su sentido más literal: realmente
ellos esperaban la venida (adventus) del Señor, venida imprevista, por sorpresa
colmo la de un ladrón. Basta leer someramente los evangelios y las cartas de
Pablo como las llamadas cartas de Judas y Pedro para convencerse de ello.
El cristianismo nace pendiente de una inminente intervención
divina en la historia humana. Es más: el mismo Jesús, al igual que todos sus
contemporáneos judíos, parecía estar seguro de que el punto apocalíptico de la
historia era algo inminente, a suceder antes de que concluyera esa generación.
Así, pues, tanto para Jesús como para los primeros
cristianos, el tiempo como realidad material no tenía mayor importancia; sí la
manera de asumir ese tiempo; sí la actitud interior con la que se vivía ese
tiempo. Y tiempo es historia: actitud con que sabían enfrentar los
acontecimientos históricos, profanos por cierto, que se interpretaban como
guiados hacia un acabamiento que les daría sentido definitivo.
En otras palabras: no interesaba el tiempo como simple
transcurrir de días, sino el sentido de ese devenir constante; no los hechos
materiales, triviales por otra parte, sino el sentido, la dirección a que
apuntaban… Hacia dónde caminaba la historia. He aquí el gran interrogante, la
pregunta clave.
Fácil nos es ahora comprender el significado del evangelio
con que la liturgia abre el adviento, en este Año A. Cuando se redactó el
texto, ya había tenido lugar la persecución de Nerón y numerosos cristianos,
entre ellos Pedro y Pablo, habían caído víctimas del anticristo; ya Jerusalén
había sido destruida con la consiguiente masacre judía y ulterior deportación…
Todos hechos que obligaban a mirar la historia con mayor preocupación que
nunca, tratando de divisar en el horizonte la alborada que había anunciado
Isaías.
El evangelio de Mateo, cualquiera que haya sido su redactor
final, escribe su texto mirando fijamente los presentes acontecimientos y
define una postura, una actitud de adviento: aún hay que esperar en las
promesas; no es tiempo de desaliento ni flojedad. “estad vigilantes, porque no
sabéis qué día vendrá vuestro señor”.
El evangelio define este tiempo, la vida del hombre, el
tiempo de la historia, como un tiempo de “vigilancia”, de guardia con los ojos
abiertos y las manos tensas. Es un tiempo breve, único, decisivo,
trascendental. Un tiempo que no ha resuelto aún sus problemas, tiempo no
terminado, no definitivo. Tiempo de hacer como Noé, el hombre previsor de la
tormenta y de las lluvias; tiempo de hacer como el dueño que espera la llegada
inoportuna del ladrón.
ENTRA EN TU INTERIOR
SIGNOS DE LOS TIEMPO
Los evangelios han recogido de diversas formas la llamada
insistente de Jesús a vivir despiertos y vigilantes, muy atentos a los signos
de los tiempos.
Al principio, los primeros cristianos dieron mucha
importancia a esta "vigilancia" para estar preparados ante la venida
inminente del Señor. Más tarde, se tomó conciencia de que vivir con lucidez,
atentos a los signos de cada época, es imprescindible para mantenernos fieles a
Jesús a lo largo de la historia.
Así recoge el Vaticano II esta preocupación: "Es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de esta época e interpretarlos
a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda
responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la
vida presente y futura...".
Entre los signos de estos tiempos, el Concilio señala un
hecho doloroso: "Crece de día en día el fenómeno de masas que,
prácticamente, se desentienden de la religión". ¿Cómo estamos leyendo este
grave signo? ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo? ¿Es suficiente
atribuirlo al materialismo, la secularización o el rechazo social a Dios? ¿No
hemos de escuchar en el interior de la Iglesia una llamada a la conversión?
La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin hacer
ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado
nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se
marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha?
¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras
comunidades?
uchos de los que se van eran cristianos sencillos,
acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que
habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que
necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de
nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse
con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que
no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el
"escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a
tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
Benedicto XVI viene insistiendo en que el mayor peligro para
la Iglesia no viene de fuera, sino que está dentro de ella misma, en su pecado
e infidelidad. Es el momento de reaccionar. La conversión de la Iglesia es
posible, pero empieza por nuestra conversión, la de cada uno.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
El Señor es “el que viene” y ésta es la razón por la que
nosotros debemos velar y vigilar. Debemos esperar su revelación. Él se
manifestará. Revelarse es descubrir algo desconocido, des-esconderse.
Manifestarse implica algo de transfiguración: es epifanía. Podemos comenzar
esta meditación considerando el cap. 60 de Isaías.
Hay una vigilancia activa. Se nos pide hacer unas cosas y no
hacer otras. De esta vigilancia activa nace la fidelidad. El infiel se adueña
de la cosa encomendada, ya sea para usufructo propio (Mt 21,33-46), ya sea por
mala administración y pereza (Mt 25,14-30). El siervo fiel y el infiel (Mt
24,45).
La falta de vigilancia y la infidelidad van juntas. Se
alimentan mutuamente una a otra. No se
acepta la invitación del señor porque el corazón está apegado a su propio juicio, a su propio
espacio interior, a su propio negocio. Los invitados a la boda prefieren su
propia fiesta. Y también está el infiel que juega a dos puntas: va a la fiesta
pero se reserva el vestido (la
posibilidad) de no estar en ella (Mt 22,1-4).
Pero hay una vigilancia que es más que la mera atención: la
vigilancia expectante. Hay que recurrir a la Escritura para ver a los varones
justos, a las mujeres piadosas y al pueblo fiel de Dios con esta esperanza
expectante. Juan el Bautista que manda preguntar a Jesús si es él a quien
esperaban (Mt 11,3), o José de Arimatea que aguardaba (Mc 15,43), o Simeón (Lc
2,25) o el pueblo fiel al que hablaba Ana (Lc 2,38) y que esperaba (Lc 3,15).
Cabe la pregunta si nuestra vigilancia tiene esta dosis de esperanza
expectante.
(Jorge Mario Bergoglio . Papa Francisco.
Mente abierta, corazón creyente)
ORACIÓN
Dios Todopoderoso, aviva en mí al comenzar el Adviento, el
deseo de salir a tu encuentro, que vaya acompañado de obras buenas, para que
colocado un día a tu derecha, merezca, por tu gracia, poseer el reino eterno.
AMEN.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
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