“Si no escuchan a
Moisés y a los profetas,
no harán caso ni aunque
resucite un muerto
29 DE SEPTIEMBRE
XXVI DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO ©
1ª Lectura: Amós:
6,1.4-7
Se acabará la orgía de
los disolutos
Salmo 145
Alaba, alma mía, al
Señor
2ª Lectura: 1 Timoteo:
6,11-31
Guarda el mandamiento
hasta la manifestación del Señor
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 16,19-31
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Había un
hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente
cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de
llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta
los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el
mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el
rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos,
levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del
dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.” Pero Abrahán
le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su
vez, males: por eso encuentras aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y
además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan
cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta
nosotros.” El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a
casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio,
evite que vengan también ellos a este lugar de tormento.” Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.” El rico contestó: “No,
padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.” Abrahán le
dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque
resucite un muerto.”
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino
finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre
llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del
rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno
de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los
tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y
envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi
lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has
recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él
encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que
envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no
sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas;
que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno
de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a
los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán'".
REFLEXIÓN
Jesús contrapone la suerte desigual, entre el rico Epulón y
el pobre Lázaro. Jesús desarrolla la parábola en tres escenas: situación de los
dos en vida, cambio de escena después de su muerte y diálogo de Epulón con
Abrahán. En las dos primeras escenas Jesús
contrasta las dos situaciones, felicidad de uno y pobreza extrema del
otro; en la tercera escena está la enseñanza de la parábola.
El desigual destino de Epulón y Lázaro no se debe sólo a su
condición sociológica, sino, sobre todo, a sus actitudes personales. El rico no
se condena por el mero hecho de serlo, sino porque no teme a Dios, y porque
egoístamente se niega a compartir lo suyo con el pobre que muere de hambre a su
puerta. Tampoco el pobre se salva exclusivamente por serlo, sino porque está
abierto a Dios y espera la salvación de él, que hace justicia a los oprimidos.
A nuestro alrededor tenemos ancianos abandonados y solos,
familias rotas que necesitan nuestra ayuda, marginados que necesitan una mano
amiga. Si les cerramos las entrañas, ¿cómo creernos a bien con Dios? Los
cristianos no podemos ser espectadores neutrales de la pobreza y miseria
ajenas, porque “los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los
hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos
sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su
corazón” (GS 1).
Si no somos solidarios compartiendo nuestros bienes y dinero,
tiempo y talentos, con los que son más pobres que nosotros, nuestras
eucaristías no serán auténticas. Según venía a decir Pablo a los cristianos de
Corinto (1 Cor 11,17s).
Escuchar la Palabra de Dios, convertirnos a la ley de su
Reino de justicia y amor, abandonar la falsa seguridad de los bienes materiales
y compartir con los hermanos lo que tenemos son las consignas que se desprenden
de la enseñanza de Jesús en esta parábola.
Para un cristiano, que quiere vivir su fe con autenticidad,
nadie le es indiferente, el cristiano auténtico es el que sabe llorar con el
que llora, sufrir con el que sufre, es el que sabe hacer suyos los sufrimientos
y las angustias de los demás, es el que sabe dar una palmada en el hombro, el
que ofrece una sonrisa, el que tiene entrañas de misericordia.
ENTRA EN TU INTERIOR
NO IGNORAR AL QUE SUFRE
El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es
trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y
ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no
tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión
es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.
Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento,
cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus
heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama
«Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».
Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El
rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades»
o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario
alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares
de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.
Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un
impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando
al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su
mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es
la indiferencia.
Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la
apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil
formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos
haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.
La presencia de un
niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo
terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia.
Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.
Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos
aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y
estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón.
También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, través
de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando
el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, no esforzamos de mil
maneras por anestesiar nuestro corazón.
Quien sigue a Jesús se
va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se
acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Te alabamos, Señor, porque oyes el clamor del pobre, liberas
al oprimido y sustentas al huérfano y a la viuda. Tú derribas del trono a los
poderosos y enalteces a los humildes; al hambriento colmas de bienes y a los
ricos los despide sin nada.
Cuando nuestro corazón se cierra ignorando al pobre, al
enfermo, al anciano, al que sufre, abre, Señor, nuestros ojos para que te
veamos a ti en ellos; cuando el pobre, el enfermo, el anciano, el que sufre
tiende su mano hacia nosotros, abre nuestro corazón al gozo de compartir lo
nuestro.
Bienes, tiempo… Para dar, porque hay más alegría en dar que
en recibir, para acompañar, porque estuve enfermo y me visitaste, para
denunciar proféticamente las injusticias que vemos a nuestro alrededor.
ORACIÓN FINAL
Ayúdanos a romper la soga del egoísmo consumista y
acaparador, liberándonos del afán de poseer, gastar y consumir, para que no nos
habituemos nunca a las desigualdades ni nos cerremos a ti y a los hermanos.
Haz que nos convirtamos radicalmente de la codicia, al amor
que comparte, para que así podamos cambiar las estructuras injustas, que crean
desigualdades entre los hombres nuestros hermanos. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Paxi
Velasco FANO
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