“Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón y con toda
tu alma y con todas tus
fuerzas y con todo tu ser.
Y al prójimo como a ti
mismo”
14 DE JULIO
XV DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO ©
1ª Lectura:
Deuteronomio 30,10-14
Los mandamientos están
muy a tu alcance
para que puedas
cumplirlo
Salmo 68
“Humildes, buscad al
Señor, y revivirá vuestro corazón”
2ª Lectura: Colosenses
1,15-20
Todo fue creado por
medio de él y para él.
PALABRA DEL DÍA
Lucas 10,25-37
“En aquel tiempo, se presentó un letrado y le preguntó
a Jesús para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la
vida eterna? Él le dijo: -¿Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella? El
letrado contestó: -“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu
alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”.
Él le dijo: -Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida. Pero el letrado, queriendo
aparecer como justo, preguntó a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo? Jesús dijo: -Un
hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y
pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio
un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó a donde
estaba él, y al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas,
echándoles aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una
posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al
posadero, le dijo: -Cuida de él, y lo que gastes de más ya te lo pagaré a la
vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en
manos de los bandidos? El letrado contesto: -El que practicó la misericordia
con él. Jesús le dijo: -Anda, haz tú lo mismo”.
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le
preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para
heredar la Vida eterna?".
Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en
la Ley? ¿Qué lees en ella?".
Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu,
y a tu prójimo como a ti mismo".
"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra
así y alcanzarás la vida".
Pero el doctor de la Ley, para justificar su
intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió:
"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones,
que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.
Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote:
lo vio y siguió de largo.
También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su
camino.
Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar
junto a él, lo vio y se conmovió.
Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas
con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un
albergue y se encargó de cuidarlo.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al
dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré
al volver'.
¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo
del hombre asaltado por los ladrones?".
"El que tuvo compasión de él", le respondió
el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".
REFLEXIÓN
El hombre es un peregrino; viajero que no conoce el
inmovilismo. Aunque las apariencias le den la sensación de reposo o quietud,
jamás respira el mismo aire. Camina por el desierto buscando siempre, aun
cuando encuentre, como si avanzara de espejismo en espejismo hacia una meta que
no sabe si está dentro o fuera de sí mismo.
Pero ¿qué busca?... O mejor: ¿qué buscamos?
Se lo preguntó para ponerlo a prueba, porque quien sepa
responder es un sabio y profeta; de lo contrario de nada sirve su filosofía o
su religión. Sin darse cuenta, aquel hombre había puesto el dedo en la llaga.
Vivía inmerso en una aparatosa estructura religiosa, tenía toda la experiencia
y sabiduría de la ley de los profetas, pero ¿servía eso para vivir?
En efecto, ¿de qué nos sirve todo lo que tenemos y somos, si
en ese todo no está incluida la vida, una vida con sentido, una vida que trascienda
el espejismo de hoy y el de mañana?
Por extraño que parezca, pocas veces la teología cristiana ha
hecho una pregunta tan concreta. Y si recordamos los años de nuestra formación
religiosa, comenzando ya desde el primer catecismo, qué poco se nos dijo de la
vida y cuán pocas veces se enfocaron los problemas desde la perspectiva de esto
tan urgente y universal: vivir.
Jesús, como auténtico sabio, no dio una respuesta nueva ni
original. Simplemente apeló a la vieja sabiduría humana, a veces corriente vital
que recorre a menudo subterráneamente la historia, que a veces desborda y otras
se sumerge, permitiendo una y otra vez encontrar sentido al largo caminar. Por
eso le preguntó: ¿Qué hay escrito por allí? ¿Qué dice la experiencia de tu
pueblo?
La originalidad de Jesús no está en la respuesta que dio al
letrado, sino en la conclusión final: “Anda, haz tú lo mismo.” Como si le
dijera: Nadie puede hacerte vivir, ni siquiera la religión o la Biblia. Si
quieres vivir, camina, construye, recrea. Sé tú mismo. Lo demás son palabras. Y
eso lo explico mejor después con esa preciosa parábola “del buen samaritano”.
Jesús no le dijo nada “nuevo”, sino que cumpliera aquello del
amor. Que ame a Dios y que ame al prójimo. Eso es vida. Lo demás es muerte,
aunque parezca vida.
ENTRA EN TU INTERIOR
Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un
maestro de la ley termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la
pregunta de quien sólo se preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién
puede excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente. Jesús, que
vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino, rompiendo si
hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con un relato
que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore el amor
al necesitado.
En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha
sido asaltado por unos bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la
cuneta medio muerto, abandonado a su suerte. No sabemos quién es. Sólo que es
un «hombre». Podría ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido
por la violencia, la enfermedad, la desgracia o la desesperanza. «Por
casualidad» aparece por el camino un sacerdote.
El texto indica que es
por azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo
suyo no es bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el
templo. Su ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del
herido, «lo ve, da un rodeo y pasa de largo». Su falta de compasión no es sólo
una reacción personal, pues también un levita del templo que pasa junto al
herido «hace lo mismo».
Es más bien una
actitud y un peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado:
vivir lejos del mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre. Cuando la
religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que
sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de
la vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes
y nos hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas.
Según Jesús, no son
los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos de tratar a los
que sufren, sino las personas que tienen corazón.
Por el camino llega un
samaritano. No viene del templo. No
pertenece siquiera al pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco
sagrado como su pequeño negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no
se pregunta si es prójimo o no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es
a éste a quien hemos de imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú
lo mismo». ¿A quién imitaremos al
encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la
crisis económica de nuestros días?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La parábola nos dice que el amor al Dios que no vemos debe
hacerse realidad en el prójimo a quien vemos. Hoy diríamos que es una parábola
de “denuncia” porque pone al descubierto la falsedad de una religión que se
contenta con adorar a Dios en el templo, rezar y ofrecerle lo que la ley manda.
En efecto, la ley judía no inculcaba el amor entre judíos y
samaritanos; al contrario, preconizaba el desprecio de los heréticos y odiados
hermanastros de raza y fe. Pero para amar hace falta hacerse prójimo del otro,
sin mirarle la cara, sin preguntarle por sus opiniones. Y esto es más duro que
amar a Dios. Por eso aquel letrado tuvo que escudarse en la pregunta: “¿Y quién
es mi prójimo?”
Como cristianos estamos llamados a tomar la iniciativa en
esto: hacernos prójimo del otro; crear proximidad afectiva allí donde no la
hay.
Al fin y al cabo, cualquiera ama al prójimo. Eso lo cumplen
hasta los paganos, decía Jesús. El cristiano es invitado a crear proximidad, a
romper barreras, a destruir el odio y la indiferencia.
Es el camino de la vida. Lo demás es muerte.
ORACIÓN
Señor, que has puesto
en nuestra boca y en nuestro corazón el gran mandamiento del amor que nos da la
vida eterna, haz que caminemos cada día en la luz de tu palabra.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
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