“¿Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
25 DE
MARZO
DOMINGO
DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Lectura
para la bendición de las palmas
Evangelio
de san Juan: 12,12-16
Primera
Lectura: Isaías 50,4-7
No aparté
mi rostro de los insultos y sé que no quedaré avergonzado.
Salmo 21
Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Segunda
Lectura: Filipenses 2,6-11
Cristo se
humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó.
EVANGELIO
DEL DÍA
Pasión
según san Marcos 15,1-38
“Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos
sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte.
Pero decían:
- “No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo”.
Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso,
sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo
puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban
indignados:
- “¿A qué viene este
derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios
para dárselo a los pobres”.
Y regañaban a la
mujer. Pero Jesús replicó:
- “Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo
está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis
socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo
que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os
aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se
recordará también lo que ha hecho ésta”.
. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos
sacerdotes para entregarle a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron
dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los
Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus
discípulos:
- “¿Dónde quieres que
vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos discípulos,
diciéndoles:
- “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un
cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El
Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con
mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada
con divanes. Preparadnos allí la cena”.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad,
encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer fue él
con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
- “Os aseguro que uno
de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo”.
Ellos, consternados
empezaron a preguntarle uno tras otro:
- “¿Seré yo?”
Respondió: “Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que
yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a
entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!”.
Mientras comían, Jesús
tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
- “Tomad, esto es mi cuerpo”.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio,
y todos bebieron.
Y les dijo:
- “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por
todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que
beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Después de cantar el salmo,
Salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo: -“Todos vais a caer, como
está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando
resucite, iré antes que vosotros a Galilea”.
Pedro replicó:
- “Aunque todos
caigan, yo no”.
Jesús le contestó:
- “Te aseguro que tú hoy, esta tarde, antes que el gallo
cante dos veces, me habrás negado tres”.
Pero él insistía:
- “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.
Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto, que llaman
Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
- “Sentaos aquí
mientras voy a orar”.
Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror
y angustia, y les dijo:
- “Me muero de tristeza; quedaos aquí velando”.
Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que,
si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
- “¡Abba! (Padre), tú
lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que
tú quieres”.
Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
- “Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad
y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es
débil”.
De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no
sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
- “Ya podéis dormir y
descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me
entrega”.
Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los
Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos Sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había
dado una contraseña, diciéndoles:
- “Al que yo bese, ése
es; pretendedlo y conducidlo bien sujeto”.
Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
- “¡Maestro!”.
Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de
los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
- ¿Habéis salido a
prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando
en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras”.
Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un
muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la
sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a
casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los
ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del
palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para
calentarse.
Los sumos sacerdotes y
el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a
muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra
él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban
testimonios contra él, diciendo:
- “Nosotros le hemos
oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días
construiré otro no edificado por hombres”.
Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo
sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
- “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que
levantan contra ti?.
Pero él callaba, sin
dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
- “¿Eres tú el Mesías,
el Hijo de Dios bendito?...”
Jesús contestó:
- “Sí, lo soy. Y
veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que
viene entre las nubes del cielo”.
El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
- “¿Qué falta hacen
más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?”.
Y todos lo declararon
reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo
abofeteaban y le decían:
- “Haz de profeta”.
Y los criados le daban
bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del
sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró y dijo:
- “También tú andabas con Jesús, el Nazareno”.
Él lo negó, diciendo: - ·Ni sé ni entiendo lo que quieres
decir”.
Salió al zaguán, y un
gallo cantó”. Al poco rato, también los, presentes dijeron a Pedro: “Seguro que
eres uno de ellos, pues eres Galileo”.
Pero él se puso a
echar maldiciones y a jurar:
- “No conozco a ese
hombre que decís”.
Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se
acordó de las palabras que le había dicho Jesús: “Antes de que cante el gallo
dos veces, me habrás negado tres”, y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los
ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús,
lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
“¿Eres tú el rey de
los judíos?”
Él respondió:
“Tú lo dices”.
Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le
preguntó de nuevo: “¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra
ti”.
Jesús no contestó más;
de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran.
Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un
homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de
costumbre. Pilato les contestó:
“¿Queréis que os suelte as rey de los judíos?”.
Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado
por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que
pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les
preguntó: ¿”Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?”.
Ellos gritaron de
nuevo:
“¡Crucifícalo!”.
Pilato les dijo:
“Pues, ¿qué mal ha
hecho?”.
Ellos gritaron más fuerte:
“¡Crucifícalo!”.
Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a
Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo
llevaron al interior del palacio -.al pretorio- y reunieron a toda la compañía.
Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían
trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
“¡Salve, rey de los
judíos!”.
Le golpearon la cabeza
con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron
para crucificarlo.
Y a uno que pasaba, de
vuelta del campo, a
Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de “la Calavera”), y le
ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron
sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la
acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos
bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda, Los que pasaban lo
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!, tú que destruías el templo
y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los
sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
“A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar: que el
Mesías, el rey de Israel, baje de la cruz, para que lo veamos y creamos”.
También los que
estaban crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el mediodía,
toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde
Jesús clamó con voz potente:
Eloí, Eloí, lamá sabaktaní”. Que significa: “¿Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
“Mira, está llamando a
Elías”.
Y uno echó a correr y,
empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber,
diciendo: “Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo”.
Y Jesús, dando un
fuerte grito, expiró.
El velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo
había expirado, dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
REFLEXIÓN
UNCIÓN Y
TRAICIÓN:
Se abre el capítulo de la Pasión con una escena llena de belleza y de
fuerza significativa, pero en contraste. Una mujer, quizá María, la hermana de
Lázaro, expresa su devoción y su amor a Cristo rompiendo para él un frasco de
alabastro y ungiendo su cabeza con nardo auténtico. Llama la atención la
generosidad de este gesto. Si se midiera el valor por el precio, sería
grande. No siempre es así, claro. Dos
reales también pueden significar muchísimo amor. Dos mil millones pueden estar
vacíos de amor.
Cristo interpreta la unción como un anticipo de su muerte, La mujer,
intuitiva, se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Es un
homenaje a mi muerte y un agradecimiento a mi vida. Todos la aplaudirán por los
siglos.
SACRAMENTO
Y PROFECÍA:
En la Cena Jesús instituye el sacramento del amor. Es signo de comunión y
de entrega. El pan partido y el vino ofrecido sirven para realizar la mayor
unión entre Cristo y sus discípulos; sirven asimismo para significar su muerte,
el cuerpo roto y la sangre derramada. Nadie tiene amor más grande.
Pero la Eucaristía anuncia el banquete del Reino de Dios.
Es una profecía o anticipo del día en que podamos comer con Dios y comer
enteramente a Dios, la comunión de la gloria.
Pedro significa roca, que habla de fortaleza. Pedro era
fuerte en su fe y su entusiasmo por Cristo, lo que pasaba era que se le iba la
fuerza por la boca. Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca… Aunque tenga
que morir contigo, yo no te negaré… “Estoy dispuesto a ir contigo hasta a la
cárcel y la muerte”. Y era sincero en sus manifestaciones. Realmente Pedro
creía y amaba con todas sus fuerzas a Jesús. Y no sólo eran sentimientos y
palabras, sino que en ocasión echó mano de la espada para defender a su
maestro. Huye con todos, poco después lo va siguiendo y se mezcla con sus
enemigos.
EN UN
HUERTO COMENZÓ EL DRAMA:
Getsemaní es lucha del alma. El Hijo lucha con el Padre, como
antiguamente Jacob. Lucha hasta dejarse vencer. Pero ¡qué duro! Es noche
cerrada. Todas las luces se apagan. Agitado por los vientos fríos de la duda,
del miedo y la tristeza. ¿Por qué y para qué? El tentador jugaba todas sus
bazas. Y los discípulos no pueden ayudar, duermen, incapaces de sintonizar con
el Maestro. ¡Qué distancia! Y aunque el Padre parece estar sordo, Jesús grita.
PASIÓN.
SILENCIO:
Llueven sobre Jesús los golpes y las condenas. Golpes en la cara, en la
cabeza, en todo su cuerpo. Bofetadas, escupitajos, azotes, espinas, clavos.
Condenas: el sanedrín, Pilato y Herodes, el pueblo.
• Pero él callaba, sin dar respuesta.
• Jesús no contestó más.
ENTRA EN
TU INTERIOR
EL GESTO
SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo.
Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios.
Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y
los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba
cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso
el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a
combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en
el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero
tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su actuación irrite en
el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y
excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza
total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los
más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes
cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz,
reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero
su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren
el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad
y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes
perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira
su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del
Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras…
porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del
Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad
entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico.
Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es
agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y
llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR CON LA LECTURA REPOSADA, DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
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