“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que
coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré es mi carne para la
Vida del mundo”.
18 DE
JUNIO
SOLEMNIDAD
DEL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR
(EN ESPAÑA Y EN OTROS PAÍSES:
DÍA NACIONAL DE CARIDAD)
(EN ESPAÑA Y EN OTROS PAÍSES:
DÍA NACIONAL DE CARIDAD)
1ª
Lectura: Deuteronomio 8,2-3.14-16
Te di un
alimento que ni tú ni tus padres conocían.
Salmo 147
Bendito
sea el Señor.
2ª
Lectura: 1 Corintios 10,16-17
El pan es
uno y los que comemos de ese pan formamos un solo cuerpo.
EVANGELIO
DEL DÍA
Juan
6,51-59
“Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para que el mundo tenga vida".
Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre
puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no
comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en
ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo
resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi
sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que
coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga
de Cafarnaún”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan
que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida. Entonces los
judíos se pusieron a discutir entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne? Jesús les dijo: Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne
es verdadera comida y mi carne es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee
la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el
pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues
murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”.
REFLEXIÓN
La Iglesia vive de la Eucaristía: el amor de Cristo reúne
a los hijos de Dios, se ofrece por ellos, los alimenta, los envía. Y se ha de
conocer que han participado en tan grande sacramento por el amor que ofrecen a
sus hermanos de toda raza, pueblo y nación.
Dar la vida y entregarse con generosidad a favor de los
demás, es la prueba más evidente y grande del amor: La Eucaristía nos acerca
siempre a aquel amor que es más grande que la muerte. Amor inagotable que sale
al encuentro del corazón del hombre.
La Eucaristía celebrada y vivida, se convierte en escuela
de amor, pues está evidenciando en la entrega de Cristo, el valor del hombre
ante Dios. La Eucaristía actualiza el servicio de Cristo que no vino a ser
servido sino a servir y dar la vida en rescate por todos, y es lugar de
renovación de la misión de la Iglesia, sobre todo a favor de los más
necesitados.
Quien coma de este pan vivirá para siempre, nos dice
Jesús. Comer de este pan de la Eucaristía es exigencia de compartir. Comer de
este pan, significa que no debe haber nunca un pobre debajo de nuestra mesa comiendo
las migajas que caen de ella, sino sentado a nuestro lado.
En el día final seremos juzgados y reconocidos por cuanto
se haya hecho en el amor y servicio a los demás: tuve hambre y me diste de
comer.... Si Cristo se ofrece de una manera tan sacrificada en la eucaristía,
el que come de este pan santo ha de entregarse por los demás.
La Eucaristía ha de llevarnos a ponernos junto a las
esperanzas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo,
particularmente de los pobres. Nada de lo auténticamente humano debe dejarnos
indiferentes.
El cristiano es el que siente como suyas las alegrías,
las tristezas, los sufrimientos, los dolores de los demás.
El cristiano es el que sabe llorar con el que llora, reír
con el que ríe, sufrir con el que sufre.
Por eso no podemos separar Eucaristía y Caridad, no somos
una ONG. Nuestro ejercicio de la solidaridad y de la caridad es consecuencia de
nuestro ser cristiano, es consecuencia del amor derramado en nuestros corazones
por Cristo Jesús, que en el sacramento eucarístico se hace alimento para el camino
y primicia de vida eterna.
Por eso, compartir con los demás, no es sólo un gesto
solidario, sino también expresión del amor fraterno que, como gracia y favor de
Dios, se ha recibido. Es una forma de manifestar la gratitud a Dios, que nos ha
dado los bienes de mundo y la gracia de tener el corazón abierto al amor de los
demás.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros. La
caridad no es una simple ayuda, sino la expresión del amor de Dios. En esto se
manifestará que hemos conocido a Dios y que hemos pasado de la muerte a la vida,
en que amamos a los hermanos.
El amor fraterno es la señal luminosa del amor de Dios.
Si con Dios se vive, con su amor se ama y se sirve a los demás.
¿Cómo no vamos a amar a nuestros hermanos habiendo sido
nosotros amados de tal manera por Dios que nos ha dado a su propio Hijo?
Los cristianos tenemos un testamento nuevo, un sacrificio
nuevo, un mandamiento nuevo, un alimento nuevo. Esto nos tiene que convertir en
hombres nuevos capaces de crear una nueva humanidad, una nueva civilización del
amor.
Y es precisamente en la Eucaristía donde resplandece y
continua en el tiempo esa novedad del misterio pascual y del amor fraterno y
universal.
La Eucaristía es acción de gracias y la caridad
reconocimiento. Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos.
La Eucaristía es alabanza de las maravillas de dios, la
caridad, hacer vivo el amor de Cristo: amaos los unos a los otros como yo os he
amado.
La Eucaristía es sacrificio y la caridad amor en la
entrega: aunque me dejara quemar vivo, si no tengo caridad de nada me sirve,
dice Pablo en primera Corintios 13.
La Eucaristía es presencia escondida. La caridad es
coherencia y sinceridad: el que no ama a su hermano a quién ve, cómo va a amar
a Dios al que no ve.
La Eucaristía, en fin, es fuente y cima de la vida
cristiana. Y la caridad es la señal de que somos reconocidos como discípulos de
Cristo: en esto se conocerá que sois discípulos míos, en el amor que exista
entre vosotros.
Esta será la medida con la que nos medirán en el último
día.
Esperamos, por la misericordia de Dios, escuchar en aquel
momento, las palabras: Venid benditos de mi Padre, heredad el reino que os
tenía preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre y me distéis de
comer, tuve sed y me distéis de beber, estuve enfermo y me visitasteis, en la
cárcel y vinisteis a verme.
Y ojalá respondamos: bendito tú, Señor, porque yo era el
hambriento y me diste el pan del cielo que es tu cuerpo. Porque yo era el
sediento y me diste a beber la copa de tu sangre. Porque yo estaba desnudo y me
vestiste con traje de fiesta.
ENTRA EN
TU INTERIOR
LO
DECISIVO ES TENER HAMBRE
El evangelista Juan utiliza un lenguaje muy fuerte para insistir en la
necesidad de alimentar la comunión con Jesucristo. Sólo así experimentaremos en
nosotros su propia vida. Según él, es necesario comer a Jesús: «El que me come
a mí, vivirá por mí».
El lenguaje adquiere un carácter todavía más agresivo cuando dice que hay
que comer la carne de Jesús y beber su sangre. El texto es rotundo. «Mi carne
es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y
bebe mi sangre habita en mí y yo en él».
Este lenguaje ya no produce impacto alguno entre los cristianos.
Habituados a escucharlo desde niños, tendemos a pensar en lo que venimos
haciendo desde la primera comunión. Todos conocemos la doctrina aprendida en el
catecismo: en el momento de comulgar, Cristo se hace presente en nosotros por
la gracia del sacramento de la eucaristía.
Por desgracia, todo puede quedar más de una vez en doctrina pensada y
aceptada piadosamente. Pero, con frecuencia, nos falta la experiencia de
incorporar a Cristo a nuestra vida concreta. No sabemos cómo abrirnos a él para
que nutra con su Espíritu nuestra vida y la vaya haciendo más humana y más
evangélica.
Comer a Cristo es mucho más que adelantarnos distraídamente a cumplir el
rito sacramental de recibir el pan consagrado. Comulgar con Cristo exige un
acto de fe y apertura de especial intensidad, que se puede vivir sobre todo en
el momento de la comunión sacramental, pero también en otras experiencias de
contacto vital con Jesús.
Lo decisivo es tener hambre de Jesús. Buscar desde lo más profundo
encontrarnos con él. Abrirnos a su verdad para que nos marque con su Espíritu y
potencie lo mejor que hay en nosotros. Dejarle que ilumine y transforme las
zonas de nuestra vida que están todavía sin evangelizar.
Entonces, alimentarnos de Jesús es volver a lo más genuino, lo más simple
y más auténtico de su Evangelio; interiorizar sus actitudes más básicas y
esenciales; encender en nosotros el instinto de vivir como él; despertar
nuestra conciencia de discípulos y seguidores para hacer de él el centro de
nuestra vida. Sin cristianos que se alimenten de Jesús, la Iglesia languidece
sin remedio.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
“Oh banquete precioso y admirable”. Ningún banquete más
sabroso y nutritivo, porque el mismo Cristo es el plato fuerte. Cristo es el
que nos invita a comer y es nuestra comida. El hombre puede alimentarse de
Dios.
Al alimentarnos de Cristo, recibimos su fuerza y su
energía: “Este es el pan bajado del cielo, para que el hombre coma de él y no
muera”. Al alimentarnos de Cristo, recibimos tal plenitud de vida, que superamos
todo tipo de muerte: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna”. Al alimentarnos de Cristo, se realiza una unión íntima con Cristo
alimento: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en Mí y yo en él”.
“Por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y
se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales” (Santo
Tomás de Aquino: Opusc. 57,1-4).
ORACIÓN
Concédenos, Señor Jesucristo, disfrutar eternamente del
gozo de tu divinidad que ahora pregustamos, en la comunión de tu Cuerpo y de tu
Sangre.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Paxi Velasco (FANO)
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