“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los
que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”
19 DE
FEBRERO
VII
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
1ª
Lectura: Levítico 19,1-2
Amarás a
tu prójimo como a ti mismo.
Salmo 102
El Señor
es compasivo y misericordioso.
2ª
Lectura: 1 Corintios 3,16-23
Todo es
vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.
PALABRA
DEL DÍA
Mateo
5,38-48
“Dijo Jesús a sus discípulos: Sabéis que está mandado: “Ojo
por ojo, diente por diente”. Pues yo os digo: No hagáis frente al que os
agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la
otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la
capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te pide4,
dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo:
“Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo, en cambio, os digo: Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que
os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el
cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto,
sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Versión
para América Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Jesús, dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por
diente.
Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al
contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale
también la otra.
Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica,
déjale también el manto;
y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con
él.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere
pedirte algo prestado.
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a
tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus
perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él
hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa
merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que
está en el cielo”.
REFLEXIÓN
Es hermosa la imagen del sol que brilla para todos los hombres sin
discriminar a nadie. Si Dios tuviera que castigar cada vez a sus “enemigos”,
¡menudo lío! ¿Y qué pasa con nosotros? En el fondo de la idea de castigo está
la de una justicia del “ojo por ojo y diente por diente”. Tal falta será
reparada con tal sanción. Dios no es así: no castiga, convierte. No pierde el
tiempo en ver lo que pasa, va derecho al corazón.
“Vosotros, pues, sed perfectos…”. Y
la perfección se concreta en el perdón, que es el don por excelencia. Perdonar
es recrear, liberar, creer en el otro, abrirle la posibilidad de una nueva
vida. ¿Escuchará esta vez? ¿Todos nuestros enemigos se harán nuestros amigos en
la medida de nuestro perdón? Nada es menos cierto; pero lo que se nos pide es
que actuemos como Dios. El futuro es de él: no le cerremos la puerta con
nuestra dureza. Además, la historia de Dios con los hombres lo atestigua:
cuando el amor es totalmente desarmado, se convierte en lo que verdaderamente
desarma. Ahí está una ley nueva, la ley del Reino. Supone una mirada distinta
al mundo que sólo se comprende desde la fe. Pero, a este nivel, es la ley más
eficaz que jamás se haya imaginado. La ley del Dios vivo.
Con este evangelio de hoy concluye
Mateo 5, la primera parte del Discurso del Monte, que con las Bienaventuranzas
y las seis Antítesis viene a promulgar la carta magna del Evangelio, la
constitución del pueblo de la nueva Alianza. Hoy se leen las dos últimas
antítesis: Perdón en vez de venganza, y amor al enemigo en vez de odio. Punto
culminante de la doctrina de Jesús. Junto con su lugar paralelo, Lc 6,27-38, es
una de las páginas de más altura de toda la literatura universal.
Es de tal envergadura el giro que Cristo propone, que en ello empeña de
nuevo su autoridad mesiánica: Habéis oído que se dijo a los antiguos…, pero yo
os digo. Oposición frontal a la tradición legal de letrados y fariseos.
La Ley del Talión, se formula al menos tres veces en diversas perícopas
del Pentateuco. En síntesis: Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente. Es
decir, puedes vengarte en la medida en que has sido ofendido; puedes cobrar o
pagar con la misma moneda. Hay que reconocer que el espíritu de venganza, una
ley del talión a nuestra manera, está bien enraizado en el corazón humano, en
todos nosotros. Lo decimos y oímos decir con pleno descaro: El que me la hace,
me la paga…No te dejes pisar… El que ríe el último, ríe dos veces… La mejor
defensa, el ataque.
Pues bien, para Jesús todo esto queda excluido. No sólo la venganza
efectiva sino también el deseo de la misma, hasta llegar a renunciar a la
justicia vindicativa y a toda violencia activa, incluso como autodefensa: “No
hagáis frente al que os agravia; al contrario…” Y desarrolla su afirmación con
cuatro ejemplos o situaciones diversas: bofetada, pleito, requerimiento y
préstamos. Muestras intencionadamente paradójicas, que no son para ser tomadas
al pie de la letra en su situación circunstancial, pero sí en su espíritu de
perdón, reconciliación y fraternidad.
Jesús comienza la antítesis afirmando en la primera parte: “Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Defectivamente en
la primera lectura hallamos la primera parte del aserto; si bien el prójimo
significa en Lv 19,18 el pariente y el compatriota judío. La segunda parte: “y
aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra literalmente en ningún pasaje del
antiguo Testamento y menos aún del Nuevo. Pero la deducían los israelitas como conclusión
de la primera parte: Todo el que no pertenecía al Pueblo de la Alianza
desconocía al Dios verdadero, y era extraño, “enemigo”, a quien no había por
qué amar. Ese es el sentido.
Pues bien, Jesús una vez más rompe con la tradición de los rabinos y va
más allá: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a
los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. El paso que
Cristo da es de gigante y para gigantes. No contento con ampliar el concepto de
prójimo a toda persona sin distinción, y el del perdón hasta setenta veces
siete, preceptúa además el amor incluso al enemigo- ¡Increíble! El no va a más…
Jesús declara inviable y anticuada nuestra división tan usual de las personas
en amigos y enemigos; para el que ama, ya no hay más que hermanos, hijos del
mismo Padre Dios.
“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Esta conclusión
de las seis antítesis es la motivación de todo lo anterior. Base ética
profundamente religiosa: Imitación del ejemplo de Dios, a cuya imagen está
hecho el hombre. “Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que
hace salir su sol sobre malos y
buenos y manda la lluvia a justos e injustos”. Al discípulo de Cristo no le basta
saludar y amar a los amigos; eso lo hace cualquiera. Al cristiano se le pide
más. Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto, concluye
Jesús. Eco agrandado a la motivación-estribillo de la Ley de santidad del
Levítico: “Seréis santos porque yo el Señor vuestro Dios soy santo” (Lv 19,2).
ENTRA EN
TU INTERIOR
UNA
LLAMADA ESCANDALOSA
La llamada al amor es siempre seductora. Seguramente, muchos acogían con
agrado la llamada de Jesús a amar a Dios y al prójimo. Era la mejor síntesis de
la Ley. Pero lo que no podían imaginar es que un día les hablara de amar a los
enemigos.
Sin embargo, Jesús lo hizo. Sin respaldo alguno de la tradición bíblica,
distanciándose de los salmos de venganza que alimentaban la oración de su
pueblo, enfrentándose al clima general de odio que se respiraba en su entorno,
proclamó con claridad absoluta su llamada: “Yo, en cambio, os digo: Amad a
vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os
calumnian”.
Su lenguaje es escandaloso y sorprendente, pero totalmente coherente con
su experiencia de Dios. El Padre no es violento: ama incluso a sus enemigos, no
busca la destrucción de nadie. Su grandeza no consiste en vengarse sino en amar
incondicionalmente a todos. Quien se sienta hijo de ese Dios, no introducirá en
el mundo odio ni destrucción de nadie.
El amor al enemigo no es una enseñanza secundaria de Jesús, dirigida a
personas llamadas a una perfección heroica. Su llamada quiere introducir en la
historia una actitud nueva ante el enemigo porque quiere eliminar en el mundo
el odio y la violencia destructora. Quien se parezca a Dios no alimentará el
odio contra nadie, buscará el bien de todos incluso de sus enemigos.
Cuando Jesús habla del amor al enemigo, no está pidiendo que alimentemos
en nosotros sentimientos de afecto, simpatía o cariño hacia quien nos hace mal.
El enemigo sigue siendo alguien del que podemos esperar daño, y difícilmente
pueden cambiar los sentimientos de nuestro corazón.
Amar al enemigo significa, antes que nada, no hacerle mal, no buscar ni
desear hacerle daño. No hemos de extrañarnos si no sentimos amor alguno hacia
él. Es natural que nos sintamos heridos o humillados. Nos hemos de preocupar
cuando seguimos alimentando el odio y la sed de venganza.
Pero no se trata solo de no hacerle mal. Podemos dar más pasos hasta
estar incluso dispuestos a hacerle el bien si lo encontramos necesitado. No
hemos de olvidar que somos más humanos cuando perdonamos que cuando nos
vengamos alegrándonos de su desgracia.
El perdón sincero al enemigo no es fácil. En algunas circunstancias a la
persona se le puede hacer en aquel momento prácticamente imposible liberarse
del rechazo, el odio o la sed de venganza. No hemos de juzgar a nadie desde
fuera. Solo Dios nos comprende y perdona de manera incondicional, incluso
cuando no somos capaces de perdonar.
José Antonio Pagola
ORA EN TU
INTERIOR
Jesús nos pide que el mal sea vencido por el bien.
Jesús despliega, pues, un futuro. El hombre que se encierra en el odio
desea la eliminación de su enemigo. Si se conmueve ante la bondad que se le
testimonia, renunciará quizás al mal y se volverá él mismo bueno. El bien habrá
vencido al mal. El perdón abre un espacio de libertad y postula una lógica
distinta de la del mal.
“Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Aplicar el
Evangelio a la perfección. Pero ¿no puede ser descorazonador? ¿Quién puede
llegar a conseguirlo? La perfección de Dios es el amor, así es el que ama, de
verdad.
ORACIÓN
FINAL
Señor, al final de cada Eucaristía nos envías con un encargo: “Sed
santos”. Quiero tomarme esto en serio y preocuparme de lo que tú quieres. Amar
generosamente en las mil ocasiones que me va brindando el día. Al estilo de
Cristo.
Expliquemos
el Evangelio a los niños.
Imágenes
de Fano.
Imagen
para colorear.
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