“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”
DOMINGO 12 DE ENERO
FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR
1ª Lectura: Isaías 42,1-4.6-7
“Mirad a mi siervo, a quien sostengo…”
Salmo 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.
2ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-38
“Dios acepta zl que lo teme y practica su justicia…”
PALABRA DEL DÍA
Lucas 3,15-22
“En aquel tiempo, el pueblo
estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él
tomo la palabra y dijo a todos: -Yo os bautizo con agua; pero viene el que
puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego. En un bautismo general, Jesús también se
bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el espíritu santo sobre él
en forma de paloma, y vino una voz del cielo; -Tú eres mi Hijo, el amado, el
predilecto”.
Versión para América Latina extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
“Como el pueblo estaba a la
expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les
dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo,
y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los
bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Todo el pueblo se hacía
bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el
cielo
y el Espíritu Santo
descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz
del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
REFLEXIÓN
El Bautista habla de manera
muy clara: “Yo os bautizo con agua”, pero esto solo no basta. Hay que acoger en
nuestra vida a otro “más fuerte”, lleno del Espíritu de Dios: “Él os bautizará
con Espíritu Santo y fuego”.
Son bastantes los “cristianos”
que se han quedado en la religión del Bautista. Han sido bautizados con “agua”,
pero no conocen el bautismo del “Espíritu”. Tal vez lo primero que necesitamos
todos es dejarnos transformar por el Espíritu que desciende sobre Jesús. ¿Cómo es
su vida después de recibir el Espíritu de Dios?
Jesús se aleja del bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hemos de vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más juta y fraterna. Quien no vive desde esta perspectiva no conoce todavía qué es ser cristiano.
Movido por esta convicción,
Jesús deja el desierto y marcha a galilea, a vivir de cerca los problemas y
sufrimientos de la gente. Es ahí, en medio de la vida, donde hemos de sentir a
Dios como un Padre que atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien
no siente así a Dios no sabe cómo vivía Jesús.
Jesús abandona también el
lenguaje amenazador del Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le
hubieran ocurrido a Juan. El mundo ha de saber lo bueno que es este
Dios que busca y acoge a sus
hijos perdidos porque solo quiere salvar, nunca condenar. Quien no habla este
lenguaje de Jesús no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del
desierto y se dedica a hacer “gestos de bondad” que el bautista nunca había
hecho. Cura enfermos, defiende a los pobres, toca a los leprosos, acoge a su
mesa a pecadores y prostitutas, abraza a niños de la calle. La gente tiene que
sentir la bondad de Dios en su propia carne. Quien habla de un Dios bueno y no
hace los gestos de bondad que hacía Jesús desacredita su mensaje.
Jesús vivió en el Jordán una
experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó con el Bautista.
Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso
incontenible comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la buena
Noticia de Dios.
Como es natural, los
evangelistas no pueden describir lo que ha vivido Jesús en su intimidad, pero
han sido capaces de recrear una escena conmovedora para sugerirlo. Está
construida con rasgos de hondo significado: “Los cielos se rasgan”: ya no hay
distancias; Dios se comunica íntimamente con Jesús. Se oye “una voz venida del
cielo: “Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco”.
Lo esencial está dicho. Esto
es lo que Jesús escucha de Dios en su interior: “Tú eres mío. Eres mi Hijo. Tu
ser está brotando de mí. Yo soy tu Padre. Te quiero entrañablemente; me llena
de gozo que seas mi Hijo; me siento feliz”. En adelante, Jesús solo lo invocará
con este nombre: Abbá, Padre.
De esta experiencia brotan dos
actitudes que Jesús vive y trata de contagiar a todos: confianza increíble en
Dios y docilidad incondicional. Jesús confía en Dios de manera espontánea. Se
abandona a él sin recelos ni cálculos. No vive nada de forma forzada o
artificial. Confía en Dios. Se siente hijo querido.
Por eso enseña a todos a
llamar a Dios “Padre”. Le apena la “fe pequeña” de sus discípulos. Con esa fe
raquítica no se puede vivir. Les repite una y otra vez: “No tengáis miedo.
Confiad”. Toda su vida la pasó infundiendo confianza en Dios.
ENTRA
EN TU INTERIOR
EL
ESPÍRITU DE JESÚS
En tiempos de crisis de fe no
hay que perderse en lo accidental y secundario. Hemos de cuidar lo esencial: la
confianza total en Dios y la docilidad humilde. Todo lo demás viene después.
Jesús apareció en Galilea
cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho
tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban “cerrados”. Una especie
de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie
era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por
su Espíritu.
Lo más duro era esa sensación
de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel.
¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos
recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios:
“Ojalá rasgaras el cielo y bajases”.
Los primeros que escucharon el
evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir
de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el
cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era
posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del
Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.
Ese Espíritu que desciende
sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a
los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a
liberar la vida, a curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no
quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían
bautizados por Jesús con su Espíritu.
Sin ese Espíritu todo se apaga
en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús
queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra
muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa
más.
Sin el Espíritu de Jesús, la
libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en
costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la
esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en
mediocridad religiosa.
Nuestro mayor problema es el
olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con
organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede
nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda
su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús:
No nos hemos de engañar. Si no
nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada
importante que aportar a la sociedad actual tan vacía de interioridad, tan
incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
Son bastantes los hombres y
mujeres que un día fueron bautizados por sus padres y hoy no sabrían definir
exactamente cuál es su posición ante la fe. Quizá la primera pregunta que surge
en su interior es muy sencilla: ¿para qué creer? ¿Cambia algo la vida por creer
o no creer? ¿Sirve la fe realmente para algo?
Estas preguntas nacen de su
propia experiencia. Son personas que poco a poco han arrinconado a Dios de su
vida. Hoy Dios no cuenta en absoluto para ellas a la hora de orientar y dar
sentido a su existencia.
Dios no les dice nada. Se han
acostumbrado a vivir sin él… No experimentan nostalgia o vacío alguno por su
ausencia. Han abandonado la fe y todo marcha en su vida tan bien o mejor que
antes. ¿Para qué creer?
Esta pregunta solo es posible
cuando uno “ha sido bautizado con agua”, pero no ha descubierto qué significa
“ser bautizado con el Espíritu de Jesucristo”.
¿Para qué creer? Para vivir la
vida con más plenitud; para situarlo todo en su verdadera perspectiva y
dimensión; para vivir incluso los acontecimientos más triviales e
insignificantes con más profundidad.
¿Para qué creer? Para
atrevernos a ser humanos hasta el final; para no ahogar nuestro deseo de vida
hasta el infinito; para defender nuestra libertad sin rendir nuestro ser a
cualquier ídolo; para permanecer abiertos a todo el amor, la verdad, la ternura
que hay en nosotros. Para no perder nunca la esperanza en el ser humano ni en
la vida.
ORACIÓN
Jesús, tú vas en la fila de
los que acuden a bautizarse, como un pecador más que busca su purificación:
estás asumiendo mi lugar, porque soy yo el pecador necesitado de perdón, y tú
eres el único Justo. Gracias, Jesús, por tu Bautismo y por mi Bautismo, en el
que recibí de tu generosidad mi mayor tesoro.
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco FANO
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