He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
a quien pondrá el nombre de Enmanuel,
que quiere decir Dios-con-nosotros.
24 DE DICIEMBRE
La Natividad del Señor.
Misa Vespertina de la vigilia.
Primera lectura. Isaías: 62,1-5
El Señor se ha complacido en ti.
Salmo 88
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Segunda lectura. Hechos de los Apóstoles: 13,16-17.22-25
Testimonio de Pablo acerca de Cristo, hijo de David.
EVANGELIO DEL DÍA
Mateo: 1,1-25
“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac,
Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Farés y
a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón
a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed;
Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de
Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf
a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz
a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías
engendró a Jeconías y a sus hermanos cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de
Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a
Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquím, Aquím a
Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a
José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las
generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta
la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta
el Mesías, catorce.
“Este fue el origen de
Jesucristo:
María, su madre, estaba
comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un
hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un
hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en
secreto.
Mientras pensaba en esto,
el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de
David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en
ella proviene del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a
quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus
pecados".
Todo esto sucedió para que
se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá y dará
a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa:
"Dios con nosotros".
Al despertar, José hizo lo
que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa”
REFLEXIÓN
Antes de que nazca Jesús en
Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa
«Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el
nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien.
En realidad, Mateo está
ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a
ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su
vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y
sostiene a quienes seguimos a Jesús.
Dios está con nosotros. No
pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de
los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con
los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno
en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.
Dios está con nosotros. No
escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana
e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos
parecerá que caminamos solos por la vida.
Dios está con nosotros. No
grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae
hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y
fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la
muerte.
Dios está con nosotros. Cuando
nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos
consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está
invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor.
Dios está con nosotros. Está
en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la
opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una
vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos.
Dios está con nosotros.
Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro
espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros
salvando lo que nosotros podemos echar a perder.
Dios está con nosotros. Está
en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la
hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos
para la vida eterna.
Dios está con nosotros. Esto
es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos
creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra
esperanza y pone alegría en nuestras vidas.
José Antonio Pagola
ENTRA
EN TU INTERIOR
Hoy se nos dice que por medio
de José entra Jesús en el linaje davídico, y se cumple en Cristo el oráculo
mesiánico del profeta Jeremías: el vástago de David se llamará
“Dios-es-nuestra-justicia”, es decir, nuestra salvación. Salvador es
precisamente el nombre que José pondrá al niño que nacerá de María, su esposa,
que ha concebido por obra del Espíritu Santo, como le explica “en sueños el
ángel del Señor” a José. Es la expresión bíblica para designar una revelación
de Dios a una persona.
La acción creadora del
Espíritu es decisiva para dar paso al Emmanuel (Dios-con-nosotros), que
encabeza un nuevo pueblo y una humanidad regenerada. Mas, para realizar este
plan de salvación, Dios cuenta también con la colaboración humana de María como
madre natural, y de José como padre legal del vástago legítimo que viene a
tomar posesión del trono de David: Jesús el Mesías.
¿A qué podía obedecer el
reparo de José? Conociendo a María, su mujer, ¿cómo dudar de ella? ¡Imposible!
Además, sin duda que María, le había puesto al corriente de lo que sucedía. Su
reparo, por tanto, no se refería a María, sino a sí mismo. No quiere interferir
en los planes del señor, a los que él no da alcance. ¿Cuál era su papel como
futuro marido de una mujer a quien Dios había tocado con su Espíritu?
La palabra del ángel del Señor
vino a darle seguridad, luz sobre su misión y confianza en Dios. Sería el padre
“legal” del hijo de María, venido del Espíritu Santo para salvar al pueblo de
sus pecados. La duda fue vencida por la obediencia de la fe. Así es como san
José conecta con la dinastía mesiánica: no sólo por razón de genealogía, sino,
y sobre todo, por el dinamismo de la obediencia de su fe, que le impulsa a
aceptar una misión oscura y sin brillo especial, pero muy importante en los
planes de Dios sobre la salvación humana.
ORACIÓN
Concédeme, Señor, iniciar la
celebración de esta solemnidad con una voluntad tan grande de servicio, como
merece la manifestación del comienzo de mi redención y la del mundo entero.
“La Palabra era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo
estaba; el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció. Vino
a su casa, y los suyos no la recibieron.”
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25 DE DICIEMBRE
NATIVIDAD DEL SEÑOR
MISA DEL DÍA
Primera Lectura: Isaías 52,7-10
La tierra entera verá la salvación
que viene de nuestro Dios.
Salmo 97
Toda la tierra ha visto al Salvador.
Segunda Lectura: Hebreos 1,1-6
Dios nos ha hablado por medio de su Hijo.
PALABRA DEL DÍA
Juan 1,1-18
“En el principio ya existía la Palabra, y la
Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio
estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se
hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida, y la
vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no
la recibió.
Surgió un hombre enviado por
Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la
luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de
la luz.
La Palabra era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y
los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido
de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo
único del Padre lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y
grita diciendo: -“Este es de quien dije: “El que viene detrás de mí pasa
delante de mí, porque existía antes que yo.”-
Pues de su plenitud todos
hemos recibido, gracias tras gracia.
Porque la Ley se dio por medio
de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto
Jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a
conocer”
Versión para América Latina extraída de la Biblia del
Pueblo de Dios
“Al principio existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a
Dios.
Todas las cosas fueron hechas
por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la
vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por
Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el
testigo de la luz.La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina
a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el
mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos
no la recibieron.
Pero a todos los que la
recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser
hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la
sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron
engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe
del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al
declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha
precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros
hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por
medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios;
el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.”
REFLEXIÓN
La Palabra de Dios, la que
existía desde el principio, la que estaba en Dios y era Dios, se ha hecho carne
de nuestra carne en Jesús. Dios se ha encarnado. Nuestro Dios se ha hecho muy
cercano. Se ha vestido con nuestra naturaleza, ¡Qué maravilla! El Niño del
pesebre es Dios, Dios con nosotros, Dios entre nosotros. El Verbo se ha hecho hombre
y ha entrado en nuestra historia. ¿Y cómo ha venido a nosotros? Ha venido como
un marginado. Sus padres no han encontrado un lugar digno y han ido a parar a
un establo, al corral de los animales. Jesús ha encontrado como cuna un
pesebre.
¿Por qué tenía que nacer en
este lugar? Éste es el misterio de Dios. Él se ha encarnado en nuestro mundo,
en el que están muy presentes la miseria, la marginación y la injusticia. Los
hombres y las mujeres más pobres, los pequeños, las personas maltratadas y
abandonadas pueden darse cuenta de que este Dios es su Dios, un Dios cercano,
muy cercano. Él ha venido vestido de pobreza para que en él los más pobres
encuentren la luz. Éste es su Dios, éste es nuestro Dios. Este nacimiento es un
escándalo, como son escándalo la miseria y las diferencias de nuestro mundo:
“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron…”
Los hombres prefirieron las
tinieblas a la luz.
“Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre…”
ENTRA
EN TU INTERIOR
RECUPERAR
A JESÚS
Los creyentes tenemos
múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños nos vamos haciendo
nuestra propia idea de él, condicionados, sobre todo, por lo que vamos
escuchando a catequistas y predicadores, lo que se nos transmite en casa y en
el colegio o lo que vivimos en las celebraciones y actos religiosos.
Todas estas imágenes que nos
hacemos de Dios son imperfectas y deficientes, y hemos de purificarlas una y
otra vez a lo largo de la vida. No lo hemos de olvidar nunca. El evangelio de
Juan nos recuerda de manera rotunda una convicción que atraviesa toda la
tradición bíblica: «A Dios no le ha visto nadie jamás»
Los teólogos hablamos mucho de
Dios, casi siempre demasiado; parece que lo sabemos todo de él: en realidad,
ningún teólogo ha visto a Dios. Lo mismo sucede con los predicadores y
dirigentes religiosos; hablan con seguridad casi absoluta; parece que en su
interior no hay dudas de ningún género: en realidad, ninguno de ellos ha visto
a Dios.
Entonces, ¿cómo purificar nuestras
imágenes para no desfigurar de manera grave su misterio santo? El mismo
evangelio de Juan nos recuerda la convicción que sustenta toda la fe cristiana
en Dios. Solo Jesús, el Hijo único de Dios, es «quien lo ha dado a conocer». En
ninguna parte nos descubre Dios su corazón y nos muestra su rostro como en
Jesús. Dios nos ha dicho cómo es
encarnándose en Jesús. No se ha revelado en doctrinas y fórmulas teológicas
sublimes sino en la vida entrañable de Jesús, en su comportamiento y su
mensaje, en su entrega hasta la muerte y en su resurrección. Para aproximarnos
a Dios hemos de acercarnos al hombre en el que él sale a nuestro encuentro.
Siempre que el cristianismo
ignora a Jesús o lo olvida, corre el riesgo de alejarse del Dios verdadero y de
sustituirlo por imágenes distorsionadas que desfiguran su rostro y nos impiden
colaborar en su proyecto de construir un mundo nuevo más liberado, justo y
fraterno. Por eso es tan urgente recuperar la humanidad de Jesús.
No basta con confesar a
Jesucristo de manera teórica o doctrinal. Todos necesitamos conocer a Jesús
desde un acercamiento más concreto y vital a los evangelios, sintonizar con su
proyecto, dejarnos animar por su espíritu, entrar en su relación con el Padre,
seguirlo de cerca día a día. Ésta es la tarea apasionante de una comunidad que
vive hoy purificando su fe. Quien conoce y sigue a Jesús va disfrutando cada
vez más de la bondad insondable de Dios.
José Antonio Pagola
ORA
EN TU INTERIOR
Seguro que tengo que cambiar
mis esquemas. Jesús me dice con su presencia, sencillez, pobreza y amor cuáles
son las semillas que debo plantar en mi corazón. He de fijarme en las personas
a las que se ha manifestado. Qué cualidades tenían. Los pastores eran gentes
muy sencillas. Ellos tenían el corazón preparado para recibir al Niño, para
creer en el Niño. Y yo, ¿tengo mi corazón preparado? Aún estoy a tiempo para
unirme a los pastores. Aún ahora puedo transformarme y sentir el calor del
aliento del Niño Jesús. Quiero que sea la luz verdadera que me alumbre, esa luz
que vino al mundo y la desaprovecharon, quiero aprovecharla, dejarme iluminar
por ella para poder iluminar a los otros.
Señor, tu nacimiento está
marcado por la marginación y la pobreza. La gloria del cielo se oscurece en la
tierra. El que es Señor del mundo no encuentra sitio en el mundo para nacer. El
que es dueño de todas las cosas necesita de los regalos de pobres pastores, que
al raso cuidaban sus rebaños. Pero tú vienes con muchos regalos del cielo, y el
primero de todos es la paz. Paz para todos los hombres sin excepción, para los
buenos y para los malos, para los libres y los esclavos, paz envuelta en
pañales de amor.
¡Oh, Señor! Contigo nació la
gracia de Dios. En ti Dios se manifestó a los humildes y misericordiosos. Por
ti fui rescatado de mi mediocridad. Y tú me enseñaste a vivir santamente y a
esperar con las lámparas encendidas tu vuelta gloriosa.
ORACIÓN
Que sea y viva, Señor, como
verdadero hijo tuyo.
Que sea y viva como hermano de
todos los hombres.
Que sea comprensivo y compasivo,
acogedor y solidario, capaz de superar mi individualismo y mi clasismo.
Que sea pobre, que solo busque
tu reino y su justicia.
Que sea manso, que me convenza
de que sólo tú yugo es llevadero y tú carga ligera.
Que sea capaz de mirar siempre
con ojos de misericordia.
Que sepa hacer mío los dolores
y sufrimientos de mis hermanos.
Que sepa amar, Señor, que sepa
amar. Amén