“Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú,
y él te daría agua
viva”.
12 DE MARZO
TERCER DOMINGO DE
CUARESMA
1ª Lectura: Éxodo
17,3-7
Salmo 94
Ojalá escuchéis hoy la
voz del Señor.
2ª Lectura: Romanos 5,1-2.5-8
PALABRA DEL DÍA
Juan 4,5-42
“Llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar,
cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de
Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era
alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le
dice: “Dame de beber”. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar
comida). La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a
mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de
beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si
no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿Eres tú más
que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos
y sus ganados?”. Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua
que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así
no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla”. Él le dice: “Anda,
llama a tu marido y vuelve”. La mujer le contesta: “No tengo marido”. Jesús le
dice: “Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no
es tu marido. En eso has dicho la verdad”. La mujer le dice: “Señor, veo que tú
eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís
que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén”. Jesús le dice:
“Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a
uno que no conocéis, nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que
quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el
Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto
deben hacerlo en espíritu y verdad”. La mujer le dice: “Sé que va a venir el
Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo”. Jesús le dice: “Yo soy,
el que habla contigo”. En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que
estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: “¿Qué le preguntas o
de qué le hablas?”. La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo
a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será
este el Mesías?”. Salieron del pueblo y se pusieron en camino a donde estaba
él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: “Maestro, come” Él les dijo:
“Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis”. Los discípulos
comentaban entre ellos: “¿Le habrá traído alguien de comer?”. Jesús les dijo:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra.
¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo
esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la
siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida
eterna: y así se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el
proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis
sudado. Otros sudaron, y vosotros recogisteis el fruto de sus sudores. En aquel
pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la
mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no
creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es
de verdad el Salvador del mundo”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Llegó a una ciudad de samaria llamada Sicar, cerca de las
tierras que Jacob había dado a su hijo José.
Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del
camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de samaria fue a sacar agua, y Jesús le dijo:
"Dame de beber".
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío,
me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se
trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él
te habría dado agua viva".
"Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua
y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha
dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?".
Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá
nuevamente sed,
pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a
tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará
hasta la Vida eterna".
"Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no
tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla".
Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve
aquí".
La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús
continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido,
porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu
marido; en eso has dicho la verdad".
La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que
es en Jerusalén donde se debe adorar".
Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que
ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que
conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos
son los adoradores que quiere el Padre.
Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en
espíritu y en verdad".
La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo,
debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo".
Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron
sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó:
"¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?".
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo
a la gente:
"Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que
hice. ¿No será el Mesías?".
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús,
diciendo: "Come, Maestro".
Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que
ustedes no conocen".
Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le
habrá traído de comer?".
Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de
aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha.
Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para
la siega.
Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la
Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro
cosecha'
Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado;
otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos".
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la
palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le
rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has
dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el
Salvador del mundo".
REFLEXIÓN
La imagen de Jesús cansado, sediento a la hora más calurosa
del día es conmovedora y sugestiva. Lleva mucho tiempo caminando, hablando,
sanando, salvando, y se fatiga. Por eso se sienta esperando algún alivio. En
los países donde el agua es escasa, el pozo es un lugar de encuentro.
Jesús no se limita a sentir la fatiga humana, sino que quiso
asumirla toda. Quiso aliviar con la suya la fatiga de todos los hombres. Por
eso invita: “Venid a mí y descargad sobre mis hombros y mis espaldas vuestro
peso, vuestro agobio, vuestra debilidad, vuestra preocupación. Descargad sobre
mí todo lo que os cansa y os deprime. Yo, seré vuestra fuerza y consuelo, vuestra
esperanza y alegría”.
El tema de la sed y del agua es central en este domingo.
Aparece, en primer lugar, un pueblo torturado por la sed en
el desierto. Es un problema material pero es fundamentalmente un problema de
fe. El Dios de Israel que se reveló a Moisés como el Dios que ve, que oye y que
actúa, como el Dios que no se desentiende de la vida de los hombres, los ha
abandonado: ¿Está el Señor con nosotros?.
Han experimentado a un Dios que ha pasado por ellos
liberándolos: Y TIENEN SED.
Han experimentado a un Dios que les ha dado continuas pruebas
de su poder: Y TIENEN SED.
Han experimentado al Dios de la promesa: Y TIENEN SED.
La sed del hombre es inagotable. Nunca está saciado, nunca
está conforme, siempre quiere más.
Esta tentación se repite también hoy, nosotros somos como ese
pueblo que a pesar de haber experimentado lo que Dios ha hecho y hace con
nosotros, seguimos teniendo sed y nos revelamos. Y ante un sufrimiento grande,
ante una muerte inesperada, ante una crisis fuerte, miramos en seguida al
cielo: ¿Está o no está Dios con nosotros? Y la respuesta la encontramos en Jesús,
el Hijo de Dios.
El evangelio nos presenta a una mujer de Samaria que acude al
pozo a por agua para calmar su sed. Pero el problema va a derivar en otras
dimensiones más profundas. La samaritana será un símbolo del hombre que no
consigue apagar su sed. Todo hombre está herido de insatisfacción. Vamos de un
pozo a otro, de un bar a otro, de un mercado a otro, buscando nuevos productos
para calmar la sed que nos tortura, pero al final seguimos con más sed.
La sed son nuestros deseos, nuestras pasiones, nuestras
ansias, nuestras necesidades.
Y en la samaritana descubrimos sed de felicidad, sed de amor,
sed religiosa, sed del Mesías, sed de Dios.
Jesús le ofrece el agua viva, le ofrece un surtidor de agua
que salta hasta la vida eterna, de forma que ya no volverá a tener sed y no
tendrá que volver al pozo a sacarla. Jesús, el sediento, le ofrece meter un
manantial en sus entrañas. Nos ofrece a todos, meter un manantial en nuestras
entrañas.
ENTRA EN TU INTERIOR
LA RELIGIÓN DE JESÚS
Cansado del camino, Jesús se sienta junto al manantial de
Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto llega una mujer samaritana
a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a hablar con ella de lo que
lleva en su corazón.
En un momento de la
conversación, la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y
samaritanos. Los judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los
samaritanos suben al monte Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de
Jacob. ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué
piensa el profeta de Galilea?
Jesús comienza por aclarar que el verdadero culto no depende
de un lugar determinado, por muy venerable que pueda ser. El Padre del cielo no
está atado a ningún lugar, no es propiedad de ninguna religión. No pertenece a
ningún pueblo concreto.
No lo hemos de olvidar. Para encontrarnos con Dios, no es
necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No hace falta entrar en una
capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más secreta, desde la sala de
cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier cocina o lugar de trabajo
podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a la samaritana de «adorar a Dios». Su
lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar al Padre». Por eso,
no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco a un Dios lejano,
desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros sufrimientos. El
verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre querido que nos
acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.
Jesús le dice algo más. El Padre está buscando «verdaderos
adoradores». No está esperando de sus hijos grandes ceremonias, celebraciones
solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es corazones sencillos que le
adoren «en espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es seguir los pasos de Jesús y
dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre que lo envía siempre hacia
los últimos. Aprender a ser compasivos como es el Padre. Lo dice Jesús de
manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran deben hacerlo en
espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento vivificador..., y quienes lo
adoran deben parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es vivir en la verdad. Volver una
y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles a la verdad de Jesús sin
encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de veinte siglos de
cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos los
verdaderos adoradores que busca el Padre?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Jesús le dijo a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te pide de beber le pedirías tú, y él te daría agua viva… el
que bebe de esta agua (del pozo de Jacob) vuele a tener sed; pero el que beba
del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que yo le daré se le
convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”.
El pozo de Jacob es aquí símbolo del Antiguo Testamento; pero Cristo es
superior porque su agua calma la sed para siempre. Condición: conocer el don de
Dios, avivar la fe, proceder con sinceridad y reconocernos pecadores y
necesitados ante Dios.
El encuentro de la samaritana con Jesús fue pasando de ser
casual a un nivel personal y profundo; tanto, que la mujer se olvida de sí
misma y de su cántaro y va a anunciar a sus paisanos, los habitantes de Sicar,
lo que ha visto y oído. La dinámica de un encuentro de fe con Dios, por medio
de Jesús en quien cree, la ha convertido en apóstol. Una lección se desprende:
Nosotros debemos ser para nuestros hermanos y para el mundo la voz de Cristo,
es decir, signo y sacramento del encuentro del hombre sediento con Dios y con
su don del Agua viva que es Jesús.
ORACIÓN FINAL
Señor, quiero que quede siempre flotando en nuestro aire
existencial la intuición genial y definitiva de aquel gran sediento de lo
infinito que fue Agustín de Hipona, y hacer mía su sed: “Inquieto estará mi
corazón mientras no descanse en Ti, Señor”.
Expliquemos el
Evangelio a los niños
Imágenes de Patxi
Velasco FANO
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