“Cuando oréis, decid:
Padre, santificado sea tu nombre…”
24 DE JULIO
DOMINGO XVII DEL TIEMPO
ORDINARIO ©
1ª Lectura: Génesis:
18,20-22
No se enfade mi Señor,
si sigo hablando.
Salmo 137
Cuando te invoqué,
Señor, me escuchaste.
2ª Lectura: Colosenses:
2,12-14
Les dio a ustedes una
vida nueva con Cristo,
perdonándoles sus
pecados.
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 11,1-13
“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar,
cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -Señor, enséñanos a orar, como
Juan enseñó a sus discípulos: El les dijo: -Cuando oréis, decid: “Padre,
santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del
mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo
el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.” Y les dijo –Si
alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle:
“amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no
tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me
molestes: la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo
levantarme para dártelos,” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no
se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os
dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe,
quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros,
cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará
una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues,
que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro
Padre celestial dará el espíritu Santo a los que se lo piden?
Versión para América
Latina extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como
Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre,
santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan
cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes
tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres
panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada,
y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y
encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y
al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una
piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una
serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a
sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que
se lo pidan".
REFLEXIÓN
Durante estos domingos la liturgia pone el acento en el tema
de la vigilancia cristiana. Para conservar el don precioso de la vida nueva, el
evangelio del domingo pasado nos alertaba sobre la necesidad de reforzar
nuestra vida interior y la escucha serena de la palabra de Jesús. Hoy nos
encontramos con el segundo elemento de esta vigilancia: la oración.
¿Qué quiere decir orar? ¿Cómo orar? ¿Para qué orar?
Lucas es el evangelista de la oración y ve a Jesús como el
gran orante en permanente diálogo con el Padre. Sobre todo en los momentos
importantes de su vida, nos muestra a Jesús que se retira a algún lugar
solitario para orar a su Padre. Así ora en su bautismo, en el desierto, antes
de la elección de los Doce, en la transfiguración, antes de la multiplicación
de los panes, en la noche de la traición, en la cruz: “Orad para no caer en la
tentación”.
Pero, ¿cómo rezar? Los apóstoles sabían por supuesto las
oraciones de todo piadoso judío, pero temían quedarse en puras fórmulas.
Además, necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos y
comunidad de Jesús.
Siguiendo a Lucas, vamos a tratar de descubrir no sólo lo que
significa el Padre Nuestro, sino todo lo que lleva implícito como auténtica
oración. El Padre Nuestro no sólo es una oración digna de ser puesta en
nuestros labios, sino que también nos da los criterios para que cualquier
oración sea auténtica. Por eso, más que una reflexión, esto quiere ser una
oración que desglose el sentido de la oración del Señor.
Tengamos en cuenta que la fórmula que comúnmente empleamos no
es la de Lucas sino la de Mateo, un poco más ampliada y extensa con siete
invocaciones en lugar de cinco.
Padre. Es hermoso comenzar así: “padre”; no es un título
honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo.
Debemos tomar conciencia de quienes somos nosotros y quién es
Dios. Somos hombres, hijos suyos y hermanos en la misma fe. El es el Todo, lo
Absoluto en nuestra vida.
Santificado sea tu nombre. Con esta invocación le estamos
pidiendo a Dios que se manifieste a nosotros, que se muestre como nuestro Dios,
que no se quede oculto, pues queremos verlo y conocerlo tal cual es, sin
desfigurarlo con fantasías e imaginaciones burlas.
En este sentido, Jesús ha santificado el nombre de Dios
porque nos ha revelado su verdadero rostro, sin desfigurarlo como hacemos a
menudo cuando proyectamos en Dios nuestros pobres y miopes esquemas.
Por eso, el creyente se obliga a santificar el nombre de
Dios, reconociéndolo como lo que es: Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.
En la plegaria del Padre Nuestro el cristiano, por una parte,
pide a Dios que se le manifieste con su amor y salvación. Por otra, lo alaba,
lo reconoce como su Señor, le agradece y le promete fidelidad. Santificar su
nombre es manifestar el deseo de vivir en esa misma santidad, con su mismo
espíritu que obra en nosotros el cambio del corazón.
Venga tu Reino. El Reino no es un lugar geográfico o cosa
parecida, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en
medio de los hombres. Como agrega Mateo, ésta es la voluntad de Dios: que toda
la humanidad se haga partícipe del Reino.
Como Jesús, el creyente comienza su oración pidiendo no algo
para sí, sino poniéndose al servicio del reino de Dios, como vimos en domingos
anteriores con los Doce y con los Setenta y dos discípulos. Por eso, su oración
es comprometida.
Danos cada día nuestro pan del mañana. El lenguaje bíblico
del pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo,
cultura, educación, salud, trabajo, libertad, etc.
Y decimos “danos”, porque no puede haber verdadera oración
mientras que no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. ¡Qué triste
ver a tantos cristianos que rezan de noche el Padre Nuestro mientras especulan
con los precios, acaparan productos básicos, trafican con el hambre de los
necesitados, con la venta de armas a gobiernos dictatoriales, etc., para llenar
sus arcas al precio del hambre y de la miseria de pueblos enteros!.
Por eso mismo, al pedir el pan, decimos “cada día”, porque el
pan que hoy compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y
practico de que ya viene el reino de Dios y su justicia… ¡Cuántos padrenuestros
menos rezaríamos si solamente hiciéramos realidad esta breve frase que tanto
repetimos con los labios: danos el pan cada día…!
Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos debe algo. Nuevo compromiso en esta invocación. Cada vez que
pecamos faltamos al amor a la comunidad, por lo que quedamos en deuda con ella.
Por tanto, recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que
le hemos sustraído, sin contentarnos con un superficial arrepentimiento que
deja las cosas como están. El perdón se produce en el mismo momento en que se
compromete el cristiano que reza el Padre Nuestro. Nadie puede arreglar sus
cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. El perdón reconstruye,
rehace, repara.
Y no nos dejes caer en tentación. En sentido bíblico la
palabra tentación significa todo obstáculo, peligro, trampa o lazo tendido en
el camino del hombre en marcha hacia su crecimiento. Esos obstáculos o
tentaciones ponen a prueba al caminante que no debe dejarse sorprender,
vigilando constantemente.
El cristiano no presume de sus fuerzas ni tienta a Dios
colocándose en la boca del león. Consciente de su fragilidad, vigila sobre sí
mismo y abre sus ojos porque cada día es una prueba a nuestro amor y a nuestra
fidelidad al evangelio.
ENTRA EN TU INTERIOR
APRENDER LA CONFIANZA
Lucas y Mateo han recogido en sus respectivos evangelios unas
palabras de Jesús que, sin duda, quedaron muy grabadas en sus seguidores más
cercanos. Es fácil que las haya pronunciado mientras se movía con sus
discípulos por las aldeas de Galilea, pidiendo algo de comer, buscando acogida
o llamando a la puerta de los vecinos.
Probablemente, no siempre reciben la respuesta deseada, pero
Jesús no se desalienta. Su confianza en el Padre es absoluta. Sus seguidores
han de aprender a confiar como él: «Os digo a vosotros: pedid y se os dará,
buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá». Jesús sabe lo que está diciendo
pues su experiencia es ésta: «quien pide recibe, quien busca halla, y al que
llama se le abre».
Si algo hemos de aprender de Jesús en estos tiempos de crisis
y desconcierto en su Iglesia es la confianza. No como una actitud ingenua de
quienes se tranquilizan esperando tiempos mejores. Menos aún como una postura
pasiva e irresponsable, sino como el comportamiento más evangélico y profético
de seguir hoy a Jesús, el Cristo. De hecho, aunque sus tres invitaciones
apuntan hacia la misma actitud básica de confianza en Dios, su lenguaje sugiere
diversos matices.
«Pedir» es la actitud propia del pobre que necesita recibir
de otro lo que no puede conseguir con su propio esfuerzo. Así imaginaba Jesús a
sus seguidores: como hombres y mujeres pobres, conscientes de su fragilidad e
indigencia, sin rastro alguno de orgullo o autosuficiencia. No es una desgracia
vivir en una Iglesia pobre, débil y privada de poder. Lo deplorable es
pretender seguir hoy a Jesús pidiendo al mundo una protección que sólo nos
puede venir del Padre.
«Buscar» no es sólo pedir. Es, además, moverse, dar pasos
para alcanzar algo que se nos oculta porque está encubierto o escondido. Así ve
Jesús a sus seguidores: como «buscadores del reino de Dios y su justicia». Es
normal vivir hoy en una Iglesia desconcertada ante un futuro incierto. Lo
extraño es no movilizarnos para buscar juntos caminos nuevos para sembrar el
Evangelio en la cultura moderna.
«Llamar» es gritar a alguien al que no sentimos cerca, pero
creemos que nos puede escuchar y atender. Así gritaba Jesús al Padre en la
soledad de la cruz. Es explicable que se oscurezca hoy la fe de no pocos
cristianos que aprendieron a decirla, celebrarla y vivirla en una cultura
premoderna. Lo lamentable es que no nos esforcemos más por aprender a seguir
hoy a Jesús gritando a Dios desde las contradicciones, conflictos e
interrogantes del mundo actual.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
Orar es pedir, buscar, llamar a la puerta. De día y de noche.
Sin cansarse nunca. Siempre hay que orar, y hasta tal punto que la oración se
convierte en un estado y no sólo en una práctica ocasional. Orar es un modo de
ser delante de Dios. ¡Pero hay dos maneras de insistir en la petición: la del
importuno y la del enamorado! El primero sólo piensa en sí mismo; el otro está
fascinado, y lo daría todo por el tesoro que ha descubierto. ¿Qué puerta se le
cerrará? Si Dios espera de nosotros esta oración, es porque él se presenta como
el tesoro de los tesoros, como el amigo más fiel. ¡Un amor de segunda mano, que
se da por nada, no es amor!
Nuestra actitud orante debe ser “confianza”, “pedid y se os
dará”, porque es Dios Padre quién nos conoce y escucha. Pero apunta también a
nuestra propia disponibilidad, a nuestro esfuerzo: “Buscad y hallaréis” Y es
que muchas veces en la oración tomamos conciencia de nuestra responsabilidad,
medimos nuestras posibilidades, encontramos caminos de actuación. Además, Jesús
nos abre a la colaboración con los demás en un doble sentido: “Llamad y se os
abrirá” –salir de nuestra cerrazón solitaria-; y “tratad a los demás como
queréis que ellos os traten”. Una oración así nunca falla. Si falla, nos enseña
san Agustín a examinar a ver si no se debe a que “no pides como debes o pides
lo que no debes.
Dios es tan bueno con nosotros que nos da aun lo que no
pedimos, ni muchísimo menos merecemos: la Eucaristía. A manos llenas nos
reparte el Señor el pan con el que comulga con nosotros y nos hace comulgar con
todos los hermanos.
Pero hay que pedir sin desfallecer, pues quien capitula
demasiado pronto demuestra que no tiene verdadera confianza. Dios quiere que se
busque, porque siempre está más allá de lo que esperamos. Tenemos que llamar a
su puerta durante mucho tiempo, porque dicha puerta se abre sobre un infinito
que nunca se alcanza del todo. La verdadera actitud ante Dios –la oración en la
vida- es la actitud del mendigo… un mendigo que se sabe amado y llamado a la
Vida.
ORACIÓN FINAL (Sobre el Salmo 137)
Dios que te llamas Amor, amor eterno, amor fiel y poderosa
ternura, ¡te damos gracias de todo corazón!
¡A ti debemos lo que somos, y tu promesa asegura nuestro
porvenir! ¡Señor, no abandones la obra de tus manos! Dios que lo conoces todo,
Dios único, nunca se ha oído decir que hayas rechazado al que te implora.
¡Bendito seas tú, a quien buscamos, porque te adelantaste a venir hasta
nosotros!
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
Imágenes de Patxi Velasco
FANO.
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