“¿Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”
28 DE MARZO
DOMINGO DE RAMOS DE LA
PASIÓN DEL SEÑOR
Lectura para la
bendición de las palmas
Evangelio de san Juan:
12,12-16
Primera Lectura: Isaías
50,4-7
No aparté mi rostro de
los insultos y sé que no quedaré avergonzado.
Salmo 21
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Segunda Lectura:
Filipenses 2,6-11
Cristo se humilló a sí
mismo; por eso Dios lo exaltó.
EVANGELIO DEL DÍA
Pasión según san Marcos
15,1-38
“Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los
sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle
muerte. Pero decían:
- “No durante las fiestas; podría amotinarse el
pueblo”.
Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el
leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro,
de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos
comentaban indignados:
- “¿A qué viene
este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos
denarios para dárselo a los pobres”.
Y regañaban a
la mujer. Pero Jesús replicó:
- “Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho
conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis
socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo
que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os
aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se
recordará también lo que ha hecho ésta”.
. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los
sumos sacerdotes para entregarle a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le
prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día
de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus
discípulos:
- “¿Dónde
quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”. Él envió a dos
discípulos, diciéndoles:
- “Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un
cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El
Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con
mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada
con divanes. Preparadnos allí la cena”.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad,
encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer
fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
- “Os aseguro
que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo”.
Ellos,
consternados empezaron a preguntarle uno tras otro:
- “¿Seré yo?”
Respondió: “Uno
de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre
se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del
hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!”.
Mientras
comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio,
diciendo:
- “Tomad, esto es mi cuerpo”.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se
la dio, y todos bebieron.
Y les dijo:
- “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada
por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día
que beba el vino nuevo en el reino de Dios”.
Después de
cantar el salmo, Salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo: -“Todos
vais a caer, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las
ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea”.
Pedro replicó:
- “Aunque todos
caigan, yo no”.
Jesús le contestó:
- “Te aseguro que tú hoy, esta tarde, antes que el
gallo cante dos veces, me habrás negado tres”.
Pero él insistía:
- “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.
Y los demás decían lo mismo. Fueron a un huerto, que
llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
- “Sentaos aquí
mientras voy a orar”.
Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir
terror y angustia, y les dijo:
- “Me muero de tristeza; quedaos aquí velando”.
Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo
que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
- “¡Abba!
(Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero,
sino lo que tú quieres”.
Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
- “Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora?
Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la
carne es débil”.
De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas
palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos
cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
- “Ya podéis
dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va
a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el
que me entrega”.
Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno
de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos Sacerdotes, los escribas y los
ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
- “Al que yo
bese, ése es; pretendedlo y conducidlo bien sujeto”.
Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
- “¡Maestro!”.
Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero
uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al
criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
- ¿Habéis
salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba
enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las
Escrituras”.
Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un
muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la
sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a
Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y
los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior
del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para
calentarse.
Los sumos
sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para
condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso
testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en
pie, daban testimonios contra él, diciendo:
- “Nosotros le
hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres
días construiré otro no edificado por hombres”.
Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo
sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
- “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos
cargos que levantan contra ti?.
Pero él
callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo,
preguntándole:
- “¿Eres tú el
Mesías, el Hijo de Dios bendito?...”
Jesús contestó:
- “Sí, lo soy.
Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y
que viene entre las nubes del cielo”.
El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
- “¿Qué falta
hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?”.
Y todos lo
declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara,
lo abofeteaban y le decían:
- “Haz de
profeta”.
Y los criados
le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una
criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, le miró y dijo:
- “También tú
andabas con Jesús, el Nazareno”.
Él lo negó, diciendo: - ·Ni sé ni entiendo lo que
quieres decir”.
Salió al
zaguán, y un gallo cantó”. Al poco rato, también los, presentes dijeron a
Pedro: “Seguro que eres uno de ellos, pues eres Galileo”.
Pero él se puso
a echar maldiciones y a jurar:
- “No conozco a
ese hombre que decís”.
Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro
se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: “Antes de que cante el
gallo dos veces, me habrás negado tres”, y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los
ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús,
lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
“¿Eres tú el
rey de los judíos?”
Él respondió:
“Tú lo dices”.
Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo: “¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan
contra ti”.
Jesús no
contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le
pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían
cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el
indulto de costumbre. Pilato les contestó:
“¿Queréis que os suelte as rey de los judíos?”.
Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían
entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente
para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y
les preguntó: ¿”Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?”.
Ellos gritaron
de nuevo:
“¡Crucifícalo!”.
Pilato les dijo:
“Pues, ¿qué mal
ha hecho?”.
Ellos gritaron más fuerte:
“¡Crucifícalo!”.
Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a
Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se
lo llevaron al interior del palacio -.al pretorio- y reunieron a toda la
compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que
habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
“¡Salve, rey de
los judíos!”.
Le golpearon la
cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante
él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo
sacaron para crucificarlo.
Y a uno que
pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de
Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere
decir lugar de “la Calavera”), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo
aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para
ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero
de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a
dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda, Los que pasaban lo
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: “¡Anda!, tú que destruías el templo
y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los
sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
“A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar:
que el Mesías, el rey de Israel, baje de la cruz, para que lo veamos y
creamos”.
También los que
estaban crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el
mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media
tarde Jesús clamó con voz potente:
Eloí, Eloí, lamá sabaktaní”. Que significa: “¿Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
“Mira, está
llamando a Elías”.
Y uno echó a
correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de
beber, diciendo: “Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo”.
Y Jesús, dando
un fuerte grito, expiró.
El velo del
templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al
ver cómo había expirado, dijo: “Realmente este hombre era Hijo de Dios”.
REFLEXIÓN
UNCIÓN Y TRAICIÓN:
Se abre el capítulo de la Pasión con una escena llena de
belleza y de fuerza significativa, pero en contraste. Una mujer, quizá María,
la hermana de Lázaro, expresa su devoción y su amor a Cristo rompiendo para él
un frasco de alabastro y ungiendo su cabeza con nardo auténtico. Llama la
atención la generosidad de este gesto. Si se midiera el valor por el precio,
sería grande. No siempre es así, claro.
Dos reales también pueden significar muchísimo amor. Dos mil millones pueden
estar vacíos de amor.
Cristo interpreta la unción como un anticipo de su muerte, La
mujer, intuitiva, se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Es
un homenaje a mi muerte y un agradecimiento a mi vida. Todos la aplaudirán por
los siglos.
SACRAMENTO Y PROFECÍA:
En la Cena Jesús instituye el sacramento del amor. Es signo
de comunión y de entrega. El pan partido y el vino ofrecido sirven para
realizar la mayor unión entre Cristo y sus discípulos; sirven asimismo para
significar su muerte, el cuerpo roto y la sangre derramada. Nadie tiene amor
más grande.
Pero la Eucaristía anuncia el banquete del Reino de Dios. Es
una profecía o anticipo del día en que podamos comer con Dios y comer
enteramente a Dios, la comunión de la gloria.
Pedro significa roca, que habla de fortaleza. Pedro era
fuerte en su fe y su entusiasmo por Cristo, lo que pasaba era que se le iba la
fuerza por la boca. Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca… Aunque tenga
que morir contigo, yo no te negaré… “Estoy dispuesto a ir contigo hasta a la
cárcel y la muerte”. Y era sincero en sus manifestaciones. Realmente Pedro
creía y amaba con todas sus fuerzas a Jesús. Y no sólo eran sentimientos y
palabras, sino que en ocasión echó mano de la espada para defender a su
maestro. Huye con todos, poco después lo va siguiendo y se mezcla con sus
enemigos.
EN UN HUERTO COMENZÓ EL DRAMA:
Getsemaní es lucha del alma. El Hijo lucha con el Padre, como
antiguamente Jacob. Lucha hasta dejarse vencer. Pero ¡qué duro! Es noche
cerrada. Todas las luces se apagan. Agitado por los vientos fríos de la duda,
del miedo y la tristeza. ¿Por qué y para qué? El tentador jugaba todas sus
bazas. Y los discípulos no pueden ayudar, duermen, incapaces de sintonizar con
el Maestro. ¡Qué distancia! Y aunque el Padre parece estar sordo, Jesús grita.
PASIÓN. SILENCIO:
Llueven sobre Jesús los golpes y las condenas. Golpes en la cara,
en la cabeza, en todo su cuerpo. Bofetadas, escupitajos, azotes, espinas,
clavos. Condenas: el sanedrín, Pilato y Herodes, el pueblo.
Pero él callaba, sin dar respuesta.
Jesús no contestó más.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL GESTO SUPREMO
Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era
un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del
reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para
los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que
no interesaba cambio alguno.
Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión.
Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había
dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las
injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la
muerte, pero tampoco se echa atrás.
Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos, aunque su
actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como
un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida
entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.
Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos,
identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que
moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan
en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un
despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios
defensor de las víctimas.
Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a
quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos
por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a
pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud
salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.
Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el
rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas
palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al
proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a
la humanidad entera.
Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo
turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor
es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y
llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR CON LA LECTURA REPOSADA, DE
LA PASIÓN DEL SEÑOR.
Expliquemos el Evangelio a los niños
Imágenes de Patxi Velasco FANO
Imagen para colorear.
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