1 DE ABRIL
JUEVES SANTO DE LA CENA
DEL SEÑOR
Primera Lectura: Éxodo
12,1-8.11-14
Prescripciones sobre la
cena pascual.
Salmo 115
Gracias, Señor, por tu
sangre que nos lava.
Segunda lectura: 1
Corintios 11,23-26
Cada vez que ustedes
comen de este pan y beben de este cáliz,
Proclaman la muerte del
Señor.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 13,1-15
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que
había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el
diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo
entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que
venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y,
tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y se pone a
lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había
ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -“Señor, ¿lavarme los pies tú a
mí?”. Jesús le replicó: -“Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo
comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: -“No me lavarás los pies jamás”. Jesús
le contestó: -“Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”. Simón Pedro le
dijo: -“Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le
dijo: -“Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo
él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Porque sabía
quién lo iba a entregar, por eso dijo: “No todos estáis limpios”. Cuando acabó
de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
-“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y
“el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os
he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os
he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios.
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que
había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a
los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado
a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus
manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios,
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una
toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los
pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo:
"¿Tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?".
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora
lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás".
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies
a mí!". Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi
suerte".
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo
los pies, sino también las manos y la cabeza!".
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita
lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también
están limpios, aunque no todos".
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había
dicho: "No todos ustedes están limpios".
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto,
volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con
ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón,
porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado
los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo
hice con ustedes."
REFLEXIÓN
Si la tarde del Jueves Santo tuviéramos que arreglar cuentas
con el Señor, quedaríamos endeudados para siempre. Las facturas de amor son
impagables. Esta tarde Jesús nos amó hasta el fin. Su amor desborda en
palabras, gestos y sentimientos. La temperatura del Cenáculo fue en aquellos
momentos la más alta de la tierra y de la historia. No hay calor más grande, no
hay amor más grande.
El Hijo de Dios descendió por el camino del amor. El amor
verdadero nos enseña a descender. Toda la vida de Jesús fue una carrera
descendente, desde la cuna a la cruz, pasando por Nazaret.
Dios se hizo hombre para aprender a llorar y a servir. “Se despojó
de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,7).
¡Cuántas admiraciones tendríamos que poner aquí! Estas ideas
ya las hemos escuchado muchas veces y estamos acostumbrados. Pero no debiéramos
acostumbrarnos, sino estremecernos. Y más, debiéramos ejercitarnos en el
compromiso diaconal. Éste es el principio constitutivo de toda diaconía. Porque
un amor que no se hace servicio, un amor que no se ciñe la toalla, coge una
jofaina y no se pone a lavarles los pies a los hermanoS, no es amor.
Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque
excede todo lo que nosotros sabemos del amor.
Es como el amor de los amigos, pero más.
Es como el amor enamorado, pero más.
Es como el amor del padre y de la madre, pero más.
Es como el amor de los hijos y los hermanos, pero más.
Es como el amor del que sirve, pero más.
Es como el amor del que comparte, pero más.
Es como el amor del que perdona, pero más.
Es como el amor del que se entrega, pero más.
Es como el amor humano todo junto, pero más.
Sí, conocer el amor de Cristo, que no se trata de conocerlo
de manera teórica. Por ahí podemos llegar hasta un cierto límite, aun contando
con la gracia y la luz de Dios. Lo que pedimos es un conocimiento de
participación y comunión.
Este conocimiento tiene que ver con el don de sabiduría, pero
más con el fruto de la caridad. Que Dios te haga sentir su amor. Sólo el que es
amado y el que ama sabe lo que es el amor.
Él te amó primero. En ese amor aceptado y concienciado puedes
conocer lo que es el misterio del amor divino, tal como se manifestó en
Jesucristo. Un amor infinito en misericordia y generosidad.
El lavatorio de los pies es el signo que prepara o
complementa el den pan partido y la sangre derramada. Nos asombra de inmediato
la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y ahora maestro
despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos; y nos asombra la caridad
de este Dios, caridad servicial, un amor delicado y detallista, vestido con
traje de criado.
Era un gesto muy característico de Jesús: partir el pan. Lo
bendecía, lo partía, lo compartía. Lo reconocían sus seguidores por esta
costumbre. Jesús era el que no retenía, el que daba un toque al pan que lo
hacía más sabroso, el que sabía compartir, nadie pasaba hambre junto a él.
Ahora, en la última Cena, el gesto se eleva a la categoría de
signo y sacramento. Jesús parte el pan, pero dice: éste es mi cuerpo que va a
ser entregado por vosotros (Lc 29,19).
ENTRA EN TU INTERIOR
Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el
vino que se ofrece está realmente el Señor.
Amor entregado. No sólo presencia, sino oblación. Se
actualiza –memorial- ese amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo
que se rompe por nosotros y la sangre que se derrama por nosotros.
Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el
cuerpo de Cristo y bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima de amor,
un amor que se deja comer.
Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe
llevar a hacer de nuestra sociedad y de nuestro mundo, una acción de gracias.
Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente
a otra cena, a otro banquete, en el que volverán a estar juntos “No beberé más de este fruto de la vid hasta
el día en que con vosotros lo vuelva a beber, vino nuevo, en el reino de mi
padre.” (Mt 26,29). Así en cada Eucaristía –última cena- pregustamos la Cena
definitiva.
ORACIÓN
Concédenos, Dios todopoderoso, que así como somos alimentados
en esta vida con la Cena Pascual de tu Hijo, así también merezcamos ser
asociados en el banquete eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor.
2 DE ABRIL
VIERNES SANTO DE LA
PASIÓN DEL SEÑOR
Primera Lectura: Isaías
52,13-53,12
Él fue traspasado por
nuestros crímenes.
Salmo 30
Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu.
Segunda Lectura:
Hebreos 4,14-16; 5,5-9
Aprendió a obedecer y
se convirtió en la causa de la
Salvación eterna para
todos los que lo obedecen.
EVANGELIO DEL DÍA
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO
Juan 18,1-19,42
“En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado
del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía
también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y
de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
“¿A quién buscáis?”.
Le contestaron: “a Jesús, el Nazareno”.
Les dijo Jesús: “Yo
soy”.
Estaba también con
ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a
tierra. Les preguntó otra vez:
“¿A quién buscáis?”.
Ellos dijeron: “A
Jesús, el Nazareno”.
Jesús contestó: “Os he
dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos”.
Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno
de los que me diste”, Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e
hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se
llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
“Mete la espada en la
vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”.
La patrulla, el
tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo
llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año;
era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un
solo hombre por el pueblo”. Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este
discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del
sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro
discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a
Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
“¿No eres tú también
de los discípulos de ese hombre?
” Él dijo: “No lo soy”.
Los criados y los guardias habían encendido un brasero,
porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie,
calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de
la doctrina. Jesús le contestó:
“Yo he hablado
abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por
qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado.
Ellos saben lo que he dicho yo”.
Apenas dijo esto, uno
de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
“¿Así contestas al sumo sacerdote?”.
Jesús respondió:
“Si he faltado al
hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me
pegas?
Entonces Anás lo envió
atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le
dijeron:
“¿No eres tú también
de sus discípulos?”.
Él lo negó, diciendo:
“No lo soy”.
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a
quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
“¿No te he visto yo con él en el huerto?”.
Pero volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. Llevaron a
Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el
pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato
afuera, donde estaban ellos y dijo:
“¿Qué acusación
presentáis contra este hombre?”
Le contestaron:
“Si este no fuera un
malhechor, no te lo entregaríamos”.
Pilato les dijo:
“Lleváoslo vosotros y
juzgadlo según vuestra ley”.
Los judíos le dijeron:
“No estamos
autorizados para dar muerte a nadie”
Y así se cumplió lo
que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez
Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
“¿Eres tú el rey de los judíos”?
Jesús le contestó:
“¿Dices eso por tu
cuenta o te lo han dicho otros de mí?”.
Pilato replicó:
“¿Acaso soy yo judío?
Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho?”.
Jesús le contestó:
“Mi reino no es de
aquí”.
Pilato le dijo:
“Con que, ¿tú eres rey?”
. Jesús le contestó:
“Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad
escucha mi voz”.
Pilato le dijo:
“Y, ¿qué es la verdad?”.
Dicho esto, salió otra
vez a donde estaban los judíos y les dijo:
“Yo no encuentro en él
ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en
libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”.
Volvieron a gritar:
”A ese no, a Barrabás”.
El tal Barrabás era un
bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados
trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por
encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
“¡Salve, rey de los judíos!”.
Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez
afuera y les dijo:
“Mirad, os lo saco
afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa”.
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el
manto color púrpura. Pilato les dijo:
“Aquí lo tenéis”.
Cuando lo vieron los
sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
“¡Crucifícalo, crucifícalo!”.
Pilato les dijo:
“Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro
culpa en él”.
Los judíos le
contestaron:
“Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir,
porque se ha declarado Hijo de Dios”.
Cuando Pilato oyó
estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a
Jesús:
”¿De dónde eres tú?”.
Pero Jesús no le dio
respuesta. Y Pilato le dijo:
“¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para
soltarte y autoridad para crucificarte?”.
Jesús le contestó:
“No tendrías ninguna
autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha
entregado a ti tiene un pecado mayor”.
Desde este momento
Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
“Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se
declara rey está contra el César”.
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y
lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo
Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo
Pilato a los judíos:
“Aquí tenéis a vuestro
rey”.
Ellos gritaron:
“¡Fuera, fuera;
crucifícalo!”.
Pilato les dijo:
“¿A vuestro rey voy a crucificar?”.
Contestaron los sumos
sacerdotes:
“No tenemos más rey que el César.
Entonces se lo entregó
para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al
sitio llamado “de la calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo
crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito:
“Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos”. Leyeron el letrero muchos judíos,
porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en
hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a
Pilato:
“No escribas: ·El rey
de los judíos”, sino: “este ha dicho: Soy el rey de los judíos”.
Pilato les contestó:
“Lo escrito, escrito está”.
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa,
haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una
túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
“No la rasguemos, sino
echemos a suerte, a ver a quién le toca”.
Así se cumplió la
Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto
hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de
su madre, María, la de Cleofás y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre
y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
“Mujer, ahí tienes a
tu hijo”.
Luego, dijo al
discípulo:
“Ahí tienes a tu
madre”.
Y desde aquella hora,
el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo
había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
“Tengo sed”.
Había allí un jarro
lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de
hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
“Está cumplido”.
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos
entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los
cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron
a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados,
le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con
él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las
piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y
al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es
verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto
ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en
otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron”. Después de esto,
José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los
judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo
autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que
había ido a verle de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y
áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se
acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado
todavía. Y como para los judíos era el
día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.”
REFLEXIÓN
Juan nos ofrece una perspectiva singular de la pasión y
muerte de Jesús.
Sus padecimientos y su crucifixión son el camino a la gloria;
es el rey que victorioso vence al mundo y al príncipe de este mundo; elevado
sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos hacia él.
El episodio del huerto muestra el enfrentamiento entre la luz
y las tinieblas. Jesús, “luz del mundo”, se adelanta soberano. Judas y sus
acompañantes, que se presentan con “faroles y antorchas”, encarnan el rechazo a
la luz verdadera. Jesús aparece como el Buen Pastor que no abandona a sus
ovejas: “Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos”. Durante el proceso Jesús
aparece sereno y soberano. Desenmascara la ambigüedad de la autoridad de Pilato
y habla de su reino: “Mi reino no es de este mundo”, es decir, no es como los
reinos de la tierra. Su reino se basa en “la verdad”. Se entra en él aceptando
su palabra: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Como un rey, es
coronado de espinas y revestido de un manto. Así lo saludan los soldados:
“Salve, rey de los judíos”. Pilato lo presenta y la turba como “el Hombre”,
pero la muchedumbre lo rechaza.
Junto a la cruz de
Jesús aparece congregada simbólicamente la Iglesia, en la persona de “su Madre”
y del “discípulo que tanto quería”. Su Madre evoca a Sión-Jerusalén, que en
medio del dolor engendra a sus hijos. El discípulo es figura del creyente, que
acoge a la Madre de Jesús como suya.
Al morir, Jesús entrega el Espíritu, fuente de la vida, que
lleva a la verdad completa. De su cuerpo brota “sangre y agua”, probable
alusión a los dones del Cristo glorificando a su comunidad: el bautismo y la
eucaristía. Su cuerpo, colocado en un sepulcro nuevo, será de ahora en adelante
el verdadero templo de Dios, fuente de vida y de salvación para la humanidad.
Jesús ha cumplido su misión: “Está cumplido”. El camino de
glorificación que le va a devolver victorioso a la gloria del Padre ha
comenzado. Ahora le toca continuar su tarea a su nuevo cuerpo místico, la
Iglesia, que acaba de nacer de la sangre y el agua de su corazón traspasado, y
al que ha dejado en las mejores manos: en las de María, su madre, desde hoy
confirmada como madre de la Iglesia, madre nuestra: “Mujer, ahí tienes a tu
hijo” y “ahí tienes a tu Madre”.
ENTRA Y ORA EN TU INTERIOR
La señal del cristiano es la santa cruz. Donde quiera haya
una cruz habrá un cristiano, y donde quiera que haya un cristiano habrá una
cruz. Se multiplican las cruces en lugares sagrados y la lucimos y hacemos con
frecuencia la señal de la cruz. No importa que la quiten de los centros
oficiales, importa que la llevemos por dentro, donde nadie nos la podrá quitar.
Es señal del cristiano porque por ella nos vino la salvación, porque se
convirtió en fuente inagotable de gracia.
Pero permitidme sólo una llamada de atención: Cruz significa amor
total y definitivo. Donde haya cruz tiene que haber amor.
Cristo sigue crucificado. Tantos Cristos que soportan cruces
indecibles. También a ellos debemos acercarnos y mirarlos con fe y comunión.
Alguna cruz todos tenemos, enfermedad, soledad, incomprensión, fracaso,
limitaciones, paro, pobreza, problemas familiares, desilusiones, miedos…
Decimos que la cruz de Cristo es muy grande y muy pesada, y
que tenemos que llevarla entre todos. Pero no. Es la cruz de los hombres la que
es grande, pesada, multiplicada, y Cristo quiere llevarla con nosotros. En cada
una de nuestras cruces, Cristo se hace presente y la comparte. Cargad con mi
cruz, nos dice, porque mi cruz es ligera y salvadora. Dadme las vuestras y os
sentiréis aliviados y santificados.
Nuestra mirada al crucificado debe ser de comunión. Como
miraban los mordidos por las serpientes venenosas a la serpiente del
estandarte, que Dios mandó a Moisés que hiciera y pusiera en alto. Eran curados
porque miraban con fe. “El Hijo del hombre tiene que ser levantado para que
todo el que crea tenga por él vida eterna” (Jn 3,14-15). Mirada de comunión,
como la de María cuando estaba junto a la cruz de su hijo.
ORACIÓN FINAL
Gracias, Jesús, porque en tu cruz nos has redimido. Hoy vamos
a poner todas nuestras miserias y pecados en esa cruz bendita: nuestro orgullo
en tu cabeza coronada, nuestras codicias en tus manos abiertas, rebosantes de
amor. Para ti fue un infierno de dolor, angustia y abandono. Cargaste con
nuestros pecados y en tus heridas fuimos salvados.
3 DE ABRIL
SÁBADO SANTO DE LA
SEPULTURA DEL SEÑOR
VIGILIA PASCUAL
Primera Lectura:
Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo que
había hecho y lo encontró muy bueno.
Salmo 103
Bendice alma mía, al
Señor.
Segunda Lectura:
Génesis 22,1-18
El sacrificio de
nuestro Padre Abraham.
Salmo 15
Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti.
Tercera Lectura: Éxodo
14,15-15,1
Los israelitas entraron
en el mar sin mojarse.
Salmo 15
Alabemos al Señor por
su victoria.
Cuarta Lectura: Isaías
54,5-14
Con amor eterno se ha apiadado
de ti tu redentor.
Salmo 29
Te alabaré, Señor,
eternamente.
Quinta Lectura: Isaías
55,1-11
Vengan a mí y vivirán.
Sellaré una alianza perpetua.
Salmo 12
El Señor es mi Dios y
salvador.
Sexta Lectura: Baruc
3,9-15.32-4,4
Sigue el camino que te
conduce a la luz del Señor.
Salmo 18
Tú tienes, Señor,
palabras de vida eterna.
Séptima Lectura:
Ezequiel 36,16-28
Romanos: 6,3-11
Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
Salmo 117
Aleluya, Aleluya.
EVANGELIO DEL DÍA
Marcos 16,1-7
“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de
Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy
temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se
decían unas a otras: -“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del
sepulcro?” Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy
grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha,
vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: -“No os asustéis. ¿Buscáis a
Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio
donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por
delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.
REFLEXIÓN
Cristo pasó por la noche más amarga. Amó hasta el final y
sufrió hasta el final, en su cuerpo y en su alma. Hemos podido penetrar un
poquito en ese exceso de amor y de dolor. Hemos podido seguir sus pasos,
escuchar sus palabras o sus gritos, besar sus llagas, ungir su cuerpo.
Pero en lo más cerrado de la noche, cuando estaba en el
sepulcro y podría esperarse que fuera mordido por la corrupción, todo se
transforma, en la tumba entró el sol, su cuerpo fue ungido y alentado por el
Espíritu, y su inmenso corazón empezó a latir con fuerza. “Esta es la noche en
que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciendo victorioso del abismo”,
cantamos en el Pregón Pascual.
La humanidad de Cristo queda así enteramente espiritualizada
y divinizada. Cristo se unifica con el Padre y el espíritu. Cristo se convierte
en puro amor, en llama que “arde sin apagarse”, en presencia resucitada y
glorificada. Ya puede estar a la vez con el Padre y con nosotros. Ya siempre
está “en medio” de nosotros.
Cristo resucitado es belleza inigualable, ideal de la
humanidad, modelo del hombre nuevo. Quiso conservar sus llagas como joyas
ardientes y trofeo. Es fuerza transformadora, que vence nuestros miedos y
supera nuestras dificultades. Es santidad contagiosa, que perdona todo pecado y
transmite Espíritu de Dios. Es amor victorioso, que vence todo egoísmo y lo
llena todo de misericordia y amistad.
En esta noche de
Pascua Cristo es el amado. En esta noche de Pascua los que aman a Cristo pueden
unirse con él. Es noche de amores. ¿No te sientes enamorado-enamorada?
Enamorarse es vivir en amor, que la vida toda sea amor.
Enamorarse de Cristo es vivir en común unión con él, de manera que haya un
trasvase de vida del uno en el otro, hasta llegar a la unión consumada,
identificarse el uno con el otro, transformarse el uno en el otro.
Es la espiritualidad que san Pablo desarrolla de muchas
maneras, el cristiano tiene que llenarse de la vida nueva de Cristo, tiene que
llegar a ser otro Cristo. Para ello:
Ha de morir y resucitar con Cristo (col 3,1-3).
Ha de vivir la vida de Cristo (Rom 6,8), hasta el punto de
que él sea vida nuestra (Col 3,4).
Ha de vivir en Cristo, o que Cristo viva en él, que pueda
llegar a decir: “es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20; Flp 1,21).
Ha de injertarse en Cristo y estar en Cristo.
ENTRA EN TU INTERIOR
Gracias, Jesús, por tu pasión, por tu muerte y por tu
resurrección. Gracias, Jesús, por tu amor, que fue capaz de dar la vida para
hacer triunfar la vida. Me amaste y te entregaste por mí. No me canso de
admirar, no me canso de meditar y agradecer.
Asumiste nuestro dolor y ya los dolores no duelen tanto. ¡Qué
maravillosa es tu medicina! Asumiste nuestras angustias y amarguras, nuestras
depresiones y vacíos, y ya la noche del alma se ha iluminado. Ya no hay lugar
para la desesperación. Todos nuestros sufrimientos han sido por ti redimidos y
pueden ser redentores.
Asumiste nuestro pecado -¡qué terrible peso!-, pero ya todos
están perdonados y borrados. Podemos decir al pecador más grande: Confía, hijo,
ya estás curado, ya eres un hombre nuevo; confía, hijo, no mires al pasado,
Dios ya no se acuerda, la vida empieza otra vez, confía, hijo, el cielo se abre
de nuevo para ti, ya estás en el paraíso. Pero no peques más.
ORA EN TU INTERIOR
Bajaste, Señor, a nuestros infiernos, y ya todas sus puertas
están abiertas, tú tienes las llaves, Señor de la luz y de la vida. Eres el
gran libertador. Todas las losas sepulcrales que aplastaban a los hombres están
rotas; todos los prisioneros que gemían en los infiernos están rescatados; ya
todos pueden salir de sus sepulcros; y el canto de libertad que tú iniciaste ya
está en nuestros labios.
ORACIÓN FINAL
Gracias, Jesús, amigo nuestro. Si nos has amado tanto, sería
una indignidad no responder con amor. Danos capacidad para amar como tú, con
amor solidario y entregado. Danos capacidad para amar hasta la muerte. Haznos
sentir la victoria de tu amor. Danos tu Espíritu, que es nuestra fuerza y
nuestra victoria. Y haznos testigos de tu amor en el mundo.
4 DE ABRIL
DOMINGO DE PASCUA DE LA
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
MISA DEL DÍA
Primera Lectura: Hechos
de los Apóstoles 10,34.37-43
Hemos comido y bebido
con Cristo resucitado.
Salmo 117
Éste es el día del
triunfo del Señor. Aleluya.
Segunda Lectura:
Colosenses 3,1-4
Busquen los bienes del
cielo, donde está Cristo.
EVANGELIO DEL DÍA
Juan 20,1-9
“El primer día de la semana, María Magdalena fue al
sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del
sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a
quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y
no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro;
se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el
suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el
sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la
cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura:
que él había de resucitar de entre los muertos.”
REFLEXIÓN
¿Crees en la resurrección? La fe en la resurrección no es producto
de un deseo, un sueño o una añoranza, es fruto de un encuentro con el
Resucitado. Quizá no lo haya visto ni palpado, pero lo he experimentado. Puedo
recibir de mis padres y catequistas la enseñanza y la doctrina, pero no basta.
Mi fe será viva, no enseñada, cuando de algún modo haya experimentado la
presencia viva de Jesús. Sólo así podré ser testigo de la Pascua
De algún modo una sensación de presencia, una palabra, una
fortaleza, una alegría, una providencia, una esperanza, un amor… pero no como
virtud, sino como fruto del Espíritu de Jesús.
La resurrección. Es el triunfo de la vida. La muerte es
nuestro gran interrogante y nuestro angustioso horizonte. Humanamente hablando
es muy difícil superar este miedo “mortal”. La muerte se presenta como disolución
y corrupción, como silencio y vacío, como nada. “El abismo no te da gracias, ni
la muerte te alaba, ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa”, dice
Isaías.
Esta paz y este gozo ante la muerte es fruto de la
resurrección. El espíritu de Dios ha podido convertir la corrupción en
floración, la disgregación en principio de unificación, el vacío en plenitud,
la nada en nueva creación y la soledad absoluta en encuentros de comunión. La
muerte, pues, no es el final de la vida, sino el paso, el principio de nueva
vida. La muerte ya te puede alabar y los que bajan a la fosa seguirán esperando
en tu fidelidad. Creer en el Resucitado es poder decir: “Cristo, vida mía”.
Es el triunfo del amor. Es pura coherencia, porque la vida
consiste en amar. Se nos dijo que el amor es fuerte como la muerte, ahora
sabemos que el amor es más fuerte que la muerte. Bastaría escuchar el himno
triunfal de Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Estoy seguro que
ni la muerte ni la vida…, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 8,35.38-39).
Es el triunfo de la esperanza. Ahora la esperanza se siente
aún más segura y más cargada de razones. Ahora se puede creer en nuevas utopías
y mirar al futuro con más optimismo. Ahora sabemos que el final no será la
desgracia, sino la gracia; no el dolor, sino el gozo, no la injusticia o la
opresión, sino la liberación.
El triunfo de la santidad. La Pascua de la Resurrección
significa el triunfo de la gracia. Los pecados quedaron ya clavados en la cruz
o enterrados en el sepulcro. También nosotros, por la fe y por el Bautismo,
resucitamos a una vida nueva. “Celebramos la Pascua, no con la levadura vieja
(levadura de corrupción y de maldad) sino con los panes ázimos de la sinceridad
y la verdad”.
El triunfo de la alegría. “La única tristeza es la de no ser
santo”. Cristo resucitado irradia su paz
y su alegría dondequiera se manifieste. La paz y la alegría van siempre juntas. “Paz con vosotros… Y
ellos se alegraron de ver al Señor” Pedro matiza y califica esta alegría pascual: “Rebosando de alegría
inefable y gloriosa”, que procede de la fe en el Resucitado y del amor del
resucitado, que nos amó primero. La mayor alegría es sentirse amado.
No es una alegría barata. Es una alegría que es don del
Espíritu. No proviene de la santificación de los sentidos, sino del encuentro
con el Señor. Aunque no le hayamos visto, él se nos ha manifestado en fe y
amor.
La alegría, naturalmente, está reñida con el temor. Cuando
Jesús resucitado se acerca, se alejan
huyendo los temores. “No temas. No temas. Soy yo” No está reñida
con el sufrimiento, “aunque seáis
afligidos con diversas pruebas”.
ENTRA EN TU INTERIOR
Cristo no sólo resucitó, sino que resucita entre nosotros y
en nosotros, por eso es Pascua. Nuestra celebración tiene que llevarnos al
encuentro con Jesús.
Un encuentro como el de la Magdalena y demás mujeres. Amaban
a Jesús. Iban con sus aromas y sus penas, pero la experiencia pascual les
transformó, “y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”.
Un encuentro como el de los discípulos de Emaús, el símbolo
de la desesperanza. Pero, después de escuchar y reconocer a Jesús en la
fracción del pan, volvieron entusiasmados, testigos de la verdad de la Pascua.
ORA EN TU INTERIOR
Abre tus puertas a Jesús resucitado. Él quiere penetrar
también en tu corazón. Ábrele tu corazón. Él quiere hablarte. Entonces tu
corazón se irá encendiendo con su palabra. Él quiere partir el pan contigo.
Entonces te llenarás de vida nueva. Él quiere exhalar sobre ti su Espíritu.
Entonces te llenarás de fuerza santa y de alegría.
¿Sientes más paz y alegría? Entonces es que Cristo ha
resucitado.
¿Sientes más fuerza espiritual? Entonces es que Cristo ha
resucitado.
¿Sientes más paciencia y mansedumbre? Entonces es que Cristo
ha resucitado.
¿Sientes más seguridad, más luz? Entonces es que Cristo ha
resucitado.
¿Sientes más amor a los hermanos? Entonces es que Cristo ha
resucitado.
ORACIÓN FINAL
Te bendecimos, Padre, por la resurrección de Jesús, mientras
peregrinamos como pueblo tuyo por el desierto, atisbando la aurora y saludando
nuestra liberación. Es la nueva humanidad que nace en Cristo resucitado, el
hombre nuevo, el viviente, el vencedor de la muerte.
Según su mandato, queremos ser testigos del evangelio y
demostrar con nuestra vida que el amor es posible.
Vence con tu gracia nuestros miedos y cobardías. Haz que
reconozcamos a Jesús, y quedaremos asombrados de lo que su espíritu puede
realizar en y por nosotros. Amén.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN,
HERMANAS Y HERMANOS!
Expliquemos el Evangelio a los niños.
Imagénes de Patxi Velasco FANO
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