“Cuando llegue el Hijo
del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
20 DE OCTUBRE
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO ©
DOMINGO MUNDIAL DE LA
PROPAGACIÓN DE LA FE
(DOMUND)
Primera Lectura: Éxodo
17,8-13
“Mientras Moisés tenía
en alto la mano, vencía Israel”
Salmo: 120
“El auxilio me viene
del Señor, que hizo el cielo y la tierra”
2ª Lectura: 2 Timoteo
3,14-4,2
“El hombre de Dios
estará perfectamente preparado para toda obra buena”
PALABRA DEL DÍA
Lucas: 18,1-8
“En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los
discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta
parábola: -Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los
hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme
justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se
dijo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está
fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.” Y el
Señor respondió: -Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo
que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?”.
Versión para América
Latina, extraída de la Biblia del Pueblo de Dios
“Después Jesús les enseñó con una parábola que era
necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios
ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a
él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después
dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres,
pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez
injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a
él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará
justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?".
REFLEXIÓN
Como cada domingo, los cristianos estamos llamados a dar
gracias al Señor, recordando el don de su Vida, la salvación que nos ha traído.
Y hoy la Iglesia nos invita, con estas lecturas bíblicas, a levantar la mirada
del suelo para dirigirla al cielo.
La escucha de la Palabra de Dios nos invita a dirigirnos con
confianza hacia el auxilio del Señor. Y más, viendo la realidad de nuestro
entorno: injusticias, hambre, enfermedades, violencia, terrorismo, paro, falta
de vivienda, pensiones mínimas, pobreza... Los cristianos tenemos que pedir el
auxilio de Dios para ser instrumentos de su amor en medio del mundo.
La oración tiene que dar sentido a nuestras obras, y las
obras tienen que mostrar lo que creemos. En resumen, hoy se nos invita a rezar
con insistencia.
La Palabra nos ilumina en la asamblea eucarística
fortaleciendo nuestra fe y nuestra esperanza, pero sobre todo haciendo más
ardiente nuestro amor a Dios y a los hermanos. Porque la Palabra no la
escuchamos solo individualmente, sino como pueblo de Dios, como asamblea, como
comunidad, como Iglesia.
Cada domingo somos confirmados en la misión de ser testigos
de la fe en medio de un mundo que parece no necesitar a Dios.
En el pasaje del libro del Éxodo que hemos escuchado en la
primera lectura, nos invita a ver que el esfuerzo de cada día por superar las
dificultades ordinarias y extraordinarias es válido y necesario. Nuestro
trabajo personal cuenta mucho y es querido y valorado por Dios. Moisés y su
pueblo que apenas está naciendo, deben vencer a quienes se oponen a su
existencia y a su libertad. Hacen la guerra para librarse de sus enemigos, pero
a través de la oración perseverante llegan a la convicción de que sólo por Dios
es como logran imponerse a ellos. Dios está de su lado porque así lo ha
prometido, porque así lo quiere.
Al escuchar el evangelio de hoy, existe el peligro de
entenderlo mal si no nos fijamos bien en el propósito de Jesús, que es, según
lo señala san Lucas, el de invitarnos a la perseverancia en la oración. Insiste
en la necesidad de orar y de perseverar en una actitud confiada y activa.
La oración no consiste en un cruzarse de brazos para esperar
que Dios haga lo que nosotros debemos hacer. El mismo texto de hoy alude
indirectamente a la fuerza y persistencia de aquella mujer que no teme
enfrentarse con un juez injusto con tal de conseguir lo que le corresponde.
La oración cristiana es siempre una expresión de fe, de esa
fe difícil que se empeña seriamente en servir al Reino de Dios en la lucha
activa por la liberación total de los hombres de todas las esclavitudes. Por
eso la oración cristiana –lo veremos mejor el próximo domingo-, no es fruto de
la autosuficiencia ni del triunfalismo sino de una postura humilde de espera,
de trabajo, de lucha, y, ¿por qué no?, de caídas y riesgos.
El evangelio de hoy nos invita a confiar en un Dios fiel, a
confiar en la fuerza del Evangelio, a confiar en Jesucristo, a confiar en la
sabiduría de la Palabra de Dios cuya vivencia se va consiguiendo poco a poco.
Decíamos que la actitud cristiana no puede consistir en una
oración con los brazos cruzados. El texto de la carta de Pablo a Timoteo lo
dice mucho más positivamente: “Permanece en lo que has aprendido y se te ha
confiado... La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en
Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es
también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la
virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra
buena”.
Y el apóstol concluye con esta vibrante exhortación: “Ante
Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su
venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha,
exhorta con toda comprensión y pedagogía”.
Según san Pablo, dos serían las tareas importantes del
cristiano en estos tiempos difíciles, sin excluir por supuesto la oración,
siempre recomendada por el apóstol, y tan relacionada con la vivencia de la Palabra,
y sobre todo, la oración que es diálogo y encuentro con el Dios de la
misericordia.
En primer lugar: Hacer de la Palabra de Dios –tal como la
tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de afrontar
nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato con
nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos
nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida.
Pablo insiste en que toda Escritura es apta para ello, pues es
evidente que a menudo nos gusta apoyarnos en ciertos textos preferidos o más
acordes con nuestro modo de ser, para dejar a un lado los textos molestos o más
exigentes.
En segundo lugar: La oración del cristiano, bien resumida en
aquellas expresiones tan típicas: “Ven, Señor Jesús”, “Que venga tu Reino”,
debe traducirse necesariamente en la evangelización, ya que todo tiempo es apto
para anunciar la Palabra de Dios, para denunciar las injusticias y para
exhortar a un estilo de vida distinto y nuevo.
Y no con un afán proselitista o coercitivamente. Por eso dice
san Pablo: Evangeliza todo lo que quieras, pero con comprensión y pedagogía,
algo que nosotros hemos olvidado en más de una oportunidad.
La evangelización no es una cruzada o una conquista, sino una
llamada a la conciencia de los hombres, sin herir susceptibilidades, sin
despreciar o desvalorar elementos culturales distintos a los nuestros sin
condenar al que no nos escucha.
La Palabra de Dios de este domingo, hermanas y hermanos, nos
prepara ya, estamos a cuatro semanas, para el tiempo santo del Adviento; no
sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento
histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.
La historia avanza, los sucesos transcurren en forma vertiginosa
e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos se alternan y
evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva
humanidad... Pero ¿pervivirá la fe en la tierra?
He aquí una pregunta que nos compromete a todos: ¿Sabremos
encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos tiempos
nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que represente
algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos cristianos,
participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo tan
distinto al de nuestros padres y antecesores?
Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden
transformarse en nuestra mejor oración.
ENTRA EN TU INTERIOR
EL CLAMOR DE LOS QUE SUFREN
La parábola de la viuda y el juez sin escrúpulos es, como
tantos otros, un relato abierto que puede suscitar en los oyentes diferentes
resonancias. Según Lucas, es una llamada a orar sin desanimarse, pero es
también una invitación a confiar que Dios hará justicia a quienes le gritan día
y noche. ¿Qué resonancia puede tener hoy en nosotros este relato dramático que
nos recuerda a tantas víctimas abandonadas injustamente a su suerte?
En la tradición bíblica la viuda es símbolo por excelencia de
la persona que vive sola y desamparada. Esta mujer no tiene marido ni hijos que
la defiendan. No cuenta con apoyos ni recomendaciones. Sólo tiene adversarios
que abusan de ella, y un juez sin religión ni conciencia al que no le importa
el sufrimiento de nadie.
Lo que pide la mujer no es un capricho. Sólo reclama
justicia. Ésta es su protesta repetida con firmeza ante el juez: «Hazme
justicia». Su petición es la de todos los oprimidos injustamente. Un grito que
está en la línea de lo que decía Jesús a los suyos: "Buscad el reino de
Dios y su justicia".
Es cierto que Dios tiene la última palabra y hará justicia a
quienes le gritan día y noche. Ésta es la esperanza que ha encendido en
nosotros Cristo, resucitado por el Padre de una muerte injusta. Pero, mientras
llega esa hora, el clamor de quienes viven gritando sin que nadie escuche su
grito, no cesa.
Para una gran mayoría de la humanidad la vida es una
interminable noche de espera. Las religiones predican salvación. El
cristianismo proclama la victoria del Amor de Dios encarnado en Jesús
crucificado. Mientras tanto, millones de seres humanos sólo experimentan la
dureza de sus hermanos y el silencio de Dios. Y, muchas veces, somos los mismos
creyentes quienes ocultamos su rostro de Padre velándolo con nuestro egoísmo
religioso.
¿Por qué nuestra comunicación con Dios no nos hace escuchar
por fin el clamor de los que sufren injustamente y nos gritan de mil formas:
"Hacednos justicia"? Si, al orar, nos encontramos de verdad con Dios,
¿cómo no somos capaces de escuchar con más fuerza las exigencias de justicia
que llegan hasta su corazón de Padre?
La parábola nos interpela a todos los creyentes. ¿Seguiremos
alimentando nuestras devociones privadas olvidando a quienes viven sufriendo? ¿Continuaremos
orando a Dios para ponerlo al servicio de nuestros intereses, sin que nos
importen mucho las injusticias que hay en el mundo? ¿Y si orar fuese
precisamente olvidarnos de nosotros y buscar con Dios un mundo más justo para
todos?
José Antonio Pagola
ORA EN TU INTERIOR
La parábola del evangelio de hoy se centra en la fe, la
confianza y la tenacidad de aquella viuda que espera firmemente que alcanzará
la justicia a la que tenía derecho. Y este debería ser el sentido de nuestra
oración. No tenemos que recordarle a Dios lo que ya sabe que tiene que hacer,
sino confirmar nuestra fe y nuestra esperanza de que su proyecto (su justicia)
se realizará. Por eso rezamos. Rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros,
sino para que nosotros no olvidemos lo que él quiere hacer con nosotros. Por
tanto, no podemos practicar un reduccionismo de la oración, diciendo que rezar
es tan sólo pedir. Rezar es recordar. Y por eso lo hacemos “siempre” y “sin
desanimarse” En este fragmento del evangelio de hoy, como nunca, Jesús une
totalmente la oración y la fe, las unifica, y por eso termina preguntándose, no
si habrá gente que rece en el futuro, cuando vuelva, sino si “encontrará fe en
la tierra”.
Pero atención. Hoy, como siempre en el evangelio, Jesús no
presenta a Dios como un juez sin piedad, sino como un Padre. Dios es lo
contrario del juez que retrasa las resoluciones por desidia. Más bien Dios está
impaciente por hacer justicia a sus escogidos. Dios no es un juez que termina
actuando, no porque crea en la causa justa, sino para vivir tranquilo. La
justicia de Dios no es la justicia limitada de los hombres sino el amor.
Resumiendo. Jesús quiere que nos movemos por amor, más que movernos por
justicia.
El consejo de Jesús, hoy, en el evangelio, no lo olvidemos,
es que tenemos que “orar siempre, sin desanimarse”.
ORACIÓN FINAL
Señor, enséñame a que mi oración sea tenaz y perseverante,
confiada siempre en tu misericordia y no en mis fuerzas, que son bastante pocas
y a veces me engañan con espejismos e ilusiones.
Enséñame a que mi oración nazca de mi fe, porque si no
siempre será una oración vacía, sin contenido, oración de petición y no de
alabanza y acción de gracias por lo que continuamente obras en mi vida.
Como la viuda perseverante del evangelio, sé, que solo tú puedes
velar por los pobres, pos los abandonados, por los que nadie vela por ellos. Tú
estás al lado de los huérfanos y de las viudas, de los pobres y de los
enfermos, de los que padecen cualquier esclavitud, aún la del pecado.
Haz, Señor, que ore “siempre” y sin “desanimarme”. Amén.
Expliquemos el
Evangelio a los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario